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MANON O LA JUSTIFICACIÓN DEL ULTRAJE EN LA FRANCIA LIBERADA

MANON O LA JUSTIFICACIÓN DEL ULTRAJE EN LA FRANCIA LIBERADA

A mi buen amigo Juan V. Oltra Gutiérrez le pirra ir a tiendas de libros de viejo y ocasión y encontrar pequeñas joyas. A mí me pasa lo mismo con las películas.

La literatura moralista del XIX tiene en Manon una de sus cotas. Siempre me ha gustado esa historia sublimada en la ópera de Massenet (¡qué bien estaba Kraus cantándola y qué divina resulta en el papel Anna Netrebko!).

Ayer compré una premiada versión cinematográfica, "Manon" de Henry-Georges Clouzot de 1949, ganadora del León de oro en Venecia con una casi Lolita (Cécile Aubry) en el papel principal.

Se traslada la acción al final de la IIGM en Francia. Y esto es lo interesante, porque arranca con el intento de rapar a Manon y su posible asesinato por parte de unos vecinos al ser acusada de colaboracionista al tener un bar al que iban los nazis.

En 1949, la película nos muestra, en otra escena, advirtiéndonos así del destino seguro de Manon de no ser la muerte, a una mujer a la que se ha rapado; en escueta ropa interior -los desnudos no formaban parte entonces del cine- y con signos de haber recibido una paliza por parte de los que la rodean (el ritual continuaba con el paseo desnuda acompañada por las increpaciones de los vecinos por el pueblo).

Quiero subrayar que el director nos presenta el condenable hecho sin tapujos, de modo documental. No sólo no se hurta al público con una elipsis, sino que se muestra con orgullo, naturalidad y legitimidad. No es una denuncia, es un aval. Esto es lo interesante.

Al discurso dominante le parecían los hechos políticamente correctos y el director, al situar en el colaboracionismo femenino con los nazis, aunque fuera fruto de la necesidad, de la situación o de las relaciones humanas, fuera de toda consideración política, como el origen de la caída moral de Manon, como el pecado original que la lleva a la condena moral y física, comparte esa visión.

Clouzot presenta ese "colaboracionismo" femenino, que engendra una condena terrible, en 1949, cuatro años después de la "liberación", como el origen de la desdicha. No olvidemos que el relato de Manon, escrito por el Abbé Prévost, advierte de que al final el pecado de la falta de virtud femenina que acaba arrastrando al hombre se paga impidiendo alcanzar la felicidad. Duro símil en aquella Francia de la posguerra (la película obtuvo el premio del sindicato de críticos franceses) para las decenas de miles de mujeres señaladas, porque además de justificar el ultraje, la tortura y la exclusión social, advertía sobre lo que el destino reservaba a aquellas mujeres de las que la historia se ha olvidado, como hasta hace poco se olvidó de las violaciones cometidas por los aliados en la Francia de después de Normandía.

¿DE VERDAD SON CUARENTA AÑOS SIN FRANCO?

¿DE VERDAD SON CUARENTA AÑOS SIN FRANCO?

La otra cara de los cuarenta años después de Franco.



¡España, 40 años sin Franco! Esa era la idea primigenia de este artículo adaptándonos a lo pedido, pero como prólogo, después de ver las portadas dela finos de los periódicos o a artículos referidos al cuarenta aniversario de la muerte de Franco, ahora que ya no es el "anterior Jefe del Estado", de asomarme a la idea del diario El Mundo de vestir a un señor mayor, con cierto parecido, de Francisco Franco y pasearlo por Madrid y, sobre todo, con la memoria personal viva, como escritor y comentarista, de gran parte de estas cuatro décadas, casi me tendría que preguntar: ¿De verdad son 40 años sin Franco?

A veces el comentarista, el escritor, el lector atento de nuestra realidad, tiene la impresión de que muchos, especialmente los antifranquistas retrospectivos, todavía no han digerido -pensar que lo ignoran sería un exceso- que Francisco Franco falleció en una cama de la Seguridad Social -creada para los trabajadores por él mismo- hace cuarenta años. Raro es el día que su nombre no sale a colación en tertulias, artículos, debates y hasta forma parte de las campañas políticas como si aún formara parte de nuestra realidad -ahí está el no debate sobre la falsaria "memoria histórica" de la actual-. Más allá del recurso al insulto, porque al final Franco es presentado como el arquetipo de la derecha reaccionaria que vive en el PP y hasta como peligroso socialdemócrata o socialista -así lo definió la señora Aguirre-, algún psicólogo debería plantearse estudiar lo que podríamos denominar el “complejo ante el franquismo”.
En este ambiente, no sin curiosidad, hemos visto en la España de los recortes en los derechos laborales como no pocos han difundido por ahí listas con los beneficios sociales instaurados durante el régimen de Franco, para sonrojo de los que aplican a los mismos la tijera (Marcelino Camacho llegó a decir que con el Estatuto de los Trabajadores, allá por los inicios de la Transición, los trabajadores habían perdido muchos de los derechos logrados en el franquismo). O, ya puestos, en el colmo de los dislates, afirmar que el deseo de muchísimos españoles de tener una vivienda propia es una herencia del pensamiento fascista y retrógrado del franquismo, porque lo moderno y lo social es vivir de alquiler. Por no mencionar, cuando alguien ante el drama de los desahucios a las familias lo ha recordado, que estaba prohibido que se embargara la vivienda familiar. O que en esta España actual las colas ante los comedores sociales -la mayoría por cierto vinculados a la Iglesia Católica- son una realidad al igual que las chabolas, cuando el régimen franquista los redujo hasta su casi inexistencia.
Hasta hace relativamente poco era suficiente con recordar que España accedió a la democracia para acallar cualquier voz crítica ante la realidad social, para ocultar los errores y para, llegado el caso, convertir lo negativo en positivo. Como si la Transición, que hace mucho tiempo que se cerró, y los sucesivos gobiernos que han estado en el poder desde 1977, no tuvieran nada negativo, nada censurable o nada oscuro que recordar y todo fuera bonito y de color de rosa. Hasta la inmaculada figura, tejida a través de la propaganda oficial y oficiosa, del sucesor a título de rey de Francisco Franco, Juan Carlos I, ha dejado de gozar del consensuado aprecio público (lo que le llevó a la abdicación), siendo ampliamente cuestionada, no siéndolo más por el manto de silencio y autocensura con el que se ha acabado cubriendo su vida como regio jubilado; blindado aún por sus silencios y por el escudo de haber sido el artífice del régimen constitucional nacido en un diciembre de 1978. Sería imposible en este breve artículo con sentido de ensayo, con la necesaria precisión en la argumentación, con los datos en la mano, recorrer estos cuarenta años dejando constancia, con la profesionalidad del notario, de todo aquello que queda en la trastienda de estos cuatro décadas, pero sí al menos podemos dar unas breves pinceladas que queden como testimonio.


Más separatismo, más independentismo.
Resulta tentador, dada la situación en la que como nación nos ha acabado colocando el desarrollo del sistema engendrado por la Constitución de 1978, fundamentado en el catastrófico título VIII, responsable final de que hoy nos encontremos ante un proceso secesionista abierto en Cataluña de cuyas consecuencias seremos víctimas todos los españoles, volver la vista atrás para recorrer lo acontecido desde un 20 de noviembre de 1975.

Nadie va a negar que en 1975 existieran nacionalistas e independentistas y terroristas que aunaban el marxismo, el nacionalismo y el independentismo. Los había entre las oligarquías políticas burguesas en Cataluña y en el País Vasco, los había en sectores de la izquierda radical y no tradicional que andaban influidos por el marxismo revolucionario sesentero, pero no tenían el aparente amplio respaldo popular que hoy tienen. Ahí están las encuestas de opinión. El independentismo que nos ha puesto de cara ante un proceso de ruptura de la nación española era sociológicamente muy reducido en 1975 y en los primeros años de la Transición. No es producto de ningún movimiento pendular en respuesta al centralismo del régimen de Franco. ¡No! Ha sido creado artificialmente, hinchado, desde arriba, merced a la decisión suicida de los gobiernos socialistas y populares de entregar a los nacionalistas los mecanismos de propaganda, control y educación, pero también los financieros con los que ha creado una importante red clientelar corrupta, con ellos y desde el poder se ha creado la masa independentista que hoy no se puede negar que exista. Es la renuncia política al mantenimiento y difusión de la idea y el concepto de España de todos los gobiernos desde 1977 la que ha permitido que aparezca esa base social independentista que es producto del régimen de 1978.

Afortunadamente el terrorismo, tras décadas de sangre, ha dejado de actuar en España. Esperemos que para siempre. Pero no está de más recordar que en 1975 las organizaciones terroristas estaban prácticamente desarticuladas y que revivieron merced a los errores de la Transición. Una Transición y un régimen al que entonces molestaban los muertos y los enterraba en silencio, aunque ya al filo del siglo XXI cambiara el tercio para recordarlos como víctimas al tiempo que, finalmente, se plantea hoy, abiertamente, una especie de “punto y final” que permita a los terroristas no cumplir íntegras sus condenas y dejar sin resolver unos doscientos asesinatos cada vez más molestos para el poder.


La factura.
¡Cuánto hemos cambiado los españoles! ¡Ya somos modernos y disfrutamos de una situación de riqueza sin par en nuestra historia! Claman una y otra vez a derecha e izquierda del arco político-mediático. Cierto, el progreso es inherente al paso de los años salvo catástrofe; se han modernizado infraestructuras, pero también despilfarrado el dinero en obras tan megalómanas como inútiles (aeropuertos sin aviones, autopistas sin coches, autopistas sin terminar, pabellones para no se sabe qué cosas…) y tenemos más coches, más carreteras, más aviones, más teléfonos… que en 1975. Pero eso no es más que una percepción vital. Lógica, pero percepción.
En 1975 la mayoría de los televisores no eran en color y hoy lo son, no había teléfonos móviles y hoy tocamos a dos o tres por cabeza, solo habían dos cadenas de televisión y hoy tenemos para dar y regalar (anotemos que la cantidad no es sinónimo de calidad). Y ya puestos a recordar, si, como nos contaban los antifranquistas retrospectivos de finales de los setenta, hasta con el apoyo de algún hoy ilustre profesor universitario, don Francisco esclerotizaba a la oposición y acababa con las protestas y las manifestaciones poniendo un partido de fútbol a la semana y alguna corrida de toros -lo que dejaba en muy mal lugar a los opositores al franquismo y su conciencia y entrega a la causa-, ahora tenemos fútbol todos los días de la semana (a veces más de un partido) con lo que deduzco que la necesidad de anestesiar al personal debe ser mayor hoy que entonces.

Eso sí, una cosa son las percepciones y otra las realidades. Lo cierto es que desde el punto de vista económico la Transición, con una pésima gestión económica, supuso un atraso, una ruptura con los ritmos de crecimiento y modernización de los años sesenta y principios de los setenta. Aunque los errores comenzaron a acumularse allá por 1974, cuando los reformistas del franquismo comenzaron a mirar hacia el día después y preferían no entrar en el tema económico por su posible coste político, atrasando la necesidad de iniciar los ajustes y cambios que el modelo industrial y la distribución del PIB español demandaban tras quince años de crecimiento continuo ante la nueva realidad económica que se iba dibujando y el tiempo de cambio en los sectores industriales que se estaba produciendo. Los datos son los datos y lo que mide el índice económico de un país es la comparativa. España fue en los años sesenta y principios de los setenta la octava potencia industrial y hoy andamos situados sobre el puesto 12. Visto así es un retroceso, aunque, para ser ecuánimes, debemos subrayar que la incorporación de otras economías que no contaban en aquellos años nos situaría en una situación casi equivalente. Lo que no se puede negar es que se desaprovechó el tiempo y eso provocó un retroceso en el avance hacia la convergencia con los países de la UE, de tal modo que el punto en el que estábamos situados al morir Francisco Franco no lo recuperamos hasta los años de José María Aznar, es decir a finales de los noventa.
Tampoco podemos prescindir en el recorrido de otros elementos a mi juicio importantes. El cambio socioeconómico español que arranca a mediados de los cincuenta, con sus crecimientos y con todos los errores que se quieran señalar, implicó una transformación sin igual en nuestra historia, pues condujo al país de las estructuras propias de las sociedades atrasadas a las sociedades modernizadas. La desaparición del proletariado, de los millones de jornaleros sin tierra sumidos en la pobreza y en la falta de horizontes, la aparición de un nuevo tipo de obrero industrial que cada vez se alejaba más de la idea clásica del proletariado y de una clase media en constante crecimiento, junto con el acceso a la educación, a la sanidad… fueron obra de las políticas del régimen de Franco -lo que naturalmente no gusta a los antifranquistas-. El caminar hacia un PIB moderno, con un importante sector industrial, con la reducción del sector primario (más de 25 puntos entre 1950 y 1975) y el desarrollo paralelo del sector servicios nos colocó en una situación óptima para entrar en el club de las potencias industriales y aguantar los embates de la deslocalización. De haber continuado en esa senda, hoy estaríamos situados en una realidad muy distinta a la actual, con un sector industrial que debería estar sobre el 30% asegurándonos la estabilidad laboral con empleos realmente recurrentes. Pero se prefirió otra vía. Los gobiernos, ya no de la Transición sino los posteriores a 1982, escogieron otra camino, el de aceptar que el sector industrial español debía desaparecer por falta de competitividad, en vez de hacerlo más competitivo. Era la imposición externa que se cierra con la entrada claudicante en la Comunidad Económica Europea en su prehistoria y en el camino hacia el Euro después. Ello supuso, como alternativa a la aceptada destrucción de una parte del sector industrial, unas transferencias en el PIB del sector secundario al terciario que dio origen a una administración mastodóntica que ha lastrado y lastra el desarrollo económico (ahí está el origen de la hiperinflación del funcionariado o, básicamente, del personal contratado debido a la puesta en pie de ese agujero negro que es el Estado de las Autonomías). Se aceptó el papel de economía de servicios y no industrial a cambio de las subvenciones estructurales y de la venta del patrimonio acumulado para cubrir la deuda generada por la deficiente gestión económica hasta mediados de los noventa. Esa decisión nos condenó como nación a tener que vivir con un paro estructural elevado, con un paro que se dispara hacia niveles de más del 20% cuando la economía se tambalea. El resultado es una economía con importantes deficiencias estructurales y una abultada deuda que lastra cíclicamente el incremento real del nivel de vida entre los españoles, quebrando así algo tan básico en la idea de progreso como es conseguir que los hijos vivan mejor que los padres (mejora que por cierto fue una constante en el franquismo). No es necesario recordar que hoy se tiene la conciencia de que por primera vez los hijos vivirán peor que sus padres.


Las tendencias y los comportamientos.
Teóricamente primero, con muchísimas dificultades a la hora de hacerlo realidad por la situación y también por la resistencia de las estructuras oligárquicas, y en la praxis después, el régimen de Franco sí dejo una serie de pautas de comportamiento entre los españoles.

Clave de lo anterior es, por ejemplo, el cambio revolucionario en las mentalidades que nos lleva de casi aceptar una situación social basada en la desigualdad extrema imperante en la mayor parte de la sociedad en los años treinta a la asunción del concepto de igualdad como elemento positivo, hoy ampliamente cuestionado de forma directa o indirecta por todo el arco político que va desde el centro a la derecha, son excluir algunos de los sectores de eso que se llama la ultraderecha.

Ese cambio revolucionario de mentalidad impulsó el camino hacia el igualitarismo real, hacia la reducción progresiva de las desigualdades sociales con la expansión al compás de la educación y la sanidad, de la redistribución social de la riqueza. Esto es una constante en el discurso programático de Franco que se acentúa, conforme se hace posibilidad, a partir de los años cincuenta. Desde mediados de los noventa lo que se está produciendo en España es lo contrario: el incremento constante de la desigualdad social. Ahí están las estadísticas de la pobreza o de la caída de los niveles salariales que acrecientan la desigualdad invirtiendo la tendencia. El modelo educativo del franquismo, que consigue a finales de los sesenta que todos los niños en edad escolar puedan incorporarse a la escuela, que reduce constantemente los niveles de analfabetismo y que diseña un modelo educativo (Ley de 1970) acorde con el cambio que se está produciendo en el país, es el que permitirá el acceso masivo de los jóvenes al Bachillerato y a la Universidad, en un continuo crecimiento que llega hasta la Transición y que crea eso que se llamó la generación JASP (Joven Aunque Sobradamente Preparado). En la actualidad ese modelo, en vez de continuar expandiéndose, ha quebrado y nos encontramos con un sistema que deja en el camino a porcentajes elevadísimos de estudiantes y que ha creado eso que se llaman los ni-nis. Básicamente por dos razones: por un lado, la Educación se ha transformado en una pieza de transformación ideológica de la sociedad -la ingeniería social de la izquierda-; y por otro, porque los valores educativos del esfuerzo y de su consideración como elemento para la creación de futuro se han subvertido.


La sociedad deconstruida.
Lo que más distante resulta cuando nos situamos ante los dos polos de estos cuarenta años son los componentes morales de la sociedad. El régimen de Franco se caracterizó por su catolicismo y por la recatolización de la sociedad -lo que hoy es presentado como un paradigma negativo-. El actual régimen se caracteriza por la descatolización de la sociedad. Hoy el catolicismo no pasa de ser en la vida pública un referente cultural sin ningún peso moral, sin ningún tipo de influencia real; es más, para muchos, aún siendo católicos de bautismo, práctica o de adscripción a alguna "asociación", constituye un lastre. La sociedad española, en líneas generales, a través de la ingeniería social, no es que se haya secularizado sino que se ha hecho laica y, por ello, comienza a ser no neutral sino refractaria e incluso contraria al hecho religioso católico (hasta tal punto que favorece el multiculturalismo religioso, básicamente al Islam, como arma para debilitar el catolicismo). El nihilismo, el hedonismo y el consumismo han sustituido a todo lo demás y a ello se subordinan los comportamientos sociales. Frente a ello florece un falso discurso sobre la falta de valores, pues se trata de palabras huecas, de valores sin contenido.

El franquismo mantuvo un modelo social basado en la familia cristiana y en ello fue radical, lo que ahora es presentado como negativo. Hoy ese modelo se considera periclitado. La familia cristiana es solo un modelo familiar y no el más importante para los gobernantes. La aprobación del divorcio en España abrió el cambio. Hoy tenemos varios modelos de familia, incluyendo los homosexuales, que tienen igual consideración y los mismos derechos, cuando no se aplica lo que se viene a denominar la “discriminación positiva”. Si las políticas natalistas, las ayudas a la natalidad, caracterizaron al régimen de Franco, estos cuarenta años han estado marcados por las políticas antinatalistas directas o indirectas, lo que nos ha conducido a una crisis demográfica y al envejecimiento progresivo de la población. El culmen ha sido la legalización del aborto, con unas cifras reconocidas de abortos en España que se aproximan a los dos millones de víctimas en lo que muchos no dudan en calificar como un holocausto moderno.

La deconstrucción de la sociedad ha traído otros aspectos negativos tales como el incremento de la denominada violencia de género, los altos índices de delincuencia y el aumento de los delitos de especial gravedad. Pero también la amargura o la desazón que lleva a la aparición de los hombres sin atributos. En esta sociedad deconstruida el enemigo parece seguir siendo el catolicismo y sus valores de ahí ese laicismo radical que hoy es una realidad y que quiere borrar tradiciones y vestigios. Ese que prohíbe Belenes, símbolos religiosos en cementerios o tanatorios y que aspira a poner fin a las procesiones de Semana Santa.


Punto y seguido.
Sería prolijo y muy largo tratar de reflejar en unos pocos párrafos todos esos errores o diferencias entre la España de 1975 y la España de 2015. Hay cosas que no es necesario ni explicar porque están presentes cada vez que abrimos un periódico o escuchamos una tertulia. Todo un libro se podría escribir sobre la etiología de la corrupción. Hasta Paul Preston, notorio antifranquista profesional, ha tenido que reconocer, pese a la insistencia machacona durante décadas en sentido contrario, que la corrupción actual, que es o ha sido -aunque esto último esté por ver- sistémica, es mucho mayor, sin parangón posible, en el actual sistema político y que en esta la izquierda tiene las manos manchadas. Pero no es menos cierto que hasta hace muy poco esto ha importado muy poco a los españoles.

Naturalmente, alguien podría objetar que todo lo dicho está muy bien, pero que en el fondo en 1975 había una dictadura y hoy tenemos una democracia, aunque con muchos defectos, hasta tal punto que ha provocado más que el desencanto la desafección. Y ante ello sobran los argumentos.

Ahora bien, lo que difícilmente alguien podría pasar por alto es que a la altura del final de 2015 bien pudiera ser que la gran resultante de estos cuarenta años transcurridos no fuera otra que el fin de España como nación y de la igualdad entre los españoles, perdiendo estos en el camino no pocos derechos sociales y a casi dos millones de españoles a los que se negó con la ley en la mano la posibilidad de haber podido llegar a ser eso, españoles.



Nota: recuperó este artículo que publiqué hace unas semanas para su edición digital,

Nuevo libro de Francisco Torres sobre Star Wars

Nuevo libro de Francisco Torres sobre Star Wars


"ENSEÑARTE PODRÍA... VIAJE AL FONDO DE STAR WARS es la propuesta que nos hace un historiador para explicar que nos hace un historiador para explicar cómo esta serie de películas ha llegado a ser parte integrante de la cultura popular contemporánea, compartiendo espacio generacional con el pop art y la pos modernidad, siendo al mismo tiempo generadora de una cultura propia e influyendo en otros campos como la literatura o el arte. Una saga cinematográfica cuya trascendencia, más allá de las pantallas, tiene su raíz en su valor como síntesis de nuestra cultura visual; en su capacidad para incorporar nuestro poso mitológico-literario condimentado con pinceladas de filosofía y religión derivadas de su contenido ético.
Una narración visual que es a la vez un mito, una saga y un cuento que emparenta con grandes obras literarias como las de Tolkien o Lewis, capaz de brillar en la mitopoética, que no es ciencia ficción sino que debe tipificarse como fantasía de aventuras.
En este interesante viaje de investigación, que no evita las reflexiones de índole literaria o antropológica, que también explican ese fenómeno cultural, que para el autor resulta de los más interesantes de los últimos cuarenta años, resalta, unas veces de forma directa y otras implícitamente, el gran valor didáctico de unas películas que permiten acercarnos a la Historia, la Filosofía, la Literatura, la Música o la Ciencia... sin evitar el análisis cinematográfico y su papel como abanderada de la revolución digital; pero también exalta la magia de un relato intergeneracional que aún hace posible la magia de seguir contando cuentos, de soñar con ir más allá de nuestra nueva frontera, de mirar con optimismo al futuro, de recordar que por poderoso que parezca el Mal siempre es posible la rebelión del individuo y el triunfo del Bien, evitando las ensoñaciones distópicas que nos vuelven a llevar al corazón de las tinieblas"

Enseñarte podría. Viaje al fondo de Star Wars
(Historia, literatura,filosofía, mitos, ciencia y cine en la Gañaxia)
Editorial ACTAS
287 páginas, cuadernillo con 36 fotos en color
ISBN 978-84-9739-159-7c

EL FRANCO CRUEL E INMISERICORDE DE JOSÉ MARÍA ZAVALA

EL FRANCO CRUEL E INMISERICORDE DE JOSÉ MARÍA ZAVALA

No pocos escritores, historiadores y periodistas andan empeñados en hacer de este otoño su particular agosto a costa de Francisco Franco. Los aniversarios terminados en cero es lo que tienen. El último en llegar -probablemente ya sea el penúltimo- es José María Zavala. Lo ha hecho con una obra liviana, fruto de volver a grapar capítulos de sus libros anteriores, más próxima al chisme que a la historia, en la línea de lo escrito hace unos meses por la periodista Pilar Eyre a la que este autor acusa de ningunear sus investigaciones.

El título del invento es "Franco con franqueza. Anecdotario privado del personaje más público", mucho título para tan escaso contenido real, en el que José María Zavala, fiel a su costumbre, al menos en algunas de sus últimas obras, se empeña en descubrir la rueda sobre aspectos supuestamente desconocidos que, en casi todos los casos, son de sobra conocidos. La mitad del libro es repetida, salde de sus dos libros sobre José Antonio, del escrito sobre Pilar Primo de Rivera y de uno bastante anterior sobre Ramón Franco. Como de costumbre sin notas ni aparato crítico. Fiel a su estilo, que resulta ameno y entretenido, todo hay que decirlo, plantea la historia como una investigación cuasi policial para resolver misterios.

No nos equivoquemos, a José María Zavala dista de caerle bien Franco. Es más, el palo a Franco que ha empleado en sus otras obras es casi el salvavidas al que se agarra para no acabar marginado con la vitola de la extremaderecha o similar. Es lo que le garantiza que se hagan eco de sus libros los medios de comunicación del centro y la derecha tipo ABC, La Razón, La Vanguardia o 13TV.

A Zavala lo que le interesaba, dejando a un lado las páginas repetidas, es introducirse de forma por cierto harto superficial, con referencias a unos pocos testimonios, en la vida íntima de Francisco Franco. Todos los tópicos antifranquistas de psiquiatra barato/aficionado afloran en esta obra que, en este sentido, no se aleja de lo habitual en los ladrillos antifranquistas de los sesenta de Ruedo Ibérico y similares (cerillita, complejos, problemas con el padre, voz atiplada, reprimido sexual...). Y, naturalmente, tal y como explica el autor en sus resúmenes y entrevistas, el Franco resultante es "cruel e inmisericorde" (¡Qué malo que era Franco! ¡Qué cruel! Resulta que no indultó al auditor del ministerio de Guerra, asesor de Largo Caballero para la aplicación de las sentencias de muerte -no solo la de José Antonio debemos suponer dado su cargo-, presidente del Tribunal de Guerra y de otros órganos represores republicanos, pese a que tenía una niña a su cargo. ¡Qué ejemplos nos presenta Zavala!). Un hombre que "no tenía piedad", aunque eso sí, "no llega a lo de Hitler". Siempre es un consuelo.

Fiel a su estilo José María Zavala evita poner, en estos temas complejos, la última palabra. Deja a otros que digan lo que parece que él quiere decir pero no se atreve o prefiere mantenerse en la nebulosa de la duda sobre lo que piensa. Ya lo hizo en su libro "La Pasión de José Antonio" y lo reitera en este para presentar a José Antonio, otra vez, como "el incómodo rival de Franco", y, pese a las evidencias, mantener de forma indirecta que Franco no hizo todo lo posible por salvarlo, recogiendo todos los testimonios -sin revisión crítica alguna- que tal opinión tienen y silenciando tanto los hechos como a todos aquellos que opinan lo contrario de forma documental. Dar autoridad, como hace en el libro, en cualquier tema, a las inventivas de Ramón Garriga, que escribía desde su antifranquismo anímico sin más soporte que su opinión, o a las elucubraciones de Alcázar de Velasco, es de nota.

Poco o nada, más bien más nada que poco, aporta este prescindible libro a la hora de conocer la personalidad real de Franco, su mundo interior que hasta ahora es un terreno poco estudiado dada la falta de documentación personal accesible. Auparse para una investigación sobre la larga lista de libros de memorias de familiares de Franco o próximos a él, desde Franco-Salgado a Pilar Franco, editados en su tiempo por Planeta, cuando todos sabemos que son obras convenientemente cocinadas cuando no rehechas, sin pararse a pensar que un testimonio dista de ser una verdad objetiva en las más de las ocasiones, es preocupante.

Hace ya años que Zavala, en su libro sobre Ramón Franco, hizo el "gran descubrimiento" sobre los problemas sexuales de Francisco Franco y la deriva que ello pudiera tener sobre la paternidad de su hija. Vaya por delante, a Zavala se le pasa o lo ignora, ¿o quizás no y eso explica el modo de escribir?, que José Luis de Vilallonga, en un libro infame, sostuvo que Carmen era hija de Ramón Franco, y acabó en los tribunales con condena incluida. Ambos, curiosamente, han recurrido a las mismas fuentes, a los mismos chismes, a las mismas maledicencias y a escritores como Ramón Garriga y similares. Quizás por conocer el caso, José María Zavala se cuide mucho a la hora de pronunciarse, aunque busque llevar al lector a conclusiones similares o, cuanto menos, a sembrar la duda; porque de lo contrario ¿por qué no decir que Carmen es hija de Franco sin duda alguna, sin circunloquios?

Pero vayamos por partes. Hace años -aunque no pocos lo hayan leído en el libro de chismes de Pilar Eyre- Zavala nos obsequió con la gran primicia -sin que nadie medianamente serio le prestara mucha atención- de que Franco había perdido un testículo en África, lo que explicaba "muchas cosas" y le llevó a investigar sobre la paternidad de Carmen Franco. Y ahí comienza el gran misterio que con este libro por fin ha conseguido desentrañar.

La fuente de autoridad, la gran referencia, es la hija del doctor Antonio Puigvert, quien nunca atendió a Franco profesionalmente, aunque mantuvo en sus encuentros conversaciones sobre "temas que nadie podía sospechar". Y entre esos temas, deduce Zavala, estaría el testículo perdido en la guerra. Ello lo transmitió el doctor a su hija -como no le atendió profesionalmente no hay secreto sobre el paciente ¡Todo solucionado!-, la también eminente doctora Ana Puigvert. Esta le dijo a Zavala que Franco era "monórquido". El autor sumó dos y dos y le dio una palabra: el Biutz. El lugar donde Franco fue herido de muerte y en el que perdió según él el testículo, lo que le pudo provocar una "esterilidad parcial", de ahí que solo tuviera una hija y tardara tanto tiempo en tenerla; o, en caso extremo, una impotencia total y...

Tras el libro de Pilar Eyre y su revelación sobre la "fimosis acentuada" de Franco que hizo que, según esta relevante investigadora, una vez tuviera su hija no volviera a tener más relaciones con su mujer -¡Cuánta tontería se tiene que leer!-, Zavala pidió un dictamen a la doctora Puigvert quien, partiendo de la herida del Biutz como causa de la perdida de un testículo, determina que Franco "quedaba imposibilitado para fertilizar por la afectación de la gónada restante y de savia seminal, provocándole, como digo, una infertilidad secretora y una disfunción eréctil". Página antes -para animar la cosa- Zavala se ha acordado de que Sofía Subirán, a la que Franco pretendía y cuyas cartas y testimonios fueron publicadas hace años con errores a granel y de Ángeles Barcón quien decía que tenía las manos frías. Inmediatamente recordó a Marañón, quien en su estudio sobre Enrique IV (se le olvida el apelativo de "El Impotente") anotaba este rasgo identificador de la "morfología de estos eunocoides y deficientes sexuales". ¡Cómo le gusta a Zavala tirar la piedra y esconder la mano!

Claro que nos dice, no sea que acabe ante un tribunal, que pudo ser una "esterilidad temporal" y en una de las veces pudo engendrar a Carmen. Pero no contento cierra el capítulo correspondiente de este modo: primero, reproduce parte del texto que le ha mandado la doctora, "Finalmente, como informa Pilar Eyre, la . Estoy de acuerdo con esta afirmación. Por lo tanto, sin capacidad de engendrar, aunque no fuera en su caso la fimosis el motivo de dicha inactividad sexual, difícilmente hubiera podido tener una hija"; y añada Zavala: "Más claro agua". ¿Pero qué está claro?

Y ello nos lleva a un nuevo capitulo: "la paternidad". Y otra vez el mismo juego para concluir, tras hablar de los misterios en torno a las partidas de nacimiento de Carmen que no son de la época, tras recorrer todas las maledicencias de los que ponían en duda la paternidad de Franco (Garriga, Alcázar de Velasco, Vilallonga...) o no les extrañaba que no fuera el padre (insuperable el recurso a Max Borrell para sembrar la duda), para concluir recordando que para saber la verdad sin la sombra de duda que algunos proyectan se necesitaría una prueba de ADN.

¡Ah, la Historia! Si Zavala conociera medianamente la biografía de Franco de verdad, más allá de los lugares comunes (medio libro poco tiene que ver con Franco directamente) sabría que Carmen Polo tuvo un aborto. Se habría dado cuenta de que Carmencita nació en 1926, algo menos de tres años después de la boda, no porque Franco tuviera "esterilidad temporal", consecuencia de la pérdida de un testículo según Zavala, o porque sufriera una "fimosis acentuada" según Pilar Eyre, sino porque Franco estuvo en campaña casi con continuidad entre 1923 y 1925. Pero claro, para darse cuenta de eso era necesario investigar. Franco y Carmen se casaron en octubre de 1923 y el jefe de la Legión estuvo de permiso hasta finales de noviembre. Volvió a África para dirigir las operaciones de 1924 (Xauen) y Carmen se quedó en Ceuta; regresó a casa para estar poco más de una semana en diciembre de aquel año y tuvo que volver a salir para avanzar sobre Alcazarsaguer (desembarco de Anyera) y así hasta el desembarco de Alhucemas (septiembre de 1925). Si Zavala o la señora Eyre hicieran las cuentas encontrarían la razón de por qué tardaron algo más de dos años en engendrar una niña.

¡Ah, la Historia! ¡Qué fácil es inventar! Zavala sin sustento de prueba alguna, más allá de los chismes, deduce que la herida del Biutz fue la responsable de la pérdida de un testículo, porque no era posible que fuera monórquido de nacimiento. No sé si ha encontrado y lo guarda como as en la manga el informe sobre la herida. Evidentemente yo no lo he visto directamente, pero tenemos los testimonios de los dos doctores que lo atendieron. Primero, el capitán médico Antonio Mallou que le hizo la primera cura que le salvó. Segundo, el del médico militar doctor Blasco quien dejó su testimonio directo. Confieso mi ignorancia médica, pero el doctor Blasco señalaba que la penetración de la bala, que no afectó ningún órgano vital, entró por el vientre -señala en la radiografía unos tres o cuatro dedos más abajo del esternón-, rozó el diafragma por abajo y salió por detrás sin tocar el hígado que estaba en la trayectoria, lo que no parece avalar la tesis de Zavala si recurrimos a la anatomía elemental.

Pero estas son las cosas de un "Franco con franqueza" cuyo título más que una tesis es una antítesis formulada en tres palabras. Un libro cuyo mejor espacio para presentarlo me parece que sería el plató de Sálvame.


CODA CON ESTRAMBOTE: Ya sabemos que Paul Preston anda por ahí explicando que Francisco Franco es comparable con Adolfo Hitler. Zavala, más modesto, también los compara: "a las simpatías que pudieran profesarse a Franco y a Hitler les unía la pérdida de un testículo en el mismo año 1916". Y nos informa que se ha desclasificado un documento sobre Hitler que lo confirma -en realidad fue en 2008-. Reduzcamos el valor de documento, se trata de unas transcripciones de las conversaciones que el médico/enfermero Johan Jambor tuvo con su sacerdote en los sesenta donde le revelaba lo apesadumbrado que estaba por haberle salvado la vida a Hitler, estos papeles llegaron a un historiador aficionado polaco que los publicó. Hitler, nos cuenta, estaba ensangrentado por el estallido de una granada en el vientre con la pérdida traumática de un testículo (¡selectiva la granada en tan delicada parte!). Pese a tan grave amputación en dos meses Hitler estaba otra vez en el frente (no sé si debiera consultar a su doctora de cabecera sobre tan asombrosa recuperación). Naturalmente ninguno de los biógrafos de Hitler desde Fest a Kershaw, que algo más que Zavala saben, ha dado crédito a una revelación que suena a chiste y que no es ningún documento con valor, pero a Zavala esto de los testimonios le chifla. Pero esta historia, cuyo origen es una pretendida autopsia soviética, es la que inspiró a Zavala para transcribirla al caso de Franco cuando poco después hizo su libro sobre Ramón Franco, cuyas páginas recupera para este. Lástima que su dominio de la bibliografía sea escaso. De lo contrario conocería los documentos desclasificados, documentos médicos de verdad, de hace un par de años sobre Hitler o habría leído el libro exitoso de Thomas Weber de 2012 desmintiendo el comportamiento heroico del futuro Führer en la IGM en el que indica que lo de la pérdida del testículo es falso. Pero no va a permitir Zavala que un riguroso estudio documental le arruine la película. Ya puesto podría haber comparado también a Franco con Napoleón, de quien también se dice que le faltaba un testículo -¡qué manía, cielos!-. O como gusta de lo paranormal recordar el valor de los hombres con un solo testículo que en la mitología artúrica guardan el secreto del camino al Santo Grial. Así que ya puestos, además de unas páginas sobre el brazo de Santa Teresa -otro clásico sobre el Generalísimo-, podía habernos dicho que el Caudillo era el guardián del cáliz de Cristo

BEATRIZ TALEGÓN SE APUNTA AL ¡FRANCO, FRANCO, FRANCO!


Me había prometido no caer en la tentación de escribir un artículo con motivo del 40 aniversario de la muerte de Francisco Franco. Bastantes tonterías han escrito los que no saben de qué escribir -antológico el artículo de un columnista de El Mundo el jueves 19, seguro que lo ha enmarcado y espera el Pulitzer- o aspiran a sacar unos euros a base de libros, tan infumables como insulsos, para contarnos que si don Francisco era un general corrupto que hacía negocios con el café (Ángel Viñas), un hombre cruel e inmisericorde (Paul Preston y José María Zavala) o redescubrir chismes al más puro estilo Sálvame para contarnos que Franco perdió un testículo en la guerra de África -el secreto mejor guardado de todos los secretos- y de paso dar pábulo a la tesis de que su hija no era hija suya (José María Zavala)... ¡Y cuanto se tercie!, pues contra Su Excelencia el Generalísimo, que así lo llamaban cuando se pasaba el día inaugurando cosas en el NODO, ya se sabe que cualquier cosa es válida, aunque esté bien eso de hacer caja a su costa, pero teniendo cuidado no sea que a uno le caiga el sambenito de franquista y se acabe el chollo. No quería escribir pero me he tomado un café de tarde con un artículo de chiste de la señorita Beatriz Talegón y a estas horas ya es 21 de noviembre.

¡Mola!, que diría esta política-tertuliana, en plena euforia dialéctica, que ya no sé por dónde anda tras ir dando tumbos por la izquierda tras hacerse socialista después del 11-M, saltar al estrellato por meterse con los actos socialistas en hoteles con estrellas, salir con acusaciones de falta de trasparencia del carguillo en Viena en la Unión Internacional de Jóvenes Socialistas, abandonar el PSOE, explicarnos si tenía o no tenía novio, andar en manitas con Podemos, emerger como estrella para el 20D de una efímera "Por la izquierda" de la que ha salido para no darse un batacazo, alumbrar deducciones de peso como aquella de que tras el 15-M estaba la derecha y acabar, como tantos, casi dando gracias a Franco por existir -para ella parece que aún vive- y poder en privado gritar "¡Franco, Franco, Franco!", por qué sin él no sabría de qué hablar ni aspirar a caudilla. Y doña Beatriz se nos ha hecho este 20N una nostálgica del franquismo para poder ser antifranquista de trapillo.

Me ha dado por reírme ante la candidez y escaso argumentario de quien se supone que es una chica de verbo fácil y altura dialéctica demostrada; capaz de sacar de sus casillas a la mismísima Isabel Durán, hasta el punto que acabó ella de patitas en la calle; de no arredrarse y mantener su escotada indumentaria ante el censor Pablo Iglesias -¡el de PODEMOS!- porque ya sabemos lo que opinan en Irán sobre mostrar canalillo por televisión -¡Ah, que admitió la censura la heroica luchadora! No me lo creo-. Me esperaba una soflama de las suyas, pletórica de ingenio, capaz de encandilar a las juventudes de la izquierda que la veían como caudilla. Leyéndola me la imaginaba en pleno mitin antifranquista, culminando su vibrante discurso, como sus escritos, con un "¡Salud y República!" al más puro estilo miliciana, con las masas gritando "¡Caudilla Talegón!". Yo me la imaginaba con ese alarde de ingenio que Edmond Rostand puso en boca de Cyrano para tomar el pelo a quien le quería sin poder insultar, lo que equivalía a llamarle tonto o vulgar en siete idiomas. ¿Quizás me este equivocando al distribuir los papeles?

Hete aquí que, tras releer el artículo aparentemente insidioso contra la memoria de don Francisco, me he dado cuenta de que no; que Beatriz Talegón -en el fondo tiene todas mis simpatías o mejor dicho me es más simpática que Preston o que Soraya- lo que ha hecho es un artículo casi franquista.

Mira que hablar de los que andan por las cunetas, de los luchadores por la democracia durante el franquismo, para después llamarlos tontos en grado superlativo o algo peor recordándonos que entre los miles (bueno aquí se queda corta porque si a las colas añadimos a los que acudieron a multitudinarios actos en toda España sumarían algunos millones de españolitos) de españoles que ante los restos mortales del Caudillo -no le llamo dictador para no copiar la insigne aportación definitoria de la articulista- desfilaron durante varios días -no fueron más porque el gobierno decidió que ya estaba bien- había también miles que hicieron horas de cola, rodeados de franquistas llorosos, disimulando su alegría, echando lagrimitas por si las moscas, para poder pasar delante de su cadáver para comprobar si estaba muerto. Argumento de la autora que si se toma en serio solo cabe dudar si adscribirlo al género tonto o al género idiota.

Me alegra infinito el artículo de Beatriz Talegón porque sus fans o ex fans -a estas alturas ya no se sabe qué pensar- ya son antifranquistas, de argumentario tan cortito como el que exhibe en sus líneas, sin necesidad de leerla, y los que le tienen manía -la legión de los que no la soportan- pensarán que cuanto dice es simple vómito izquierdista o "mentira cochina" que diría un tierno infante.

Me congratulo y me descubro ante artículos como el suyo que tienen la virtud de hacer brotar admiradores de Franco como rosquillas. Así que doña Beatriz le ha hecho, en la conmemoración del 40 aniversario de su muerte, un inmenso favor a don Francisco, un sentido homenaje. Pero me sigo preguntando: ¿por qué ha escrito un artículo tan inane si sabía que tenía que codearse con la catarata de artículos antifranquistas de la semana? No se me antoja cómo, de no ser una máscara, se pueden escribir en tan pocas líneas tantas tonterías sin ser capaz de alumbrar la más mínima originalidad aunque no pasará de ser una boutade.

¡Esas perlas de doña Beatriz!

Nos dice, "Murió postrado en una cama" -le falta añadir de un hospital de la Seguridad Social construido por él para los trabajadores-: pues claro, cómo se muere uno normalmente cuando está grave en un hospital ¿bailando la conga?

"Sometió a gran parte de la población a 40 años de miseria, analfabetismo". Pero si en 1975 éramos la 8ª potencia industrial del mundo -hoy andamos por la doce o catorce-; si el franquismo hizo caer las tasas de analfabetismo, endémicas en España, de forma acelerada y a finales de los sesenta, por primera vez en la historia, todos los niños podían ser escolarizados -no se me enfadé pero la República quiso alfabetizar cerrando la intemerata de colegios católicos y dejando a los niños en la calle, pero esto seguro que lo ignora-; si los índices de convergencia con Europa del final del franquismo cayeron después y no se recuperaron hasta los años noventa; si hasta los españoles pudieron comprarse piso sin ser víctimas de la especulación y no podían perder la casa familiar por embargo. Franco fue pues un precursor de los movimientos antidesahucios.

"Injustas condenas sin procesos". Aquí confieso mi sorpresa gramatical porque para que haya condena, aunque sea injusta, tiene que haber juicio/proceso... a no ser que se refiera a condenas morales.

Se queja de que se olvide a los que "dieron su vida por defender la democracia", pero en los años treinta, cuarenta y cincuenta esos luchadores tenían un concepto muy peculiar de democracia que naturalmente se parecía a lo que el común de los mortales entiende hoy como tal como un huevo a una castaña. Y algunos, varios miles, perdieron la vida no por defender nada, sino más bien por liquidar al contrario en la zona republicana, torturar, perseguir... o cometer atentados y no pocos atracos en los años cuarenta o cincuenta. Pero estoy seguro que la señorita Talegón, que es joven y preocupada por el futuro y no debe tener mucho tiempo para el pasado, desconoce esta otra cara de la historia. Pero, ¿cómo se puede hablar de olvidos cuando están un día sí y otro también hablando de ellos? De los que no se habla son de las otras víctimas, entre otras razones porque así nadie se pregunta por aquellos de la causa y el efecto. Víctimas que no es que sean olvidadas, es que está proscrito recordarlas. Y digo yo que también tendrán derechos.

Beatriz Talegón no sé si es una víctima de la LOGSE pero sí un arquetipo de los que andan como zombis por la política. Se salió del PSOE porque era un partido vacío de ideas y mira por dónde, al final, su discurso anda reverdeciendo el "No a la guerra" por un lado y por otro creyendo que el antifranquismo es una ideología, aunque en realidad no sea más que un discurso tranochado con el que parece buscar hacerse un hueco como rojilla oficial para las tertulias de derecha, pero no olvide doña Beatriz que co un Pablo Iglesias ya han tenido bastante.

FRANCO SUPERESTAR

FRANCO SUPERESTAR


El negocio del 40 aniversario.


Me hace gracia lo bien que hacen caja algunos a costa de don Francisco Franco. Ellos son los auténticos nostálgicos del franquismo; y que dure la nostalgia que no es malo para el bolsillo -se dicen-. Eso sí todos ellos, los Preston, Juliá, Casanova, Viñas y un no tan largo etcétera, llevan cuarenta años intentando convencer a los españoles, libro tras libro, de lo malo malísimo que era el sanguinario y cruel dictador Francisco Franco. Y, en algunos casos, están molestos porque en la guerra de papel pierden en ventas frente a lo que ellos ya llaman los "revisionistas", cuando ellos son los únicos revisionistas. O como califica Viñas a los que no tienen su bendición, a los historiadores o investigadores que le contradicen y le amargan la vida, cumpliendo con su autoproclamado papel de Gran Censor: "historietógrafos" -antes su amigo Reig los llegó a llamar "tontilocos"-. Lo que a no pocos nos invita a decir aquello de "dime de qué presumes...", preguntándonos si no son ellos los auténticos devotos de la historieta (historietas malas pues difícilmente llegan a la altura de Mortadelo y Filemón).

Franco es un negocio redondo, porque sigue apasionando a muchos leer sobre un periodo tan largo como trascendente de la historia reciente de España, y también tan enigmático. Y más negocio es cuando llega la fecha emblemática del 20 de Noviembre. Quien lo ponga en duda que se de una vueltecita por los estantes de las librerías o las portadas de periódicos y revistas en las próximas semanas. Vamos que Franco es para casi todos, por interés o por devoción, un superestar y los que más carrete le dan son precisamente los antifranquistas de oficio y de beneficio. Ellos han convertido a Franco en una auténtica estrella.

Francisco Franco falleció hace cuarenta años en un hospital de la Seguridad Social, no en una clínica privada. Seguridad Social fundada por él -aunque Pedro Sánchez probablemente también piense que la crearon los socialistas-. Así que llegada la fecha, agrandada por el guarismo conmemorativo, toca revival -perdón por el extranjerismo- editorial, periodístico y político -ya verán a Franco participar en la campaña electoral como insulto, claro está-. ¡Pero tranquilos están en Génova 13 porque hay consenso entre los historiadores a la hora de afirmar que no pertenecería al Partido Popular! Lo que no creo que le haya hecho mucha gracias a Viñas. Por no quedarse atrás en esta carrera, hasta el diario El Mundo nos lo ha resucitado -no tiene mérito, ya lo había hecho Vizcaíno Casas- y lo ha paseado con fotógrafos por las calles de Madrid sin que por cierto parezca que le hayan insultado.

Pío Moa, hace unos meses, ya daba unos cuantos soplamocos intelectuales, con su meritorio ensayo histórico sobre el franquismo, a los historiadores antifranquistas. Un más que recomendable texto que ha puesto de los nervios a los que no lo nombran en sus críticas o se refieren a él en tercera persona; hace unas semanas Luis Suárez Fernández publicaba una nueva obra clarificadora para desquiciamiento de los antifranquistas, pues el profesor Suárez es para ellos otra bestia negra. Frente a ello, como llegaba el 20N, tras el fracaso de un refrito anterior con poca fortuna de la mano de los revisionistas antifranquistas con título de profesores universitarios, Ángel Viñas nos obsequiaba con un libro que se aproxima mucho a la definición de panfleto tanto en el fondo como en la forma; donde, como perla de objetividad, nos indica que el asesinato de Calvo Sotelo no fue tal porque técnicamente se trataba de un homicidio. ¡Toma del frasco Carrasco!, que diría un castizo. Y después de eso casi mejor ahorrarse la lectura.

Faltaba a la cita el simpático Preston -él, yo y Franco tenemos en común que nos gustan las películas del Oeste-, quien al menos reconoce que es antifranquista -Viñas también aunque nos recuerde que para ser objetivo a la hora de hablar de Franco solo se puede ser, al menos, tan antifranquista como él-. Preston también olfatea el dinero -de tonto no tiene un pelo y sabe que cuenta con la publicidad gratis de quienes le consideran un tótem de la historia- y nos obsequia como conmemoración una nueva edición de su conocida biografía sobre Franco, con algunas aportaciones y novedades, según leo, para redondear su obra:

Primero, la demostración, pese a lo publicado y documentado, de que Franco no contribuyó a la protección de los judíos perseguidos a través de los representantes diplomáticos españoles en la Europa del Reich -supongo que no ha leído el último artículo del hijo del entonces ministro general Jordana-, porque ya se sabe que media docena de diplomáticos en legaciones distintas actúan del mismo modo por inspiración divina y no siguiendo instrucciones (seguro que a Preston también se le olvida la ayuda al Mossad en 1972 para sacar a 2000 judíos de Marruecos donde estaban bastante achuchados).

Segundo, nos dice que también va a poner sobre la mesa el antisionismo de Franco (ojito, Preston, porque ser antisionista no es ser antijudío; pero a Preston como a Viñas les gusta no decir toda la verdad), para ello retorcerá y recortará los discursos del Generalísimo a su gusto, olvidando, eso sí, que en 1948 fue el Estado de Israel el que no pidió el reconocimiento a España y que se negó a iniciar las relaciones diplomáticas pedidas por el régimen de Franco, aunque en los 50 el régimen prefiriera la amistad con los países árabes y apoyará la causa Palestina (ergo don Francisco era un progre de tomo y lomo por situarse en ese punto).

Tercero, lo anterior, no le parece bastante a Preston como reclamo y, entre otras perlas, naturalmente, pese a la demostración empírica de lo contrario, realizada por el investigador Moisés Domínguez, se suma a su amigo Viñas para sostener que Balmes fue asesinado por Franco o sus amigos -dejemos claro que Viñas no demostró nada más que sus prejuicios-. Luego están las perogrulladas habituales de la izquierda sobre la guerra y las ayudas externas (¡Ah, el amigo Viñas prescindiendo de datos a la hora de valorar las ayudas en el campo de la artillería como le ha recordado el experto en la materia Lucas Molina!) o teorizar sobre las cosas que escribía su primo Pacón en su diario para demostrarnos con ello las "tontunas" de Franco (como he escrito en alguna ocasión si lo tomamos al pie de la letra lo tomamos para todo y no solo para lo que conviene, que es lo que suelen hacer casi todos).

Eso sí, como Viñas, este a regañadientes, Preston tiene que reconocer que la corrupción ha ido a peor desde 1975 y que en ello han brillado las gentes de izquierda que pensaron que ahora les tocaba a ellos (bueno, esta parte del discurso de Preston dudo que la asuma Viñas). Pero lo que más me gusta de sus afirmaciones es eso de que los corruptos de la Dictadura quisieron seguir con sus privilegios. Lástima que el periodista de El Mundo no le preguntara por los nombres de esos corruptos, sería interesante la lista porque los políticos propiamente franquistas desaparecieron en meses y los que yo presupongo me parece que incrementaron exponencialmente su fortuna después de la muerte de don Francisco; pero ya se sabe que Franco tiene la culpa de todo por malacostumbrar a los españoles. Dejo a un lado las chorraditas sobre la corrupción en el franquismo (¡qué se lo digan a papá Pujol!), porque Preston y demás no quieren reconocer que si Franco estuvo cuarenta años en el poder sin rebelión alguna no fue por una represión inmisericorde (repase el historiador las cifras de población penal desde finales de los cuarenta), sino por un apoyo popular que lejos de disminuir fue incrementándose. Muestra de ello son los varios millones de españoles que le despidieron en noviembre de 1975 en todas las ciudades y pueblos de España. Ahí están las hemerotecas. Son esos apartados de la crónica que me parece se le habrá olvidado referir a don Pedro J. Ramírez, quien también se ha sumado al revival con una nueva versión de El año que murió Franco (libro que por cierto también ya había escrito antes Vizcaíno Casas).

Lo demás, lo de siempre en Preston. Quiere titulares, ir un poco más allá que sus conmilitones -dicho solo con afán descriptivo y no despectivo-: Franco fue el segundo en el podio de los dictadores más crueles de Europa, después de Hitler y por delante de Mussolini. ¿Por qué a estos izquierdistas británicos, y a no pocos de por aquí, se les suele olvidar que puestos a realizar podios el cajón más alto debiera ocuparlo un tal Stalin y como ideología el comunismo?

¡Ah! ¡Claro!, porque entonces a quien tacharían de fascista sería al propio Preston y hasta ahí llegaría la fama y la venta.

¿Por qué el autor y el editor en vez de titular el renovado libro de Preston con una bonita foto y la leyenda de "Franco. Caudillo de España" no lo rotulan, para que quede claro, "Franco. El dictador cruel y sanguinario", y de subtítulo "la obra definitiva de un historiador antifranquista"?

¡Ah! ¡Claro!, porque entonces no iban a vender muchos ejemplares y, entre el antifranquismo y los euros, Preston y la editorial Debate prefieren los euros. Las cosas como son. Y más allá de todo lo dicho queda el interés evidente que existe en el público. Entre otras razones porque las versiones maniqueas que se facilitan sobre Francisco Franco no parece que acaben de convencer al personal. Lo que le da mucha rabia al señor Viñas

CON ÁNIMO DE ADIVINACIÓN

CON ÁNIMO DE ADIVINACIÓN

(LXXXII Aniversario del Discurso de José Antonio en el Teatro de la Comedia)



Si volviera a tomar la palabra...

Cada octubre, en un reiterado ritual -hasta estas líneas pudieran serlo-, a veces ajado, a veces trasnochado, quizás necesario, quizás innecesario, se acuerdan de aquella lejana fecha... ¡Cómo si nada hubiera acontecido desde entonces! Las mismas palabras... Olvidando los más que lo importante, lo trascendente, lo que debiera permanecer, es el fondo y no la forma; ignorando -¡cuán grande es la ingenuidad!- que el culto a la forma ha sepultado en no pocos hombres el fondo; teñidos en el recuerdo y el homenaje de una nostalgia de ideas apagadas, ecos lejanos de oportunidades perdidas. A pesar del tiempo, al final se repite, una y otra vez, el murmullo de las rememoraciones literarias, con prosa más o menos bella, de los renovados maestros en el arte del ensayo breve... La forma, la estética de las palabras, siempre acaba imponiéndose al fondo. Parece ser ese nuestro triste sino.

Nos gustan las frases rotundas. Esas que pueden esculpirse sin desdoro en mármol para aguardar ahí, petrificadas e inertes, una imposible eternidad; orladas, eso sí, con las justificaciones de quienes de tanto mirar hacia fuera no ha sabido dotarlas del hálito vital necesario.

Alzamos la voz, pero no escuchamos a aquellos que aún nos demandan, nos inquieren... aquellos que aún quieren saber algo de nosotros. Creemos en nuestra Patria como destino y como universalidad, pero acabamos entregándonos al más conservador de los nacionalismos. Antes que nada, España... pero nos dejamos seducir por la que no es nuestra España; a veces por miedo a que llegue este o aquel; en buena medida porque nos hemos dejado vencer por la mentalidad burguesa y su miedo a la pérdida de todo aquello que debiera ser superfluo; queremos ser revolucionarios y nos hemos hecho, sin saberlo, por debajo de las palabras conservadores.

La esencia era más importantes que la existencia; el fondo nunca fracasa, sí la forma. Teníamos algo más, precisamente todo aquello que se ha ido quedando por el camino: una mística, un discurso atrayente, el pulso de nuestro tiempo... no nos asustaba la modernidad ni la innovación. Fuimos heraldos de la rebelión de los inconformistas frente a la inexistente rebelión de las masas, que por ser masa carece de ese espíritu de contestación. Hoy, quizás en el camino hasta el presente, la forma y la retórica han sepultado todo eso bajo la losa de la incomprensión... sonamos a disco viejo de hace ochenta, cincuenta, cuarenta o treinta años. Reñimos más batallas con el pasado que con el futuro; nos hemos encerrado en las ebúrneas torres de la pureza y la autoconsunción y se nos ha olvidado lo esencial, ganar el corazón y la mente de nuestros compatriotas.

¡Cuántas veces hemos repetido aquello de que España había venido a menos por una triple división! La de los partidos -la casta, la corrupción, la partitocracia-, los separatismos y la injusticia social ¿Ha cambiado en algo el dictamen? Puede que los actores sean distintos pero el guión es el mismo.

Queríamos edificar un orden más justo pasando por encima de las miserias del capitalismo, detener la invasión de los bárbaros que con simpleza coyuntural identificamos con el marxismo o el comunismo, pero que anida en el corazón de los mercados, del capitalismo especulativo, de los poderes supranacionales y de la globalización. Hoy somos más ricos, vivimos mejor y hasta tenemos más oportunidades de promoción, pero las miserias sieguen siendo las mismas. Ya no hay lucha de clases, el marxismo anda en su último estertor y los sindicatos no dejan de ser educadas correas amarillas del sistema partitocrático -son la síndicocracia-. Ya no hay lucha de clase, pese a las consignas que a veces pululan por los panfletos de los antisistema amamantados y domesticados por el sistema. Hoy vivimos ya bajo la dualidad de la oligarquía de los de arriba con su clientela político-económica y los de abajo que somos casi todos y muy pocos parecen dispuestos a cambiar ese orden siempre y cuando puedan comportarse como consumidores felices.

Presentimos en el horizonte los destellos de la desazón del hombre-número-consumidor que no quiere seguir viviendo en la alienación sistémica. Hemos visto en nuestras calles y plazas a jóvenes y menos jóvenes entonando una canción que nos suena mucho aunque la letra y la música parezcan distantes. Recordemos que lo importantes es el fondo y no tanto la forma. Las formas son cambiantes, el fondo nunca. Hoy, una vez más, esos, los indignados, los descontentos, los rebeldes, comienzan a sentirse engañados y estafados pues les prometieron asaltar el cielo y los han sacrificados en el altar de los escaños. Sin embargo, el rescoldo aún late en quienes sueñan conscientemente con ideales por los que se pueda sacrificar la existencia.

Hemos sabido dar testimonio -nadie podría reprocharnos nada-, mantener un recuerdo; hemos seguido siendo, que no es poco, pese al canto de las sirenas en nuestro caminar hacia Itaca. Nos hemos dejado arrastrar hacia orillas que no eran las nuestras quizás abrumados por la desesperanza. En no pocas ocasiones hasta los nuestros o los próximos han pedido la "honrosa licencia": "habéis cumplido, pero vuestro tiempo ha pasado". Incluso se ha pretendido el finiquito del rescoldo para salvar el arquetipo humano de quien ya solo es polvo bajo una losa, pero vive en la eternidad. Lo que, en el fondo, no es más que la última renuncia antes de la rendición definitiva.

Cierra el micrófono...

Después de lo anterior, por todo ello, quizás haya llegado el tiempo de aceptar el reto de ser aquella nueva aristocracia que para España demandaba José Antonio en sus escritos de la cárcel, la que sería capaz de levantar el espíritu de la rebeldía



Nota para el lector.- Este artículo, ahora con leves variaciones para su mejor comprensión, ha aparecido en la notable Gaceta de la Fundación José Antonio. Me pidieron un texto sobre lo que en un actual 29 de octubre diría José Antonio. En su estilo nunca faltó la crítica, amén del análisis de la realidad y lo propositivo. Seducido por la "maravillosa" dialéctica de Marx no obvió la autocrítica para sí -la autoexigencia- y para su movimiento. Evidentemente es casi siempre la parte más ingrata, quizás por ello me haya decidido a plantearla para motivar a la reflexión.

RAPHAEL, una orquesta y una voz.

RAPHAEL, una orquesta y una voz.

PLETÓRICO E INCREÍBLE EN SU NUEVA GIRA


En un panorama musical marcado por el conservadurismo, por eludir el riesgo, por ser infinitamente comerciales, atreverse a ir contracorriente es toda una declaración de principios. La piratería, la banda ancha del todo gratis asumida como algo natural, el IVA cultural, ha obligado a los cantantes a volver al directo, a las largas giras, donde los trucos y arreglos de grabación no funcionan, o a refugiarse en los programas de televisión que generan la promoción necesaria para que el público acuda a los conciertos. Y cuando salen a la carretera se encuentran con quien siempre ha estado ahí: Raphael.

En los tiempos que corren ya es todo un atrevimiento –algo que tendremos que agradecerle– dejar a un lado la media docena de músicos que como mucho suelen acompañar a un solista para salir de gira con toda una Orquesta Sinfónica, unos setenta músicos. Algo que está al alcance de muy pocos. Dejar a un lado la clásica base de batería, metal, bajo y guitarras eléctricas, de teclados que lanzan los samples, no es fácil porque supone tener que cantar de otra forma…eso sí, para cualquiera menos para Raphael. Cantar con una orquesta sinfónica es actuar sin red, porque o bien el cantante acaba siendo un instrumento más, vencido en el tour de force que siempre se libra con ella, u obliga a los músicos a diluirse para que se le pueda escuchar. Pero Raphael está hecho de otra pasta.

Hace unas noches, pletórico de voz –una voz que el artista castiga sin piedad–, tuve la oportunidad –si pueden les aconsejo que no falten a la cita– de poder ver a Raphael, el de siempre pero ahora sinphónico, en la Plaza de Toros de Murcia, arropado por miles de personas. He escuchado/visto a Raphael muchas veces en el escenario, con la voz en las mejores condiciones imaginables y a medio gas, siempre impresionante, aún más cuando se enfrenta a las dificultades. Naturalmente ya conocía la grabación sinfónica de su último LP/CD (las dos cosas, porque Raphael también edita en vinilo) pero no es lo mismo el directo de una orquesta que escuchar, muchas veces de mala manera, un registro por muy digital que sea.

Pocos cantantes tienen un repertorio como el de Raphael apto para que una orquesta sinfónica pueda acometer esas piezas como pequeñas sinfonías. El repertorio de Manuel Alejandro y en ocasiones el de José Luis Perales lo permite, porque sus creaciones pueden transformarse en pequeñas sinfonías tardorrománticas de poco más de tres minutos con su gran base de cuerdas. Completa el círculo el modo de cantar de Raphael que es muy sinfónico, muy de movimientos, desde el Allegro moderato al Allegro con brío pasando por el Adagio, desde los piano a los forte, manteniendo esa fuerza escénica que le caracteriza a la vez que la modulación o la suavidad en los medios. Queda su potencia de voz, perfección en el fraseo –a Raphael se le entiende cada palabra sin problemas cuando canta– y la diversidad de registros (evidentemente ya no tiene aquellos falsetes de los dieciocho años, pero tampoco los necesita). Es también para la orquesta un lujo tocar con Raphael y no acompañar a Raphael, que es lo que hubieran tenido que hacer casi con cualquier otro cantante (solo se me ocurre hacer la excepción con Sinatra). El único problema para el director y la orquesta es ajustarse a los desplantes del cantante y sus paradiñas en la teatralización, pero hasta en eso Raphael es un profesional y controla perfectamente lo que algunos califican –en algo tienen que criticarle– como excesos. En vez de sus paseos, paradas y gestos amplios se funde con el micrófono como si fuera Edith Piaf. La orquesta con Raphael cantando puede ser poderosa, fuerte, rotunda, amplia, grandilocuente, porque puede hasta olvidarse de él –como hacía en muchas ocasiones Puccini al componer sus óperas–. La voz de un Raphael pletórico puede con setenta músicos tocando y por ello provocar el aplauso de los espectadores. Es un concierto de sonido limpio, equilibrado, envolvente. De esos que tienen momentos en los que retumba el cielo en la noche.

Solo habíamos escuchado a Raphael con orquesta en las viejas grabaciones de sus actuaciones en televisión, la orquesta está siempre en muchos de sus discos con un peso diferente, pero sus canciones brillan ahora de forma distinta en este sinphónico que esperamos tenga una segunda parte al menos en disco. Los arreglos de Fernando Velázquez sobre los temas de Manuel Alejandro y José Luis Perales, la dirección de Rubén Diez con la Orquesta Sinfónica de Málaga (perfecta) han dado otra patina a esos temas que solo pueden ser cantados por Raphael. Ese brillo especial que la música adquiere en los diálogos entre el cantante y la orquesta con el que nos obsequia en varias de sus creaciones. Diálogo que se ajusta como un guante de seda a la teatralización/interpretación que hace en cada canción; cómo este nos introducen en el drama, porque a pesar de las florituras de la voz de Raphael, la mayor parte de su repertorio más conocido conlleva gran parte de sufrimiento, de amores cortados de forma abrupta. ¡Qué momento mágico cuando la orquesta da los primeros compases de Cuanto tú no estás! Letra, música, voz y sonido se conjugan en esa desesperanza: “cuando tú no estás no siento nada”. La del amor quebrado por la muerte inesperada en juventud por dolorosa enfermedad. Y es que las canciones arregladas por Fernando Velázquez para su anterior disco suenan ahora maravillosas cuando se desprenden del sintetizador, la batería o las guitarras eléctricas. En carne viva o Qué sabe nadie reclaman eso, una orquesta. Hasta cuando teóricamente una sinfónica está en desventaja frente a la composición original es capaz de mejorarla musicalmente y dar a Raphael la oportunidad de brindarnos una recreación más impactante en temas tan comprometidos como Detenedla Ya o nos aclimate los ritmos en Mi gran noche o Estuve enamorado.

Pero las joyas son las joyas, o, mejor dicho, la música es la música. Esa maravilla musical y narrativa que es Desde aquel día. Esa cuerda romántica que se rompe para llevarnos casi a un vals en Qué tal te va sin mí, que Raphael canta con modulaciones e inflexiones. La orquestación rotunda de No, una antítesis al mismo nivel del conocido Don’t de Elvis, con el diálogo permanente con la orquesta, con esos arreglos casi de aria y esas cuerdas, con ese movimiento envolvente sobre un Raphael en increscendo constante con la entrada del viento. Raphael pide más orquestación y el director se la da mientras teatraliza casi sin moverse. El swing de Despertar al Amor con el juego entre la voz del cantante y la entrada de los instrumentos o todo el discurso musical de Te estoy queriendo tanto. Esa orquesta primaveral que nos invita casi a ver amanecer mientras escuchamos Si no estuvieras tú, una canción fundamentalmente optimista.

Con su actuación casi se podría escribir una biografía musical del artista español más importante, más permanente, porque parece haber rubricado con su voz el pacto entre Fausto y Mefistófeles. Todo está en sus canciones, su vida y sus modos. Soberbia la introducción de esa canción excelsa que es Yo soy aquel como arranque del concierto: Yo soy aquel y Yo sigo siendo aquel, Manuel Alejandro y José Luis Perales, son la declaración de principios de un cantante que lleva más de cincuenta años cantando al amor con ritmos distintos y que se empeñó en triunfar en el mundo cantando en español. Después están esas canciones que desgranan su periplo vital, canciones que merced a la orquesta alcanzan mayor dramatismo. Volveré a nacer, porque Raphael, aunque la vida con él siga en deuda, nunca se ha arrepentido de “pasar de la niñez a los asuntos, de pasar de la niñez a mi garganta”, de perder la adolescencia, de no poder perseguir a una muchacha hasta su casa; de la dureza y el sacrificio de una profesión en la que Un día más, “tras el aplauso llegará la soledad… en la distancia escucharé tu voz… que los niños han llegado un poco tarde… y que me quiere”. Un Gracias a la vida, que emotiva y desgarradoramente hace suyo en un solo con guitarra. El retador Qué sabe nadie, que es casi un bofetón al chisme y al gacetillero, a los que viven de la destrucción y no de la creación. Y esa composición de Bunbury (¡qué bien le sienta también la orquesta!), Ahora, que todo el público comprende, recordándonos que “ha decidido aplazar el final” al que parecía sentenciado hace unos años por su enfermedad, y que lo que le queda es “una canción, un teatro y a ti”. Pues Raphael, más allá de los escenarios, es un hombre de familia, enamorado de la misma mujer cuya relación se asoma en el fondo de muchas canciones como Solo te tengo a ti: “eternamente tuyo… solo te tengo a ti y todo lo demás son cosas de la vida… tu alma es parte de la mía… que a veces con mis cosas olvido darte un beso, y entre ausencia y ausencia se nos escapa el tiempo”.

Pero, no era suficiente. Dos horas cantando y aún es capaz de dejar que la orquesta nos de los primeros inconfundibles toques de una de las arias de óperas más famosas del mundo, el emblema de Enrique Caruso, Vesti la giubba de Pagliacci de Leoncavallo, que el malogrado Waldo de los Ríos orquestara para Raphael. Impresionante en la escena, pletórico de voz, capaz de dejar en silencio una Plaza de Toros, porque él, como el faraón de Camas, es el maestro. Lo que hubiera dado por escucharle con esta magnífica orquesta malagueña Ave María o Cierro mis ojos. Impagable Raphael porque si hace décadas, en sus comienzos, se empeñó en dignificar en España su profesión, entonces encerrada en el estrecho margen del cantante para bailes al que pocos hacían caso, abriendo los conciertos para este tipo de música, hoy vuelve a sentar plaza con toda una sinfónica para recordarnos que, además de ser un intérprete, es también un gran músico.


(Este artículo ha sido publicado en los medios digitales Diario Ya y Sierra Norte Digital)