Silencio en la nieve, silencio
Probablemente, de no tratarse de una película bélica al estilo clásico, sin orgías gore de sangre, situada en la II Guerra Mundial y de no desarrollarse en el marco de lo que fue la campaña de la División Española de Voluntarios, no hubiera acudido al cine a ver la cinta firmada por Gerardo Herrero, bajo el título de Silencio en la nieve, con un guion extraído de la relativamente exitosa novela de Ignacio del Valle, El tiempo de los emperadores solitarios. Autor que ha vuelto a escoger el marco bélico de la batalla final en la capital del Tercer Reich para desarrollar su último trabajo, Los demonios de Berlín. Probablemente no hubiera sacado mi entrada porque, pese a ser un cinéfilo impenitente, una parte sensible de la producción española, dada su temática, no es capaz de atraer mi interés y las cintas de la “memoria histórica” se repiten con unos maniqueos esquemas de buenos y malos que las hacen sólo aptas para izquierdistas recalcitrantes y antifranquistas retrospectivos.
Silencio en la nieve, rodada en parte en Lituania lo que da verosimilitud estética al conjunto, es una producción notable dentro de las coordenadas del cine español, con un buen reparto, con actuaciones contenidas pero efectistas de los dos protagonistas, Juan Diego Boto y Carmelo Gómez, y una panoplia de secundarios más que notable. Una película con una cuidada fotografía que ha conseguido con la utilización adecuada de los filtros transmitir el ambiente general del color de la campaña española en Rusia, creando una atmósfera de tonalidades grises capaz de llevar al espectador a aquellos lares. Dejemos a un lado los habituales deslices en materia de armamento o condecoraciones, si allí pudo estar tal o cual tanque o pieza, las licencias cinematográficas que hacen visualmente más efectistas las escenas bélicas o la inexistencia del combate final defendiendo el cuartel de Prokoskaya. Prescindiendo de lo anterior la película resulta cuanto menos entretenida y está muy por encima de muchas de las producciones americanas con las que comparte cartelera. Su mayor problema es que adolece de falta de ritmo y de tensión, algo fundamental en un thriller y que el guión resulta incompleto porque la película no consigue transmitir por qué están aquellos españoles allí.
Teóricamente, al igual que sucede en la novela, la adaptación cinematográfica de lo que no es sino un thriller bien entrelazado en lo referente a la trama de la investigación, evitando la funesta manía de descubrir o situar al espectador-lector sobre las huellas del criminal, escogiendo el camino de la búsqueda del móvil como hilo conductor en vez el sucesivo descarte de sospechosos o la investigación realizada en función de los detalles sobre el cómo se perpetró el asesinato, el marco, la División Azul en el Frente Oriental, no es más que una excusa, la ambientación necesaria.
No estamos ante una película sobre la División Azul, ni como unidad ni como relato coral de sus componentes ni como reflejo de sus hechos de armas o de la razón de su presencia a tantos kilómetros de distancia de España. En ese sentido el director ha mantenido la letra más que el espíritu de la novela, pero ha perdido la oportunidad que el tema le ofrecía para ir más allá del cine negro redondeando una película que para el espectador se queda a medio. Quien más y quien menos, seducido por los trailers y la publicidad -pese a saber lo engañoso que resulta fiarse-, esperaba al menos una ráfaga capaz de presentarnos a la División Azul en combate -le ha faltado imaginación para suplir los límites presupuestarios- o que el pulso del director fuera capaz de cerrar la cinta, incluso dentro de los parámetros de lo que pretende infructuosamente mostrar y probablemente también demostrar, con un combate final que queda absolutamente perdido, no en la nieve sino en la incapacidad de quien seguramente buscaba cerrar la película con el último verso del enigma superpuesto a un final abierto a la imaginación sobre la suerte del protagonista y del verdadero asesino.
Tanto Ignacio del Valle como Gerardo Herrero, autor de la novela y director de la cinta respectivamente, por debajo de la nueva aventura del inspector Arturo Andrade, que hubiera necesitado en la película de un desarrollo mayor de su historia en vez de anclarla en la sugerencia o en el misterio que nunca se cierra e impide o frustra dar sentido a la nebulosa trama amorosa del protagonista, buscaban pintar “un lugar desquiciado, absurdo” donde “reinan los emperadores extraños”, lo que por otro lado no se corresponde con la realidad de los divisionarios como colectividad. Algo que Gerardo Herrero trata infructuosamente transmitir intentando emular la locura bélica, la conversión del hombre en animal, de Francis Ford Coppola en Apocalypse Now. Ni la ruleta rusa, ni los crímenes, ni la ausente evolución del protagonista, ni la brutalidad de los alemanes o la ejecución de un automutilado divisionario por un piquete en el que forma su propio hermano, algo que trata de presentar como algo diario, ni la ausente guerra son capaces en la película de mostrar ese mundo desquiciado que con algunas frases trata el guionista de hacer creíble. En ocasiones, cuando conscientemente busca una situación de sinrazón, el lenguaje cinematográfico, lo que transmite, más que locura, es un modelo heroico: así sucede cuando los soldados cantan en un camión que transita bajo el fuego enemigo una copla de su tierra. Nada tiene que ver la escena con la insensibilidad desquiciada y heroica de los helicópteros de Coppola en la célebre llegada a los sones de la Cabalgata de las Walkirias.
Cabría preguntarse por qué, pese a la intención manifiesta del director, la cinta no consigue trasportarnos a ese lugar en el que el hombre pierde su humanidad. Yo me atrevería a decir que al guionista y al director ha acabado por ganarles la partida el recuerdo y el relato de lo que fue la División Azul, porque para el espectador los personajes desquiciados, Guerrita o Vicuña, no se convierten en arquetipos porque son solo elementos necesarios para sostener la trama y la investigación. Son hombres que muy poco tienen que ver con el resto de los desdibujados soldados. Ni tan siquiera el elemento central de la trama, los asesinatos que siguen un ritual masónico, tienen algo que ver con la situación bélica en que aquellos hombres viven o con la División Azul, porque su origen está muy lejos de aquel frente, por lo que la brutalidad cae como un castillo de naipes pese a que director y guionista hayan hurtado al espectador la razón del delito que origina los asesinatos: la decisión de un masón de eliminar las huellas de su pasado para poder hacer carrera en la nueva situación creada tras la victoria de Franco.
Dos escenas, de muy distinto significado, ponen de manifiesto esta otra lectura de la película. Parece que el poder o la fuerza del momento hayan ganado la partida a un director que no ha querido, por muy diversas razones, entre ellas el público potencial, convertir su lectura de la obra de Ignacio del Valle en un panfleto aunque la película lleve en su seno las notas de una sibilina manipulación. Una de las escenas es la resolución del tiempo sin guerra con una reunión de soldados que aguardan la llegada de unas rusas bebiendo y jugando. Ni los diálogos llegan a transmitir la imagen de seres desquiciados ni la “pudorosa orgía” los reduce a la categoría animal y eso que la obsesión por las camas y los desnudos más o menos gratuitos parecen ser una marca del cine español. La segunda de las escenas, que se ha convertido en un clásico en las referencias cinematográficas o literarias sobre los divisionarios, es el momento de tensión en el que los españoles se rebelan y sacan sus armas ante la previsible matanza de civiles que van a realizar los alemanes. Así, el resultado, es que frente al desquiciamiento brilla el gesto humano y valiente de los españoles que inicia el único de los secundarios identificado claramente como falangista. Pues los falangistas son en la película como mudas sombras que no se pueden ignorar: “nosotros somos la columna vertebral de la División”, le dice un oficial al inspector Andrade. Falangistas que quedan en “silencio en la nieve” porque el único entierro al que asistimos es casi una metáfora con una brillante bandera falangista que va cubriéndose de nieve.
Hubiera sido mucho pedir que Gerardo Herrero llegara en su lectura más allá de Ignacio del Valle para hacer un retrato mucho más rico e interesante de los divisionarios. Sin conseguirlo el autor de la novela quiso reflejar los hipotéticos enfrentamientos internos entre los diferentes grupos que formaban la División, especialmente el teórico choque entre los falangistas y los militares, tampoco en esto ha tenido más fortuna el director. Visualmente el director ha querido dejar claro, manipulando la realidad, la identificación entre la División Azul y el nazismo, algo esencial para transmitir la idea del fanatismo genérico de la empresa, de ahí la conversión del cuartel general divisionario en un arbolito de cruces gamadas sobre inmaculados muros blancos -¡cuán felices hubieran sido los artilleros o la aviación rusa con tales señales!- que no se corresponde con la realidad. Igualmente, de forma sugerida en las más de las ocasiones, ha querido el director dejar patente que además de militares y falangistas estaban los “traidores”, los comunistas dispuestos a pasarse, los antiguos republicanos, los que han ido para medrar, los obligados. Hábilmente nos presenta esta otra cara de la División Azul envuelta en el misterio y en el silencio: unas frases del sargento, alguna referencia de un cabo y, sobre todo, la visión lejana y clandestina de la ejecución de un traidor y de un automutilado. Manipulación sibilina, porque el guionista hace decir al leal sargento que eso está sucediendo todos los días, cuando el número real de condenados a la pena capital por cualquier delito fue en la división porcentualmente inapreciable (a lo largo de 1942 se produjeron catorce ejecuciones y no todos eran españoles). Con todo ello el director paga el tributo necesario para que la película consiga el aplauso de la crítica y de la izquierda. En definitiva se trata de una cinta que podía haber dado, en todos los sentidos, mucho más de sí, pero, insisto, y este es su mayor defecto, ni es una película sobre la División Azul ni un retrato certero de los divisionarios.
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