Adiós a un héroe sencillo. Adiós al león de Possad.
Resulta difícil, muy difícil, acostumbrarse a pronunciar un adiós y despedirse hasta el cielo, a musitar una oración e invocar un viejo y nostálgico “¡Presente!” mientras inconscientemente, como un susurro, entonamos un “si-la-sol…re-sol-la-si” clandestino, simplemente porque nos sale del corazón y porque muchos seguimos creyendo que es la mejor despedida para aquellos que hicieron de su vida una lección de servicio y sacrificio. ¡Qué difícil resulta decir adiós a uno de nuestros héroes sencillos y olvidados en los pliegues de la historia! ¡Qué duro es saber que poco a poco, aquellos hijos de estirpe hispana a los que hemos admirado, por razón de calendario, nos abandonan para formar el pequeño rosario de cuentas que con sus nombres conformamos cuando acudimos a rezar por ellos cada diez de febrero!
En silencio, como tantos otros, sin más reseña que la dolorosa llamada del amigo que te dice con voz entrecortada “Chano se ha ido”, se ha marchado un héroe. Se llamaba y, para los que le conocimos, se llama Juan Carreras Barceló, rebautizado por nosotros como “el león de Possad”. Estoy seguro que sus viejos camaradas, entre ellos Vicente Mas, también recientemente fallecido, habrán formado para recibirle en sus filas; a buen seguro que con un ramo de flores y con una sonrisa le esperaba para con paso firme acompañarle en su nueva singladura Amelia, su esposa y compañera, fallecida hace unos meses. Siempre les había visto juntos en los actos en recuerdo de los caídos de la División Azul que cada año se realizan en Alicante. Ella se desvivía por él cuando la vista primero y la memoria después comenzaban a fallarle. Frente al Alzheimer ella era su brazo y su aliento, la que compartía con él su pasión divisionaria, y Chano, valiente hasta el final, fiel a su compromiso, se ha dejado llevar para unirse a ella en esa eternidad para la que Amelia había vuelto a bordar con hilos rojos, en una camisa azul, un yugo y unas flechas . No hubiera podido, fiel a su cita, estar sin ella este año con nosotros. Todos echaremos en falta una presencia que lo era todo. En mi archivo guardo una colección de fotos de los jóvenes que pugnaban por retratarse con el héroe y la sonrisa con la que los atendía.
Recuerdo con la gracia con la que Chano nos contaba sus aventuras y desventuras en el Alicante republicano tras afiliarse a la Falange. Un adolescente que supo lo que era la violencia política de quienes hacían de la “caza del fascista” un deporte. Se libró de la muerte pero decenas de sus camaradas fueron asesinados en el Alicante rojo dominado por los anarquistas. En 1941, como tantos otros, se alistó en la División Azul. Con gracia solía contar, como si tal cosa, como si no fuera con él, su particular campaña de Rusia. Aquel muchacho -caprichos del destino- acabó filiado en la 2ª Compañía de Antitanques, donde estaban la mayor parte de los falangistas más conocidos (Ridruejo, Aznar, los Vernacci, los García Noblejas, Sotomayor…): “yo estaba un poquito acomplejado entre tanta gente importante. Allí estaba yo codeándome con los jefes”. Una compañía pletórica de falangistas, de hombres que estaban allí por idealismo como el azul sargento Patiño que tenía otros cuatro hermanos en la División Azul. Todavía, hace unos años, Chano recordaba la imponente nevada que les recibió en Novaja-Mjelnitza: “mira que hacía frío”. Con la 2ª de Antitanques cruzó el Voljov para llegar hasta Sitno y Chano hizo alguna peligrosa excursión hasta el poblado de Russa. El avance paralelo al río se paralizó. Los alemanes ordenaron a Muñoz Grandes que con sus hombres acudiera a cubrir las posiciones de Otensky y Possad. Mantenerlas era vital para asegurar las comunicaciones propias e impedir el avance ruso sobre las posiciones alemanas. Allá fue la 2ª de Antitanques y allí, Chano se portó como un héroe. Era imposible frenar a los tanques rusos. Su blindaje hacía que rebotaran los proyectiles y las granadas, pero allí estaba Chano. Contaba su hazaña desde la más absoluta humildad. Descubrió que tirando las granadas con efecto conseguía acertar al tanque y a esos se dedicó Chano. Lo que, tal y como lo contaba, parece muy fácil y nada peligroso, pero… Así ganó la Cruz de Hierro que orgullosamente siempre lucía en el ojal de su chaqueta. Chano era un ejemplo de aquellos muchachos, valientes a la locura, pero ni locos ni desquiciados, que allí entre Otensky y Possad cantaban:
Los rusos creían, creían
Que con alemanes se tropezarían.
Eran españoles los que allí habían…
A su vuelta Chano no quiso la tranquilidad, y ese es el ejemplo que nos brindó a cuantos le conocimos. Siguió fiel a los ideales que le llevaron a Rusia y hasta hace muy poco ha estado al frente de la Hermandad de la División Azul alicantina, porque él quiso ser hasta el final aquel joven jabato que peleaba como nadie en las trincheras del frente ruso. Con estas sentidas líneas quiero despedirle y que, al menos, un puñado de españoles tengan noticia de la muerte de un valiente español.
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Manuel -
Juan Mallorca -