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El Debate insustancial

El Debate insustancial

Quizás haya sido uno de los “no-debates” menos interesantes y más inútiles de todos los tiempos. Un debate tan perfectamente orquestado como fundamentalmente insustancial cuya lectura real y no interesada, no vinculada a los intereses mediático-políticos de cada medio, no puede ser más que preguntarse ¿y para esto ochenta millones de pesetas y unos árbitros para controlar el tiempo a 1.400 euros por cabeza?.

No sé quién ha ganado en términos porcentuales ni realmente me interesa, ni llego a admitir como ciertos los resultados, ampliamente diversos, que reflejan los medios, entre otras razones porque muy escasa incidencia va a tener en unas elecciones en las que todo está decidido desde hace muchos meses. El “no-debate” realizado no ha pasado de ser el habitual pulso diseñado y preparado por unos equipos de comunicación cuyo objetivo fundamental es evitar precisamente que haya debate o que un debate descontrolado acabe volviéndose en contra de sus protagonistas. El “no-debate”, como de costumbre, ha sido un insulto a la inteligencia porque está viciado de origen, porque es un “no-debate” basado en un pacto mutuo para evitar entrar en determinados temas, especialmente aquellos que dejarían en evidencia a la casta política como realidad global. Un “no-debate” inexistente, porque en muchas fases del mismo éste no pasaba de ser la lectura indisimulada de mensajes preparados por los equipos de campaña y asesores de imagen con mirada fija a la cámara. Un “no-debate” preñado, sobre todo por parte de Mariano Rajoy, de frases preparadas para no contestar con precisión, para resguardar el futuro en la nebulosa de unas palabras que aparentemente significan una cosa pero que, en realidad, sirven para tener libres las manos de cara al futuro.

Naturalmente los “hooligans” de cada uno de los protagonistas, especialmente en este caso los seguidores de Mariano Rajoy, estarán encantados. Para cada bancada el suyo ha vapuleado al otro. Y, en cierto modo, ha sido así. Sin embargo, fuera de los “fans”, tan histéricos como las jovencitas que siguen a cualquier cantante prefabricado, los parámetros para valorar con acierto este “no-debate” debieran ser muy distintos a los que es fácil encontrar en las páginas de la prensa. Porque el “no-debate” sí tiene un debate real: el que realizan después, como correa de transmisión de las tesis de los dos grandes partidos, las tertulias y los editoriales de prensa.

Muy pocos en España pensaban, antes del debate, que éste tuviera alguna importancia, que pudiera invertir el sentido de las encuestas. Desde este punto de vista era considerado una inutilidad y para muchos, simplemente, un fastidio. Para la inmensa mayoría, que probablemente sólo hayan visto una parte del “no-debate”, Mariano Rajoy ha ganado porque el socialismo carece de argumentos cuando se tienen cinco millones de parados y porque nadie confía ya en el socialismo como gestor. Por ello, el equipo de Pérez Rubalcaba diseñó una estrategia distinta asumiendo de antemano la anunciada derrota electoral. El objetivo de Pérez Rubalcaba era otro: conseguir movilizar el desencantado núcleo ideológico del electorado de izquierdas alertando sobre el pretendido programa oculto del Partido Popular. Porque una vez asumida la apabullante derrota a Pérez Rubalcaba sólo le queda intentar salvar los muebles y presentarse como futuro líder de la oposición, de ahí su advertencia final dirigida más a los suyos que a los votantes de: “ni me arrugo ni me echo atrás”.

En el lado contrario, Mariano Rajoy ha seguido fielmente el guión de lo que se conoce como la “estrategia Arriola”: con las cartas a favor basta con no moverse y jugar a la contra. Y yo, a estas alturas, tras escuchar al futuro presidente del gobierno y leerme las doscientas páginas de su programa, salvo en cosas concretas que repite machaconamente, sigo sin saber exactamente, más allá de las frases genéricas, qué hará el Partido Popular cuando esté en el poder. 

 

 

*Foto tomada de Periodistas Digital 

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