Blogia
laestanteria

Memoria histérica e histórica

JOSÉ MARÍA HINOJOSA, EL OTRO POETA ASESINADO POR LOS OTROS

JOSÉ MARÍA HINOJOSA, EL OTRO POETA ASESINADO POR LOS OTROS
Nada quedó de él, salvo sus libros de poesía publicados. Su casa, sus libros, sus archivos, las cartas... fueron pasto de las llamas. No sólo querían asesinar, dejar sin vida el cuerpo, sino borrarlo de la existencia. Quienes le conocieron y compartieron filas en la generación del 27 le negaron. El "otro poeta malagueño" que decía Cernuda, el que Bergamín afirmaba no haber conocido, el que desapareció de los listados y antologías, el amigo desconocido en las fotos de grupo de poetas con García Lorca de no pocos libros, el poeta que los profesores de Literatura prefieren no nombrar... pero fue el primer y el mejor poeta surrealista de España, José María Hinojosa Lasarte. Asesinado por los republicanos en las tapias del cementerio de San Vicente de Málaga un 22 de agosto, hace 80 años. Aquel al que ahora, en el aniversario de su asesinato, a nadie se le ocurriría homenajear recordando el porqué de su muerte y quienes fueron sus asesinos.

"Herido siempre, desangrado a veces
y ocultando mi sangre sin riberas
llevo mis pasos presos entre tinieblas
y mis miradas van sobre cipreses".

José María Hinojosa, su vida, es uno de esos personajes perdidos en los pliegues de la Historia. Asesinado por los republicanos, pero su poesía estaba muy alejada de las tendencias de la posguerra, y aunque "Caído por Dios y por España" quedó fuera de la exaltación. Detenido por los republicanos por fascista. Había cometido un pecado imperdonable. Antes era de los suyos, de simpatías revolucionarias, pero tuvo el empeño de ir a Moscú a conocer la revolución y volvió desencantado. En Málaga se hace de "derechas". No es extraño verle interviniendo en actos de la Comunión Tradicionalista. Le detendrán en 1932 y en mayo de 1936 cuando es un destacado líder de los agrarios. Para sus compañeros de generación literaria ya es un señorito andaluz, un enemigo de clase.

Se cumplen 80 años desde su muerte y me temo que sería inútil buscar rastros de su vida en cualquier manual de Literatura de los que manejan los estudiantes; citarlo seguro que es un anatema para no pocos. Amigo de Dalí y de Lorca. Asesinado como el poeta granadino en agosto de 1936, pero por los republicanos. ¿Qué he dicho? ¿Es que olvido que es prácticamente doctrina sostener que los únicos intelectuales muertos, especialmente los poetas, fueron de izquierdas?.

Como siempre, para esa muerte hay excusas: los milicianos incontrolados que quieren vengarse por un bombardeo o por el primer miliciano local muerto en el frente. Incontrolados que siguen el mismo patrón en toda la España dominada por el Frente Popular, milicianos anarquistas, del PCE o del PSOE. Manifestación organizada ante la prisión pidiendo la ejecución; un listado para seleccionar; un paseo hasta el cementerio. Matar a Hinojosa era un objetivo. Y leyeron su nombre, el de su padre -culpable por ser terrateniente-, el de su hermano y hasta 50 más... hasta el cementerio, reiterémoslo, que los incontrolados se toman su tiempo para matar. Y a aquellos 50 siguieron otros hasta sumar más de un millar en la Málaga capital en la fosa común. Pero esta historia mejor que no se sepa, que desaparezca de la Historia.

"Poema del campo", "La rosa de los vientos", "Poesía de perfil", "La flor de California".... sus libros. Obras pérdidas en el fuego de los milicianos que arrimaron la tea a los libros y a los cuadros de Dalí que tenía; su "Venus y el marinero" que nunca se pudo leer.

80 años, pero Hinojosa no cuenta para la memoria histórica. No hay un Gibson preocupado por él ni homenajes, ni programas de televisión. En 1936 al contrario que a Lorca nadie intentó salvarle porque para ellos no era más que un fascista, un enemigo de la revolución.

La ideología del guerracivilismo a los 80 años del 18 de Julio o como la izquierda es incapaz de asumir su pasado

La ideología del guerracivilismo a los 80 años del 18 de Julio o como la izquierda es incapaz de asumir su pasado Debo pedir perdón, tanto a los lectores como al director de esta publicación, tanto por un título tan largo pero explícito como por, quizás, no responder exactamente al encargo y las expectativas de un artículo sobre lo acontecido en el lejano 18 de julio de 1936 realizado por un historiador. También, naturalmente, por lo amplio del texto; pero es difícil resumir algo tan complejo en un artículo de treinta líneas, a no ser que se quiera incurrir en el calificativo/descalificativo, los lugares comunes o recrearse en simples parrafadas militantes para quedar bien con los propios o con el espejo.

Los hechos, que renuncio a relatar, son de sobra conocidos, aunque queden cada vez más desdibujados por la manipulación simplista de quienes exhiben, cuando hablan o escriben, una pasmosa ignorancia o, simplemente, son meras correas de transmisión de una deformación ideológica, que no es nueva en nuestra historia, aunque ahora se disfrace con trapos aparentemente metapolíticos de esos que se divulgan en algunas facultades de Ciencias Políticas, el guerracivilismo: la prédica del odio y la exclusión al/del contrario utilizada como elemento de cohesión y movilización cuando el argumentario ideológico es incapaz de insuflar vida a un cuerpo moribundo. Conviene reflexionar sobre ello, porque el 18 de julio de 1936 no fue el resultado de una conspiración orquestada por unos cuantos militares ambiciosos deseosos de alcanzar el poder en virtud de su pensamiento antidemocrático, sino de una profunda ruptura del tejido social español que fue impulsada y canalizada mediante el guerracivilismo.

Hoy, ochenta años después, se puede seguir acercándose al hecho como si no hubiera transcurrido el tiempo en un ejercicio absurdo de presentismo. Se puede volver o reescribir una historia de buenos y malos, resucitada con generosas subvenciones de la mano de uno de los elementos clave de la expansión de la ideología guerracivilista -esa que hace a algunos manifestantes gritar y definirse con aquello de "arderéis como en el 36"-, que ha pasado a formar parte esencial del discurso de la izquierda, y que asumen sin desdoro algunos sectores del centroderecha, la mal llamada "memoria histórica". Para ellos, recuperar la memoria pasa por recuperar la división excluyente -el contrario aunque grane unas elecciones no tiene derecho real a gobernar-, el clima de enfrentamiento y el sectarismo que condujo a la guerra civil; invirtiendo, curiosamente, el proceso de superación de aquella ruptura social realizado, con cuantos defectos se quiera, a lo largo del régimen de Franco.

A mediados de los años sesenta España estaba inmersa en un proceso de transmutación económica y social que convertía las imágenes de 1936, las de la España de los años treinta, en algo lejano y distante, propio de un tiempo pasado. No es que se perdiera la memoria, o que los vencedores renegaran de su victoria, sino que eran capaces de mirar lo sucedido de otro modo. Un ejemplo, anecdótico si se quiere pero altamente significativo. En esas fechas, en una película oficiosa, un documental sobre la vida de Franco, al llegar al 18 de julio de 1936, tras registrar la catástrofe que fue la II República, se sentenciaba: "por una España mejor, en una y otra orilla, murieron un millón de españoles". La cifra es, como todo el mundo sabe, exagerada, pero la definición/explicación de lo que fue la guerra, de por qué combatieron tantos y tantos miles de españoles, resultaba acertada; aunque hoy -mucho me temo- no se asuma ni a derecha ni a izquierda por razones distintas. Poco después, y este es otro de esos símbolos hoy ignorados, se debatía en las Cortes franquistas -¡en las Cortes franquistas se debatía y mucho!, sorpréndase mis estimados lectores- sobre la necesidad de resarcir a los excombatientes republicanos, y lo planteaban los excombatientes franquistas. Había razón, pero no había posibilidades económicas. Esa España de mediados de los sesenta, en pleno babyboom, era la de aquellos que olvidaban la guerra, mejor dicho, que exorcizaban la guerra. Era la España de la reconciliación social puesta de manifiesto, por vía matrimonial, en casi todas las familias de hoy; esas que tuvieron un abuelo luchando en un bando y otro en el contrario. Era la España que cerraba a marchas forzadas la ideología guerracivilista que ahora se vuelve a recuperar (hasta la nueva izquierda que estaba surgiendo en el interior del país asumía esa realidad, ese cambio, mientras que la oposición en el exterior seguía viviendo en 1939).

Cuando el que escribe estudiaba en el colegio la EGB, cuando los manuales ya no eran las viejas enciclopedias de los cincuenta, al llegar al estudio de la guerra civil, de las causas y el porqué del 18 de julio de 1936, allá por el 74, se sumaba a los hechos en sí la explicación estructural. En pocas palabras y a riesgo de sintetizar en exceso: los errores de la clase política, el sectarismo, la exclusión del otro y la injusticia social (el problema agrario y la miseria laboral) habían conducido a la guerra. No es, evidentemente, toda la verdad, pero sí se aproximaba bastante a la realidad; porque los responsables de un hecho no son solo los que lo protagonizan, sino que también hay que tener en cuenta la realidad que los obligó a tomar esa decisión.

Curiosamente, con magisterio y guía allende de nuestras fronteras, era la historiografía de izquierdas, bajo el influjo directo de alguno de los exiliados derrotados que seguían viendo España como si aún se estuviera en los años treinta, inmunes ante unos cambios que no querían reconocer, fieles a las visiones maniqueas, optando por argumentaciones de índole marcadamente positivistas -¡quién lo diría!-, trataban de edificar una historia falsa que hoy es casi un dogma: la II República fue un régimen impolutamente democrático que pereció por la conjunción de la ambición militarista de un puñado de generales embadurnados de fascismo, que para imponerse tendían que aniquilar al pueblo, con la oligarquía financiera y terrateniente. Y así comenzó a difundirse de forma masiva, en los años de la Transición, desde las cátedras y los medios, silenciando o intentando silenciar cualquier opinión contraria, avalada por el deseo fehaciente del nuevo régimen de alejarse lo más posible del régimen de Franco, del cual era hija gran parte de su clase política empezando por el propio Jefe del Estado. En esa teoría se han formado no pocos profesores, periodistas, políticos, comentaristas, tertulianos, políticos y blogueros de hoy.

Mantener a fecha de hoy que la II República era un régimen democrático es algo difícilmente sostenible, pero el papel lo soporta todo y quien así se manifiesta no necesita demostrarlo. Lo pudo ser en sus inicios, pero dejó de serlo en 1934 y, fundamentalmente, a partir de febrero de 1936. Difícilmente se puede afirmar ello cuando, por referir algo, desde sus inicios los republicanos y la izquierda socialista o anarquista consideraban que aunque la derecha ganara las elecciones no tenía derecho a gobernar. La coalición republicano-socialista, que gobernó, de un modo u otro, en dos ocasiones, fue siempre sectaria y excluyente. El PSOE -no digamos el PCE o el anarquismo en su varias tendencias- era fundamentalmente antidemocrático -en realidad entendían la democracia al modo popular, como las posteriores democracias comunistas del Este de Europa tras el telón de acero-. Su objetivo, y ahí están los discursos y las publicaciones que no se quieren leer, no era la democracia liberal, la democracia que llamaban despreciativamente burguesa -el modelo de democracia actual, para que el lector se sitúe-, sino la revolución que abriría el camino a la dictadura del proletariado o a la sociedad comunal anarquista. Y en ese camino, para alentar ese camino, la izquierda fomentó el guerracivilismo: ¿Qué fue si no la quema de iglesias? ¿Qué fue si no la persecución de lo católico? ¿Qué fue si no la decisión de combatir al "enemigo de clase" o la decisión de acabar a tiros con los movimientos juveniles de la derecha mucho antes de que estos se defendieran?... El guerracivilismo que hacía a los gobiernos de la izquierda mirar para otro lado cuando la violencia y la vulneración de la ley era cometida por la izquierda... ¿Qué quedó entonces a los demás? ¿Tenían derecho a defender, cuando el sistema político les excluía y perseguía, su modo de ser y de pensar, sus creencias y hasta sus bienes?

El 18 de julio de 1936 hubo, es cierto, un chusco golpe de estado. Inviable, mal planificado, con el apoyo real solo de una parte de un ejército tan fracturado y dividido como el resto de la sociedad. Una acción que hubiera fracasado de no haber existido ese ambiente guerracivilista alentado desde la izquierda de a pie y desde la clase política republicana (ese PSOE con su escolta armada motorizada, con sus juventudes uniformadas, con sus alijos de armas...); guerracivilismo que asesinaba e intentaba asesinar a los dirigentes de la derecha, censuraba o permitía el asalto y el incendio de sus medios de comunicación. No fue la sublevación del ejército contra un pueblo que se alzó para defender la democracia -las milicias no luchaban por la democracia burguesa, es más lo primero que hicieron fue exterminar lo burgués y lo democrático-; esa es la imagen que sigue alimentándose de espaldas a la historia. Lo que se produjo el 18 de julio de 1936 fue la rebelión civil de aquellos que querían defenderse de la amenaza revolucionaria y del sectarismo que los convertía en ciudadanos de segunda. En España, en julio de 1936, la democracia era inexistente. El enfrentamiento era la expresión última de un tejido social roto y enfrentado que la República no sólo no quiso o no supo suturar, sino que contribuyó a desgarrar con mayor intensidad.

Quienes se refugian en reducir lo acontecido a un mero golpe de estado protagonizado por el general Francisco Franco, para, a renglón seguido, enlazar con el argumentario de la sangre -olvidando, eso sí, la otra sangre- no hacen más que manipular u ocultar la realidad. Para media España estaba en juego su supervivencia, pues la otra media le había declarado la guerra. Mejor dicho, solo una parte de esa media, a la que se había embaucado señalando como enemigos, como responsables físicos de su miseria, a quienes no lo eran. Así de complejo y así de sencillo a la vez. Quien piense lo contrario me gustaría que me explicara cómo, si no hubiese sido así, los rebeldes contaron con más voluntarios, tanto en números absolutos como relativos, que los republicanos. Negar que los nacionales eran un pueblo tan amplio y extenso como podrían serlo los republicanos es tergiversar la realidad.

Se pueden acumular, llegados a este punto, todos los elementos negativos, lacrimógenos -esa tontería de la guerra incivil con la que se llenan algunos párrafos carentes de imaginación y vocabulario- que se quiera; abundar en el "salvajismo" de la guerra expandido por la legión de hispanistas angloamericanos que mientras han pontificado sobre ello obviaron el modo de proceder de sus tropas en Vietnam -por citar un ejemplo- u olvidaron y ocultaron a los varios millones, millones subrayó, de muertos que causaron a la población alemana tras la caída de Berlín; abordar los errores de Franco con respecto a los vencidos, sin olvidar, eso sí, que mayoritariamente fueron consecuencia directa del clima de guerra y de las decenas de miles de asesinatos, junto con robos, saqueos, incendios y pillaje, cometidos por los republicanos en su zona... Ahora bien, recordando que demócratas había pocos en 1936 y en 1939, que la democracia no era ni mucho menos el régimen político más popular en 1939, no es menos cierto que en el discurso político de los vencedores, elaborado durante la guerra, es fácil encontrar las huellas y la raíz de esa política de transformación social y económica que consiguió acabar con las causas estructurales de aquella guerra.

Leamos el 18 de julio en medio de una memoria que aspira a ser censura histórica

Leamos el  18 de julio en medio de una memoria que aspira a ser censura histórica Lo malo que tienen los aniversarios es que al final toca escribir sobre la fecha para más de un medio. Debo haber escrito algunas decenas de artículos sobre una de esas fechas claves de la Historia de España -permítame la Real Academia de la Lengua utilizar las mayúsculas ahora que está proscrito utilizar las mayúsculas iniciales para subrayar las cosas importantes-, me refiero a la del 18 de Julio. Al hacerlo en las páginas de La Nación no se necesitan grandes explicaciones, porque el lector ya conoce el significado de aquel lejano día de 1936 -ochenta años hace-. Sin embargo, más allá, tengo la impresión de que un porcentaje muy alto de los españoles no sería capaz de identificar correctamente la fecha del otrora festejado Alzamiento Nacional.

Recordemos que, aún antes de la promulgación de la mal llamada Ley de la Memoria Histórica, convertida, ya por aceptación del PP de la legislación sectaria del PSOE, en ley de consenso -no pocos alcaldes del PP compiten con los de la izquierda en retirada de nombres de calles y plazas-, el 18 de Julio quedó reducido a un simple golpe de estado protagonizado por ambiciosos generales contra ese ejemplo de la democracia que fue la II República; manipulando la realidad, fue condenado en el Parlamento por todo el arco parlamentario. Hecho sin parangón político posible, porque el entonces rey, Juan Carlos I, lo fue en virtud de la legitimidad del 18 de julio -véase su discurso de aceptación ante Franco-, y porque el actual sistema político nace a partir de las propias leyes franquistas que basan su legitimidad en el significado y la razón del 18 de julio. Dejemos a un lado la entusiasta participación en la sublevación del 18 de julio y en la guerra en el bando nacional de la familia Borbón, encabezada por Alfonso XIII y secundada por don Juan de Borbón mientras vivían felices y contentos en la Italia fascista (cosas que los monárquicos y Ansón prefieren olvidar).

Afortunadamente aún no es delito contradecir la versión oficial -ya veremos lo que dura- y podemos detenernos en la fecha. No lo digo yo, lo decía José María Gil Robles, líder de la democracia cristiana de los años treinta: simplemente media España no se resignaba a morir. Media España se sumó fervorosa, de forma activa y no pasiva, a un mal planificado golpe militar en el que casi nada salió bien y que, probablemente, de no contar con la participación de Franco hubiera sido aplastado por el gobierno aunque hubiera engendrado, eso sí, con toda probabilidad, una cuarta guerra carlista.

A pocos interesa hoy recordar -es lo malo que tienen los cuentos, que chocan con la realidad- que el proclamado pero no real "golpe de estado" de julio de 1936 contó con el apoyo de todas las fuerzas políticas que no eran de izquierda. Y a los primeros que no les interesa recordarlo es a los dirigentes de los herederos sociológicos de esas fuerzas políticas. Para que el lector pueda trazar un paralelismo, es como si hoy el teórico "golpe de estado" hubiera sido apoyado por el PP, Ciudadanos y el nacionalismo burgués catalán de CDC, junto con otros minoritarios, lo que suma más del 50% de los votantes de las últimas elecciones. Falangistas, monárquicos, carlistas, derechas autoritarias, democristianos, republicanos conservadores, católicos sin partido, republicanos de centro... todos dieron su apoyo a la sublevación militar y se sumaron militántemente a ella. No era pues cosa de unos cuantos ultras golpistas. Y no fue solo un pronunciamiento de sus dirigentes sino la participación activa de decenas de miles de sus militantes y el apoyo sociológico que representaban. ¿Había tantos golpistas?, o mejor dicho: ¿por qué se pretende borrar de la memoria la realidad reseteando las mentes? La respuesta es simple, porque quienes apoyaron y/o se sumaron a la sublevación, a la rebelión, lo hicieron porque asumían que la II República, en manos de los partidos del Frente Popular, lo que hoy serían PSOE, IU, PODEMOS, Esquerra..., había dejado de ser una democracia, vulneraba y pisoteaba sus derechos, conculcaba la libertad, había dejado de ser un régimen constitucional en el que la izquierda aprovechaba los huecos de la ley para promover un auténtico golpe institucional, proscribía a la oposición el derecho a gobernar aún cuando fuera el partido mayoritario... había perdido toda legitimidad.

A menudo se olvida -ingenuo soy, se debe leer se oculta- que Franco, con una zona menos poblada tuvo que movilizar menos reemplazos que la república frentepopulista para sostener la guerra, que las milicias nacionales encuadraron para el combate a unos 250.000 voluntarios y que muchas unidades regulares fueron completadas o creadas con voluntarios (véase el incremento de banderas de la Legión). Aquellos hombres y el entusiasmo que la causa despertaba eran lo que Gil Robles llamó "el pueblo del movimiento". Así pues, se pongan como se pongan, la realidad es la que es: puede que en su planteamiento Mola y los generales sumados asumieran un "golpe de estado", pero su fracaso engendró el Alzamiento Nacional o como apuntaba Ricardo de la Cierva un auténtico levantamiento civil y popular. Evidentemente, reconocer esto provoca un cortocircuito en la nueva historia oficial, porque abre las dudas con respecto a la legalidad y la legitimidad de la república frentepopulista de 1936. El concepto no es el mismo: no es igual hablar de "golpe de estado" o "golpe militar" que de sublevación civil, alzamiento o movimiento nacional -así se consideraba en el XIX por ejemplo la sublevación de mayo de 1808 contra los franceses-. No es lo mismo, porque el primer concepto es el que permite sostener el mito de la izquierda del ejército contra el pueblo -básico en la nueva ideología guerracivilista impulsada por Rodríguez Zapatero y que hoy está en el discurso socialista, comunista o podemita- y el segundo lo destruye. El primer concepto ofrece una interpretación simple para los manuales de historia aderezada con su igualación al fascismo; el segundo, provoca preguntas en las mentes críticas: ¿cómo es posible que en una democracia como la actual -según se dice-, incluso más perfecta, media población no sólo apoye un "golpe de estado" sino que se sume voluntaria y masivamente al combate? ¿Alguna razón les impulsaría a ello?

Ahora bien, conviene no obviar que el 18 de julio, contemplado en su globalidad, es un hecho revolucionario. Tan revolucionario como lo fue la proclamación de la República de 1931. Una vez rotos los diques son precisamente los rebeldes, los sublevados políticos y civiles, los que impulsan la creación de un nuevo orden distinto al de la república de 1931. La primera pretensión de restaurar el orden, básica en todo "golpe militar", es pronto superada. Aparece entonces, aunque subyace en algunos de los discursos del 17-19 de julio, la idea del para qué al mismo nivel que la de por qué.

Lo que podríamos denominar como la ideología o el programa del 18 de julio, que naturalmente se va conformando entre 1936 y 1937, que es fácil de identificar en su evolución analizando los discursos de Franco, que a la vez son resumen, síntesis y expresión de las propuestas ideológicas de los grupos políticos, primero partidos y luego corrientes, de la España nacional, engendra el discurso del Nuevo Estado en un tiempo en el que la democracia liberal estaba muy lejos de contar con la aquiescencia popular. Lo interesante es subrayar que en ese discurso subyace una interpretación estructural de las causas profundas del conflicto, del porqué se ha llegado a la guerra, que yo cifraría en dos: primera, el fracaso de la clase política -algo que hoy asumen no pocos historiadores a la hora de explicar el porqué de la quiebra de 1936-; segunda, la ausencia de justicia social, la miseria y la podredumbre, los salarios injustos y la explotación, las enormes desigualdades sociales... todo aquello que impulsó a buena parte de la otra media España a apostar por la revolución marxista que preconizaban el PSOE, el PCE y el POUM o la anarquista que, naturalmente, tampoco eran compatibles con la democracia liberal. De ahí que desde las primeras semanas el discurso del 18 de julio asuma que es necesaria una profunda transformación social, porque esta, conforme se vaya haciendo realidad, permitirá superar las diferencias y recomponer el tejido social de España que es lo que, en definitiva, acabó haciendo y consiguiendo el régimen de Francisco Franco.


Nota: Artículo realizado para La Nación de julio 2016

ANSON, entre el plumero de la desmemoria y la obsesión anti-Franco o cuando manipular se hace vicio

ANSON, entre el plumero de la desmemoria y la obsesión anti-Franco o cuando manipular se hace vicio De vez en cuando, aunque con plomiza insistencia, Luis María Anson, ese alabado periodista egregio, se acuerda de que le toca exaltar a su añorado Juan III, que ni fue rey -por más que se empeñe en presentarlo casi como rey en el exilio- ni por tanto fue III. Suele hacerlo preñando la historia de olvidos y verdades a medias, que son, en las más de las ocasiones, las mayores falsedades; olvidos que conducen a mitologías y falsificaciones. Y Anson es el último mitólogo de la Monarquía actual y el único que cree en el mito de don Juan.

Leo con retraso de un par de días una de sus "canela fina" cuyo augusto título es "Juan III, Juan Carlos I, Felipe VI", publicado en las vísperas del aniversario de la Victoria nacional -como el corrector automático me corrige para utilizar la mayúscula inicial así lo dejo- en la guerra civil. Vuelve Anson a lo de siempre, meterse con su odiado Franco, "EL DICTADOR", así, escrito con mayúscula superlativa no se nos vaya a olvidar, para ensalzar a un don Juan que defendía una "monarquía de todos". Entiendo que democrática, aunque él utilice la más ajustada definición de "parlamentaria" -la monarquía no es una institución en sí misma democrática, no es electiva sino hereditaria y eso es para la mayoría, menos para los monárquicos, poco democrático-. ¡Claro que eso de que don Juan defendía una monarquía como la danesa o la sueca desde siempre es mucho decir! Digamos que durante mucho tiempo solo fue demócrata liberal a ratos y que durante no pocos años fue más antiliberal que otra cosa, pero ese vicio, el de ser antiliberal, también lo tenía el joven Anson partidario de don Juan, aunque se le haya olvidado o lo considere un pecado de juventud (¡Entonces eran tantos los monárquicos aquejados del mismo pecado!).

Nos dice Anson -dejo a un lado las tonterías sobre la "envidia" que le tenía Franco, a don Juan no a él, por sus viajes a lo largo y ancho de este mundo (viajes particulares en barco) y por sus relaciones con los dirigentes de la época (aquí debería explicar cuáles y de qué tipo, más allá de las reuniones de las testas con corona donde, por cierto, eran simplemente los Barcelona), como si Francisco Franco no las tuviera o no le hubieran venido a ver a su palacio personalidades de su tiempo (¡Haga memoria don Luis María!)- que el objetivo de la Monarquía de don Juan era "devolver al pueblo español la soberanía nacional secuestrada en 1939 por el Ejército vencedor de la guerra incivil". Y por la coda final del artículo me parece que anda entusiasmado por la aplicación antifranquista de la Ley de la Manipulación Histórica, siempre, eso sí, que solo se meta con Franco. No quisiera tenerle que recordar a Anson que ya puestos la Monarquía podía haber incluido, en su heroica lucha contra Franco -modo irónico claro-, el devolverle al pueblo español toda su soberanía, incluyendo votar si quería o no monarquía, porque si los secuestradores fueron el Ejército triunfante en la "guerra incivil" tendríamos que admitir que la expresión de esa soberanía era la II República y por tanto la actual monarquía tendría otra muesca más de ilegitimidad. También Anson, que se lamenta de la "guerra incivil", tendría que explicar cómo esa Monarquía, encabezada por Alfonso XIII y don Juan, con el concurso de la inmensa mayoría de los monárquicos, conspiraron desde el primer minuto para derribar la II República con el recurso al golpe militar que llevaría a una "guerra incivil", o Anson cree que los republicanos y socialistas de entonces se hubieran conformado. ¡Ah, ese don Juan¡, príncipe de los monárquicos antiliberales que le saludaban brazo en alto en Roma el día de su boda (¿fotos pérdidas don Luis María?); príncipe dispuesto a apartar a su padre por el bien de la Corona y al que el padre mandó de viaje de bodas un año para que no cayera en la tentación.

¡Ay, don Luis María!, que sin la "guerra incivil" y sin Franco la monarquía no existiría en España, tendríamos una república y Juan III, Juan Carlos I y Felipe VI hubieran andado o andarían como los Saboya o los Grecia, o tantos otros, dando lustre de título a algún Consejo o emparentados con alguna gran fortuna internacional. Y no se meta con las "monarquías árabes" diciendo que ese era el modelo de Franco -no el de Franco era el mismo que el de los monárquicos antiliberales como lo fueron don Juan y usted mismo-, entre otras razones porque algunas de ellas (Marruecos, Jordania , Arabia Saudí...) han sido y son muy amigas de Juan Carlos I y Felipe VI.

No voy a trazar aquí un memorándum de las declaraciones públicas de don Juan, o mejor dicho de las declaraciones que le escribían a don Juan. Sería una antología del cambio de opinión según el signo de los tiempos y la capacidad de predicción, nula por otra parte, de sus consejeros. Lo declararon casi falangista, y con reiteración tradicionalista y antiliberal, asegurando que de demócrata liberal ni un pelo. Se puso morado a felicitar por los avances y las victorias del Ejército de Franco en la "guerra incivil"; estuvo dispuesto a venir a combatir con los nacionales -media familia Borbón lo hizo- y se libró de morir a bordo del Baleares porque Franco era monárquico y no aceptó su ofrecimiento -Franco lo era, por más que Anson se empeñe a la hora de fabular a la contra-; sus conspiradores, los amanuenses de sus cartas y declaraciones, quisieron que fuera rey con los nazis para sustituir a Franco, rey con los rojos al finalizar la IIGM y creer que echarían a Franco, estuvieron dispuestos a aplaudir una invasión aliada y se callaron cuando con el cerco internacional se sometía al hambre a los españoles -eso es lo que Franco nunca le perdonó a don Juan-; le quisieron hacer rey del Movimiento, verdadero representante de los ideales del 18 de julio... que Franco le hiciera rey y Franco siguiera con todos los honores y, también, que fuera rey democrático, pero ya entrados los sesenta y especialmente cuando su hijo aceptó ser el rey de Franco. Y mientras don Juan andaba con esas cuitas fue Franco quien realizó una maniobra política única cuando las monarquías desaparecían del mapa: volver a poner un rey en la Jefatura del Estado. Y lo hizo en contra de la opinión de no pocos de los suyos y de la propia opinión pública, consiguiendo hacer de Juan Carlos y Sofía los Príncipes de una generación.

La obsesión de Anson con sus hábiles e inexactos escritos es blindar históricamente la Monarquía. Entre otras razones porque sabe leer lo que está sucediendo, porque sabe que la Ley de la Memoria Histórica no tiene solo como objetivo quitar las estatuas de Franco -quedarán cuatro o cinco en toda España-, ni las placas de las calles que llevan retirándose treinta años, sino que va a tirar por elevación y que su objetivo final será el último vestigio del franquismo: la monarquía volando la historia mítica de la Transición. Por eso Anson quiere borrar huellas; por eso cifra la legitimidad de la actual Monarquía en la transmisión de un derecho inexistente, porque don Juan nunca fue rey en exilio, ni fue nunca reconocido internacionalmente como tal, el único reconocimiento lo tenía el régimen de Franco; y la cifra también en la Transición realizada por Juan Carlos I (es de sonrisa eso de que don Juan se atrajo a toda la oposición, porque esa oposición apostaba por una República y lo único que veía en don Juan era un instrumento, un compañero de viaje o un tonto útil según se prefiera). Por eso también tiene que cambiar la historia de la Transición, readecuarla al signo de los tiempos. Por eso, sin solución de continuidad, habla de "pasar de una dictadura de 40 años personificada en el caudillo amigo de Hitler y Mussolini a una democracia pluralista plena"., como si en medio nada hubiera pasado. Un momento: ¿Pluralismo pleno? Pero si hemos leído al mismo Anson defender el modelo bipartidista recomendando utilizar la ley electoral para evitar el molesto pluralismo resultante de las últimas elecciones.

Pero volvamos a la argumentación. ¡Cambiar la Transición¡ Don Luis María vuelve a las trampas: Franco el amigo de Hitler y Mussolini, y en el mismo grado lo sería de Eisenhower, Nixon, De Gaulle, Faisal, Hussein... pero esto se le olvida. No, la Transición no fue solo obra de don Juan Carlos "que tenía la fuerza del Ejército" -Anson se olvida que esa fuerza no era por mérito propio sino porque era el heredero de Franco (a don Juan lo hubieran mandado otra vez a Estoril en el primer tren)- o de Tarancón, o de Marcelino Camacho o de "Felipe González que tenía la fuerza de los votos".... (?) O quizás sea que quiere recordar a Felipe VI la necesidad de vincular la Monarquía, para su pervivencia momentánea, al socialismo como hiciera su padre.

Se le olvida a Anson -en realidad lo oculta- que la Transición fue posible realmente por la colaboración de los franquistas que consideraron que el régimen desaparecía con Franco y procedía su cambio; por el voto sí, pero de los franquistas; por los votos del franquismo sociológico que eran los que nutrían AP -el origen del PP fundada por la tira de ministros de Franco- y la UCD -que contó con el aparato mediático del franquismo, con los hombres del Movimiento en pueblos y provincias-, que sumados eran mayoría, una mayoría que la nefasta acción de gobierno de Suárez hundió. A ese proceso/proyecto abierto por el rey y los franquistas -la inmensa mayoría de ellos-, apoyado por la opinión pública que constituía el franquismo sociológico porque lo realizaba el heredero de Franco y los hombres y estructuras del Movimiento, se sumó primero el PSOE de Felipe González y después el PCE de Santiago Carrillo. Pero este nombre y el de Adolfo Suárez es borrado de la historia por Anson, porque el ilustre periodista necesita borrar a los franquistas de esa Transición y concederle el protagonismo absoluto a su rey y a los socialistas para que la Memoria Histórica no siga tirando del hilo.

Queda la coda final. Esa comparación que hace Anson entre el monumento por suscripción popular a don Juan que perdura mientras se quitan los erigidos a Franco como imagen de una justicia histórica. ¡Qué metáfora tan brillante para un maestro de la pluma! Bueno, recordemos que no pocos de ellos, los de Franco, también lo fueron por suscripción popular, alguno inaugurado después de la muerte de Franco; que cuando Franco murió se abrieron numerosas suscripciones populares para poner monumentos (el gobierno decidió que no era conveniente y el dinero ni se sabe a dónde fue a parar) y que ha hecho falta una ley totalitaria para retirarlos (en más de una ocasión con oposición popular y con intervención policial represora). Pero que no se apure don Luis María, probablemente es solo cuestión de tiempo que le llegue también el turno de la demolición a su monumento histórico favorito, porque de momento ya hemos visto cómo se retiran los retratos de Felipe VI de centros oficiales y se empiezan a quitar los nombres regios otorgados a construcciones y calles y yo no he visto aún a los fervorosos monárquicos salir a la calle en su defensiva.

EL FRANCO CRUEL E INMISERICORDE DE JOSÉ MARÍA ZAVALA

EL FRANCO CRUEL E INMISERICORDE DE JOSÉ MARÍA ZAVALA No pocos escritores, historiadores y periodistas andan empeñados en hacer de este otoño su particular agosto a costa de Francisco Franco. Los aniversarios terminados en cero es lo que tienen. El último en llegar -probablemente ya sea el penúltimo- es José María Zavala. Lo ha hecho con una obra liviana, fruto de volver a grapar capítulos de sus libros anteriores, más próxima al chisme que a la historia, en la línea de lo escrito hace unos meses por la periodista Pilar Eyre a la que este autor acusa de ningunear sus investigaciones.

El título del invento es "Franco con franqueza. Anecdotario privado del personaje más público", mucho título para tan escaso contenido real, en el que José María Zavala, fiel a su costumbre, al menos en algunas de sus últimas obras, se empeña en descubrir la rueda sobre aspectos supuestamente desconocidos que, en casi todos los casos, son de sobra conocidos. La mitad del libro es repetida, salde de sus dos libros sobre José Antonio, del escrito sobre Pilar Primo de Rivera y de uno bastante anterior sobre Ramón Franco. Como de costumbre sin notas ni aparato crítico. Fiel a su estilo, que resulta ameno y entretenido, todo hay que decirlo, plantea la historia como una investigación cuasi policial para resolver misterios.

No nos equivoquemos, a José María Zavala dista de caerle bien Franco. Es más, el palo a Franco que ha empleado en sus otras obras es casi el salvavidas al que se agarra para no acabar marginado con la vitola de la extremaderecha o similar. Es lo que le garantiza que se hagan eco de sus libros los medios de comunicación del centro y la derecha tipo ABC, La Razón, La Vanguardia o 13TV.

A Zavala lo que le interesaba, dejando a un lado las páginas repetidas, es introducirse de forma por cierto harto superficial, con referencias a unos pocos testimonios, en la vida íntima de Francisco Franco. Todos los tópicos antifranquistas de psiquiatra barato/aficionado afloran en esta obra que, en este sentido, no se aleja de lo habitual en los ladrillos antifranquistas de los sesenta de Ruedo Ibérico y similares (cerillita, complejos, problemas con el padre, voz atiplada, reprimido sexual...). Y, naturalmente, tal y como explica el autor en sus resúmenes y entrevistas, el Franco resultante es "cruel e inmisericorde" (¡Qué malo que era Franco! ¡Qué cruel! Resulta que no indultó al auditor del ministerio de Guerra, asesor de Largo Caballero para la aplicación de las sentencias de muerte -no solo la de José Antonio debemos suponer dado su cargo-, presidente del Tribunal de Guerra y de otros órganos represores republicanos, pese a que tenía una niña a su cargo. ¡Qué ejemplos nos presenta Zavala!). Un hombre que "no tenía piedad", aunque eso sí, "no llega a lo de Hitler". Siempre es un consuelo.

Fiel a su estilo José María Zavala evita poner, en estos temas complejos, la última palabra. Deja a otros que digan lo que parece que él quiere decir pero no se atreve o prefiere mantenerse en la nebulosa de la duda sobre lo que piensa. Ya lo hizo en su libro "La Pasión de José Antonio" y lo reitera en este para presentar a José Antonio, otra vez, como "el incómodo rival de Franco", y, pese a las evidencias, mantener de forma indirecta que Franco no hizo todo lo posible por salvarlo, recogiendo todos los testimonios -sin revisión crítica alguna- que tal opinión tienen y silenciando tanto los hechos como a todos aquellos que opinan lo contrario de forma documental. Dar autoridad, como hace en el libro, en cualquier tema, a las inventivas de Ramón Garriga, que escribía desde su antifranquismo anímico sin más soporte que su opinión, o a las elucubraciones de Alcázar de Velasco, es de nota.

Poco o nada, más bien más nada que poco, aporta este prescindible libro a la hora de conocer la personalidad real de Franco, su mundo interior que hasta ahora es un terreno poco estudiado dada la falta de documentación personal accesible. Auparse para una investigación sobre la larga lista de libros de memorias de familiares de Franco o próximos a él, desde Franco-Salgado a Pilar Franco, editados en su tiempo por Planeta, cuando todos sabemos que son obras convenientemente cocinadas cuando no rehechas, sin pararse a pensar que un testimonio dista de ser una verdad objetiva en las más de las ocasiones, es preocupante.

Hace ya años que Zavala, en su libro sobre Ramón Franco, hizo el "gran descubrimiento" sobre los problemas sexuales de Francisco Franco y la deriva que ello pudiera tener sobre la paternidad de su hija. Vaya por delante, a Zavala se le pasa o lo ignora, ¿o quizás no y eso explica el modo de escribir?, que José Luis de Vilallonga, en un libro infame, sostuvo que Carmen era hija de Ramón Franco, y acabó en los tribunales con condena incluida. Ambos, curiosamente, han recurrido a las mismas fuentes, a los mismos chismes, a las mismas maledicencias y a escritores como Ramón Garriga y similares. Quizás por conocer el caso, José María Zavala se cuide mucho a la hora de pronunciarse, aunque busque llevar al lector a conclusiones similares o, cuanto menos, a sembrar la duda; porque de lo contrario ¿por qué no decir que Carmen es hija de Franco sin duda alguna, sin circunloquios?

Pero vayamos por partes. Hace años -aunque no pocos lo hayan leído en el libro de chismes de Pilar Eyre- Zavala nos obsequió con la gran primicia -sin que nadie medianamente serio le prestara mucha atención- de que Franco había perdido un testículo en África, lo que explicaba "muchas cosas" y le llevó a investigar sobre la paternidad de Carmen Franco. Y ahí comienza el gran misterio que con este libro por fin ha conseguido desentrañar.

La fuente de autoridad, la gran referencia, es la hija del doctor Antonio Puigvert, quien nunca atendió a Franco profesionalmente, aunque mantuvo en sus encuentros conversaciones sobre "temas que nadie podía sospechar". Y entre esos temas, deduce Zavala, estaría el testículo perdido en la guerra. Ello lo transmitió el doctor a su hija -como no le atendió profesionalmente no hay secreto sobre el paciente ¡Todo solucionado!-, la también eminente doctora Ana Puigvert. Esta le dijo a Zavala que Franco era "monórquido". El autor sumó dos y dos y le dio una palabra: el Biutz. El lugar donde Franco fue herido de muerte y en el que perdió según él el testículo, lo que le pudo provocar una "esterilidad parcial", de ahí que solo tuviera una hija y tardara tanto tiempo en tenerla; o, en caso extremo, una impotencia total y...

Tras el libro de Pilar Eyre y su revelación sobre la "fimosis acentuada" de Franco que hizo que, según esta relevante investigadora, una vez tuviera su hija no volviera a tener más relaciones con su mujer -¡Cuánta tontería se tiene que leer!-, Zavala pidió un dictamen a la doctora Puigvert quien, partiendo de la herida del Biutz como causa de la perdida de un testículo, determina que Franco "quedaba imposibilitado para fertilizar por la afectación de la gónada restante y de savia seminal, provocándole, como digo, una infertilidad secretora y una disfunción eréctil". Página antes -para animar la cosa- Zavala se ha acordado de que Sofía Subirán, a la que Franco pretendía y cuyas cartas y testimonios fueron publicadas hace años con errores a granel y de Ángeles Barcón quien decía que tenía las manos frías. Inmediatamente recordó a Marañón, quien en su estudio sobre Enrique IV (se le olvida el apelativo de "El Impotente") anotaba este rasgo identificador de la "morfología de estos eunocoides y deficientes sexuales". ¡Cómo le gusta a Zavala tirar la piedra y esconder la mano!

Claro que nos dice, no sea que acabe ante un tribunal, que pudo ser una "esterilidad temporal" y en una de las veces pudo engendrar a Carmen. Pero no contento cierra el capítulo correspondiente de este modo: primero, reproduce parte del texto que le ha mandado la doctora, "Finalmente, como informa Pilar Eyre, la . Estoy de acuerdo con esta afirmación. Por lo tanto, sin capacidad de engendrar, aunque no fuera en su caso la fimosis el motivo de dicha inactividad sexual, difícilmente hubiera podido tener una hija"; y añada Zavala: "Más claro agua". ¿Pero qué está claro?

Y ello nos lleva a un nuevo capitulo: "la paternidad". Y otra vez el mismo juego para concluir, tras hablar de los misterios en torno a las partidas de nacimiento de Carmen que no son de la época, tras recorrer todas las maledicencias de los que ponían en duda la paternidad de Franco (Garriga, Alcázar de Velasco, Vilallonga...) o no les extrañaba que no fuera el padre (insuperable el recurso a Max Borrell para sembrar la duda), para concluir recordando que para saber la verdad sin la sombra de duda que algunos proyectan se necesitaría una prueba de ADN.

¡Ah, la Historia! Si Zavala conociera medianamente la biografía de Franco de verdad, más allá de los lugares comunes (medio libro poco tiene que ver con Franco directamente) sabría que Carmen Polo tuvo un aborto. Se habría dado cuenta de que Carmencita nació en 1926, algo menos de tres años después de la boda, no porque Franco tuviera "esterilidad temporal", consecuencia de la pérdida de un testículo según Zavala, o porque sufriera una "fimosis acentuada" según Pilar Eyre, sino porque Franco estuvo en campaña casi con continuidad entre 1923 y 1925. Pero claro, para darse cuenta de eso era necesario investigar. Franco y Carmen se casaron en octubre de 1923 y el jefe de la Legión estuvo de permiso hasta finales de noviembre. Volvió a África para dirigir las operaciones de 1924 (Xauen) y Carmen se quedó en Ceuta; regresó a casa para estar poco más de una semana en diciembre de aquel año y tuvo que volver a salir para avanzar sobre Alcazarsaguer (desembarco de Anyera) y así hasta el desembarco de Alhucemas (septiembre de 1925). Si Zavala o la señora Eyre hicieran las cuentas encontrarían la razón de por qué tardaron algo más de dos años en engendrar una niña.

¡Ah, la Historia! ¡Qué fácil es inventar! Zavala sin sustento de prueba alguna, más allá de los chismes, deduce que la herida del Biutz fue la responsable de la pérdida de un testículo, porque no era posible que fuera monórquido de nacimiento. No sé si ha encontrado y lo guarda como as en la manga el informe sobre la herida. Evidentemente yo no lo he visto directamente, pero tenemos los testimonios de los dos doctores que lo atendieron. Primero, el capitán médico Antonio Mallou que le hizo la primera cura que le salvó. Segundo, el del médico militar doctor Blasco quien dejó su testimonio directo. Confieso mi ignorancia médica, pero el doctor Blasco señalaba que la penetración de la bala, que no afectó ningún órgano vital, entró por el vientre -señala en la radiografía unos tres o cuatro dedos más abajo del esternón-, rozó el diafragma por abajo y salió por detrás sin tocar el hígado que estaba en la trayectoria, lo que no parece avalar la tesis de Zavala si recurrimos a la anatomía elemental.

Pero estas son las cosas de un "Franco con franqueza" cuyo título más que una tesis es una antítesis formulada en tres palabras. Un libro cuyo mejor espacio para presentarlo me parece que sería el plató de Sálvame.


CODA CON ESTRAMBOTE: Ya sabemos que Paul Preston anda por ahí explicando que Francisco Franco es comparable con Adolfo Hitler. Zavala, más modesto, también los compara: "a las simpatías que pudieran profesarse a Franco y a Hitler les unía la pérdida de un testículo en el mismo año 1916". Y nos informa que se ha desclasificado un documento sobre Hitler que lo confirma -en realidad fue en 2008-. Reduzcamos el valor de documento, se trata de unas transcripciones de las conversaciones que el médico/enfermero Johan Jambor tuvo con su sacerdote en los sesenta donde le revelaba lo apesadumbrado que estaba por haberle salvado la vida a Hitler, estos papeles llegaron a un historiador aficionado polaco que los publicó. Hitler, nos cuenta, estaba ensangrentado por el estallido de una granada en el vientre con la pérdida traumática de un testículo (¡selectiva la granada en tan delicada parte!). Pese a tan grave amputación en dos meses Hitler estaba otra vez en el frente (no sé si debiera consultar a su doctora de cabecera sobre tan asombrosa recuperación). Naturalmente ninguno de los biógrafos de Hitler desde Fest a Kershaw, que algo más que Zavala saben, ha dado crédito a una revelación que suena a chiste y que no es ningún documento con valor, pero a Zavala esto de los testimonios le chifla. Pero esta historia, cuyo origen es una pretendida autopsia soviética, es la que inspiró a Zavala para transcribirla al caso de Franco cuando poco después hizo su libro sobre Ramón Franco, cuyas páginas recupera para este. Lástima que su dominio de la bibliografía sea escaso. De lo contrario conocería los documentos desclasificados, documentos médicos de verdad, de hace un par de años sobre Hitler o habría leído el libro exitoso de Thomas Weber de 2012 desmintiendo el comportamiento heroico del futuro Führer en la IGM en el que indica que lo de la pérdida del testículo es falso. Pero no va a permitir Zavala que un riguroso estudio documental le arruine la película. Ya puesto podría haber comparado también a Franco con Napoleón, de quien también se dice que le faltaba un testículo -¡qué manía, cielos!-. O como gusta de lo paranormal recordar el valor de los hombres con un solo testículo que en la mitología artúrica guardan el secreto del camino al Santo Grial. Así que ya puestos, además de unas páginas sobre el brazo de Santa Teresa -otro clásico sobre el Generalísimo-, podía habernos dicho que el Caudillo era el guardián del cáliz de Cristo

BEATRIZ TALEGÓN SE APUNTA AL ¡FRANCO, FRANCO, FRANCO!


Me había prometido no caer en la tentación de escribir un artículo con motivo del 40 aniversario de la muerte de Francisco Franco. Bastantes tonterías han escrito los que no saben de qué escribir -antológico el artículo de un columnista de El Mundo el jueves 19, seguro que lo ha enmarcado y espera el Pulitzer- o aspiran a sacar unos euros a base de libros, tan infumables como insulsos, para contarnos que si don Francisco era un general corrupto que hacía negocios con el café (Ángel Viñas), un hombre cruel e inmisericorde (Paul Preston y José María Zavala) o redescubrir chismes al más puro estilo Sálvame para contarnos que Franco perdió un testículo en la guerra de África -el secreto mejor guardado de todos los secretos- y de paso dar pábulo a la tesis de que su hija no era hija suya (José María Zavala)... ¡Y cuanto se tercie!, pues contra Su Excelencia el Generalísimo, que así lo llamaban cuando se pasaba el día inaugurando cosas en el NODO, ya se sabe que cualquier cosa es válida, aunque esté bien eso de hacer caja a su costa, pero teniendo cuidado no sea que a uno le caiga el sambenito de franquista y se acabe el chollo. No quería escribir pero me he tomado un café de tarde con un artículo de chiste de la señorita Beatriz Talegón y a estas horas ya es 21 de noviembre.

¡Mola!, que diría esta política-tertuliana, en plena euforia dialéctica, que ya no sé por dónde anda tras ir dando tumbos por la izquierda tras hacerse socialista después del 11-M, saltar al estrellato por meterse con los actos socialistas en hoteles con estrellas, salir con acusaciones de falta de trasparencia del carguillo en Viena en la Unión Internacional de Jóvenes Socialistas, abandonar el PSOE, explicarnos si tenía o no tenía novio, andar en manitas con Podemos, emerger como estrella para el 20D de una efímera "Por la izquierda" de la que ha salido para no darse un batacazo, alumbrar deducciones de peso como aquella de que tras el 15-M estaba la derecha y acabar, como tantos, casi dando gracias a Franco por existir -para ella parece que aún vive- y poder en privado gritar "¡Franco, Franco, Franco!", por qué sin él no sabría de qué hablar ni aspirar a caudilla. Y doña Beatriz se nos ha hecho este 20N una nostálgica del franquismo para poder ser antifranquista de trapillo.

Me ha dado por reírme ante la candidez y escaso argumentario de quien se supone que es una chica de verbo fácil y altura dialéctica demostrada; capaz de sacar de sus casillas a la mismísima Isabel Durán, hasta el punto que acabó ella de patitas en la calle; de no arredrarse y mantener su escotada indumentaria ante el censor Pablo Iglesias -¡el de PODEMOS!- porque ya sabemos lo que opinan en Irán sobre mostrar canalillo por televisión -¡Ah, que admitió la censura la heroica luchadora! No me lo creo-. Me esperaba una soflama de las suyas, pletórica de ingenio, capaz de encandilar a las juventudes de la izquierda que la veían como caudilla. Leyéndola me la imaginaba en pleno mitin antifranquista, culminando su vibrante discurso, como sus escritos, con un "¡Salud y República!" al más puro estilo miliciana, con las masas gritando "¡Caudilla Talegón!". Yo me la imaginaba con ese alarde de ingenio que Edmond Rostand puso en boca de Cyrano para tomar el pelo a quien le quería sin poder insultar, lo que equivalía a llamarle tonto o vulgar en siete idiomas. ¿Quizás me este equivocando al distribuir los papeles?

Hete aquí que, tras releer el artículo aparentemente insidioso contra la memoria de don Francisco, me he dado cuenta de que no; que Beatriz Talegón -en el fondo tiene todas mis simpatías o mejor dicho me es más simpática que Preston o que Soraya- lo que ha hecho es un artículo casi franquista.

Mira que hablar de los que andan por las cunetas, de los luchadores por la democracia durante el franquismo, para después llamarlos tontos en grado superlativo o algo peor recordándonos que entre los miles (bueno aquí se queda corta porque si a las colas añadimos a los que acudieron a multitudinarios actos en toda España sumarían algunos millones de españolitos) de españoles que ante los restos mortales del Caudillo -no le llamo dictador para no copiar la insigne aportación definitoria de la articulista- desfilaron durante varios días -no fueron más porque el gobierno decidió que ya estaba bien- había también miles que hicieron horas de cola, rodeados de franquistas llorosos, disimulando su alegría, echando lagrimitas por si las moscas, para poder pasar delante de su cadáver para comprobar si estaba muerto. Argumento de la autora que si se toma en serio solo cabe dudar si adscribirlo al género tonto o al género idiota.

Me alegra infinito el artículo de Beatriz Talegón porque sus fans o ex fans -a estas alturas ya no se sabe qué pensar- ya son antifranquistas, de argumentario tan cortito como el que exhibe en sus líneas, sin necesidad de leerla, y los que le tienen manía -la legión de los que no la soportan- pensarán que cuanto dice es simple vómito izquierdista o "mentira cochina" que diría un tierno infante.

Me congratulo y me descubro ante artículos como el suyo que tienen la virtud de hacer brotar admiradores de Franco como rosquillas. Así que doña Beatriz le ha hecho, en la conmemoración del 40 aniversario de su muerte, un inmenso favor a don Francisco, un sentido homenaje. Pero me sigo preguntando: ¿por qué ha escrito un artículo tan inane si sabía que tenía que codearse con la catarata de artículos antifranquistas de la semana? No se me antoja cómo, de no ser una máscara, se pueden escribir en tan pocas líneas tantas tonterías sin ser capaz de alumbrar la más mínima originalidad aunque no pasará de ser una boutade.

¡Esas perlas de doña Beatriz!

Nos dice, "Murió postrado en una cama" -le falta añadir de un hospital de la Seguridad Social construido por él para los trabajadores-: pues claro, cómo se muere uno normalmente cuando está grave en un hospital ¿bailando la conga?

"Sometió a gran parte de la población a 40 años de miseria, analfabetismo". Pero si en 1975 éramos la 8ª potencia industrial del mundo -hoy andamos por la doce o catorce-; si el franquismo hizo caer las tasas de analfabetismo, endémicas en España, de forma acelerada y a finales de los sesenta, por primera vez en la historia, todos los niños podían ser escolarizados -no se me enfadé pero la República quiso alfabetizar cerrando la intemerata de colegios católicos y dejando a los niños en la calle, pero esto seguro que lo ignora-; si los índices de convergencia con Europa del final del franquismo cayeron después y no se recuperaron hasta los años noventa; si hasta los españoles pudieron comprarse piso sin ser víctimas de la especulación y no podían perder la casa familiar por embargo. Franco fue pues un precursor de los movimientos antidesahucios.

"Injustas condenas sin procesos". Aquí confieso mi sorpresa gramatical porque para que haya condena, aunque sea injusta, tiene que haber juicio/proceso... a no ser que se refiera a condenas morales.

Se queja de que se olvide a los que "dieron su vida por defender la democracia", pero en los años treinta, cuarenta y cincuenta esos luchadores tenían un concepto muy peculiar de democracia que naturalmente se parecía a lo que el común de los mortales entiende hoy como tal como un huevo a una castaña. Y algunos, varios miles, perdieron la vida no por defender nada, sino más bien por liquidar al contrario en la zona republicana, torturar, perseguir... o cometer atentados y no pocos atracos en los años cuarenta o cincuenta. Pero estoy seguro que la señorita Talegón, que es joven y preocupada por el futuro y no debe tener mucho tiempo para el pasado, desconoce esta otra cara de la historia. Pero, ¿cómo se puede hablar de olvidos cuando están un día sí y otro también hablando de ellos? De los que no se habla son de las otras víctimas, entre otras razones porque así nadie se pregunta por aquellos de la causa y el efecto. Víctimas que no es que sean olvidadas, es que está proscrito recordarlas. Y digo yo que también tendrán derechos.

Beatriz Talegón no sé si es una víctima de la LOGSE pero sí un arquetipo de los que andan como zombis por la política. Se salió del PSOE porque era un partido vacío de ideas y mira por dónde, al final, su discurso anda reverdeciendo el "No a la guerra" por un lado y por otro creyendo que el antifranquismo es una ideología, aunque en realidad no sea más que un discurso tranochado con el que parece buscar hacerse un hueco como rojilla oficial para las tertulias de derecha, pero no olvide doña Beatriz que co un Pablo Iglesias ya han tenido bastante.

FRANCO SUPERESTAR

FRANCO SUPERESTAR
El negocio del 40 aniversario.


Me hace gracia lo bien que hacen caja algunos a costa de don Francisco Franco. Ellos son los auténticos nostálgicos del franquismo; y que dure la nostalgia que no es malo para el bolsillo -se dicen-. Eso sí todos ellos, los Preston, Juliá, Casanova, Viñas y un no tan largo etcétera, llevan cuarenta años intentando convencer a los españoles, libro tras libro, de lo malo malísimo que era el sanguinario y cruel dictador Francisco Franco. Y, en algunos casos, están molestos porque en la guerra de papel pierden en ventas frente a lo que ellos ya llaman los "revisionistas", cuando ellos son los únicos revisionistas. O como califica Viñas a los que no tienen su bendición, a los historiadores o investigadores que le contradicen y le amargan la vida, cumpliendo con su autoproclamado papel de Gran Censor: "historietógrafos" -antes su amigo Reig los llegó a llamar "tontilocos"-. Lo que a no pocos nos invita a decir aquello de "dime de qué presumes...", preguntándonos si no son ellos los auténticos devotos de la historieta (historietas malas pues difícilmente llegan a la altura de Mortadelo y Filemón).

Franco es un negocio redondo, porque sigue apasionando a muchos leer sobre un periodo tan largo como trascendente de la historia reciente de España, y también tan enigmático. Y más negocio es cuando llega la fecha emblemática del 20 de Noviembre. Quien lo ponga en duda que se de una vueltecita por los estantes de las librerías o las portadas de periódicos y revistas en las próximas semanas. Vamos que Franco es para casi todos, por interés o por devoción, un superestar y los que más carrete le dan son precisamente los antifranquistas de oficio y de beneficio. Ellos han convertido a Franco en una auténtica estrella.

Francisco Franco falleció hace cuarenta años en un hospital de la Seguridad Social, no en una clínica privada. Seguridad Social fundada por él -aunque Pedro Sánchez probablemente también piense que la crearon los socialistas-. Así que llegada la fecha, agrandada por el guarismo conmemorativo, toca revival -perdón por el extranjerismo- editorial, periodístico y político -ya verán a Franco participar en la campaña electoral como insulto, claro está-. ¡Pero tranquilos están en Génova 13 porque hay consenso entre los historiadores a la hora de afirmar que no pertenecería al Partido Popular! Lo que no creo que le haya hecho mucha gracias a Viñas. Por no quedarse atrás en esta carrera, hasta el diario El Mundo nos lo ha resucitado -no tiene mérito, ya lo había hecho Vizcaíno Casas- y lo ha paseado con fotógrafos por las calles de Madrid sin que por cierto parezca que le hayan insultado.

Pío Moa, hace unos meses, ya daba unos cuantos soplamocos intelectuales, con su meritorio ensayo histórico sobre el franquismo, a los historiadores antifranquistas. Un más que recomendable texto que ha puesto de los nervios a los que no lo nombran en sus críticas o se refieren a él en tercera persona; hace unas semanas Luis Suárez Fernández publicaba una nueva obra clarificadora para desquiciamiento de los antifranquistas, pues el profesor Suárez es para ellos otra bestia negra. Frente a ello, como llegaba el 20N, tras el fracaso de un refrito anterior con poca fortuna de la mano de los revisionistas antifranquistas con título de profesores universitarios, Ángel Viñas nos obsequiaba con un libro que se aproxima mucho a la definición de panfleto tanto en el fondo como en la forma; donde, como perla de objetividad, nos indica que el asesinato de Calvo Sotelo no fue tal porque técnicamente se trataba de un homicidio. ¡Toma del frasco Carrasco!, que diría un castizo. Y después de eso casi mejor ahorrarse la lectura.

Faltaba a la cita el simpático Preston -él, yo y Franco tenemos en común que nos gustan las películas del Oeste-, quien al menos reconoce que es antifranquista -Viñas también aunque nos recuerde que para ser objetivo a la hora de hablar de Franco solo se puede ser, al menos, tan antifranquista como él-. Preston también olfatea el dinero -de tonto no tiene un pelo y sabe que cuenta con la publicidad gratis de quienes le consideran un tótem de la historia- y nos obsequia como conmemoración una nueva edición de su conocida biografía sobre Franco, con algunas aportaciones y novedades, según leo, para redondear su obra:

Primero, la demostración, pese a lo publicado y documentado, de que Franco no contribuyó a la protección de los judíos perseguidos a través de los representantes diplomáticos españoles en la Europa del Reich -supongo que no ha leído el último artículo del hijo del entonces ministro general Jordana-, porque ya se sabe que media docena de diplomáticos en legaciones distintas actúan del mismo modo por inspiración divina y no siguiendo instrucciones (seguro que a Preston también se le olvida la ayuda al Mossad en 1972 para sacar a 2000 judíos de Marruecos donde estaban bastante achuchados).

Segundo, nos dice que también va a poner sobre la mesa el antisionismo de Franco (ojito, Preston, porque ser antisionista no es ser antijudío; pero a Preston como a Viñas les gusta no decir toda la verdad), para ello retorcerá y recortará los discursos del Generalísimo a su gusto, olvidando, eso sí, que en 1948 fue el Estado de Israel el que no pidió el reconocimiento a España y que se negó a iniciar las relaciones diplomáticas pedidas por el régimen de Franco, aunque en los 50 el régimen prefiriera la amistad con los países árabes y apoyará la causa Palestina (ergo don Francisco era un progre de tomo y lomo por situarse en ese punto).

Tercero, lo anterior, no le parece bastante a Preston como reclamo y, entre otras perlas, naturalmente, pese a la demostración empírica de lo contrario, realizada por el investigador Moisés Domínguez, se suma a su amigo Viñas para sostener que Balmes fue asesinado por Franco o sus amigos -dejemos claro que Viñas no demostró nada más que sus prejuicios-. Luego están las perogrulladas habituales de la izquierda sobre la guerra y las ayudas externas (¡Ah, el amigo Viñas prescindiendo de datos a la hora de valorar las ayudas en el campo de la artillería como le ha recordado el experto en la materia Lucas Molina!) o teorizar sobre las cosas que escribía su primo Pacón en su diario para demostrarnos con ello las "tontunas" de Franco (como he escrito en alguna ocasión si lo tomamos al pie de la letra lo tomamos para todo y no solo para lo que conviene, que es lo que suelen hacer casi todos).

Eso sí, como Viñas, este a regañadientes, Preston tiene que reconocer que la corrupción ha ido a peor desde 1975 y que en ello han brillado las gentes de izquierda que pensaron que ahora les tocaba a ellos (bueno, esta parte del discurso de Preston dudo que la asuma Viñas). Pero lo que más me gusta de sus afirmaciones es eso de que los corruptos de la Dictadura quisieron seguir con sus privilegios. Lástima que el periodista de El Mundo no le preguntara por los nombres de esos corruptos, sería interesante la lista porque los políticos propiamente franquistas desaparecieron en meses y los que yo presupongo me parece que incrementaron exponencialmente su fortuna después de la muerte de don Francisco; pero ya se sabe que Franco tiene la culpa de todo por malacostumbrar a los españoles. Dejo a un lado las chorraditas sobre la corrupción en el franquismo (¡qué se lo digan a papá Pujol!), porque Preston y demás no quieren reconocer que si Franco estuvo cuarenta años en el poder sin rebelión alguna no fue por una represión inmisericorde (repase el historiador las cifras de población penal desde finales de los cuarenta), sino por un apoyo popular que lejos de disminuir fue incrementándose. Muestra de ello son los varios millones de españoles que le despidieron en noviembre de 1975 en todas las ciudades y pueblos de España. Ahí están las hemerotecas. Son esos apartados de la crónica que me parece se le habrá olvidado referir a don Pedro J. Ramírez, quien también se ha sumado al revival con una nueva versión de El año que murió Franco (libro que por cierto también ya había escrito antes Vizcaíno Casas).

Lo demás, lo de siempre en Preston. Quiere titulares, ir un poco más allá que sus conmilitones -dicho solo con afán descriptivo y no despectivo-: Franco fue el segundo en el podio de los dictadores más crueles de Europa, después de Hitler y por delante de Mussolini. ¿Por qué a estos izquierdistas británicos, y a no pocos de por aquí, se les suele olvidar que puestos a realizar podios el cajón más alto debiera ocuparlo un tal Stalin y como ideología el comunismo?

¡Ah! ¡Claro!, porque entonces a quien tacharían de fascista sería al propio Preston y hasta ahí llegaría la fama y la venta.

¿Por qué el autor y el editor en vez de titular el renovado libro de Preston con una bonita foto y la leyenda de "Franco. Caudillo de España" no lo rotulan, para que quede claro, "Franco. El dictador cruel y sanguinario", y de subtítulo "la obra definitiva de un historiador antifranquista"?

¡Ah! ¡Claro!, porque entonces no iban a vender muchos ejemplares y, entre el antifranquismo y los euros, Preston y la editorial Debate prefieren los euros. Las cosas como son. Y más allá de todo lo dicho queda el interés evidente que existe en el público. Entre otras razones porque las versiones maniqueas que se facilitan sobre Francisco Franco no parece que acaben de convencer al personal. Lo que le da mucha rabia al señor Viñas

PEDRO MIRÓ, EL JESUITA ASESINADO UN 20 DE NOVIEMBRE EN REPRESALIA POR LA MUERTE DE DURRUTI

PEDRO MIRÓ, EL JESUITA ASESINADO UN 20 DE NOVIEMBRE EN REPRESALIA POR LA MUERTE DE DURRUTI
Coincidencias. Leía hace unos días un magnífico artículo de uno de los pensadores modernos marginados, el argentino Alberto Buela, titulado "La Industria de la memoria". Evidentemente no se refiere a la situación española, pero no pocos de sus argumentos serían fácilmente extrapolables a nuestro caso. También aquí lleva décadas desarrollándose esa industria a costa del erario público iniciada con indemnizaciones sin cuento y culminada con subvenciones increíbles a grupos constituidos en muchos casos para la explotación de la memoria.

Como la canícula aprieta la prensa se puebla de reportajes y entre ellos es habitual encontrar noticias sobre los hallazgos y avances de estos "explotadores de la memoria" o de la persecución a cualquier nombre relacionado con el franquismo en los callejeros. Cierto es que esas decenas de miles de desaparecidos -hilarantes son los números presentados por estas asociaciones que no son más que organizaciones vinculadas a IU inicialmente y que ahora andan arribando a las procelosas aguas podemitas-, enterrados en fosas ocultas, no aparecen por ningún lado. Sin embargo, es usual que estos desenterradores se topen, como ha sucedido hace unas semanas, con una fosa con medio centenar de soldados del ejército republicano ejecutados por retroceder frente al enemigo. Práctica usual en las unidades comunistas y que viene a probar que son ciertos los relatos que me contaba un viejo soldado a las órdenes de El Campesino -líder comunista- explicándome cómo ponía las ametralladores a la espalda de sus soldados para que no retrocedieran. O lo acontecido a los buscadores de dos ejecutados en Borriol por los nacionales al encontrarse en la fosa con 77 soldados nacionales que eran desaparecidos porque no se sabía dónde estaban enterrados. Lo que por cierto viene a dejar en evidencia otro de los argumentos de las Asociaciones de la Memoria de la izquierda: que los nacionales ya habían sido todos localizados y homenajeados. Hay también muchos desaparecidos del bando nacional: unos, enterrados en zona de combate; otros, asesinados, como los oficiales de marina arrojados al mar en Cartagena.

Viene al caso todo lo anterior, la cascada de coincidencias, porque hace unos días, comentando estas cosas, me escribió la sobrina-nieta de un jesuita, don Pedro Miró de Mesa, nacido en Palma de Mallorca. Cursó estudios en Holanda, impartió clase en Argentina. Ya en España la guerra le estalla en Barcelona. Como tantos otros es detenido el dos de noviembre de 1936, hacía poco que había cumplido 35 años. Da igual si fueron las milicias anarquistas o las del POUM... Su final fue la terrible checa de San Elías de la capital catalana, dependiente del Comité Central de Milicias Antifascistas donde todos tenían representación y en esa época "atendida" por los asesinos de la anarquista FAI. Según se anota en la documentación se supone que fue asesinado el 20 de noviembre de 1936 en represalia por la muerte del líder anarquista Buenaventura Durruti. Su cadáver aún sigue sin aparecer y hasta 1948 no se pudo hacer la inscripción correspondiente en el registro civil. Al no encontrarse el cadáver y sin más testimonios no se pudo iniciar el proceso de beatificación para dolor de sus familiares ¿Qué sucedió en la Cheka?

La Cheka de San Elías, situada en los sótanos del convento de las clarisas de Jerusalén, era uno de los varios centros de tortura y muerte de la capital catalana que el presidente Companys toleró sin mayor problema. Algunos de los defensores de la memoria histórica de la izquierda tratan de borrar de la historia aquel siniestro lugar y sus métodos. Los asesinatos en masa como los del 28 de octubre de 1936 que llevaron a la muerte a 46 hermanos maristas y las torturas eran usuales. Durante once meses se sacó a los presos de las hacinadas celdas. Se leía la lista y eran asesinados en los sótanos o el cementerio. En la Cheka existía un horno crematorio que evidentemente permitió deshacerse de los cadáveres, expoliados convenientemente de sus dientes de oro. También tenían una piara de 42 cerdos. Aunque pueda parecer increíble ese fue el destino de algunos de los prisioneros torturados, servir de alimento a los puercos. Ese fue el destino, por ejemplo, de Eusebio y Ramón Cortés según mantuvo su familia. Por Barcelona corría meses después el anuncio de la venta de los "chorizos de monja", al provenir de los cerdos alimentados con los restos de los torturados. De ahí que, ante los diversos testimonios, sea más que posible que ese fuera el destino del cuerpo de la madre Apolonia del Santísimo Sacramento. Con más de sesenta años fue desnudada y cortados en vida sus miembros mientras rezaba por sus asesinos. Después sus restos arrojados a los cerdos. Otros restos tuvieron como final el aljibe. Los enseres, la ropa de los asesinados, se acumulaba en el claustro. Cuando en 1943 las monjas recuperaron el convento e indicaron las obras encontraron gran cantidad de huesos que fueron depositados en una habitación convertida en cripta bajo la advocación Ipsi vero mortui sunt pro Christo, et vivent in aeternum. Entre los muros de San Elías quedan las últimas oraciones de tantos que allí encontraron la muerte y también la verdad del último destino del cuerpo nunca hallado de don Pedro Miró, asesinado por ser sacerdote y enseñar.

¿Acaso no merecen estos muertos y desaparecidos, asesinados por la izquierda que hoy reclama memorias, las placas, las lápidas y el recuerdo que oficialmente se proscribe?