70 aniversario de la última gran victoria: la batalla defensiva de Krasny Bor.
El historiador Robert M. Citino ha descrito en un libro imprescindible lo que fue el inicio de la muerte de la Wehrmacht, la maquinaría bélica ofensiva más perfecta del siglo XX, a lo largo del otoño de 1942, aunque probablemente debiera retrasarse tal realidad hasta el verano de 1943. Cierto es que contemplados los hechos desde el presente algunas de las decisiones estratégicas tomadas por Hitler y el OKW alemán entre el verano y el otoño de 1942 prefiguraron ese posible desenlace, pero no es menos cierto que la historia bien pudiera haber concluido de otra forma.
La derrota alemana en el Alamein y la puesta en marcha por parte de los soviéticos de la Operación Urano (14 octubre-12 diciembre 1942), la gran contraofensiva desatada por el Ejército Rojo en el Don y el cerco del 6º Ejército alemán en Stalingrado, que resistiría hasta su rendición en febrero de 1943, abrió el proceso de inversión del signo de la guerra. En poco más de dos meses los soviéticos llegarían a Rostow y Jarkov, pero hasta ahí.
En realidad la suerte de la Segunda Guerra Mundial en Europa se decidió en los meses que transcurrieron desde la liberación de Stalingrado (febrero 1943) a la batalla de Kursk (julio 1943). En ello jugaría un papel fundamental la transformación experimentada por el Ejército Rojo fielmente retratada por Catherine Merridale: nuevos y competentes jefes militares, instrucción de la tropa, mejora en los planteamientos tácticos, incremento de la producción de armas, ahorro de vidas, nuevos uniformes, profesionalidad, honor y una nueva moral de combate. La consecuencia fue que en esos meses se produjo la irrupción de la maquinaría militar que iba a derrotar a la Wehrmacht.
En el invierno de 1942-1943 el Ejército Rojo subestimó la capacidad de recuperación y resistencia de la Wehrmacht. Junto con Urano los soviéticos desencadenaron una sucesión de ofensivas (Marte y Júpiter -ambas frustradas-, Saturno -disminuida en su planteamiento inicial-, Koltso e Iskra) cuyo objetivo era destruir al ejército alemán y sentenciar la guerra, pero pese a sus enormes reservas y a la continua afluencia de material y unidades a los frentes, pese a la victoria en el Sur con el cerco de Stalingrado y la retirada de la línea alemana unos 250 kilómetros, los alemanes consiguieron desbaratar la Operación Marte cuyo triunfo hubiera permitido a los rusos enlazar sus ofensivas y embolsar al Grupo de Ejércitos Centro. Por otra parte, en el Frente Norte fueron capaces de infringir una severa derrota táctica a los soviéticos en la que la División Azul, la unidad española enviada al frente ruso a combatir al comunismo integrada en la Wehrmacht, desempeñó un papel fundamental. En aquel choque de titanes que se prolongó prácticamente hasta marzo de 1943 ambos ejércitos consumieron todas sus reservas, pero la capacidad de recuperación de cara a las ofensivas de primavera-verano de aquel año se reveló mucho mayor en el caso del Ejército Rojo mientras la Wehrmacht tuvo que variar su planteamiento bélico hacia la guerra defensiva.
La División Azul se había integrado perfectamente en la maquinaria militar germana demostrado, tanto en las operaciones en el Voljov en el invierno del cuarenta y uno como en su participación en las acciones de la Bolsa en la primavera siguiente, su capacidad de combate. A finales de agosto de 1942 los españoles entraban en línea entre Alexandrovka y el río Ishora frente a la ciudad de Leningrado, en una posición central, en el eje de asalto a la ciudad, para participar en la ofensiva que iba a dirigir el mejor de los generales alemanes en aquel teatro de operaciones, el mariscal de campo Erich von Manstein; lo que demuestra el valor y la confianza que se confería a la unidad española. La contraofensiva soviética de aquel otoño obligó a los alemanes a desechar la ofensiva y el propio von Manstein indicó a Muñoz Grandes que procediera a fortificarse.
En diciembre asumía el mando de la División el general Emilio Esteban Infantes, aunque llevaba actuando como segundo jefe de la unidad desde el mes de agosto. El nuevo jefe de la 250 División era un táctico competente que había asumido los planteamientos de lo que en la doctrina táctica del Ejército Nacional dirigido por Francisco Franco se había convertido en una noción clave: la batalla defensiva. En este sentido el general Esteban Infantes tenía la experiencia de haber participado en las batallas de Teruel y Brunete, lo que le permitía conocer los errores básicos en este tipo de planteamiento que el propio Franco había subrayado en su obra ABC de la batalla defensiva. Aportación a la doctrina.
Con sus 14.000/16.000 hombres la División Azul se había convertido en la unidad de infantería más poderosa del sector. Por ello, el mando del 18º Ejército la exprimió para obtener fuerzas complementarias ante la presión soviética: así el II Batallón del 269, que se cubrió de gloria, fue enviado a combatir a la tercera batalla por los altos de Sinyavino -olvidados y cruciales combates cruciales cuya importancia está subrayando el profesor Carlos Caballero en la historiografía española- en la que los soviéticos, tras lanzar al combate 300.000 hombres, obtuvieron una importante victoria táctica al abrir un pequeño pasillo de diez kilómetros de ancho que suponía el inicio del fin del cerco de Leningrado, pero la línea férrea tendida por el mismo para abastecer la ciudad estaba batida por la artillería pesada germana. La moral de victoria, el deseo de Stalin de liberar la ciudad y de conseguir una segunda gran derrota alemana, se sobrepuso al enorme desgaste sufrido por el Ejército Rojo en los altos de Sinyavino, por lo que se planificó una segunda y ambiciosa operación, Estrella Polar. Como anota uno de los expertos en la guerra en el Frente Oriental, Chris Bellamy, la decisión del Stavka de encargar a los mariscales Zhúkov y Timoshenko la planificación revela la importancia que se le daba.
El planteamiento soviético era muy similar al de las demás operaciones de esa época: se trataba de embolsar concéntricamente a las fuerzas enemigas del 18º Ejército para destruirlas. El primer ataque partiendo al unísono desde Leningrado y la zona de Mga-Sinyavino cercaría a las unidades germanas situadas ante la ciudad; el segundo, penetraría más al sur entre Novgorod y Cholm para cercar a parte del 16º Ejército. Así se conseguiría acabar con el cerco de Leningrado y llevar a las fuerzas soviéticas hasta Pskov asumiendo el control del golfo de Finlandia. Si el Ejército Rojo alcanzaba sus objetivos qué duda cabe que el golpe sería durísimo para el ejército alemán. La Operación Estrella Polar tendría que ponerse en marcha el diez de febrero de 1943.
Una de las consecuencias de la derrota táctica en Sinyavino fue que la División Azul tuvo que ampliar sus líneas hasta la línea férrea situada más allá del pueblecito de Krasny Bor. Ello supuso que el sector más débil del despliegue español se encontró situado en el punto lógico de ruptura de la ofensiva soviética que debía partir desde la ciudad de Leningrado. Dada la longitud de línea los españoles, pese a la potencia numérica de la División, se quedaron sin reservas tácticas.
Vista la batalla que se iba a desarrollar desde sus resultados parece evidente que los soviéticos carecían de grandes reservas para alimentar sus ambiciosos planes y que confiaban en el poder de fuego como factor de desequilibrio para abrir brecha y asegurar un rápido avance; pero, como anota Carlos Caballero si su artillería era magnífica sus artilleros no lo eran tanto. Lo que quedó confirmado a lo largo del diez de febrero.
Tanto el general Esteban Infantes como el mando alemán procuraron reforzar el sector. Si la División Azul se hundía y los soviéticos conseguían abrir una brecha lo suficientemente amplia como para impedir que el mando alemán embolsara a su vez a los atacantes, la Operación Estrella Polar podría progresar. Observando el terreno, que tuve la oportunidad de visitar, sobre el que se va a producir la acción, ante los españoles en forma diagonal sobre la línea del ferrocarril se abría una gran pradera sin masas boscosas que podía permitir a los soviéticos avanzar rápidamente arrollando tanto a la unidad española como a su vecina la 4ª SS y correr paralelamente a los bosques de Sablino hacia Mishkino para enlazar en la zona de Mga con el 54 Ejército Soviético. Pero, la División Azul no se hundió y pese a su inferioridad, como subraya Bellamy, resistió y, como anota Beevor, “contribuyó enormemente al fracaso de la ofensiva soviética”.
El general Salvador Fontenla subraya que la acción de los españoles en Krasny Bor debe considerarse una “victoria heroica”, que, como ya en 2003 subrayaba Carlos Caballero, frustró en gran medida la ambiciosa Estrella Polar. Cierto es que la línea española ante Krasny Bor cedió entre tres y cuatro kilómetros, pero en ese pequeño espacio el avance soviético quedó empantanado perdiendo en los combates un tercio de sus hombres. Cuando en la tarde-noche del diez de febrero las unidades que aún resistían salieron de línea para que se hiciera cargo del subsector la 212.ª División de Infantería los alemanes habían podido llevar a la zona las reservas suficientes para acabar con el avance soviético en el sector. Los españoles volvían a guarnecer su sector original apostados a las orillas del Ishora y volvieron a aguantar los ataques rusos entre el once y el quince de febrero.
Es de sobra conocido que el ataque soviético se realizó con una superioridad de fuego (95.000 proyectiles fueron lanzados sobre la División Azul) aplastante y con una masa de maniobra en proporción de 7/8 hombres a uno; además los soviéticos dispusieron de 40/80 carros T-26, T-34 y KV-1 frente a los que los antitanques divisionarios poco o nada podían hacer. Sin embargo, como años atrás había escrito el propio Franco: “si la acción de una masa de tanques aparece como impresionante por su potencia y efectos morales, sin embargo, esa acción, temible ante una fuerza desmoralizada, cambia totalmente ante una Infantería bien dotada y con elevada moral”. Y, aunque carecían de armas eficaces, en Krasny Bor sobró el valor personal para contenerlos (como el del soldado Ponte Anido que obtuvo por ello la Cruz Laureada de San Fernando). A pesar de ello la pregunta que debemos hacernos es: ¿ante tal superioridad cómo es posible que resistieran?
Además del juego de las circunstancias que se da en todo combate (falta de adecuada utilización de la artillería soviética, conversión del terreno en un barrizal que dificultaba el avance enemigo, error táctico al empeñarse en destruir los núcleos de resistencia...), el general Fontenla destaca entre las razones que explican la victoria defensiva de Krasny Bor la “voluntad de vencer” de los españoles y el mantenimiento, pese al castigo artillero, de la capacidad de combate de las unidades que se transformó en resistencia heroica -¡hasta el final, hasta agotar la munición!- una vez iniciada la batalla.
Ahora bien, lo que permitió ese triunfo fue, sin duda, la aplicación de la Doctrina de la batalla defensiva de los españoles. Un análisis detenido, que excedería los límites de este trabajo, nos indicaría que el general Esteban Infantes y sus jefes y oficiales consiguieron, con las correcciones que hicieron a las posiciones alemanas heredadas, optimizar al máximo sus armas y aprovechar el terreno. En muchos lugares la disposición de las compañías (por ejemplo en las de Oroquieta, Arozarena, Campos y Aramburu) mejoraba la defensa y la capacidad de repliegue por lo ondulado del terreno o permitía batir el avance enemigo formando una triangulación mejorando el sistema de fuegos (Huidobro, Palacios, Iglesias); además todos los oficiales, siguiendo el reglamento táctico, dispusieron sus ametralladoras para obtener el máximo rendimiento tanto desde la posición propia como de la distancia entre las posiciones, minimizando errores que también se produjeron. Todo ello causó enormes pérdidas a la infantería contraria minando su moral de combate. Finalmente, pese a la falta de efectivos, sobre Krasny Bor las unidades se distribuyeron en profundidad (los españoles formaban tres líneas) creando una zona de resistencia que permitió recuperar hombres y lanzar contraataques locales. Todo ello potenció un elemento clave en la batalla defensiva, el factor psicológico. Es imposible que la “voluntad de vencer” que demostraron los divisionarios se hubiera dado, teniendo en cuenta el enorme castigo recibido en la primera fase de la batalla, sin la alta moral de combate que prestaba el hecho de que se trataba de tropas voluntarias con una vertebración ideológica nucleada en los voluntarios falangistas, sin la cohesión de las unidades y sin la existencia de una más que demostrada capacidad de liderazgo ejercida por los oficiales impulsando el heroísmo individual y colectivo.
En su empeño por detener a los soviéticos los españoles perdieron algo más de un tercio de los efectivos comprometidos en los combates: algo más de 1.200 muertos y desaparecidos y sobre un millar de heridos a los que habría que sumar varios centenares de enfermos derivados de los combates. Tal y como ha analizado Carlos Caballero los oficiales pagaron un alto precio ya que el 25% cayó en combate (el 47% de los capitanes). De muchas de las heroicidades de aquel día no quedó testimonio y la mayor parte de los caídos aún permanecen en ignoradas fosas comunes en un campo de batalla que aún no ha sido abierto y sigue siendo una zona peligrosa por la cantidad de proyectiles intactos que aún guarda aquella tierra.
Quienes se han acercado a la realidad de la batalla están de acuerdo a la hora de reseñar la insuficiencia en las recompensas concedidas, pálido espejo del heroísmo de la jornada. A pesar de ello los vencedores de Krasny Bor obtuvieron tres Laureadas de San Fernando (Palacios, Huidobro y Ponte Anido) y once Medallas Militares individuales (Oroquieta, Altura, Rosaleny; Molero, Castillo, Moreno, Cavero, Salamanca, Pestaña y Rodríguez); pero fueron muchas las denegadas o no cursadas. Un ejemplo, el capitán Jesús María Andújar no pudo recibir la Medalla Militar porque ya tenía dos. Y los partes de las unidades publicados por el general Fontenla revelan el valor de aquellos combatientes pues son increíbles las relaciones de distinguidos y muy distinguidos en los combates. Ellos, en definitiva, con sus armas y su valor frenaron a los rusos y empantanaron la ofensiva.
Tal y como ha pedido Pablo Sagarra los combates de Krasny Bor debieran justificar, setenta años después, la concesión de una condecoración colectiva para la División Azul. Una unidad que consiguió la última gran victoria del ejército español.
Para saber más: Fernando Vadillo, … y lucharon en Krasny Bor (Marte 1975); Francisco Torres García, La División Azul cincuenta años después (FN-1991); Carlos Caballero Jurado, Morir en Rusia. La División Azul en la batalla de Krasny Bor (Quirón-2003); David M. Glantz, The Battle for Leningrad 1941-1944 (BCA 2004); Chris Bellamy, Guerra absoluta (Ediciones B 2012); Antony Beevor, La Segunda Guerra Mundial (Pasado y presente 2012); Salvador Fontenla, Los combates de Krasny Bor (2013); Caballero, González, Sagarra y Fernández-Navarro, La victoria de Krasny-Bor. El Ejército español humilla a Stalin (Galland 2013).
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