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Elecciones

Ante las elecciones europeas: las dos opciones posibles.

Ante las elecciones europeas: las dos opciones posibles.

Es una obviedad y una realidad, pero no es menos cierto que, a veces, por la vorágine de la omnipresente y controlada publicidad política, de los avatares de las tertulias, parece diluirse un hecho fundamental a la hora de posicionarnos ante la convocatoria de unas elecciones al Parlamento Europeo: que se trata de eso, de decidir sobre Europa, y no de pronunciarse sobre la situación política española. 

La casta política lleva tiempo planteándolas siempre en clave nacional y de ahí la desafección de los ciudadanos. Para ellos son sólo un juego destinado a dar por ganador al gobierno o a la oposición, refrendando así, mediante un voto donde lo que predomina es la abstención, sus posiciones obteniendo así una nueva legitimidad democrática. El hecho cierto es que las elecciones siempre se presentan de ese modo procurando orillar la cuestión fundamental: el modelo de Unión Europea que queremos, lo que debiera ser el elemento crucial a la hora de decidir el voto. 

La casta política, consciente de que una parte significativa del electorado se abstiene porque ve el tema europeo como algo cuanto menos ajeno y cuanto más como una cueva de ladrones que exprime a países como España, busca sólo movilizar su electorado más hooligan, ese que sólo va a votar para conseguir que no gane el otro. Así el PSOE azuzará la idea de “derrotar a la derecha” y el PP la tesis de “impedir que gane la izquierda”, aderezados, eso sí, con alguna que otra promesa que sintonice con las necesidades reales de las personas como increíbles y futuras bajadas de impuestos. Argumentos más que suficientes para movilizar y asegurar esos sectores del electorado. 

Lo curioso, lo importante, lo trascendente y lo que por tanto se oculta es que, en unas elecciones europeas donde lo importante es saber cuál es el modelo de Unión Europea que cada partido defiende, solo existen dos grandes opciones. La primera, la que nos pide más Europa y  menos soberanía. La segunda la que pide  que las naciones recuperen competencias, la soberanía cedida a los eurócratas de Bruselas que hoy por hoy condicionan nuestras leyes, nuestros impuestos o nos obliga a dejar terroristas en la calle por la euroidolatría de la casta política. La primera, la de los que dicen que, para salir de la crisis, para crecer y de paso recortar salarios, pensiones y derechos sociales, lo que necesitamos es “más Europa”, mayor entrega política y económica. La segunda, la de quienes defienden lo contrario, que los Estados, las naciones, que son realidades no discutibles, son los titulares de la soberanía nacional y económica en vez de dejarla en manos del Banco Central Europeo o la oligárquica Comisión que aparentemente gobierna la UE. La primera, la de los que aspiran, en el fondo, a diluir la nación en una falsa ciudadanía europea. La segunda, la de quienes plantean que la UE debe volver a su concepción original: la de un Mercado Común en el que la cesión de soberanía es sustituida por la cooperación entre naciones. 

Y ¿quiénes encarnan en nuestro país, ante las próximas elecciones, esas dos opciones? Esta es a mi juicio la cuestión fundamental porque, enmascarados en la clave nacional, los partidos ocultan su definición ante esta incógnita. Digámoslo claro, PP, PSOE, UPyD, Ciudadanos y la recién nacida VOX (que por cierto ya ha anunciado que se integrará, pese a su aparente disidencia con el PP, en el Partido Popular Europeo del que forma parte el PP) son partidarios de ese “más Europa”, de continuar construyendo la Europa de la cesión de soberanía, hasta llegar a conformar en la práctica un “Estado confederal” que es también el horizonte con el que trabajan los nacionalistas. En el otro extremo están los grupos que defienden el otro modelo, el de los estados soberanos que no aceptan la tiranía de Bruselas, de la Eurocracia, de la casta europea que es correlación de la casta política nacional. 

Son los Euroescépticos o los Eurorealistas, los que se afirman en la soberanía de los Estados frente a la soberanía cedida a la UE. Entre ellos figura una nueva coalición que se ha presentado con vocación de concurrir a las próximas elecciones europeas, Impulso Social. Los firmantes del manifiesto fundacional son la Comunión Tradicionalista Carlista, el Partido Familia y Vida junto con el partido socialcristiano Alternativa Española que lidera Rafael López-Diéguez, cada vez más conocido por su presencia habitual en los medios, lo que se traduce en un impacto social que hace difícil evaluar hasta dónde podrán llegar. 

Desde un punto de vista estrictamente periodístico no debiera haber discurrido esta presentación en silencio. Entre otras razones por lo que ello pudiera significar dentro del panorama político español de renovación y de vías alternativas a la vieja política. El silencio, sin embargo, manda hasta tal punto que existen medios, vinculados al partido del gobierno, que tienen instrucciones de no mencionar esta opción, Impuso Social, ni para bien ni para mal. Sin embargo, lo cierto es que esta coalición comienza a difundirse de forma imparable a través de las redes sociales y los medios digitales. 

Impulso Social se presenta con un programa o mejor dicho con un planteamiento diferente a los de los demás partidos del sistema, los pro-eurócratas (PP, PSOE, UPyD, Ciudadanos, VOX…). Un planteamiento sobre la Europa que debería ser y en el mismo brilla su defensa de la Vida, la Familia y la Justicia Social. Entre las muchas propuestas que figuran en su programa aparece la creación en la cámara de un grupo de eurodiputados a favor de la Vida. Y parece que aún antes de llegar a Estrasburgo ya se están dando los pasos para hacer realidad este grupo. Estaríamos ante una novedad en la política española: sería la primera vez que un grupo inicia el cumplimiento de una promesa electoral al mismo tiempo que desarrolla su campaña. Quizás por ello -ingenuidad dirían algunos- son partidarios de arbitrar una fórmula que obligue a los partidos a cumplir con las promesas que realizan a sus electores durante la campaña. ¡Átense los machos los pergeñadores de promesas para no ser cumplidas que era el destino de los programas según el socialista Tierno Galván! Y es que estaIMPULSO SOCIAL se presenta como lo que es: una agrupación que quiere impulsar la regeneración de la vida pública. ¿Cómo tantas? La diferencia es que parece que estos van en serio. 

Su planteamiento es claro: hoy en la UE se decide el 70% del sentido de nuestras leyes, la UE condiciona la política económica española. Quieren que España recupere competencias, soberanía en materia agrícola e industrial, porque consideran que la UE obstaculiza el necesario desarrollo de esos sectores fundamentales para España. Se rebelan contra ese reparto que parece convertir a España en un país de servicios y jubilados del norte de Europa. Quieren reducir los costes de una UE -la pesada losa del IVA, la que el PP prometió reducir en las pasadas elecciones y luego subió- que parece estar diseñada para el beneficio de las oligarquías y la casta política y que “no crea riqueza justamente distribuida sino pobreza”. Quieren que ese dinero esté en los emprendedores, en las PYMES que son las que crean empleo. 

No es que vayan contracorriente es que están planteando una alternativa global que tiene como común denominador, es fácil percibirlo si se repasan las declaraciones realizadas por sus dirigentes, los Valores No Negociables que debieran guiar el voto católico. No vienen a contemporizar, no se esconden ni utilizan el eufemismo, como están haciendo otros grupos que se presentan como derecha, en temas como la Familia -resulta del matrimonio de un hombre y una mujer- o la Vida, donde defienden el “aborto cero”, es decir la proscripción de la legislación abortista (algo que no defiende ninguna otra formación pues de una forma u otra PP, PSOE, Ciudadanos, VOX y UPyD son partidarios de la existencia de leyes que permitan el aborto). Estiman que Europa, para ser Europa, tiene que volver a sus raíces cristianas. En este sentido su opción se convierte en única para los electores preocupados por esas cuestiones (ni UPyD, Ciudadanos, el PP o VOX tienen un programa similar). 

AES, la CTC y PFyV forman la base de este Impulso Social que, sin embargo, no se queda ahí, por ello tienen vocación transversal, porque quieren llegar a esos españoles que no se sienten de izquierdas pero que entienden que se enfrentan al recorte de los derechos sociales y a la proletarización y frente a ello sienten deseos de rebelarse cuando se les toma por tontos, como ha hecho recientemente un dirigente popular, al afirmar que el poder adquisitivo de los pensionistas es hoy mayor gracias al 0.25 en que se han incrementado las pensiones por parte del gobierno. 

Bien Común y Justicia Social podrían sintetizarse en los dos alientos que recorren un programa político en el que plantean medidas concretas y valientes que, sin embargo, no desatienden a las minorías. Así nos encontramos desde la propuesta de un Plan de Ayuda Europeo para las Familias con afectados por Enfermedades Raras a pedir que se prohíba a las entidades financieras rescatadas que repartan dividendos si no cumplen con dar facilidades de crédito a PYMES, autónomos y emprendedores. De ahí que concurran a las elecciones bajo la idea de “dar un Impulso a la Europa del Trabajo, de  los Valores, de los Estados Soberanos, de la Vida y de las Personas”. 

¿Cuál es su nicho, cuál es su techo? Más que descontentos con el gobierno por su gestión lo que buscan son votantes de Principios y Valores. Los que anteponen la ideología a la gestión. Sociológicamente más de un millón de españoles podrían sintonizar con la coalición Impulso Social. El problema a que se enfrentan es cómo llegar hasta ellos, cómo darse a conocer en medio del silencio impuesto. Por eso pocos medios hablarán hoy y en los próximos días de este Impulso Social. Un nombre que ya corre como la pólvora por las redes sociales y que difícilmente se sabe hasta dónde podrá llegar.

Tras las elecciones las fichas del ajedrez se mueven en Cataluña

Pasada la euforia y la resaca ya son más que menos los que asumen que en Cataluña se ha producido un voto de castigo al gobierno de CiU, pero no una clara repulsa a la propuesta secesionista que defendía Artur Mas. De ahí que, pese a que se haya producido una movilización electoral, que ha hecho subir en once puntos la participación, por lo que por ejemplo el incremento de voto del PP tiene menos importancia de la que se afirma, los independistas puros sólo hayan perdido un punto, pero teniendo en cuenta que ICV comparte los presupuestos secesionistas catalanistas lo que se ha producido es una subida porcentual de 1.5 puntos.

En la trastienda de la campaña electoral se han ido moviendo las piezas de un desdibujado ajedrez. Curiosamente, en medio de la campaña, saltó en un medio de comunicación, como un aviso, como quien no quiere la cosa, la asombrosa historia de los dineros en el extranjero de la familia Mas y la familia Pujol que ya veremos si se investiga o no se investiga. Igualmente, en el punto de mira, se ha vuelto a situar el proindependentista exaltado, con coche de alto lujo incluido, Oriol Pujol sobre el que se cierne la sombra de la sospecha sobre el caso de las ITV en Cataluña. Y, justo acaba la campaña electoral, donde el silencio sobre la corrupción ha sido más que evidente, donde nadie salvo Albert Rivera quiso preguntar por ello, y las imputaciones llegan al PSC vía Ayuntamiento de Sabadell de la mano de los Mozos de Escuadra tras anunciar los socialistas que no apoyarían a Mas. Aunque todo podría variar en función de si Chacón decide ser Carme o Carmen. Y, por si no fuera suficiente, sobre la mesa tenemos denuncias policiales de vetos a determinadas investigaciones… y al ciudadano le queda la impresión de que en Cataluña lo que existe es un sistema de corrupción organizado del que disfrutan los que están en el poder. Pero atendiendo al calendario, un mal pensado diría que todos andan haciendo fintas de esgrima para obligar a cambiar las fichas en el tablero de tal manera que el jaque mate no se produzca o la partida quede en tablas.

En Cataluña, digámoslo claro, lo que ha triunfado es la izquierda, cada vez más radicalizada, y el independentismo. La izquierda radical, que representan ERC y CUP junto con el posicionamiento de ICV, mucho más antitodo que IU, ha conseguido prácticamente el 28% de los sufragios, algunos puntos más que en las anteriores elecciones. Y en Cataluña, por primera vez fuera de Vascongadas, ha irrumpido un partido mucho más antisistema, antiespañol y anticapitalista que las sucesivas máscaras de Batasuna, el CUP, usufructuario directo del 15-M, el 25-S, los movimientos okupas y la antiglobalización que actúa impunemente en la comunidad. Una izquierda independentista. Por todo ello, ahora, el nacionalismo burgués y conservador de CiU  será rehén del nacionalismo izquierdista si la federación capitaneada por Mas se mantiene en su hoja de ruta hacia la independencia por etapas.

Mariano Rajoy esperaba que las piezas se distribuyeran en el tablero de otra forma y aún piensa que Mas o CiU podrían sacrificar algunos peones incluyendo a la reina disfrazada de novio de la Barbie que tienen por líder. Afortunadamente, el resultado electoral no ha dibujado el peor de los escenarios posibles, porque los secesionistas, incluyendo a ICV, no han alcanzado los 90 escaños que permitirían a Mas, utilizando el Estatuto, convocar dentro de cuatro u ocho años, con ciertos visos de legalidad, una consulta popular. El gobierno cree factible, ahora o dentro de unos meses, tras la sangría de votos y escaños de CiU, conseguir una reorientación táctica de la federación que forman Convergencia y Unión, que le permita pactar con los nacionalistas. Ello implicaría la caída de Artur Mas, lo que si bien, dado que ERC ha anunciado que apoyará a Mas sin mencionar a CiU, ahora mismo no parece posible bien pudiera darse dentro de unos meses, sobre todo si Durán y Lleida mueve ficha arropado por el poder económico catalán que comienza a notar la presión de quienes se muestran remisos a adquirir productos catalanes. A cambio de la caída de Mas, ahora o en el futuro inmediato, el PP ofrecerá lo que más gusta a los nacionalistas, el dinero. Si CiU renuncia a la hoja de ruta hacia la consulta secesionista presentada por Artur Mas, y que ahora ERC y otras fuerzas le exigen que cumpla, el gobierno, en compensación, estaría dispuesto a emprender una reforma del modelo de financiación, aun cuando ello suponga, como ha ofrecido Alicia Sánchez Camacho en la campaña, que las diversas Comunidades Autónomas, también en este aspecto, dejen de ser iguales. Con ello estima el gobierno que conseguirá hacer retroceder al nacionalismo en sus propuestas dos décadas.

CiU, como siempre se deja querer y espera deshojar la margarita de Mas o no Mas. Mientras, el ventilador de la corrupción sigue extendiendo la sombra de la sospecha que más parecen avisos sobre un futuro inminente que deseo de hacer justicia.

De cara a la galería tanto el PP como el PSOE han anunciado que no apoyarán a Mas, pero ambos partidos estarían dispuestos a cambiar su decisión si Artur Mas dejara de ser el candidato a la presidencia de la Generalidad o el presidente en un futuro inmediato. Hoy por hoy su electorado, conservador o socialista, no lo perdonaría, pero, como han demonizado a Mas y no a CiU, “muerto el perro se acabó la rabia”. Ahora bien una vuelta a las viejas alianzas CiU-PP o CiU-PSOE continuaría permitiendo al nacionalismo educar a la independencia de tal modo que dentro de cuatro u ocho años, tras la manipulación por inmersión en el independentismo, tras una década de propaganda antiespañola, sea posible convocar una consulta con visos de victoria. Lo que será posible porque tanto PP como PSOE, en función de quién sea el socio de gobierno, continuarán haciéndose simpáticos a los nacionalistas convirtiéndose de hecho en paranacionalistas.

Lo que nadie quiere ver es que al viento de la crisis, de la indignación, se está produciendo un resurgimiento de una izquierda radical, anticapitalista y más o menos antisistema y nada parece indicar que los apaños y los juegos de ajedrez vayan a frenarla.

TRAS LAS ELECCIONES VASCAS, NEGRAS NUBES PARA ESPAÑA

El resultado de las elecciones autonómicas vascas ha sido mucho más trascendente para el mañana que lo acontecido en Galicia, porque allí el 60% de los votantes es nacionalista y más de la mitad independentista declarado. Y la pregunta que flota en muchos ambientes es si esto es un anuncio de lo que puede ocurrir en Cataluña dentro de un mes. Ante ello, tanto el triunfo del PP en Galicia como el hundimiento cada vez más profundo del PSOE que aún sigue perdiendo votos pese a estar en la oposición y que sitúa, una vez más, a Pérez Rubalcaba contra las cuerdas mientras Carmen Chacón se asienta en Madrid, es prácticamente invisible.

El previsto y anunciado triunfo de Nuñez Feijóo, apabullante en escaños aunque en realidad haya perdido 170.000 votos, el PP con tantos votos como los otros tres partidos juntos, tiene para la política nacional una única lectura, por más que un iluminado Beiras hable de que en realidad se ha producido un triunfo de la rebelión cívica contra el gobierno: el apoyo a las políticas de ajuste-recorte de Mariano Rajoy. Entre otras razones porque la campaña electoral gallega ha girado, en el enfrentamiento PSOE-PP, en torno a la idea de parar al Partido Popular y a sus recortes, de un referéndum sobre la política nacional; porque tanto el PSOE como los nacionalistas gallegos pinzados con los comunistas esperaban que el teórico desgaste del gobierno, reflejado una y otra vez en las encuestas, les llevara a empatar el partido. Triunfo de Nuñez Feijóo en un momento en el que la izquierda recurre, como único recurso, a una escuálida movilización callejera mientras anuncia como gran instrumento de oposición una nueva huelga general. El triunfo de Nuñez Feijóo desarma, en parte, al menos para los medios progrubernativos, y así será transmitido, el argumento de que el pueblo está en la calle frente a un gobierno que no les representa. Dejemos para más adelante lo que para el futuro de Nuñez Feijóo suponen estas elecciones pues desaparecida Esperanza Aguirre, con un Ruíz Gallardón dubitativo, con la pelea silente por el poder entre Cospedal y Soraya, algunos, en la misma noche electoral, han comenzado a contraponer el modelo Feijóo al modelo Rajoy.

Queda para los que analizan en profundidad los resultados un hecho que los políticos suelen olvidar en el minuto siguiente al final del escrutinio, el valor de la abstención. Tanto en Galicia como en Vascongados existe un amplio índice de rechazo a la política autonómica, de rechazo probablemente a la casta política en su conjunto. En Galicia ha votado el 63.4% del censo, lo que significa que 36.6% se ha quedado en su casa, varios puntos menos hace unos años. Un 65.7% de los vascos han ido a votar, incluyendo a todos los aberzales, y el 34.3% se han quedado en casa. Muchos lo han hecho simplemente porque no encuentran una voz segura que les represente y prefieren no participar. Pero conviene no obviar que salvo para el día después de las elecciones la abstención simplemente no existe y la casta política se comporta como si sus resultados fueran efecto del voto del 100% del censo electoral.

Negros nubarrones se ciernen sobre España con la victoria nacionalista-terrorista en la Comunidad Autónoma Vasca. Los datos son incuestionables: más de 600.000 vascos han votado nacionalista y la mitad se ha pronunciado claramente por el independentismo; algo más de 300.000 han votado a lo que muchos se empeñan en denominar como partidos constitucionalistas, cuando es más que discutible que el PSOE tenga una única voz y que, en realidad, toda su estructura sea contraria al nacionalismo. El resultado es que en el nuevo parlamento autonómico dos de cada tres diputados serán nacionalistas. Y lo que es más importante, los aberzales han conseguido los mejores resultados de su historia. Frente a ello es de reseñar el hundimiento del PSOE, que ha perdido ocho escaños, y el del PP que ha perdido tres. El PSOE y el PP tuvieron en su mano la posibilidad de iniciar un cambio en profundidad en el País Vasco. El cheque en blanco dado por el PP al ambicioso Pachi López no ha servido de nada porque el PSOE siempre gobernó pensando en un futuro acuerdo con el nacionalismo y ello, junto con la política permisiva con los presos, ha hundido al PP; porque el gobierno de Pachi López no ha sido capaz de dar oxígeno a la corriente sociológica no-nacionalista que, en realidad, es mucho más amplia que la nacionalista. Es esa corriente, decepcionada, que no cree en la propuesta del PP y del PSOE, que en realidad es condescendiente con el nacionalismo, que mira al nacionalismo como algo superior, la que se ha quedado en su casa.

El resultado de las elecciones vascas y las previsiones sobre los resultados en Cataluña abren un período de incertidumbre de incalculables consecuencias sobre la situación económica española. Al igual que quienes influyen sobre los grandes centros de inversión han alertado sobre la inestabilidad real de España por el desafío separatista catalán recomendando que no se invierta, la posibilidad de que esta situación se repita en el País Vasco en los próximos meses repercutirá negativamente sobre nuestras cuentas. Basta para ello con la lectura de las declaraciones de la noche electoral porque el segundo partido vasco, Euskalerría-Bildu, previsible socio de gobierno del PNV, ha pedido un nuevo modelo socioeconómico que, dadas sus bases ideológicas, muy poco tendrá que ver con el modelo capitalista y de cuya viabilidad es muestra lo que está aconteciendo en la provincia de Guipúzcoa donde gobierna Bildu y que está muy alejado de todo lo que en economía supone un PNV siempre dependiente de los intereses del Neguri. Por ello, probablemente, por la interrelación existente entre el PNV y los intereses económicos del empresariado vasco el temido gobierno nacionalista-terrorista, PNV-Bildu, sea inviable.

Así, mientras que los seguidores de Bildu gritaban en la noche electoral “¡Independencia, Independencia, Independencia!”, la orquesta del PNV escenificaba un “¡Urkullu presidente!”. Cierto es que Urkullu centró su primer discurso programático en la necesidad de hacer frente a la crisis económica y, aparentemente, dejó para mejor ocasión la reivindicación nacionalista. Ahora bien, no es menos cierto, que leyendo entre líneas, tras reivindicar la continuación del mal llamado proceso de paz, en clara sintonía con los anuncios de Bildu, recurrió al paraguas de Europa. A esa idea que los nacionalistas están difundiendo de un país dentro de Europa como horizonte de un futuro más o menos próximo. Ese “País Vasco justo, libre y solidario en Europa” que reclama Bildu. Pero lo que Urkullu ha dicho es que el PNV necesita que el gobierno no cierre el proceso de paz que pasa por el acercamiento de los presos y su excarcelación.

La pregunta ahora es ¿qué harán el PNV y Urkullu? ¿Esperarán hasta conocer los resultados de Cataluña? ¿Seguirán la hoja de ruta marcada por Mas que supone primero el reconocimiento del derecho a la autodeterminación, después la consecución del derecho a realizar una consulta y finalmente realizarla cuando se tenga la seguridad, tras un avance en las políticas de nacionalización de la población, de obtener el triunfo de las tesis independentistas? ¿Desarrollarán una política encaminada a recuperar voto nacionalista que merme la expansión de Bildu?

En varias ocasiones Urkullu se ha manifestado partidario de formar un gobierno en minoría para lo que le bastaría con la abstención del PSOE y del PP en la sesión de investidura, garantizada porque sería un suicidio llevar al PNV a las aguas de Bildu. Quizás fuera esa, dadas las circunstancias, la menos mala de las opciones, porque un gobierno en minoría sería un gobierno menos rehén de los representantes de los terroristas. Pero a la vez sería reditar lo que el PNV ha hecho durante casi tres décadas para afianzar e imponer el nacionalismo a la población vasca: sacar beneficios de la agitación que otros hacen del árbol; ya no existe la amenaza de ETA pero sí la de Bildu. Teóricamente, por interés propio, por inviabilidad de un pacto permanente, el PNV va a esquivar el abrazo del oso que pudiera representar tanto el pacto de gobierno con el PSOE como con Bildu. Un pacto con el PSOE colocaría a Bildu en la gran oposición nacionalista que continuaría detrayendo votos y apoyos al PNV; un pacto con Bildu acabaría devorando al PNV.

Sin embargo, ese gobierno en minoría, que sobre el papel parece la salida más lógica, se encuentra condicionado por la situación de España. La debilidad del Estado, el desafío nacionalista, la rebelión territorial del gobierno autonómico catalán, la expansión de las tesis separatistas, la irresoluble crisis económica, la amenaza de la desobediencia institucional, la posible pinza entre CiU y el PNV pueden llevar a Urkullu a caminar aceleradamente hacia ese nuevo “marco” que pide para Euskadi y que indefectiblemente pasa por un nueva tuerca en la imposición del totalitarismo nacionalista que conduzca a la victoria del independentismo en un futuro referéndum.

Mayoría absoluta pero, ¿con soberanía o sin ella?

El "Diario Ya" me pidió en la madrugada de la victoria popular un análisis para su edición del 21 de Noviembre. Este es el texto y mi segunda reflexión sobre los resultados: 

Un análisis ajustado de las elecciones del 20 de Noviembre obligaría a cambiar el orden de los titulares, porque la lectura básica de las mismas no es el triunfo cantado del Partido Popular, es la ominosa derrota que el PSOE y su candidato Pérez Rubalcaba, pues tanto monta, han sufrido en las urnas. El PP ha ganado las elecciones, consiguiendo superar su techo en algo más de medio millón de votos, pese a que sigue teniendo su talón de Aquiles en Cataluña y Vascongadas, pero su aplastante victoria en escaños es fruto de una debacle socialista de tal magnitud que ha sobrevalorado su victoria.

No sabemos qué sucederá en los próximos días, pero lo cierto es que hoy por hoy el PSOE está hundido y carece de norte. Hasta tal punto es así que su primera reacción como grupo ha sido intentar ganar tiempo y anunciar que realizarán un Congreso Ordinario, no Extraordinario, lo que tiene su importancia, para elegir un nuevo Secretario General. Un Congreso al que ninguno de los  postulantes de ayer (Rubalcaba, Chacón y López) podrá concurrir con otra mochila que no sea la de la derrota. Quién sabe si, por esas jugadas irónicas del destino, la debacle no tenga como vencedor al derrotado hace años por José Luis Rodríguez Zapatero, al ínclito José Bono, que decidió no ligar su futuro político a unas listas que sólo tenían como horizonte la más dura de las derrotas. Y ahora, bien podría transformarse en la esperanza blanca de un socialismo desliderardo.

La debacle socialista ha tenido como virtud hacer emerger a esa España, abstencionista o votante, que mira con desconfianza, desánimo y hasta desesperación la alternativa bipartidista que desde hace décadas tanto PP como PSOE sueñan con imponer.

Globalmente el bipartidismo PP-PSOE continúa, elección tras elección, perdiendo apoyos, aunque hasta la fecha esa renovación política, esa adecuación entre la ideología real del representado y sus representantes, sólo se esté produciendo entre los votantes de izquierda. De ahí la emergencia de Unión Progreso y Democracia o Izquierda Unida, aunque esta última no haya conseguido alcanzar los resultados del PCE en los inicios de la Transición, mientras que Pérez Rubalcaba ha conducido al PSOE a sus resultados más pobres desde 1936.

Es evidente que para España estas elecciones, hasta para los que estallaron de júbilo por el fin de la pesadilla socialista y el cierre definitivo del zapaterismo, han tenido un sabor agridulce, una nota amarga, al transformarse la pestilente y nauseabunda atmósfera que se extendía desde el cubil proetarra en un “triunfo” electoral, el de la coalición política AMAIUR, brazo político de la izquierda aberzale. Los proetarras han obtenido su mejor resultado, superando los resultados de Herri Batasuna. A diferencia de entonces ahora los herederos de Batasuna sí parece que van a comparecer en un Parlamento, formando un grupo propio cuyo objetivo es reclamar el pretendido “derecho a la autodeterminación”. E igualmente preocupante es el peso político que una vez más obtienen los nacionalistas. Y Mariano Rajoy tendrá que decidir si se inclina por el “¡España unida jamás será vencida!” que gritaban los concentrados en la noche triunfal ante el balcón de Génova o volverá a hablar catalán-gallego-euskera-valenciano-mallorquín en la intimidad.

La victoria del Partido Popular no sólo queda puesta de manifiesto por la tremenda distancia existente entre el número de votantes populares y el de los votantes socialistas, sino también por el hecho de que el PP se ha impuesto en la mayor parte de las provincias españolas, reduciendo a la izquierda en algunos casos, como en Murcia, a los límites mínimos posibles, renovando y ampliando la victoria municipal y autonómica conseguida hace unos meses y que se incrementará con el anunciado triunfo en las próximas e inminentes elecciones autonómicas andaluzas. Así pues, Mariano Rajoy no sólo tendrá el poder de la mayoría absoluta sino que también gozará de un amplísimo poder territorial. Un poder más que suficiente para abordar los cambios estructurales que España demanda.

Mariano Rajoy tiene la posibilidad -siendo fundamental abordarlo- de reformar, reordenar, reorientar y reedificar el denominado Estado de las Autonomías, auténtico cáncer de España y rémora, por la fragmentación económica que supone y por la carga de déficit que representa, como paso previo para la recuperación económica desde acciones internas y no merced a imposiciones externas. Ahora bien, ello supone, como mínimo, por un lado reducir el peso de las administraciones autonómicas, reducir sus techos competenciales y, por otro, asumir que el Estado debe recuperar competencias. Algo que no está ni en el programa del Partido Popular ni en el pensamiento de Mariano Rajoy. Entre otras razones porque obligaría a poner fin a un sistema de clientelismo político que asegura el poder territorial de los barones autonómicos. En este caso la inmensa mayoría miembros del Partido Popular.

Mariano Rajoy, y es un hecho, es el presidente que mayor poder político va a tener en sus manos desde el primer gobierno democrático de Adolfo Suárez. La ironía o el capricho del destino ha escrito, sin embargo, los renglones de otro modo. Mariano Rajoy será, al mismo tiempo, el presidente de una España cada vez menos soberana. Una España que vivirá, en los próximos meses, bajo la sombra de una hipotética intervención. Una España esclava de unos mercados que nos continuarán imponiendo intereses onerosos ante la acuciante falta de financiación del país. Situación que de prolongarse acabará dañando irremediablemente nuestro futuro económico. Una España sin soberanía económica, porque depende de ese conjunto de instrumentos supranacionales que son la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional, los mercados y las agencias de calificación, por no mencionar el vasallaje que como nación rendimos y rendiremos al eje franco-alemán que rige la Europa del Euro. Subordinación reconocida por el propio Mariano Rajoy en la noche electoral, al anunciar que España cumplirá con la Unión Europea. Lo que tendrá, como única traslación posible al terreno de las medidas a adoptar: la implementación de un duro programa de ajustes/recortes y de contención del gasto.

¿Y ahora qué? Primera lectura tras las elecciones

¿Y ahora qué? Primera lectura tras las elecciones

No creo que el análisis de los resultados electorales, salvo que nos guste entretenernos en el humo de la obviedad, pase por constatar lo que desde la ya lejana convocatoria de estos comicios era un hecho: la victoria electoral, con la consecución de la mayoría absoluta, por parte del Partido Popular. Insistían los comentaristas, y supongo que también ocupará la mayor parte de las portadas de los periódicos del lunes 21 de noviembre, en que la noticia de la noche era la gran victoria de Mariano Rajoy.

Cierto es que se trata de un titular con unos entradillas inevitables, aunque probablemente en ellas no exista el mismo consenso: la primera, la tremenda derrota del PSOE y el anuncio de un Congreso Ordinario que no Extraordinario (detalle importante sobre el que convendrá detenerse en los próximos días); la segunda, la constatación de que existe una España, que vota o no vota, que aspira a que se rompa el bipartidismo; l tercera, la más negativa, el retorno de los proetarras con una importante presencia parlamentaria a las Cortes (Congreso y Senado), y en segundo término, pero dentro de la misma onda la fuerza parlamentaria que adquiere el bloque nacionalista que, además, respalda la espiral independentista que les domina y que tiene como objetivo y precio obtener el denominado “derecho a la autodeterminación”, paso previo para la independencia. Ante ello, en esta legislatura, el  Partido Popular tendrá que definirse.

Con todo, mañana o pasado, todo esto pasará a segundo orden porque España, por debajo de la pirotecnia electoral y pasada la resaca de la victoria, continuará bajo la amenaza de una posible intervención o, en el mejor de los escenarios, esclava de unos mercados que continuarán imponiendo intereses onerosos que dañarán irremediablemente el futuro económico del país. Y, sobre todo, porque pasada la euforia, el hombre que tendrá el mayor poder absoluto en España desde la Transición  tendrá que dejar la calculada ambigüedad de un discurso electoral pensado únicamente para evitar la pérdida de votos y conseguir la atracción de una parte del electorado descontento socialista. Pero a partir del día 21 de noviembre, o mejor dicho cuando sea investido como presidente, Mariano Rajoy no sólo tendrá una amplísima mayoría absoluta parlamentaria, sino porque, además, dominará territorialmente el país; poder territorial que se completará tras la anunciada victoria en los próximos comicios andaluces. Lo que significa que, si quiere, si se define ante la ola nacionalista, si se impone sobre el sistema clientelar de los barones autonómicos, podrá poner orden en el desorden autonómico, elemento clave para la recuperación económica de España.

Así pues, lo importante de la noche electoral no son los resultados sino la pregunta que pocos se han querido hacer, ¿y ahora qué? Hace unas semanas leía un comentario en el que se afirmaba que la calculada ambigüedad de Mariano Rajoy tenía como razón la existencia de un duro programa de ajuste que, de haberse debatido durante la campaña, pudiera haber frustrado la mayoría absoluta. Aunque también alguien se planteara la incógnita de si en realidad Mariano Rajoy no tenía programa oculto ninguno, y sólo el compromiso de cumplir con aquello que le indicaran los verdaderos detentadores del poder la UE y los mercados.

He escuchado con atención los dos discursos de Mariano Rajoy en la noche electoral y el anuncio de que a primera hora de “mañana” se ponía a trabajar. Resulta evidente que, como hasta mediados de diciembre los populares no ocuparán el poder, Mariano Rajoy está obligado a realizar anuncios sobre lo que quiere hacer e incluso dar muestras de su decisión a través de las medidas que pudieran adoptar sus gobiernos autonómicos, que tienen que cerrar su capítulo de gastos de cara al próximo año. Pero, entre líneas, por debajo del flamear de banderas de España y del PP, por debajo de los gritos del núcleo derechista del PP, los que clamaban “¡España unida jamás será vencida!”, Mariano sí ha hecho un anuncio trascendente: que cumplirá con la UE. Es decir con los dictados de la Unión Europea y del Banco Central Europeo, lo que tiene una única traslación al terreno de las medidas a adoptar: la implementación de un duro programa de ajustes y contención del gasto.

 

 

 

 

 

El Debate insustancial

El Debate insustancial

Quizás haya sido uno de los “no-debates” menos interesantes y más inútiles de todos los tiempos. Un debate tan perfectamente orquestado como fundamentalmente insustancial cuya lectura real y no interesada, no vinculada a los intereses mediático-políticos de cada medio, no puede ser más que preguntarse ¿y para esto ochenta millones de pesetas y unos árbitros para controlar el tiempo a 1.400 euros por cabeza?.

No sé quién ha ganado en términos porcentuales ni realmente me interesa, ni llego a admitir como ciertos los resultados, ampliamente diversos, que reflejan los medios, entre otras razones porque muy escasa incidencia va a tener en unas elecciones en las que todo está decidido desde hace muchos meses. El “no-debate” realizado no ha pasado de ser el habitual pulso diseñado y preparado por unos equipos de comunicación cuyo objetivo fundamental es evitar precisamente que haya debate o que un debate descontrolado acabe volviéndose en contra de sus protagonistas. El “no-debate”, como de costumbre, ha sido un insulto a la inteligencia porque está viciado de origen, porque es un “no-debate” basado en un pacto mutuo para evitar entrar en determinados temas, especialmente aquellos que dejarían en evidencia a la casta política como realidad global. Un “no-debate” inexistente, porque en muchas fases del mismo éste no pasaba de ser la lectura indisimulada de mensajes preparados por los equipos de campaña y asesores de imagen con mirada fija a la cámara. Un “no-debate” preñado, sobre todo por parte de Mariano Rajoy, de frases preparadas para no contestar con precisión, para resguardar el futuro en la nebulosa de unas palabras que aparentemente significan una cosa pero que, en realidad, sirven para tener libres las manos de cara al futuro.

Naturalmente los “hooligans” de cada uno de los protagonistas, especialmente en este caso los seguidores de Mariano Rajoy, estarán encantados. Para cada bancada el suyo ha vapuleado al otro. Y, en cierto modo, ha sido así. Sin embargo, fuera de los “fans”, tan histéricos como las jovencitas que siguen a cualquier cantante prefabricado, los parámetros para valorar con acierto este “no-debate” debieran ser muy distintos a los que es fácil encontrar en las páginas de la prensa. Porque el “no-debate” sí tiene un debate real: el que realizan después, como correa de transmisión de las tesis de los dos grandes partidos, las tertulias y los editoriales de prensa.

Muy pocos en España pensaban, antes del debate, que éste tuviera alguna importancia, que pudiera invertir el sentido de las encuestas. Desde este punto de vista era considerado una inutilidad y para muchos, simplemente, un fastidio. Para la inmensa mayoría, que probablemente sólo hayan visto una parte del “no-debate”, Mariano Rajoy ha ganado porque el socialismo carece de argumentos cuando se tienen cinco millones de parados y porque nadie confía ya en el socialismo como gestor. Por ello, el equipo de Pérez Rubalcaba diseñó una estrategia distinta asumiendo de antemano la anunciada derrota electoral. El objetivo de Pérez Rubalcaba era otro: conseguir movilizar el desencantado núcleo ideológico del electorado de izquierdas alertando sobre el pretendido programa oculto del Partido Popular. Porque una vez asumida la apabullante derrota a Pérez Rubalcaba sólo le queda intentar salvar los muebles y presentarse como futuro líder de la oposición, de ahí su advertencia final dirigida más a los suyos que a los votantes de: “ni me arrugo ni me echo atrás”.

En el lado contrario, Mariano Rajoy ha seguido fielmente el guión de lo que se conoce como la “estrategia Arriola”: con las cartas a favor basta con no moverse y jugar a la contra. Y yo, a estas alturas, tras escuchar al futuro presidente del gobierno y leerme las doscientas páginas de su programa, salvo en cosas concretas que repite machaconamente, sigo sin saber exactamente, más allá de las frases genéricas, qué hará el Partido Popular cuando esté en el poder. 

 

 

*Foto tomada de Periodistas Digital 

21-N. Carme o Carmen he ahí la cuestión.

21-N. Carme o Carmen he ahí la cuestión.

Cuando la ya prácticamente exministra de Defensa se vio obligada a retirar su candidatura al espejismo de las primarias socialistas, que más parecía una pantomima o un aquelarre, no pocos dieron por finiquitada la carrera política de la ambición rubia del socialismo. El guión escrito por los viejos felipistas, ansiosos por limpiar al socialismo de lo que para ellos no son más que desagradecidos advenedizos, entre los que por cierto muchos incluyen al ínclito José Bono, pasaba por llevar a uno de los suyos, a un hombre de confianza, a Pérez Rubalcaba, a la Secretaría General del PSOE y después, siguiendo este orden, nuevamente a La Moncloa. Las elecciones del 20-N, adelantadas forzando a José Luis Rodríguez Zapatero primero a convocarlas y después a dejar en suspenso las tan anunciadas como inanes reformas estructurales, en este esquema, no serían más que el primer paso hacia ese idílico futuro capaz de reverdecer las viejas glorias de la izquierda.

Que las elecciones están perdidas para el PSOE es una realidad con la que trabaja el gabinete demoscópico de Ferraz. Un gabinete que, por otro lado, aspira a conseguir sus objetivos repitiendo la misma estrategia que llevó a ZP a la Moncloa disociando, en una estrategia un tanto esquizofrénica, a Pérez Rubalcaba de la marca PSOE o simplemente convirtiéndolo en sí mismo en una marca de izquierdas. Que nadie se engañe, no aspiran los expertos en campañas del socialismo a ganar las próximas elecciones; ese no es su horizonte. Su objetivo es evitar una debacle socialista y poner las bases de cara a la recuperación del poder dentro de cuatro años mediante una estrategia de dura oposición en la calle y en el Parlamento. Pero para que se cumplan los bellos sueños de Pérez Rubalcaba y su cuadrilla es preciso recuperar este 20-N algo de terreno frente al Partido Popular. El objetivo mínimo es reducir al máximo posible la pérdida de escaños buscando obtener en torno a los 140, de tal modo que la izquierda tenga un bloque de conjunto importante en la cámara. El objetivo máximo, y difícilmente alcanzable, sería conseguir que el PP no consiguiera mayoría absoluta; siendo el mejor de los escenarios aquel en el que a Mariano Rajoy no le bastase con el apoyo de CiU para gobernar (posibilidad ésta, la de un gobierno del PP con apoyo de CiU, que tampoco es descartable en Génova aunque las encuestas la entierren semana tras semana). En ambos casos el socialismo dispondría de un margen de maniobra suficiente para lanzarse a la calle, a la agitación social, ante las previsibles políticas de recorte que el PP estará obligado a realizar. 

Ahora bien, si ninguna de los dos objetivos se alcanza, si Pérez Rubalcaba se hunde obteniendo menos escaños de los que obtuvo Almunia, la lucha por la Secretaría General del PSOE y por el control del partido estará abierta a partir del 21-N. Y es ahí donde la figura de Carme Chachón vuelve a brillar con luz propia.

Por ello, una de las claves de las elecciones del 20-N, ya que el resultado no arroja ninguna duda, la victoria del PP (catorce puntos de diferencia a menos de dos meses vista son insalvables), será lo que suceda en Cataluña. El futuro político de Pérez Rubalcaba depende, en gran medida, del comportamiento electoral que se registre en Andalucía y en Cataluña, los dos grandes viveros de votos y escaños del socialismo. No parece que en Andalucía se vayan a reeditar los grandes éxitos del PSOE, siendo segura la pérdida de escaños, pero donde se puede producir la gran debacle que entierre al socialismo es en Cataluña.

Carme Chacón, que cuenta con un buen equipo de asesoramiento y con un extenso lobby en PSOE que está colocando jóvenes alevines en las listas provinciales, está deshojando la margarita de qué hacer. Carme pude adoptar un perfil bajo y entrar en campaña, subordinada y ligada a Pérez Rubalcaba, como líder de los socialistas catalanes o puede optar por una campaña personalista en Cataluña y jugarse el mañana ya mismo en una apuesta no exenta de riesgo. En cualquier caso ya ha puesto precio a su apoyo: el PSC deberá tener grupo parlamentario propio. Así, a partir de diciembre el PSOE tendrá dos voces en la oposición: una la de Rubalcaba y otra la de Carme. Eso si se cumplen las previsiones de los estrategas socialistas. Pero, ¿y si no se cumplen?

Pudiera darse la circunstancia de que Carme se convirtiera, y en las próximas semanas saldremos de dudas, en un elemento activo de la campaña en Cataluña y que decidiera jugar a fondo sus cartas. De hecho ya se ha presentado como paranacionalista a raíz de lo acontecido con la sentencia del TSCJ sobre la utilización del castellano como lengua vehicular en Cataluña porque quiere recuperar los votos de la izquierda nacionalista burguesa. Si Carme hace campaña y consigue un buen resultado en Cataluña mientras Pérez Rubalcaba se estrella en el resto de España la lucha por el poder estará abierta, pudiendo contar con un buen número de diputados jóvenes que la seguirán. El dilema de Carme es que sabe que si en los próximos cuatro años no se transforma en Carmen difícilmente podrá aspirar a ganar en las siguientes elecciones y esa es la margarita que la ambición rubia tiene que deshojar.

 

20-N. La única opción viable.

Hace unas semanas escribía sobre la necesidad de que, por una vez, prime la sensatez ante la convocatoria electoral del Veinte de Noviembre. Pese a que pudiera parecer lo contrario ignoro el horizonte de cualquier conversación abierta, si es que ésta en realidad existe. El hecho incuestionable es que el próximo Veinte de Noviembre no existirá, en toda España, una candidatura a la que puedan votar todos aquellos que sin situarse en la izquierda o en la derecha, o decepcionados por ambas, estimen necesario apoyar una opción distinta a las que hoy están representadas en el parlamento español.

Me decía, con harta desesperación, un amigo, hace unas semanas, que se sentía decepcionado por lo que iba a suceder este Veinte de Noviembre; porque ni tan siquiera tendrá la oportunidad de dejar constancia de que algunos no hemos muerto. Alejado de las miserias internas de todo aquello que el electorado sitúa, independientemente de la conceptualización, con razón o sin ella, a la derecha del PP, se mostraba remiso a aceptar que no hubiera vida más allá del PP para quienes no se sienten de izquierdas, ni quieren caer en las trampas de las organizaciones pantallas de las que es usufructuario el PP, ni en los falsos señuelos de la para algunos -que rondan la estupidez más absoluta- rubicunda amazona del Walhalla renacido ofrecida por los medios de la derecha como sucedáneo para descontentos, o en los aspavientos anti de algún grupo que cada vez se aleja más de lo que entendemos como propio.

Quizás no viniera mal a todos aquellos que militan o dirigen grupos políticos, sociales y culturales situados en ese ámbito ideológico que en esta ocasión, ante la dura realidad, cedieran y asumieran un ápice de pragmatismo. Alguien puede soñar que se revestirá con la púrpura del mando y el canto de la gloria porque pueda presentarse en tres o cuatro provincias; alguien podrá seguir entonando la gloria de Aquiles porque esté más o menos sólo en la convocatoria; alguien podrá creer que tomará un nuevo impulso por la consunción paulatina de los demás. Pero para cualquier observador mediano no será más que el canto de un cisne que está a punto de perecer. Porque una de las lecturas de las elecciones del próximo Veinte de Noviembre será la desaparición política de todo aquello que no sea PP más allá de la izquierda.

Nadie en su sano juicio puede pensar que ese ejercicio de pragmatismo, que todos debiéramos hacer, es para obtener una mejor posición o sujeto a los intereses de tal o cual grupo. Mal empezamos si partimos de esa premisa. Nadie en su sano juicio puede pensar que se buscan resultados positivos en las urnas a costa de los demás porque estos no se van a producir. De lo que se trataría, al menos esa sería la exigencia autoimpuesta por el sentido del deber, es de dar a ese puñado de españoles descontentos del sistema, de las autonomías, de la casta política, de la pérdida de soberanía nacional, de la corrupción moral, del cuestionamiento del Estado del Bienestar, de las políticas ultraliberales y del proceso de desintegración de España la oportunidad de tener una candidatura a la que votar en toda España. Que nadie piense en obtener decenas de miles de votos porque de lo que se trata es de dar testimonio, de poder decir bien alto: “Aquí estamos. No vamos a desaparecer”.

¿Cómo hacerlo? No es fácil y además prácticamente no queda tiempo. Quizás la única solución factible fuera una candidatura temática, con un mensaje claro y rotundo, compartido por todos, que pueda recoger ese descontento. Dejar los máximos para concentrarse en los mínimos. Pero esa opción sólo será viable si cuenta con el apoyo de todas esas fuerzas políticas, sociales y culturales a las que me he referido y que todos tenemos en la mente. Sin embargo, mucho me temo que sólo vamos a contar con un largo rosario de excusas adornadas con toda la parafernalia de purezas permanentes. Todo ello cuando lo que nos estamos jugando es el futuro y la continuidad de un legado que nos hartamos de decir que consideramos sagrado.