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Memoria histérica e histórica

ONÉSIMO REDONDO ASESINADO ESTA VEZ POR LA DERECHA PEPERA

ONÉSIMO REDONDO ASESINADO ESTA VEZ POR LA DERECHA PEPERA El PP ordena derribar su monumento en Valladolid.

Hace casi ochenta años Onésimo Redondo, fundador de las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica, editor y director de varios periódicos -uno de ellos bautizado significativamente como Libertad-, que desembocarían en las JONS para fusionarse con la Falange de José Antonio, defensor de los campesinos vallisoletanos, perseguido por el régimen republicano, que no tuvo reparos a la hora de auxiliar a la derecha acobardada y perseguida por la izquierda en la primavera de 1936, que no rehusó a una posible coalición en las municipales que teóricamente se iban a celebrar tras la victoria del Frente Popular por hacer frente a la inminente revolución, fue asesinado por la izquierda en una refriega al principio de la guerra porque no quiso parapetarse tras la mesa de un cómodo despacho. Onésimo Redondo, aclamado y exaltado después, también por esa derecha vallisoletana trufada de patriotismo verbenero, como "Caudillo de Castilla".

Han pasado casi ochenta años y hoy, merced a la cobardía moral y real de eso que algunos consideran la derecha española, a la entrega del Partido Popular, actuando esta al unísono a nivel nacional y local (todo huele a podrido en Génova, que diría un epígono de Shakespeare), sirviendo de lacayos y mamoporreros a la izquierda de todos los tintes, a los beodos y becerros que exhiben banderas tricolores, el monumento que se levantara en un cerro próximo a la capital castellana va a ser derribado. No lo hace caer la izquierda, pese a que lo ha intentado una y otra vez, pese a sus exiguas y ridículas concentraciones. Lo derriba la derecha para mayor escarnio y vergüenza.

Digámoslo sin medias tintas. Ayer la izquierda asesinó con balas a Onésimo Redondo, hoy la derecha, el Partido Popular, se brinda orgullosa a participar en la ejecución de su memoria. Hoy viernes o en los días próximos el Ayuntamiento de Valladolid gobernado con mayoría absoluta por el Partido Popular, de común acuerdo con el Ministerio de Industria al que pertenecen los terrenos, entregará el soberbio monumento dedicado a Onésimo Redondo físicamente a la piqueta y moralmente a la izquierda. Esa misma izquierda que lleva años atacándolo, pintándolo y derribándolo por entregas sin que el valiente alcalde de la derecha, ese que blasonaba de declaraciones salidas de tono para alimentar a lo más cavernario de sus seguidores, haya recordado jamás de qué ideología eran las balas que pusieron fin a la vida de Onésimo. Hoy, a la cobardía de ayer suma el Partido Popular su decisión de colaborar entusiásticamente en la nueva ejecución del líder falangista.

Hoy el alcalde del PP, el presidente de la Comunidad del PP y hasta el gobierno del PP podrán exhibir esta decisión, cara a las municipales, como una muestra más de que ellos son tan progres como el que más; que sin problema escupen sobre el pasado y se suman a la suicida exaltación de la orgía republicana de 1936-1939, mientras que la izquierda hace una muesca más en el revolver de la venganza. Y es que en el fondo para ellos "París bien vale una Misa" y, además, qué narices, Onésimo, que no quería ser de derechas, no era de los suyos aunque Josemari jugara a las cartas en Quintanilla de Onésimo. Y por si fuera poco había definido a los partidos como sociedades para la explotación del voto y a los peperos no les gusta que los pongan delante del espejo.

Se me olvidaba, siempre tienen una excusa. Como diría Mariano: no nos queda más remedio, es a lo que obliga la ley porque no querrán ustedes que yo no mantenga, por inicua que sea, una ley hecha por la izquierda como esa de la Memoria Histórica. Qué pena no ser de pucela para en las próximas elecciones depositar en la urna en vez de una papeleta una foto de Onésimo Redondo y despacharme a gusto.

A VUELTAS CON SANTIAGO CARRILLO: a propósito de una novela histórica y un pretendido estrangulamiento

A VUELTAS CON SANTIAGO CARRILLO: a propósito de una novela histórica y un pretendido estrangulamiento Hace unos días un amigo me prestó -alertándome sobre su contenido- una “novela histórica” que pretendía retratar algunos episodios de la vida de Santiago Carrillo con un título alentador “Con la piel de cordero”. La novela histórica es un género difícil que requiere dominar perfectamente la biografía de los personajes, su visión del mundo, el tiempo en que vivieron y tener la capacidad de reconstruir escenas y diálogos sobre los que no se tienen más que referencias, rellenando además esos huecos de los que no se tiene información haciéndolos creíbles.
El autor, según leo de antecedentes ideológicos falangistas, es el periodista Josele Sánchez y ha buscado promoción anunciando que en la novela se revela el secreto más tétrico de Santiago Carrillo: estranguló a su primera mujer y la enterró en el jardín de la casa parisina de Dolores Ibárruri, la célebre Pasionaria. Según sus propias declaraciones no fue fácil conseguir la documentación para el libro, pero en realidad no hay nada que no sea conocido, ni que no esté en cualquiera de las numerosas publicaciones que se han hecho sobre el PCE y Carrillo, incluyendo el tema de la muerte sospechosa de la primera mujer o compañera del dirigente comunista. Ya en 2012 el diario El Mundo publicó las contradicciones de Carrillo en este tema derivadas de sus sucesivas memorias y entrevistas.
Vaya por delante que Santiago Carrillo es uno de los personajes más abyectos de la política española del siglo XX; que su carrera política, como todo el mundo sabe, está cimentada en un camino de cadáveres; que ese peregrinar arranca en Paracuellos del Jarama, continúa con la persecución del POUM, tiene un nuevo pico en la destrucción del aparato comunista surgido en el sur de Francia que dirigió la invasión guerrillera a finales de la Segunda Guerra Mundial, tuvo su brillo en los procesos en Moscú y en su biografía quedan para la historia las acusaciones de eliminación o entrega de compañeros del PCE al dictado de la URSS o de sus intereses. Todo ello se conoce con precisión desde hace décadas sin que haya sido ocultado por pacto alguno o mediante secuestro de documentos rescatados por los personajes de Josele Sánchez. Otra cosa es que a los muñidores de una Transición cuyo objetivo era consolidar un modelo bipartidista, que impulsaron la expansión del PSOE en detrimento de un PCE que fracasó en el enésimo movimiento táctico de Carrillo, les interesara integrar a los comunistas y los comunistas asumieran que sólo tenían esa posibilidad. Carrillo no necesitaba pacto alguno para su protección más allá de acusaciones de actividades políticas ilegales. Por su responsabilidad de sobra conocida y aireada en los asesinatos masivos de Paracuellos era inviable pedirle cuentas en los Tribunales, pero no por la ulterior ley de amnistía o por pactos avalados desde la Zarzuela, sino porque la propia legislación franquista hacia años que había dado por prescritos los crímenes de la guerra; otra cosa es que la historiografía izquierdista, que era predominante, anduviera borrando de la historia -en ello continua- los crímenes de los suyos para transformar a vulgares asesinos en víctimas del franquismo y héroes de la libertad.
El autor ha escrito una “novela” muy desigual que se lee rápido, aunque con poco interés para quienes se trate de hechos conocidos sin necesidad de ser especialistas en la materia. Y a mi juicio ha desperdiciado las amplias posibilidades que da un personaje como Carrillo para una novela histórica. Demasiadas páginas para que el autor invente o muestre una desinformación asombrosa. Y eso es lo preocupante, porque si en un momento dado esas partes, que como el autor ha dicho son una “verdad histórica” que se percibe claramente frente a la ficción, se caen como un castillo de naipes se podría poner en tela de juicio lo que sí son verdades innegables como Paracuellos del Jarama y la actuación contra sus enemigos políticos en el seno del PCE. Mejor hubiera sido que prestara más atención a lo que él mismo pone en boca de uno de sus personajes cuando dice “eso pasa cuando los periodistas, dicho con todo respeto, os da por meteros a historiadores”.
Anda el autor empeñado, y esto tiene otra lectura, en demostrar que Santiago Carrillo era el hombre de Stalin en España en 1936 cuando la realidad es que Carrillo era un dirigente de segunda abriéndose camino hacia lo alto. Lo que me lleva a pensar que el autor ha querido de algún modo librar de determinadas responsabilidades a otros dirigentes del Frente Popular. El retrato no puede ser menos real: Carrillo es el hombre de Stalin al que teme todo el Comité Central del PCE en 1936, buró del que el líder supremo desconfía, es el niño de mimado de Rosenberg. ¡Sorprendente revelación! Sobre todo porque todo el mundo sabe que el PCE sufrió la purga en 1932 pedida desde España por el nuevo grupo dirigente estalinista que en su mayoría había estudiado en la escuela de Lenin y en la academia de Frunza: José Díaz, Jesús Hernández, Vicente Uribe, Antonio Mije, Manuel Hurtado y Dolores Ibárruri. A los que en 1936 se sumaría con Álvarez del Vayo. Hombres de toda confianza de Moscú. Otra cosa es que en el diseño táctico del Comintern, con un obediente PCE dispuesto a deglutir al socialismo, entrara el control absoluto de las JSU que dirigía un triunvirato del que formaba parte Carrillo.
Pero el autor necesita un Carrillo con conexión directa con Stalin porque quiere darnos otra primicia: una particularísima y llena de errores versión del asesinato-ejecución de José Antonio Primo de Rivera. Lo que de paso le permite darle un palo a Franco, cosa que repite un par de veces más. Nos cuenta, sin que venga a cuento, que Franco se opuso al ofrecimiento republicano de canjear al fundador de la Falange por el hijo de Largo Caballero que estaba preso en la zona nacional. Curioso, porque lo sucedido es exactamente lo contrario y los testimonios de ello no son ni uno, ni dos, ni tres. Pero dejando a un lado los testimonios nacionales queda el de Ángel Galarza, ministro de la gobernación republicano, y del socialista Julián Zugazagoitia que plantearon esta posibilidad a la que Largo Caballero se negó. Es más, con autorización de Franco, el escritor Eugenio Montes llevará a Francia la oferta del hijo de Largo Caballero, dinero y una lista en blanco de nombres para el posible canje. Y si en algo tan sencillo el autor inventa, no pocos podrían acabar sumando dos y dos con el resto del trabajo.
No contento con el palo, como anunciábamos, inventa el autor la intervención decisiva de Santiago Carrillo en los hechos, en el asesinato de Primo de Rivera. Para ello llega a Valencia en la madrugada del 17 de noviembre para reunirse a las cinco y media de la mañana con el juez Enjuto, el fiscal Vidal Gil Tirado, Indalecio Prieto y el secretario del tribunal López Zafra. No está mal, teniendo en cuenta que el juicio se inició el 16, que el 17 era el día clave de las conclusiones definitivas y de los informes finales; que la sesión del 16 se cerró entre las doce y las tres de la mañana y que con los medios de la época las dos horitas largas no te las quitaba nadie para ir de Alicante a Valencia. En definitiva, que el fiscal ni durmió entre el viaje de ida y vuelta a Valencia para recibir unas órdenes que no necesitaba, además de las varias horas de reunión a tenor de lo tratado según Josele Sanchez que complican la cronología. Y todo ello para que Carrillo llevara la orden de Stalin de fusilar a José Antonio. El autor ignora, independientemente de las licencias, que Enjuto no era el juez sino el juez instructor y que no intervenía en la sala, que López Zafra era solo un secretario sin intervención en el proceso y que Vidal Gil Tirado no necesitaba ninguna instrucción porque su propuesta era la de pena de muerte; que las 48 horas que da Carrillo ya están fijadas legalmente porque son las que se aplican en los Consejos (el orden del 17 ya estaba establecido). Todo ello ¿por qué? Sencillo, porque el autor quiere mantener, a duras penas, eso sí, la leyenda de que no se quería ejecutar a José Antonio, al que querían hasta los anarquistas. Y nos presenta al ministro de Justicia, el anarquista García Oliver, dubitativo hasta la intervención de Carrillo. Lástima que no se haya tomado la molestia de leer los resúmenes de las reuniones previas al juicio de García Oliver con quienes iban a juzgar a José Antonio, de la imposición por parte del mismo de las penas que se tenían que pedir… Lástima que nos hurte la votación en el Consejo de Ministros donde la mayoría, incluyendo al señor Prieto y a los anarquistas, votaron a favor de la condena a muerte. Tampoco el trabajo de documentación ha sido fructífero en lo referente a la ejecución de José Antonio donde los errores son abundantes (ni González Vázquez mandaba el piquete, ni era salomónico de seis comunistas y seis anarquistas, ni hubo orden de fuego…)
Pero volvamos a Carrillo. En realidad, Carrillo es nombrado miembro de la Junta de Defensa porque es el representante de la JSU que es una organización independiente, con una fuerte estructura en Madrid, y que como tal debe tener representación, y porque el PCE con Mije -ferviente estalinista- domina la Consejería de Guerra y quiere un afín en Orden Público. Carrillo tiene que hacer méritos pues no lleva tanto frecuentando al grupo dirigente del PCE. Son los servicios prestados los que le van a llevar al buró político del PCE en 1937, primero Paracuellos y después la participación en la persecución del POUM, y es ahí donde ganará notoriedad y reconocimientos. Curiosamente el autor refiere con detalle la mecánica para la selección de los ejecutables en Paracuellos pero olvida explicar que la "eliminación" es fruto de un acuerdo previo con los anarquistas. Pero durante todo este tiempo Carrillo no tuvo un papel relevante en la dirección comunista que obedecía ciegamente los designios de Moscú sin que Carrillo tuviera que ser el intermediario.
No sé si Carrillo llevó una vida disoluta durante su etapa Hispanoamericana cuando fue enviado allá en 1940 como agente de la Comintern tras estar en Moscú donde su compañera recibió entrenamiento como operadora de radio. Lo que sí sabemos es que su vuelta a Europa nada tuvo que ver con esa vida como nos sugiere Josele Sánchez, sino con la necesidad de acabar con el autonomismo de los dirigentes comunistas en el sur de Francia y la pronto fracasada invasión guerrillera. Una acción que permitirá a Carrillo ascender hacia la cumbre del comunismo estalinista. Eso sí en el relato del exilio el autor nos pinta a la aviación nacional -aunque diga que alemana e italiana- ametrallando las columnas de refugiados que huían a Francia (“la aviación enemiga se desliza a baja altura e inmisericorde ametralla el convoy de fugitivos”), lo que es una aportación novedosa porque no tenía constancia de esas acciones, o nos informe de que “decenas de miles de repatriados acaban sus días ante un pelotón de fusilamiento” (no debe conocer muy bien los datos de ejecuciones tras la guerra ). Aunque supongo que es para compensar, con el palo a Franco, (de quien, en otra perla típicamente izquierdista, el autor nos dice que murió como empezó, fusilando), la siniestra imagen de Carrillo y de paso darle un disgusto a los lectores de derechas de la novela, porque me supongo que pocos de otro signo van a adquirirla.
No puedo cerrar este comentario, ya de por sí largo, aun dejando muchas perlas en el tintero -lo del asesinado de Trotsky es de nota-, sin hacer referencia a lo del “estrangulamiento”. Dejemos a un lado que la fuente del autor sea el testimonio no publicado de Enrique Lister -enemigo declarado de Carrillo al que yo en persona oí relatar en una charla la verdad del personaje que no tuvo desperdicio aunque sonara a justificado rencor-. Cuando en 2012 se habló del tema de forma notoria también se publicó que Asunción Sánchez Tudela, distanciada de Santiago Carrillo, inició una relación con Antonio Muñoz Martín, que era uno de los encargados de los operativos de radio de Carrillo en Francia y que según informes de la policía francesa, que procedió a finales de los cuarenta a desarticular la estructura del PCE en Francia porque se estimaba que realizaba tareas de espionaje para la URSS, huyó con Antonio Muñoz, falleciendo en Cuba en 1958. Tampoco existe constancia de que cuando se construyó en el lugar en que se encontraba la casa de la Pasionaria en las obras se encontrara cadáver alguno. Dejo dicho esto porque si las revelaciones sensacionalistas que sirven de reclamo a la novela, presentadas en declaraciones a la prensa no como ficción sino como realidad -al menos eso se desprende de los titulares-, se confirman como falsas flaco favor habrá hecho esta fallida novela histórica a la verdadera historia de un sujeto tan despreciable como Santiago Carrillo.

20 Y DE NOVIEMBRE

20 Y DE NOVIEMBRE

Últimamente, por efecto positivo de la publicación de mi libro “El último José Antonio”, que me está deparando poder rastrear pequeños tesoros perdidos sobre la vida del fundador de la Falange, ando rodeado de viejos recuerdos almacenados en casa por tradición familiar y devoción particular de lo que un día significara, para decenas de miles de jóvenes, el “Día del Dolor”.

Merced a la bondad del hijo de un Vieja Guardia tengo sobre la mesa trabajo un recordatorio del 20 de Noviembre de 1943 pidiendo un ruego por el alma de José Antonio Primo de Rivera. Contiene una oración, simple, ingenua y hermosa, en la que no se habla ni de enemigos ni del pasado; simplemente de futuro, de hacer la “España difícil” que “él ambicionó”, de pedirle protección y aliento para que aquellos jóvenes pudieran realizar su sueño (“alienta nuestros esfuerzos”). Junto a ella unas frases de esa pieza magistral de sentimientos que es el testamento de José Antonio, escrito en las vísperas de su ejecución con una serenidad contenida y la evidente tranquilidad en el espíritu: “Condenado ayer a muere, pido a Dios que si todavía no me exime de llegar a este trance, me conserve hasta el fin la decorosa conformidad con que lo preveo y, al juzgar mi alma, no le aplique la medida de mis merecimientos, sino la de su infinita misericordia”. Y José Antonio fue ejecutado, asesinado paralegalmente, por la república al amanecer de un 20 de Noviembre. Murió de forma heroica pero sin sobreactuación alguna: de una forma decorosa, exacta, como a él le hubiera gustado.

Después, aquella generación de muchachos, varios millones, que pasaron por las Falanges Juveniles de Franco, por el Frente de Juventudes, se convirtieron en la gran base sociológica de una forma de entender España. No se cumplieron sus sueños revolucionarios, orlados de bellas palabras y estrofas de canciones para marchas de campamento, pero supieron construir una España diferente a la que habían recibido. Ellos integraron a la otra España, a los derrotados porque ellos también tuvieron plaza en sus campamentos, en sus escuadras; porque fueron generosos a la hora de conseguir que las becas llegaran para estudiar a todos; porque llegados a la mayoría de edad formaron familia con los descendientes de los vencidos. Ellos sellaron lo que fue la reconciliación social de los españoles que fue muy superior y amplia a la posterior “reconciliación de los políticos”. Esa que los “políticos”, unos por acción y otros por omisión, se están encargando de volatilizar inventando o renovando el resentimiento del odio como elemento ideológico polarizante para jóvenes que nada vivieron, que nada saben y que casi todo lo ignoran; que son fácilmente manipulables con el recurso a la etiqueta descalificadora y a la excitación por la acción directa.

Los jóvenes del que fuera durante algo más de dos décadas “el Día del Dolor” conservaron y transmitieron el mito de su joven héroe, de José Antonio. Lástima que las generaciones posteriores, alienadas por la propaganda de la falacia del progresismo y la modernidad, hayan preferido estampar en sus camisetas, por moda e ignorancia, la imagen de Ernesto Che Guevara en vez la de José Antonio Primo de Rivera. Dos revolucionarios sí, pero de revoluciones distintas. El primero, jalonando su vida con la sangre derramada, apóstol de la revolución materialista que, en el fondo, lo único que hace es sustituir una alienación por otra; el segundo, el idealista de la revolución individual, interior que fuerza capaz de alumbrar la revolución ordenadora engendradora de un orden social nuevo y mucho más justo.

Aquellos jóvenes del “Día del Dolor”, ya en muchos casos en el invierno de sus vidas, cuando vuelven la vista atrás y ven la imagen siempre joven de su héroe, de su mito, de su modelo, no pueden dejar de musitar: “¡Qué pena!”. Algunos aún siguen ahí, con el viejo sueño político en pie; la inmensa mayoría han pasado página, cerrado su contribución a la sociedad aunque cada Veinte de Noviembre, al amanecer, recuerden aquellos otros días en los que había que levantarse muy temprano, ponerse el uniforme y acudir ante una Cruz para hacer guardia y rezar. Testimonio de un tiempo del que ya sólo quedan las añejas fotografías pues aquellas cruces fueron en la mayoría de los casos derribadas.

Aún queda, no sabemos por cuánto tiempo, el lugar del descanso eterno a los pies del Altar Mayor de la Basílica de Santa Cruz del Valle de los Caídos. Siempre hay flores sobre la tumba de José Antonio, pese a la diligencia habitual del personal de Patrimonio por evitar la acumulación.

He estado allí hace pocos días, escuchando la Santa Misa. Situado ante una de las capillas que dan paso a la cripta donde reposan miles de españoles de uno y otro bando, me vino a la memoria las veces que rezamos por todos los caídos allí enterrados. Y mirando hacia arriba, notando los estragos de la humedad y las filtraciones de agua, me embargó la pena de ver cómo la desidia puede hacer que el Valle de los Caídos se deteriore. Quise ir porque no sé si finalmente se consumará, cualquier día la villanía de la propuesta de la izquierda de sacar los restos de Francisco Franco y quitar los de José Antonio del lugar que ocupan. Y como los muchachos del recordatorio de 1943 sólo se me ocurrió pedir a Dios por su protección.

 

 

A la izquierda Franco le importa un pimiento.

A la izquierda Franco le importa un pimiento.

En realidad a la izquierda en general y al socialismo en particular los huesos de don Francisco Franco, Caudillo de España, Generalísimo de los Ejércitos -cargo militar y no muestra de peloteo rampante- y Jefe del Estado Español (por cierto España fue Estado en su concepción contemporánea gracias a don Francisco Franco), le importan un pimiento.

Convertida la izquierda, pese a los aspavientos de la promocionada por la crisis Izquierda Unida, aupada realmente sobre los vientos de la desesperación, en una devota sierva de las tesis económicas capitalistas, porque en su vertiente económica el turno socialdemocracia-liberalismo es una misma moneda con dos caras para mantener los entramados más sociológicos que ideológicos de izquierda y derecha; perdiendo terreno en las apuestas de ingeniería social que conformaron su discurso en los últimos cuarenta años pero que hoy, sólo era cuestión de tiempo, también acaba asumiendo de un modo u otro la derecha  (véanse los casos del aborto, multiculturalismo, la diversidad de modelos familiares admisibles, el matrimonio homosexual, el ecologismo…); convencida de que la defensa del llamado Estado del Bienestar tiene corto recorrido, porque también, teóricamente, lo quieren hacer sobrevivir sus contrarios (con un par de subidas de las pensiones, un recorte de impuesto y más presupuestos de ayuda social se recorta el descontento); ayuna de elementos ideológicos propios realmente movilizadores (no lo son la petición de la regeneración política, la lucha contra la corrupción o la protesta ante los efectos de la crisis y el ultraliberalismo), anda en España buscando crear un enemigo que galvanice y origine una nueva izquierda (en realidad toda la izquierda, aunque esté alcanforada, se haya aburguesada y disfrute con los lujos, las marcas, la cocaína y las drogas de diseño, sigue soñando con el mito revolucionario, con las trencas y las greñas del sesenta y ocho). Y por eso tienen que sacar a pasear, una y otra vez, a Francisco Franco.

No es nuevo el comportamiento en la izquierda española. En los años treinta creó el mito de un inexistente fascismo (fascista era todo el que no era de izquierdas y por ahí anda alguna histérica tertuliana con el mismo discurso) como pantalla para justificar la violencia coercitiva que desató sobre España y que se llevó por delante la República, la  democracia formal -¡sólo formal!- y nos condujo directamente a la guerra civil. Hoy, utilizando los nuevos antifascistas como ejército de choque han vuelto a lo mismo: todos los que no somos de izquierdas somos fascistas. Es la izquierda que vendió como legítima protesta la violencia de los grupos antiglobalización, dio alas al movimiento “okupa”, ensalzó a un nuevo anarquismo poblado de hijos de la burguesía vestidos de perro-flauta, y ahora los ha reconvertido en el movimiento antifascista cuya especialidad es reventar actos, abrir cabezas, incendiar contendores, volcar coches; exaltando, de un modo u otro una violencia que siempre les sale gratis pues ¿quién se va a meter con un “heroico antifascista” que combate contra los malos malísimos de las película de ficción que se han inventado?. Y para dar cohesión a esa amalgama entusiasmada con la lucha en el mundo digital no hay nada mejor que resucitar periódicamente a Francisco Franco. El “odioso dictador” que sus papas y abuelos criticaban, eso sí desde la comodidad burguesa, porque los heroicos luchadores cabían en un salón de actos o en la entrada de una Facultad escuchando las insufribles canciones de Luis Llach, o que según los casos -multitudinarios por otra parte- aplaudían con entusiasmo cuando no ocupaban cargos y disfrutaban de prebendas.

A la izquierda le gusta el simbolismo de la venganza. Por eso Gallardón -conviene recordarlo- le regaló a Carrillo en su cumpleaños la retirada de la estatua de Francisco Franco en los Nuevos Ministerios, y ahora, un 29 de octubre, 80 Aniversario de la Fundación de la Falange, recibida a tiros y porras con cuchillas de afeitar -esa fue la dialéctica de los puños y las pistolas real de aquel día- por la izquierda, el PSOE, a través de un infame Odón Elorza -¡quién no recuerda la posición de este sujeto con respecto a los terroristas, el mismo que decía a las víctimas que “no hay que humillar a los presos etarras”!- pide que se trasladen los restos de José Antonio del lugar que ocupa en la Basílica del Valle de los Caídos, escudándose cobardemente -es su estilo- en que están en una jerarquía contraria a la mal llamada Ley de la Memoria Histórica.

No sólo eso, ya que se aproxima el aniversario de la muerte de Francisco Franco y del asesinato paralegal, firmado por un presidente del gobierno del Partido Socialista, de José Antonio, pide también que se exhumen los restos del ex Jefe del Estado y se pongan a disposición de la familia. Y reitero, no es que al PSOE le importen los huesos de Francisco Franco es que ha detectado el valor ideológico del “antifranquismo” sin Franco, por ello quiere disputárselo a Izquierda Unida y demás grupos de su ámbito, evitando que la camada de los “nuevos rojos” incubada por José Luis Rodríguez Zapatero se le pase con armas y votos haciendo al PSOE víctima del fuego amigo. Pero también porque en la fiesta del todo vale aspira a desgastar al PP si por sus complejos accede a ello y provoca una nueva fractura entre parte de su electorado.

El gobierno y el PP, en vez de tener una posición clara y gallarda danto por zanjado el tema, seguirán refugiándose en la denuncia del “oportunismo” socialista destinado a cubrir vergüenzas y problemas internos; en que no es el momento y que los españoles tienen cosas más importantes en que ocuparse -en realidad los que tienen o debieran tener cosas más importantes son los políticos- o que este tema no está en el debate social. Todo ello, simplemente, porque parte del PP ha acabado comprando la mercancía fatua y falsa de la “memoria histórica”, porque parte de la casta dirigente popular está asumiendo las posturas de la izquierda, la “nueva verdad oficial” con respecto a la II República, la Guerra Civil y el régimen de Francisco Franco y por ello ha olvidado una de sus promesas: acabar con una ley tan inicua como la de la “memoria histórica”. No lo ha hecho simplemente porque la mayor parte de los dirigentes populares padecen una enorme cobardía moral y un evidente complejo de inferioridad con respecto a la izquierda. Ese es el problema.

A vueltas con el histerismo y la venganza histórica.

Hasta hace unos días, como muchos españoles, no sabía situar en el mapa un pequeño pueblo denominado Baralla. Al alcalde de la localidad, del Partido Popular, se le ocurrió en el calor de un pleno afirmar, según la izquierda, que “quienes fueron condenados a muerte” durante el régimen de Franco “sería porque lo merecían”; aunque otras versiones indican que sus palabras fueron “que algo habrían hecho”. Suficiente para que la izquierda y los nacionalistas, ardorosos defensores de avanzar en lo que ellos llaman “ley de memoria histórica”, pusieran el grito en el cielo y el alcalde, como es natural, se apresurara a rectificar.

Pudiera ser una anécdota, como el anuncio de la Junta de Andalucía de sancionar a aquellos Ayuntamientos -se cuentan por centenas- que aún mantengan símbolos o nombres franquistas en su callejero; o la campañita que los idiotas de la “memoria histórica” hacen poniendo pegatinas, eso sí con la hoz y el martillo -símbolos nada democráticos-, en las placas que aún conservan esos temibles nombres. En realidad es una forma de mantener abierto un inexistente debate para avanzar en la propuesta socialista de hacer más efectiva la ley y que cualquier tipo de mención positiva o utilización de símbolos “franquistas”, o simplemente alzar el brazo, sea constitutivo de delito.

Probablemente, don Manuel González, que así se llama el alcalde arrepentido de Baralla (Lugo), no se haya molestado en leer la reforma del Código Penal propuesta por el ínclito Alberto Ruíz Gallardón y que los populares aplaudirán con tanto entusiasmo como alguno de sus progenitores aplaudía al Generalísimo. Con ella cualquier juez progresista podría, aplicándola de forma laxa, acabar procesando a quien hiciera una manifestación como la suya; alzando el brazo; utilizando la bandera española con el águila (vigente también durante el actual sistema democrático) o poner en duda la historia oficial que la izquierda está elaborando sobre la guerra civil y el franquismo. Todo ello cuando Mariano Rajoy, más o menos, había dado a entender que con él se acabaría la ideología de la revancha y se pondría fin a la ley socialista. Pero hete aquí que la propuesta de reforma del Código Penal, en este punto, más parece estar en consonancia con la propuesta del PSOE que otra cosa.

Es evidente que toda generalización es, por su propia indefinición, errónea, discriminatoria e incluso insultante, aunque pueda ser entendible o explicable. Ahora bien, desde hace mucho tiempo asistimos a una maniobra propuesta por la izquierda de revisionismo histórico.

La izquierda lleva décadas intentando limpiar su nombre y convertir en héroes a quienes para muchos no fueron más que vulgares asesinos o chorizos. Es usual, por ejemplo, recordar que Franco estuvo “matando” hasta el final al no conmutar las sentencias de muerte de 1975, pero borrando el hecho de que se trataba de terroristas de ETA y de otras organizaciones que exhibían como símbolo la hoz y el martillo.

Que yo sepa, hasta hoy, la izquierda -leáse el PSOE y el PCE- jamás ha pedido perdón por los asesinatos cometidos por sus miembros, por sus milicias armadas, durante la II República y la Guerra Civil; que yo sepa, hasta hoy, el PCE no ha pedido perdón por los cientos de asesinatos  y robos cometidos por los maquis o los denominados guerrilleros en los años cuarenta-cincuenta. Claro que para algunos esos asesinatos estaban justificados. Ahora bien, yo me pregunto: ¿al reconquistar el territorio o acabar la guerra, o ante delitos de terrorismo, era lógico que quienes eran responsables de esas muertes comparecieran ante los tribunales y de acuerdo con lo usual entonces fueron condenados a la máxima pena?

El problema es que la izquierda -léase el PSOE, el PCE y los nuevos rojos- lo que ha buscado es romper la relación directa existente entre los crímenes en la zona republicana y la llamada represión franquista. De ahí su obsesión, hace treinta años, porque desaparecieran las lápidas que en cada pueblo de España recordaban el nombre de los asesinados de la localidad. Algo esencial para negar la evidencia, borrar la historia y deshacer la relación causa-efecto. Ahora, en el tiempo actual, lo que buscan es simplemente transformar a quienes fueron reos por sus crímenes en héroes de la libertad injustamente asesinados, y dejemos a un lado que injusticias hubo.

Así, por ejemplo, me encuentro con la conversión en héroe de un ejecutado. Resultaba que fue concejal durante la guerra. Los defensores de la leyenda rosa de la zona republicana, antecesores de los alevines de la “memoria histórica”, han afirmado que fue condenado por ser un representante democrático. En realidad, él junto con otros, lo que hizo fue perseguir a un sacerdote que había huido del pueblo y había conseguido refugiarse en otra provincia. Hasta allí llegaron y lo asesinaron, después al “héroe” de la hazaña lo hicieron concejal. Y así podrían multiplicarse los ejemplos: ¿Es que acaso eran héroes los que en agosto de 1936 en la punta de S’Esperó, en la Mola (Menorca), asesinaron a Hercelia de Solá Cuscheri y al alférez Facundo Flores? ¿Es que acaso las hermanas Chavas Riera, falangistas, asesinadas deben tener menor consideración que las llamadas “13 rosas”? ¿Es que pueden ser héroes hoy los componentes de aquella partida de maquis-guerrilleros que penetraron en un pueblecito se llevaron a la familia del alcalde, incluyendo niños y ancianos, y los asesinaron bárbaramente en un bosque próximo al pueblo? ¿Es que son héroes los tripulantes de los buques que cogieron a los oficiales, les ataron planchas de hierro y los lanzaron por la borda? Y los responsables, detenidos y juzgados en algunos casos, en muchas ocasiones acabaron ante un pelotón de ejecución, aunque hoy se les presente como heroicos luchadores contra Franco por la democracia.

Como quemar los archivos está feo nada mejor que sepultarlos bajo la amenaza del Código Penal tal y como propone el socialismo para que a nadie se le ocurra volver a establecer una relación de causa-efecto; porque en esa relación, además de las personas, aparecerían las siglas del PCE y del PSOE.