Un lucero para José María
Mi recuerdo de José María Ortín Cano es imborrable. Calles de Platería y Trapería. Siempre con sombrero y en el ojal de la chaqueta la insignia divisionaria. Nos conocimos hace casi treinta años. Recuerdo, como si fuera ayer, nuestras conversaciones en la antigua Hermandad de los Alféreces Provisionales. Alguna guardo en cinta magnetofónica. Estuvo siempre por encima del correr de los tiempos. Nunca quiso doblegarse. Me decía, hace menos de un año, sentado en el sillón de su casa, que siempre en su despacho de la antigua organización sindical tuvo una orla donde figuraban todos los voluntarios de la capital murciana hasta que se jubiló ya muerto Franco y transmutado el signo político. Nunca le estorbó aquello de lo que se sentía profundamente orgulloso.
José María nos ha dejado. Tenía noventa y cinco años, pero la última vez que le vi seguía tan animoso como siempre y no mucho antes mantenía la voz de una de sus más preciadas aficiones, el canto. José María fue de los que con el coro aguardaba dentro de la catedral murciana para la misa cantada que se ofició cuando sus compañeros divisionarios, presos en el GULAG, regresaron a Murcia en 1954.
Recuerdo cómo se emocionaba cuando me relataba el día que regresó del frente ruso. En su pueblo, Guadalupe, una pequeña localidad de extrarradio de Murcia, le recibieron con cohetes y banda de música. Era un héroe local: “me llamaban el caudillo porque dicen que me parecía a Franco”. De allí habían salido tres voluntarios. Tres amigos que decidieron marchar a la División Azul: “estábamos en un bar por la tarde y no recuerdo quién dijo ¿nos vamos a la División?”. Dicho y hecho. Los tres, José María, César, Ángel, fueron seleccionados. José María era un hombre de profundas convicciones religiosas, como lo era su amigo Ángel. Los tres fueron a Rusia a combatir al comunismo. José María ya lo había hecho durante la guerra civil. Consiguió llegar a las filas nacionales. Fue herido y condecorado.
En Rusia, casi con remordimiento, me contaba “me mandaron a la Plana Mayor, a pechar con dos caballos, ¡como era un chico de huerta!. Pero aquellos caballos estaban resabiados. Yo creo que sólo entendían el alemán”. No estuvo en primera línea. Sus andanzas en el frente discurrieron por la retaguardia lo que le permitió conocer al pueblo ruso, hacer amistad con aquellos hombres: “acudía a los pueblos a buscar suministros, patatas y esas cosas… iba confiado con mi carro… Fíjate que casi nunca llevaba el arma dispuesta. Iba tirada con las otras cosas”. Recordaba con amargura a un chico del SEU que no pudo resistir la dureza de los combates, las penurias, y que intentó desertar. Le fusilaron. Y a ellos, voluntarios falangistas, les dio un escalofrío de dolor por aquel camarada. Aficionado a la fotografía era uno de los divisionarios con cámara, aunque con el paso del tiempo muchas de esas instantáneas se perdieron: “Fotos en las noches blancas haciendo guardia”. Entre las que conservaba algunas del tiempo de descanso. Como si no hubiera guerra: bañándose con los amigos en el río, montando a caballo en bañador.
Siempre recordaba a su amigo Ángel. Caído en el frente por una bala perdida el mismo día que había notificado a su madre que volvía mientras buscaba un regalo para su novia. Quizás por eso conservaba la foto que se hizo ante la tumba del amigo y el camarada para traerla como testimonio a España. Lamentablemente no pude decirle que el cuerpo de Ángel hoy reposa en Pankova. José María también dejó a su novia. Se enteró después que se había ido.
Se encrespaba cuando alguien decía que los voluntarios fueron a Rusia a la fuerza: “yo no conocí a nadie que fuera obligado, algunos muchos años después han dicho…” Me relataba la discusión que un día tuvo con alguien que afirmaba que fue a la fuerza desde el cuartel de artillería de Murcia. Y ante la vehemencia de José María el individuo tuvo que reconocer que pidieron voluntarios y él, como muchos, dio el paso al frente y luego le seleccionaron. Naturalmente acabó alegando que “cómo no iba a dar el paso al frente en aquella época”. Hace menos de un año me decía: ¿qué pocos quedamos?”. Estábamos repasando unos listados de la Hermandad Divisionaria de Murcia.
Hoy José María, setenta años después, se habrá vuelto a encontrar con Ángel. Se habrán dicho tantas cosas. José María nos ha dejado con el orgullo de haber servido en las filas de la División Azul. A buen seguro que su fe falangista habrá hecho brillar un nuevo lucero.
4 comentarios
José Manuel -
Un español -
Ojalá la España de hoy tuviera más hijos así.
Facundo -
vecina -