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División Azul

“Que tengan una bandera de España y una sepultura digna”

“Que tengan una bandera de España y una sepultura digna”

Presentación de un libro divisionario en Alicante.

Una frase y un gesto. Esos dos gratísimos recuerdos guardo de la invitación que hace unas semanas me cursara Luis Valiente para intervenir en la presentación el libro del general Salvador Fontenla, “Los combates de Krasny Bor” en Alicante. Gracias Luis por darme la oportunidad de poder compartir, como anotó Carlos Caballero, unos momentos de amor a España, a sus soldados y a sus gestas; de sentirnos en estos instantes de pesimismo nacional orgullosos de los que nos precedieron.

Una frase y un gesto, porque allí en primera fila estaba, recordándonos que cumplió los diecinueve, los veinte y los veintiuno en el frente ruso nuestro entrañable secretario de la Hermandad divisionaria alicantina Enrique Cernuda. Testimonio vivo del ideal y del orgullo de haber servido en la División Azul.

Una frase, que es todo un deseo, pronunciada por el general Salvador Fontenla como cierre de su intervención, recordando que allá, bajo las tierras de Krasny Bor reposan ochocientos españoles. Él está noblemente empeñado en que al menos, allí puedan reposar en una sepultura digna bajo una bandera española.

Dentro de unos meses se cumplirá el 70 Aniversario de aquella batalla que el general Fontenla califica en su trabajo como “una victoria heroica”, que como tal “merece anotarse en los anales de la Historia Militar española”; el, en palabras de Carlos Caballero, que nos refirió la notable mención a la misma de Anthony Beevor en un reciente libro sobre la II Guerra Mundial, “último gran combate del Ejército español”.

El general Salvador Fontenla en su trabajo ha recuperado para la historia una documentación de valor  incalculable que nos permite seguir y reconstruir, paso a paso, los combates librados en aquella aldea aquel diez de febrero de 1943. Es la historia siguiendo los partes que se remitían desde las unidades. Palabras escuetas, sinceras, sin adorno, sin el peso del interés por destacar el papel propio u ocultar los desaciertos. Y el general Fontenla deshace los mitos, las interpretaciones, las frases bellas de combates románticos, las críticas a la actuación del mando.

Hace veinte años definí la batalla de Krasny Bor como el Brunete de Rusia. Algo que de algún modo también subraya el general Fontenla al destacar la importancia que tuvo la “defensa estoica de las posiciones”, la idea de “resistencia a ultranza en las posiciones defensivas en caso de ruptura del frente” frenando y estrangulando la penetración enemiga. Unos “conceptos que estaban grabados a fuego en el espíritu militar español que son esenciales para comprender el comportamiento de la resistencia numantina de los divisionarios en Krasny Bor”. En veinticinco apretadas páginas el general Fontenla, con la precisión del experto, con la admirable capacidad del profesional, es capaz de trazar un resumen explicativo interesantísimo de aquel combate.

Al general Gomariz, a Carlos Caballero y a un servidor nos correspondió ser los teloneros de un trabajo esencial para la historiografía divisionaria. Trazar, como hizo el general Gomariz, la impresionante biografía profesional de un militar de línea, el autor, que ha estado al frente de unidades de la Legión y la Brigada Paracaidista. Recordar, como hice yo, que la División Azul fue constituida como una unidad del Ejército español y por tanto forma parte de su historia; que marchó a Rusia al servicio de la política exterior española de la época; que fue una unidad básicamente formada por voluntarios ideológicos que creían que luchaban por una causa justa y que por su propia idiosincrasia formaron parte de lo que algunos autores alemanes denominan la “bandera invisible”, la bandera humanitaria dentro de lo que fue la guerra de exterminio que se libró en el frente ruso entre alemanes y soviéticos. Y apuntar, como con certeza hizo Carlos Caballero, que sólo ahora, cuando se asume que fue el Ejército Rojo el que derrotó realmente al ejército alemán, se comienza a valorar internacionalmente lo que fue militarmente hablando la participación española en la Segunda Guerra Mundial, aunque su combate fuera en realidad un mundo aparte.

 

Cobardía moral: el obispo y la División Azul.

Cobardía moral: el obispo y la División Azul.

Se llama Antonio Ángel Algora, Obispo de Ciudad Real, Príncipe de la Iglesia y que, a partir de hoy, puede sumar a sus muchos méritos pastorales la felicitación, no sé si entusiasta, del Foro de la Memoria Histórica de Castilla-La Mancha -es decir un escuálido grupo de comunistas y progres beneficiarios de la subvención-, que aprecia la muestra de “sensibilidad” dada por este personaje al ordenar, porque los ruegos de un Obispo a una Hermandad son en realidad órdenes, que la Hermandad de la Virgen de las Angustias deje de portar el estandarte con el que desfila desde 1949 en el que figura el escudo de la División Azul.

Don Antonio Ángel Algora, Príncipe de la Iglesia, ha escogido conforme a su sabiduría, prudencia y no sé si a su Fe, entre la memoria de quienes, en gratitud a la Virgen por su protección, como muestra de su credo, decidieron crear esta Hermandad y la petición revanchista de quienes se consideran herederos ideológicos de quienes asesinaron a 1.642 de sus feligreses en la Ciudad Real republicana; de quienes jamás han pedido perdón por los asesinatos cometidos por la izquierda.

Don Antonio Ángel Algora, Príncipe de la Iglesia, ha olvidado o quizás simplemente lo desconozca, que aquellos hombres, que a su vuelta decidieron procesionar con la Virgen de las Angustias, allá por el año 1944 y que tras adquirir la talla ni tenían dinero para confeccionar túnicas, también marcharon a la lucha por razón de su credo; que en aquellas fechas, en Carta Pastoral, se les consideró defensores de la civilización cristiana; que cuatro obispos firmaron indulgencias especiales para aquellos que cayeran en el frente; que centenares de jóvenes de la Acción Católica formaron en la División Azul simplemente por razón de su Fe y que aquellos que cayeron fueron considerados como mártires por la Acción Católica. Pero don Ángel Algora, setenta años después de los hechos, ha preferido atender la “sensibilidad” de quienes siguen considerando tanto a la Iglesia como a los católicos como su principal enemigo ideológico.

Don Antonio Ángel Algora, Príncipe de la Iglesia, no lo ha dudado y ha ejercido todo el peso de su anillo para presionar mediante carta y palabra a los hermanos para que, pese al unánime apoyo a que el estandarte con el escudo de la División Azul bordado por las madres adoratrices continuara desfilando, tal y como lo lleva haciendo desde hace más de medio siglo sin la más mínima muestra de rechazo entre quienes acuden a los desfiles procesionales y entre los que a buen seguro no figuran los abanderados de la memoria histórica, éste dejara de salir por el “sesgo político” del mismo.

Don Antonio Ángel Algora, Príncipe de la Iglesia, quizás haya olvidado o probablemente prefiera relegarlo al arcón de lo inconveniente, que la “memoria histórica” también la conforman el casi centenar de sacerdotes, religiosas y seminaristas asesinados en Ciudad Real, el 40% de los religiosos de la diócesis, por los republicanos que hoy reivindican los Foros de la Memoria Histórica, casi todos vinculados a organizaciones comunistas; también la compone el “martirio de las cosas”, la totalidad de los templos de su diócesis asaltados y parcialmente destruidos –seis totalmente- así como la pérdida de todo el ajuar religioso de las iglesias perdiéndose innumerables obras de arte.

Don Antonio Ángel Algora, Príncipe de la Iglesia, quizás ignore que muchos de aquellos jóvenes que al volver decidieron, como en otros muchos lugares de España, dar testimonio público de su Fe, sacando cada Semana Santa a la Virgen de las Angustias a la calle, marcharon a combatir, formando parte de una unidad del Ejército español, movidos también por el recuerdo de las llamas en los templos y los asesinatos en las calles. Asesinatos cruentos como los del joven claretiano Cándido Catalán que no fue rematado y que murió desangrado entre los cuerpos sin vida de sus compañeros mientras los milicianos oían sus gritos de muerte.

Don Antonio Ángel Algora, Príncipe de la Iglesia, ha preferido ser “sensible” y olvidar a quienes decidieron dar testimonio público de su Fe. Probablemente espere que el paso del tiempo disipe la razón que dio vida a la Hermandad para hacerla así menos molesta para el señor Obispo. No sé si en la próxima Semana Santa, don Antonio Ángel Algora, Príncipe de la Iglesia, contemplará el paso de la Virgen de las Angustias y verá en su rostro la angustia por la injusticia cometida. Le invito a reflexionar sobre ello.

Pero que no se preocupe don Antonio Ángel Algora, Príncipe de la Iglesia. Allá en lo alto, estoy seguro, que los fundadores de la Hermandad, probablemente ya todos fallecidos, habrán encontrado el consuelo de Monseñor Narciso Esténaga, obispo prior de Ciudad Real, asesinado por los republicanos en 1936 porque no estuvo dispuesto a dejar de ser inconveniente.

 

Un lucero para José María

Un lucero para José María

 

Mi recuerdo de José María Ortín Cano es imborrable. Calles de Platería y Trapería. Siempre con sombrero y en el ojal de la chaqueta la insignia divisionaria. Nos conocimos hace casi treinta años. Recuerdo, como si fuera ayer, nuestras conversaciones en la antigua Hermandad de los Alféreces Provisionales. Alguna guardo en cinta magnetofónica. Estuvo siempre por encima del correr de los tiempos. Nunca quiso doblegarse. Me decía, hace menos de un año, sentado en el sillón de su casa, que siempre en su despacho de la antigua organización sindical tuvo una orla donde figuraban todos los voluntarios de la capital murciana hasta que se jubiló ya muerto Franco y transmutado el signo político. Nunca le estorbó aquello de lo que se sentía profundamente orgulloso.

José María nos ha dejado.  Tenía noventa y cinco años, pero la última vez que le vi seguía tan animoso como siempre y no mucho antes mantenía la voz de una de sus más preciadas aficiones, el canto. José María fue de los que con el coro aguardaba dentro de la catedral murciana para la misa cantada que se ofició cuando sus compañeros divisionarios, presos en el GULAG, regresaron a Murcia en 1954.

Recuerdo cómo se emocionaba cuando me relataba el día que regresó del frente ruso. En su pueblo, Guadalupe, una pequeña localidad de extrarradio de Murcia, le recibieron con cohetes y banda de música. Era un héroe local: “me llamaban el caudillo porque dicen que me parecía a Franco”. De allí habían salido tres voluntarios. Tres amigos que decidieron marchar a la División Azul: “estábamos en un bar por la tarde y no recuerdo quién dijo ¿nos vamos a la División?”. Dicho y hecho. Los tres, José María, César, Ángel, fueron seleccionados. José María era un hombre de profundas convicciones religiosas, como lo era su amigo Ángel. Los tres fueron a Rusia a combatir al comunismo. José María ya lo había hecho durante la guerra civil. Consiguió llegar a las filas nacionales. Fue herido y condecorado.

En Rusia, casi con remordimiento, me contaba “me mandaron a la Plana Mayor, a pechar con dos caballos, ¡como era un chico de huerta!. Pero aquellos caballos estaban resabiados. Yo creo que sólo entendían el alemán”. No estuvo en primera línea. Sus andanzas en el frente discurrieron por la retaguardia lo que le permitió conocer al pueblo ruso, hacer amistad con aquellos hombres: “acudía a los pueblos a buscar suministros, patatas y esas cosas… iba confiado con mi carro… Fíjate que casi nunca llevaba el arma dispuesta. Iba tirada con las otras cosas”. Recordaba con amargura a un chico del SEU que no pudo resistir la dureza de los combates, las penurias, y que intentó desertar. Le fusilaron. Y a ellos, voluntarios falangistas, les dio un escalofrío de dolor por aquel camarada. Aficionado a la fotografía era uno de los divisionarios con cámara, aunque con el paso del tiempo muchas de esas instantáneas se perdieron: “Fotos en las noches blancas haciendo guardia”. Entre las que conservaba algunas del tiempo de descanso. Como si no hubiera guerra: bañándose con los amigos en el río, montando a caballo en bañador.

Siempre recordaba a su amigo Ángel. Caído en el frente por una bala perdida el mismo día que había notificado a su madre que volvía mientras buscaba un regalo para su novia. Quizás por eso conservaba la foto que se hizo ante la tumba del amigo y el camarada para traerla como testimonio a España. Lamentablemente no pude decirle que el cuerpo de Ángel hoy reposa en Pankova. José María también dejó a su novia. Se enteró después que se había ido.

Se encrespaba cuando alguien decía que los voluntarios fueron a Rusia a la fuerza: “yo no conocí a nadie que fuera obligado, algunos muchos años después han dicho…” Me relataba la discusión que un día tuvo con alguien que afirmaba que fue a la fuerza desde el cuartel de artillería de Murcia. Y ante la vehemencia de José María el individuo tuvo que reconocer que pidieron voluntarios y él, como muchos, dio el paso al frente y luego le seleccionaron. Naturalmente acabó alegando que “cómo no iba a dar el paso al frente en aquella época”. Hace menos de un año me decía: ¿qué pocos quedamos?”. Estábamos repasando unos listados de la Hermandad Divisionaria de Murcia.

Hoy José María, setenta años después, se habrá vuelto a encontrar con Ángel. Se habrán dicho tantas cosas. José María nos ha dejado con el orgullo de haber servido en las filas de la División Azul. A buen seguro que su fe falangista habrá hecho brillar un nuevo lucero.

En la muerte de Salvador Córdoba, divisionario.

En la muerte de Salvador Córdoba, divisionario.

No he querido mirar mis notas ni revisar una vieja grabación en cinta magnetofónica para despedir a un amigo y a un camarada. Esta mañana, Viernes Santo, mientras cerca de mi casa resuenan los tambores que acompañan a la Dolorosa de Salzillo, me ha llamado Pepe Hernansaez. Inocentemente creía que sería para alguna de sus cosas, pasa los días buscando información sobre lejanos tiempos: ¿Sabes que ha muerto Salvador?

¡Salvador Córdoba Carrión! Me ha dejado –no consigo acostumbrarme- sin saber qué decir. A mi mente ha venido la imagen de aquella tarde noche en la que quedamos en la oficina donde estaba para rememorar su paso por la División Azul. Seguía siendo, más que un guripa, un muchacho del Frente de Juventudes, entonces aún Organizaciones Juveniles, con la mirada brillante cuando recordaba su viaje por Italia al terminar la guerra del que guardo una fotografía delante del palacio que flanquea la entrada a la Plaza de San Marcos.

Salvador se nos ha ido en silencio. Falleció hace unas semanas. Casi nos hemos enterado por casualidad. Al preguntarle a su hijo por él en estos días de desfiles procesionales. Me hubiera gustado ir a despedirle, a decirle adiós con cinco rosas. Ahora le despido con estas líneas, algo que hasta hace poco era remiso a hacer porque no me gustan los obituarios, quizás porque así se mantiene la ficción de que realmente no se han ido, que siguen ahí en el sitio en que los recordamos por última vez. Recuerdo que cuando le pedí que me resumiera de algún modo su experiencia divisionaria, cincuenta años después, se paró y me dijo, sin alarde alguno: “yo me siento orgulloso de haber ido a la División Azul”.

Tenía diecisiete años cuando se alistó falsificando su edad. En la estación del Carmen, en Valencia y en Alemania llegó a temer que lo devolvieran, junto con dos o tres más consiguió mantener el engaño. Lisa y llanamente me decía: “fui a luchar contra el comunismo, porque era falangista… Yo tenía una medio novia que se quedó esperándome y mi padre tomó un disgusto enorme, pero yo fui palante”. Debido a su edad fue de los primeros en volver y allí estaba, formando con el Frente de Juventudes, portando la bandera, esperando el gran retorno en agosto de 1942.  Lo que pocos saben, él mismo tenía el recuerdo borroso en una segunda ocasión en que nos vimos, es que intentó alistarse otra vez. Decidido a ello falsificó la autorización paterna que se había hecho obligatoria. Su padre lo descubrió y acudió a denunciarla como falsa. Sufrir dos veces, cuando tantos habían caído, era un dolor insoportable.

Aquel muchacho que se fue a Rusia era una representación de la otra cara de la Falange. La deformación y la manipulación ha creado una falsa imagen de señoritos hijos de la burguesía media y alta, pero en aquel torrente de voluntarios que acudieron a los banderines de enganche en Murcia para luchar contra el comunismo, también abundaban los chicos, como Salvador Córdoba, de extracción humilde. Su padre era carpintero y él había puesto que su oficio era de pintor. Cuando retornó no pidió nada. En realidad nunca se aprovechó de su historial. Se ganó a pulso desde conserje su ascenso en la vida laboral: “nunca hubiera aceptado nada para lo que yo no estuviera capacitado”. Y, sobre todo, siguió siendo falangista. Así se sentía a mediados de los ochenta cuando tantos habían dejado las filas azules. En ese trayecto, de lo que más orgulloso sentía era de su labor como instructor del Frente de Juventudes: “queríamos educar a los jóvenes en la camaradería, en el buen camino, en la búsqueda del bienestar para todos los españoles… nosotros charlábamos con ellos, les preguntábamos por la familia, por sus cosas… dialogábamos… Creo que hicimos una gran labor”. Pero sin dejar de recordar que había conseguido con su trabajo sacar adelante su familia. También fue durante años abanderado de la Hermandad. Recuerdo una foto en la que su mujer llevaba el estandarte de Murcia cuando fueron a Zaragoza para entregar el manto que la Virgen del Pilar tiene con el emblema divisionario bordado. Y cuando se inauguró el monumento en el cementerio de la Almudena tampoco Salvador quiso dejar pasar el tiempo sin acudir a visitarlo.

Es curioso pero en aquella larguísima charla hablamos poco de las cosas de la guerra. Los divisionarios que yo he conocido eran remisos a contar sus heroicidades y siempre hablaban de las glorias conjuntas de la División. Hoy me arrepiento porque en aquellas entrevistas que hice me interesaban más las generalidades y sobre todo cómo eran aquellos hombres. Cuando le preguntaba por su relación con los rusos y por las chicas, porque Córdoba, ahí quedan las fotografías, era un muchacho atractivo con su pelo negro ensortijado, se reía: “Otros tuvieron más suerte. Yo estuve siempre en el frente y allí no quedaban más que tres o cuatro viejas”.

Su padre cuando por fin le estrechó en sus brazos y vio que regresaba sano y salvo sólo pudo dar gracias a Dios. Salvador volvía  a Murcia con algo de dinero. Era el remanente de su paga y de sus ahorros en el frente. Pese a ser tiempos de escasez y de condición modesta su padre quiso que aquel dinero fuera a parar a una talla que fue depositada en la capilla de los carpinteros en la parroquia de Santa Eulalia donde hoy permanece como testimonio de la fe de aquellos hombres.

Pensaba ir con Pepe a visitarle uno de estos días para llevarle una grabación del viaje a los frentes de combate de la División Azul que realicé el pasado verano, no ha podido ser. Espero que allá en lo alto, donde a buen seguro se habrá rencontrado con Pepe, con Federico, con Felipe, con Enrique, con Ángel, con César…. con sus amigos que quedaron en Rusia hace setenta años, haya reclamado la misma bandera que portaba orgulloso en las formaciones. Lejos, mientras escribo, resuena el redoble de los tambores. Ahora simplemente me toca rezar.

 

Nota: Salvador es en la imagen el que aparece en primer término de la formación con la bandera de España. La imagen probablemente es de agosto de 1942.

La última gesta del Ejército español.

La última gesta del Ejército español.

Tal día como hoy, diez de febrero de 1943, algo más de cinco mil españoles, desplegados ante la pequeña aldea de Krasny Bor, en un espacio limitado por la vital línea del ferrocarril Leningrado-Moscú y el margen del río Ishora, consiguieron inexplicablemente dislocar la ofensiva rusa que debería haber sepultado al Grupo de Ejércitos Norte alemán. Fue, sin duda, la última gesta del Ejército español.

La División Azul, trasladada desde las riberas del río Voljov, llegó a las puertas de Leningrado unos meses antes para participar en el asalto final a la ciudad. Aún parecía posible, tras los fulgurantes avances del verano, que la Wehrmacht alcanzase la victoria en aquel otoño. Esta posibilidad comenzó a desvanecerse entre septiembre y octubre de 1942 y se hizo evidente cuando los soviéticos desataron en el sur la “Operación Urano” que acabaría atrapando en Stalingrado al 6ª Ejército alemán de von Paulus. Stalin quería que la ofensiva rusa iniciada en noviembre en el aquel punto tuviera continuidad en el norte con un doble objetivo: liberar la ciudad de San Petersburgo -entonces Leningrado- y destrozar al grupo de Ejércitos Norte alemán llevando al Ejército Rojo a las puertas de Estonia.

El 18 de enero de 1943 la “Operación Centella” rompió el bloqueo de la ciudad de Leningrado y el seis de febrero el primer convoy ferroviario llegó a la ciudad. Era hora de consolidad el pasillo abierto, de volver a dominar la línea férrea y tratar de derrotar al Grupo de Ejércitos Norte alemán. El plan consistía en lanzar una serie de ofensivas desde el Ladoga hasta más allá del sur del lago Ilmen. La “Operación Estrella Polar” se abriría con la ofensiva del Frente de Leningrado sobre Krasny Bor que se simultanearía con el ataque del Frente del Voljov y cerraría el avance del Frente Noroeste. Y en el punto inicial de ruptura escogido por los soviéticos estaba desplegado el 50% de los hombres de la unidad española.

El diez de febrero un millar de cañones acompañados por los lanzacohetes Katiuskas abrieron fuego. Dos horas de intenso bombardeo. En sus líneas estaba desplegada, aguardando, la primera oleada de ataque: unos 33.000 hombres apoyados por medio centenar de tanques. Entre ellos los hombres de la 63División de La Guardia -unidad de élite en Ejército Rojo- que tenían como objetivo pasar sobre los cadáveres de los soldados españoles. A ambos lados de la misma la 72División de Fusileros, atravesando el Ishora, atacaría a los españoles frete a Kolpino  mientras que la 43División y unidades de la 45 sobrepasarían a las compañías españolas apoyadas en el talud del ferrocarril para poder asegurar la línea férrea abierta. Los alemanes, faltos de reservas, estimaban que la División Azul no resistiría. Probablemente los rusos podrían haber lanzado, una vez comenzada la ofensiva, una segunda oleada con otros treinta carros y unos veinte mil hombres.

La artillería soviética prácticamente barrió las trincheras españolas. Se calcula que por termino medio los españoles sufrieron un 60% de bajas por efecto del cañoneo, perdiendo además gran parte de su material de combate: a muchos sólo les quedaban granadas, sus fusiles y algún fusil-ametrallador. Sin embargo, cuando las bocas de fuego comenzaron a alzar el tiro, los voluntarios de la División Azul ocuparon sus trincheras para hacer frente al enemigo. La primera línea española quedó borrada del mapa. Sin dejar de combatir los españoles se fueron replegando para hacerse fuertes en Krasny Bor. Pero la línea no se rompió. Los españoles lanzaron desesperados contrataques, los cañones tiraron a cero. Los actos heroicos se sucedieron durante dieciocho horas de combate. Gracias a ello, a aquel sacrificio, los alemanes pudieron acumular fuerzas y contener definitivamente la ofensiva.

Según los datos oficiales ese día cayeron 1.127 hombres, otros 1.035 fueron heridos y, como mínimo, un centenar de españoles fueron dados por desaparecidos mientras que otros doscientos combatientes fueron hechos prisioneros tras agotar la munición. Prueba del alto grado de heroísmo, por hechos acontecidos en el frente, obtuvieron ese día 3 Laureadas de San Fernando y 11 Medallas Militares Individuales. Al enemigo le causaron más de diez mil bajas. Agotado, el Ejército Rojo aún tardaría un año en liberar Leningrado pero la División Azul ya no estaría allí.

 

Silencio en la nieve, silencio…

Silencio en la nieve, silencio…

Probablemente, de no tratarse de una película bélica al estilo clásico, sin orgías gore de sangre, situada en la II Guerra Mundial y de no desarrollarse en el marco de lo que fue la campaña de la División Española de Voluntarios, no hubiera acudido al cine a ver la cinta firmada por Gerardo Herrero, bajo el título de Silencio en la nieve, con un guion extraído de la relativamente exitosa novela de Ignacio del Valle, El tiempo de los emperadores solitarios. Autor que ha vuelto a escoger el marco bélico de la batalla final en la capital del Tercer Reich para desarrollar su último trabajo, Los demonios de Berlín. Probablemente no hubiera sacado mi entrada porque, pese a ser un cinéfilo impenitente, una parte sensible de la producción española, dada su temática, no es capaz de atraer mi interés y las cintas de la “memoria histórica” se repiten con unos maniqueos esquemas de buenos y malos que las hacen sólo aptas para izquierdistas recalcitrantes y antifranquistas retrospectivos.

Silencio en la nieve, rodada en parte en Lituania lo que da verosimilitud estética al conjunto, es una producción notable dentro de las coordenadas del cine español, con un buen reparto, con actuaciones contenidas pero efectistas de los dos protagonistas, Juan Diego Boto y Carmelo Gómez, y una panoplia de secundarios más que notable. Una película con una cuidada fotografía que ha conseguido con la utilización adecuada de los filtros transmitir el ambiente general del color de la campaña española en Rusia, creando una atmósfera de tonalidades grises capaz de llevar al espectador a aquellos lares. Dejemos a un lado los habituales deslices en materia de armamento o condecoraciones, si allí pudo estar tal o cual tanque o pieza, las licencias cinematográficas que hacen visualmente más efectistas las escenas bélicas o la inexistencia del combate final defendiendo el cuartel de Prokoskaya. Prescindiendo de lo anterior la película resulta cuanto menos entretenida y está muy por encima de muchas de las producciones americanas con las que comparte cartelera. Su mayor problema es que adolece de falta de ritmo y de tensión, algo fundamental en un thriller y que el guión resulta incompleto porque la película no consigue transmitir por qué están aquellos españoles allí.

Teóricamente, al igual que sucede en la novela, la adaptación cinematográfica de lo que no es sino un thriller bien entrelazado en lo referente a la trama de la investigación, evitando la funesta manía de descubrir o situar al espectador-lector sobre las huellas del criminal, escogiendo el camino de la búsqueda del móvil como hilo conductor en vez el sucesivo descarte de sospechosos o la investigación realizada en función de los detalles sobre el cómo se perpetró el asesinato, el marco, la División Azul en el Frente Oriental,  no es más que una excusa, la ambientación necesaria. 

No estamos ante una película sobre la División Azul, ni como unidad ni como relato coral de sus componentes ni como reflejo de sus hechos de armas o de la razón de su presencia a tantos kilómetros de distancia de España. En ese sentido el director ha mantenido la letra más que el espíritu de la novela, pero ha perdido la oportunidad que el tema le ofrecía para ir más allá del cine negro redondeando una película que para el espectador se queda a medio. Quien más y quien menos, seducido por los trailers y la publicidad -pese a saber lo engañoso que resulta fiarse-, esperaba al menos una ráfaga capaz de presentarnos a la División Azul en combate -le ha faltado imaginación para suplir los límites presupuestarios- o que el pulso del director fuera capaz de cerrar la cinta, incluso dentro de los parámetros de lo que pretende infructuosamente mostrar y probablemente también demostrar, con un combate final que queda absolutamente perdido, no en la nieve sino en la incapacidad de quien seguramente buscaba cerrar la película con el último verso del enigma superpuesto a un final abierto a la imaginación sobre la suerte del protagonista y del verdadero asesino.

Tanto Ignacio del Valle como Gerardo Herrero, autor de la novela y director de la cinta respectivamente, por debajo de la nueva aventura del inspector Arturo Andrade, que hubiera necesitado en la película de un desarrollo mayor de su historia en vez de anclarla en la sugerencia o en  el misterio que nunca se cierra e impide o frustra dar sentido a la nebulosa trama amorosa del protagonista, buscaban pintar “un lugar desquiciado, absurdo” donde “reinan los emperadores extraños”, lo que por otro lado no se corresponde con la realidad de los divisionarios como colectividad. Algo que Gerardo Herrero  trata infructuosamente transmitir intentando emular la locura bélica, la conversión del hombre en animal, de Francis Ford Coppola en Apocalypse Now. Ni la ruleta rusa, ni los crímenes, ni la ausente evolución del protagonista, ni la brutalidad de los alemanes o la ejecución de un automutilado divisionario por un piquete en el que forma su propio hermano, algo que trata de presentar como algo diario, ni la ausente guerra son capaces en la película de mostrar ese mundo desquiciado que con algunas frases trata el guionista de hacer creíble. En ocasiones, cuando conscientemente busca una situación de sinrazón, el lenguaje cinematográfico, lo que transmite, más que locura, es un modelo heroico: así sucede cuando los soldados cantan en un camión que transita bajo el fuego enemigo una copla de su tierra. Nada tiene que ver la escena con la insensibilidad desquiciada y heroica de los helicópteros de Coppola en la célebre llegada a los sones de la Cabalgata de las Walkirias.

Cabría preguntarse por qué, pese a la intención manifiesta del director, la cinta no consigue trasportarnos a ese lugar  en el que el hombre pierde su humanidad. Yo me atrevería a decir que al guionista y al director ha acabado por ganarles la partida el recuerdo y el relato de lo que fue la División Azul, porque para el espectador los personajes desquiciados, Guerrita o Vicuña, no se convierten en arquetipos porque son solo elementos necesarios para sostener la trama y la investigación. Son hombres que muy poco tienen que ver con el resto de los desdibujados soldados. Ni tan siquiera el elemento central de la trama, los asesinatos que siguen un ritual masónico, tienen algo que ver con la situación bélica en que aquellos hombres viven o con la División Azul, porque su origen está muy lejos de aquel frente, por lo que la brutalidad cae como un castillo de naipes pese a que director y guionista hayan hurtado al espectador la razón del delito que origina los asesinatos: la decisión de un masón de eliminar las huellas de su pasado para poder hacer carrera en la nueva situación creada tras la victoria de Franco.

Dos escenas, de muy distinto significado, ponen de manifiesto esta otra lectura de la película. Parece que el poder o la fuerza del momento hayan ganado la partida a un director que no ha querido, por muy diversas razones, entre ellas el público potencial, convertir su lectura de la obra de Ignacio del Valle en un panfleto aunque la película lleve en su seno las notas de una sibilina manipulación. Una de las escenas es la resolución del tiempo sin guerra con una reunión de soldados que aguardan la llegada de unas rusas bebiendo y jugando. Ni los diálogos llegan a transmitir la imagen de seres desquiciados ni la “pudorosa orgía” los reduce a la categoría animal y eso que la obsesión por las camas y los desnudos más o menos gratuitos parecen ser una marca del cine español. La segunda de las escenas, que se ha convertido en un clásico en las referencias cinematográficas o literarias sobre los divisionarios, es el momento de tensión en el que los españoles se rebelan y sacan sus armas ante la previsible matanza de civiles que van a realizar los alemanes. Así, el resultado, es que frente al desquiciamiento brilla el gesto humano y valiente de los españoles que inicia el único de los secundarios identificado claramente como falangista. Pues los falangistas son en la película como mudas sombras que no se pueden ignorar: “nosotros somos la columna vertebral de la División”, le dice un oficial al inspector Andrade. Falangistas que quedan en “silencio en la nieve” porque el único entierro al que asistimos es casi una metáfora con una brillante bandera falangista que va cubriéndose de nieve.

Hubiera sido mucho pedir que Gerardo Herrero llegara en su lectura más allá de Ignacio del Valle para hacer un retrato mucho más rico e interesante de los divisionarios. Sin conseguirlo el autor de la novela quiso reflejar los hipotéticos enfrentamientos internos entre los diferentes grupos que formaban la División, especialmente el teórico choque entre los falangistas y los militares, tampoco en esto ha tenido más fortuna el director. Visualmente el director ha querido dejar claro, manipulando la realidad, la identificación entre la División Azul y el nazismo, algo esencial para transmitir la idea del fanatismo genérico de la empresa, de ahí la conversión del cuartel general divisionario en un arbolito de cruces gamadas sobre inmaculados muros blancos -¡cuán felices hubieran sido los artilleros o la aviación rusa con tales señales!- que no se corresponde con la realidad. Igualmente, de forma sugerida en las más de las ocasiones, ha querido el director dejar patente que además de militares y falangistas estaban los “traidores”, los comunistas dispuestos a pasarse, los antiguos republicanos, los que han ido para medrar, los obligados. Hábilmente nos presenta esta otra cara de la División Azul envuelta en el misterio y en el silencio: unas frases del sargento, alguna referencia de un cabo y, sobre todo, la visión lejana y clandestina de la ejecución de un traidor y de un automutilado. Manipulación sibilina, porque el guionista hace decir al leal sargento que eso está sucediendo todos los días, cuando el número real de condenados a la pena capital por cualquier delito fue en la división porcentualmente inapreciable (a lo largo de 1942 se produjeron catorce ejecuciones y no todos eran españoles). Con todo ello el director paga el tributo necesario para que la película consiga el aplauso de la crítica y de la izquierda. En definitiva se trata de una cinta que podía haber dado, en todos los sentidos, mucho más de sí, pero, insisto, y este es su mayor defecto, ni es una película sobre la División Azul ni un retrato certero de los divisionarios.

 

Adiós a un héroe sencillo. Adiós al “león de Possad”.

Adiós a un héroe sencillo. Adiós al “león de Possad”.

Resulta difícil, muy difícil, acostumbrarse a pronunciar un adiós y despedirse hasta el cielo, a musitar una oración e invocar un viejo y nostálgico “¡Presente!” mientras inconscientemente, como un susurro, entonamos un “si-la-sol…re-sol-la-si” clandestino, simplemente porque nos sale del corazón y porque muchos seguimos creyendo que es la mejor despedida para aquellos que hicieron de su vida una lección de servicio y sacrificio. ¡Qué difícil resulta decir adiós a uno de nuestros héroes sencillos y olvidados en los pliegues de la historia! ¡Qué duro es saber que poco a poco, aquellos hijos de estirpe hispana a los que hemos admirado, por razón de calendario, nos abandonan para formar el pequeño rosario de cuentas que con sus nombres conformamos cuando acudimos a rezar por ellos cada diez de febrero!

En silencio, como tantos otros, sin más reseña que la dolorosa llamada del amigo que te dice con voz entrecortada “Chano se ha ido”, se ha marchado un héroe. Se llamaba y, para los que le conocimos, se llama Juan Carreras Barceló, rebautizado por nosotros como “el león de Possad”. Estoy seguro que sus viejos camaradas, entre ellos Vicente Mas, también recientemente fallecido, habrán formado para recibirle en sus filas; a buen seguro que con un ramo de flores y con una sonrisa le esperaba para con paso firme acompañarle en su nueva singladura Amelia, su esposa y compañera, fallecida hace unos meses. Siempre les había visto juntos en los actos en recuerdo de los caídos de la División Azul que cada año se realizan en Alicante. Ella se desvivía por él cuando la vista primero y la memoria después comenzaban a fallarle. Frente al Alzheimer ella era su brazo y su aliento, la que compartía con él su pasión divisionaria, y Chano, valiente hasta el final, fiel a su compromiso, se ha dejado llevar para unirse a ella en esa eternidad para la que Amelia había vuelto a bordar con hilos rojos, en una camisa azul, un yugo y unas flechas . No hubiera podido, fiel a su cita, estar sin ella este año con nosotros. Todos echaremos en falta una presencia que lo era todo. En mi archivo guardo una colección de fotos de los jóvenes que pugnaban por retratarse con el héroe y la sonrisa con la que los atendía.

Recuerdo con la gracia con la que Chano nos contaba sus aventuras y desventuras en el Alicante republicano tras afiliarse a la Falange. Un adolescente que supo lo que era la violencia política de quienes hacían de la “caza del fascista” un deporte. Se libró de la muerte pero decenas de sus camaradas fueron asesinados en el Alicante rojo dominado por los anarquistas. En 1941, como tantos otros, se alistó en la División Azul. Con gracia solía contar, como si tal cosa, como si no fuera con él, su particular campaña de Rusia. Aquel muchacho -caprichos del destino- acabó filiado en la 2ª Compañía de Antitanques, donde estaban la mayor parte de los falangistas más conocidos (Ridruejo, Aznar, los Vernacci, los García Noblejas, Sotomayor…): “yo estaba un poquito acomplejado entre tanta gente importante. Allí estaba yo codeándome con los jefes”. Una compañía pletórica de falangistas, de hombres que estaban allí por idealismo como el azul sargento Patiño que tenía otros cuatro hermanos en la División Azul. Todavía, hace unos años, Chano recordaba la imponente nevada que les recibió en Novaja-Mjelnitza: “mira que hacía frío”. Con la 2ª de Antitanques cruzó el Voljov para llegar hasta Sitno y Chano hizo alguna peligrosa excursión hasta el poblado de Russa. El avance paralelo al río se paralizó. Los alemanes ordenaron a Muñoz Grandes que con sus hombres acudiera a cubrir las posiciones de Otensky y Possad. Mantenerlas era vital para asegurar las comunicaciones propias e impedir el avance ruso sobre las posiciones alemanas. Allá fue la 2ª de Antitanques y allí, Chano se portó como un héroe. Era imposible frenar a los tanques rusos. Su blindaje hacía que rebotaran los proyectiles y las granadas, pero allí estaba Chano. Contaba su hazaña desde la más absoluta humildad. Descubrió que tirando las granadas con efecto conseguía acertar al tanque y a esos se dedicó Chano. Lo que, tal y como lo contaba, parece muy fácil y nada peligroso, pero… Así ganó la Cruz de Hierro que orgullosamente siempre lucía en el ojal de su chaqueta. Chano era un ejemplo de aquellos muchachos, valientes a la locura, pero ni locos ni desquiciados, que allí entre Otensky y Possad cantaban:

                        Los rusos creían, creían

                        Que con alemanes se tropezarían.

                        Eran españoles los que allí habían…

A su vuelta Chano no quiso la tranquilidad, y ese es el ejemplo que nos brindó a cuantos le conocimos. Siguió fiel a los ideales que le llevaron a Rusia y hasta hace muy poco ha estado al frente de la Hermandad de la División Azul alicantina, porque él quiso ser hasta el final aquel joven jabato que peleaba como nadie en las trincheras del frente ruso.  Con estas sentidas líneas quiero despedirle y que, al menos, un puñado de españoles tengan noticia de la muerte de un valiente español.

Insulto a la División Azul desde las páginas de La Gaceta

Insulto a la División Azul desde las páginas de La Gaceta

Desde las páginas de La Gaceta se insulta a los voluntarios de la División Azul.

En su edición del domingo seis de noviembre, el diario del grupo Intereconomía, La Gaceta, que dirige el periodista Carlos Dávila incluía un artículo a toda página dedicado a la División Azul firmado por el profesor José Luis Rodríguez Jiménez, bajo el ya de por sí insultante título de “Ni Azul ni de Voluntarios”. Todo ello después de que La Gaceta, como otros medios, ignorara el reciente Congreso Internacional de Historiadores celebrado en la Universidad San Pablo-CEU, en el que participaron todos los expertos, a excepción de Rodríguez Jiménez, nacionales o extranjeros, que han investigado o están investigando sobre la presencia de los voluntarios españoles en el frente ruso.

En la inauguración de dicho Congreso el general Agustín Muñoz-Grandes, hijo del primer jefe de la División Azul, afirmó que aún peor que una mentira es una verdad a medias y que, por tanto, es preciso denunciarla y evitar que se extienda. Parece como si Carlos Dávila, director de La Gaceta, le hubiera oído pero no escuchado aprestándose a poner su medio al servicio de esa “verdad a medias” o “mentira con algunas dosis de verdad” que practican autores como Martínez Reverte o Rodríguez Jiménez.

A nadie que conozca la bibliografía existente sobre la División Azul le pueden sorprender las tesis de Rodríguez Jiménez, autor de un libro de escasa difusión, que ha acabado en los mercadillos de saldo, significativamente titulado “De héroes e indeseables. La División Azul”. Texto lleno de errores, prejuicios, desenfoques, desconocimiento y manipulación de las fuentes que más debiera causarle sonrojo que orgullo pero que, a buen seguro, le permitió escalar posiciones académicas. 

¿Por qué La Gaceta, diario que blasona de representar a quienes se sienten “orgullosos de ser de derechas”, según reza a propaganda de Intereconomía, encargó un artículo sobre la División Azul a un escritor cuyas tesis mejor cuadrarían en las páginas de Público? ¿Por qué La Gaceta, diario “orgulloso de ser de derechas”, ha cedido sus páginas para difundir las tesis de la izquierda y vituperar de paso a miles de españoles? No lo sé, pero me consta que más de un divisionario o un familiar de los mismos sintió ganas de vomitar cuando leyó el artículo de La Gaceta. Periódico que, a buen seguro, alguno ha dejado de comprar. 

Para el artículo publicado en La Gaceta la División Azul no estuvo compuesta por falangistas/derechistas voluntarios; alguno hubo –nos ilustra- pero fueron una minoría. Por el contrario, lo que sí abundó, según tan docta opinión, fueron los jóvenes de clase baja (¿de dónde ha sacado este dato el articulista?¿qué estudio socioeconómico ha realizado para establecer tal aserto?) obligados a ir por el Ejército, reclutados a la fuerza en los cuarteles, desafectos al régimen, hijos de fusilados o de prisioneros republicanos recién liberados… Eso sí, José Luis Rodríguez Jiménez ha tenido cuidado a la hora de no reproducir su tesis de que los mandos militares fueron a Rusia por ambición, para ganar ascensos y pasta, no fuera a ser que por eso no pasara La Gaceta. Y, sólo veladamente, nos ha dicho que los voluntarios fueron a Rusia para ganar dinero. Con ello pretende ocultar algo fundamental: la existencia, en aquellos años, de una poderosa y fuerte ideología anticomunista que consideraba al comunismo como el enemigo natural de la civilización occidental y cristiana, como un régimen antihumano que era preciso eliminar. Y es que para la mentalidad progresista no es admisible que existieran jóvenes que voluntariamente quisieran ir a luchar y morir para poner punto y final al comunismo. Precisamente eso es lo que molesta de la División Azul.

El artículo de José Luis Rodríguez Jiménez, que es preciso contestar y denunciar, está lleno de verdades a medias. Esas “verdades” que acaban falsificando y manipulando la historia. Pongámoslas en evidencia y juzgue el lector el grado de colaboración de La Gaceta en esa falsificación y en el menosprecio o el desprecio que sobre la División transmite el autor en las páginas de dicha publicación: 

a) Comienza el articulista menospreciando o despreciando a la unidad militar española, cuando por el volumen de efectivos que poseía y por su propia estructura se aproximaba más a un Cuerpo de Ejército que a una División, tal y como ha demostrado con profundidad y documentación el profesor Carlos Caballero. 

b) Nos dice a continuación, extendiendo la insidia del menosprecio, que la División no participó en “ninguna de las rupturas del frente” siendo utilizada por “el mando alemán en pequeñas escaramuzas ofensivas”, y “sobre todo en la defensa de un frente estacionario”, entre 1941 y 1942.  Lo único que revela tamaña interpretación es lo ayuno que está Rodríguez Jiménez en lo referente al análisis militar de las operaciones en los sectores de los frentes de Leningrado y el Voljov. No conoce la historiografía soviética donde esas “escaramuzas ofensivas” se convierten en la “ofensiva/batalla Tikhvin-Volkhov”, que se saldó con la derrota alemana y que salvó a Leningrado de caer en diciembre de 1941, por que lo mínimo que se puede pedir a un “historiador” es  conozca en líneas generales la consideración que los soviéticos dan a estas operaciones en su oficial historia de la Gran Guerra Patria. En esas operaciones la División Azul fue una de las puntas de lanza de la ofensiva general del Grupo de Ejércitos en que se encontraba integrada. Siete días después de llegar al frente la unidad española ya participaba en esta gran operación. Es evidente que Rodríguez Jiménez desconoce también lo que en realidad fue la continuada batalla que se libró en torno a la ciudad entre 1941 y 1943 y no ha leído las obras del máximo experto en esos combates, David M. Glantz. Lo que desde aquí le recomiendo que haga. 

c) No contento con el desprecio o el menosprecio nos precisa que la División Azul se dedicó en el frente de Novgorod a buscar y capturar guerrilleros rusos.  No cabe mayor insulto a la sangre derramada, al heroísmo de los españoles. Precisemos: tras la derrota alemana en Tikhvin los soviéticos tenían como objetivo recuperar Novgorod, la ciudad defendida por los españoles, lo que se encargó al 52ª Ejército soviético. Muñoz Grandes se comprometió a defender sus posiciones hasta la muerte y demostró que estaba dispuesto a realizarlo. El tanteo realizado por los soviéticos sobre las posiciones españoles se saldó con un fracaso para el Ejército Rojo por lo que el asalto no se produciría directamente sobre la División Azul sino en sus flancos. La División Española, pese a sus bajas, era un 30% más potente que cualquier unidad alemana. Los españoles cedieron fuerzas, una y otra vez, a las unidades germanas próximas o acudieron en socorro de las mismas solventando situaciones tácticamente graves. Ni era, como con ignorancia afirma Rodríguez Jiménez, un frente estático ni los españoles se dedicaban a cazar partisanos. 

El intento soviético se saldaría también con una derrota. La penetración del Ejército Rojo, iniciada a mediados de enero de 1942 chocará con la resistencia española en Kretschewizy (un regimiento español frena a la 125º División de fusileros) y después los españoles acuden en socorro de los alemanes en Mal Samoschje, por esta acción el II Batallón del 269 Regimiento español obtendrá la Medalla Militar Colectiva (el profesor Rodríguez Jiménez y La Gaceta deben repasar lo que eso significa). Los españoles, al norte de sus líneas, van a participar en lo que se conoce como “la bolsa del Voljov” que permitirá el aniquilamiento de 9 Divisiones de Infantería, 6 Brigadas de Infantería y parte de una Brigada blindada, con pérdidas de unos cien mil hombres para los soviéticos. Probablemente una “operación sin importancia” para el autor del artículo. 

d) Concluye Rodríguez Jiménez su síntesis bélica, que tiene como objetivo mostrar la irrelevancia militar de a División Azul, diciéndonos que después de “cazar partisanos”, la mandaron a uno de los sectores del asedio de Leningrado. Se olvida otra vez de contarnos que se envió a la División a un punto clave de ese frente; con la misión de ser punta de ruptura en el asalto final a la ciudad diseñado por von Manstein. Sector clave también para los soviéticos que lo considerarán punto de ruptura de su ofensiva. Ofensiva a la que se enfrentarán los españoles en Krasny Bor. Pero esto no cuadra en las tesis de Rodríguez Jiménez y por eso lo oculta. 

e) Nos dice Rodríguez Jiménez que la División no fue azul -con mala y confusa redacción por cierto- porque, entendemos al leer, sólo una cuarta parte de los efectivos tenían un “ideario fascista”. ¿Cómo llega a tan curiosa conclusión? Dejemos a un lado que, en su libro, madre del artículo, Rodríguez Jiménez no nos explica de donde saca tan curioso dato y cómo ha medido la identidad ideológica de los voluntarios. Ningún estudio global -imposible hacerlo de 45.000 voluntarios- ni local –a excepción del que yo mismo he realizado- ha entrado en tan fundamental cuestión. Vayamos a la documentación. Lo único que el profesor Rodríguez Jiménez sabe es que las Jefaturas de la Falange facilitaron un total de 23.442 hombres. Aplicando la matemática elemental no son el 25% sino, en realidad, algo más del 58% del total, porque tenemos que descontar a los jefes, oficiales y la mayoría de los suboficiales, pero no es necesario recordar que muchos de ellos también eran falangistas. Cierto es que no todos podían ser falangistas o derechistas, pero sí en volúmenes que podrían situarse, como mínimo, entre un 80% y un 90%. Ahora bien, si a ello sumamos a los excombatientes del Ejército Nacional o a los posteriores afiliados a la Hermandad de la División Azul podríamos situarnos en cifras superiores al 95%. Pero es que, además, en los cuarteles, haciendo la mili, también estaban miles de falangistas/derechistas que se alistaron para ir a Rusia por efecto del mismo impulso que hizo alistarse a los que estaban fuera de los cuarteles. Estos datos parciales, no los generales, salen del estudio de una muestra de más de mil divisionarios, los del profesor Rodríguez Jiménez de la especulación. Es más, lo que nos dicen los expedientes de los divisionarios es que muchos de los que no encontraron plaza en 1941 se fueron desde un cuartel militar al incorporarse al servicio militar los reemplazos de 1942 y 1943. 

f) Nos dice el profesor Rodríguez Jiménez, sin aportar en su estudio más documentación que la anécdota,  que al faltar los voluntarios el Ejército presionó a los cuarteles para que forzaran a la tropa a ir. Sin embargo, lo que nos dice la documentación militar de la Comandancia General de Baleares y de la Capitanía General de Sevilla es que las unidades remitían, sin mayor problema, los partes diciendo “no hay voluntarios para la División”. Lo que revela el estudio, que Rodríguez Jiménez no ha realizado, de los Batallones de Marcha (compuestos por los voluntarios que partieron hacia el frente entre 1942 y 1943), es que la composición es muy diversa y que no se puede afirmar que la Milicia dejara de aportar hombres, porque lo hizo de forma similar o superior al Ejército en muchos de los Batallones, incluyendo los últimos. Lo que también nos dice ese estudio es que en la inmensa mayoría de las unidades militares, en los cuarteles, se trata de alistamientos individualizados o de muy pocos voluntarios que desmienten las fábulas de compañías enteras enviadas a Rusia o de procedimientos como elegir a uno de cada tres o cinco de formación. Tesis que La Gaceta avala porque ha entresacado y destacado del texto la frase: “las plazas no cubiertas por voluntarios las ocupaban soldados elegidos a dedo”. Lo que el profesor Rodríguez Jiménez ignora es que los cupos dejaron de existir a partir de marzo-abril de 1942. Lo que el profesor Rodríguez Jiménez ignora, porque no ha revisado la documentación, es que en fechas tan tardías como marzo de 1943 (la División se retiró en octubre de ese año) muchas de las Jefaturas de la Milicia falangista rechazaban a aquellos voluntarios que no ofrecían suficientes garantías, pero lógicamente, no en todos los casos, dada el escaso lapso de tiempo que tenían podían comprobar la idoneidad de todos los voluntarios.

g) Ni en su estudio ni en su artículo el profesor Rodríguez Jiménez documenta, más allá de la anécdota, la existencia de esos obligados sacados de las cárceles, recién liberados de las prisiones, hijos de fusilados, etcétera que él pretende convertir en tipología del voluntario. Sin base documental sus deducciones son pura especulación: “como en 1943 se liberó a muchos presos pues se alistaron a la División”, nos viene a decir. ¿Dónde están los listados? ¿Dónde está el estudio en el que se basa esa afirmación? Porque Rodríguez Jiménez y quien esto suscribe hemos manejado, teóricamente, la misma documentación.

h) El articulista, como tantos otros autores, lo que hace es proyectar sus prejuicios y evaluar a los voluntarios según su código. Así, por ejemplo, en su libro insiste en la aparente condena moral por la existencia de casos de enfermedades venéreas (tener este tipo de enfermedad hacía a un voluntario “indeseable” para la misma). Y vuelve a manejar la condena moral esgrimiendo unas listas sobre indeseables que confunde y sobredimensiona porque el que suscribe se ha tomado la molestia de revisarlas y sus conclusiones distan de las de Rodríguez Jiménez. Precisemos y expliquemos, que es lo que no hace Rodríguez Jiménez: el término “indeseable”, militarmente hablando, es la constatación de que un soldado no tiene las condiciones idóneas para cumplir con la misión encomendada a la unidad. Así se podía, de hecho lo era, ser válido para estar en la Legión y no para estar en la División Azul. Precisemos: la División Azul estableció, sorprendentemente, “el derecho de admisión” y devolvió a todos aquellos voluntarios que no consideraba idóneos. Y en ese grupo, los que Rodríguez Jiménez denomina “desafectos” eran una minoría muy minoritaria, una individualidad y no una generalidad. 

i) Yo he revisado la misma documentación que el profesor Rodríguez Jiménez y ni su número es correcto ni su interpretación es exacta. Cualquiera que ojee, sin profundizar mucho, la documentación observará, por ejemplo, que para ser “indeseable” bastaba con que alguien escuchara a un voluntario que se tira días y días hacinado en un tren para llegar hasta el campamento base en Alemania protestar; o, simplemente, que alguien pusiera en duda, en 1943, la posible victoria alemana, por no hablar de aquellos que fueron rechazados o devueltos por tener malas referencias morales (un caso se refiere por ejemplo a que convivía con una mujer sin estar casado) o los que en el informe se anota como nota desfavorable que blasfema o que bebe. Y es que los mandos de la División eran muy exquisitos a la hora de admitir voluntarios. Pero vayamos a la intrahistoria ilustrando al lector, y al profesor Rodríguez Jiménez, con algunos casos:

- César, un “vago incorregible” de la División originaria. Nos vamos a su   expediente y nos encontramos con un joven falangista, que en “zona roja” es movilizado y tiene que ir al Ejército Republicano, que en cuanto puede se pasa a las filas nacionales, que hace toda la guerra, que gana numerosas condecoraciones, entre ella la Medalla de Sufrimientos por la Patria. Un “indeseable” para Rodríguez Jiménez.

 -Jesús, Guardia de Asalto en la zona republicana, alistado en un cuartel en octubre de 1943, cuando la División prácticamente iba a ser retirada. Aparentemente uno de los “republicanos” alistados a la fuerza según Rodríguez Jiménez. En realidad Vieja Guardia de la Falange.

-Ginés, un agricultor, afiliado a la UGT, voluntario durante la guerra civil en las milicias socialistas que se fue voluntario al frente tras desempeñar funciones de retaguardia y que -¡sorpresa!- se pasa a las filas del Ejército Nacional y gana la Cruz Roja, la Cruz de Guerra y una herida en el ojo izquierdo de consideración. En febrero de 1942, con sus medallas y heridas como recomendación, dejando mujer e hijo de corta edad en España, se alistó en la División Azul.

-Juan, un joven, con antecedentes de estafa y, probablemente, estraperlo (ganar dinero en el mercado negro) se alista. Está claro que es un “indeseable” según Rodríguez Jiménez. He aquí que cuando escarbamos nos encontramos a un falangista hermano de un Vieja Guardia que dejará su vida peleando heroicamente en Rusia.

 Alguien debería recordar que, luchando en la División Azul, cinco mil españoles dejaron su vida en los campos de Rusia. Españoles que, según Rodríguez Jiménez en su artículo en La Gaceta, ni existieron, porque en realidad estuvieron de vacaciones en un “frente estático” dedicados a perseguir partisanos y participar en escaramuzas. ¿Y por qué no existen en el artículo? ¿Por qué el menosprecio a su actuación como fuerza de combate? Por una razón elemental, porque una unidad como la española, que realizó hazañas increíbles, entre ellas una de las más bellas y heroicas de las II Guerra Mundial; que se desangró en el Voljov, en la Intermedia, en Sinyavino y en Krasny Bor; que combatió en condiciones durísimas y que tuvo un número inexplicablemente bajísimo de desertores; que según los datos de su sección jurídica fue altamente disciplinada, difícilmente hubiera alcanzado el prestigio y la gloria militar que se deriva de sus condecoraciones sin tener una alta moral de combate. Moral que no hubiera tenido jamás una unidad compuesta, como nos quiere transmitir Rodríguez Jiménez con la bendición de Carlos Dávila, por indeseables, voluntarios forzados y mercenarios.

 *Foto de la ofrenda realizada por los miembros del Foro de la División Azul en el cementerio de Pankovka (Novgorod) el mes de octubre.