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El gobierno manda

El camelo de la reforma laboral

El camelo de la reforma laboral

Resulta cuanto menos sorprendente la panoplia de justificaciones que está exhibiendo el gobierno para vender como maravillosa, justa y necesaria una reforma laboral que ahora entra en el imprescindible trámite parlamentario. Recordemos: en primera instancia era la reforma necesaria que, por arte de magia, iba a crear empleo en cuanto se pusiera en marcha; después, el sacrificio preciso para salir de la crisis y conseguir que los que no tienen empleo pudieran trabajar aun cuando fuera en precario y, ahora la milagrosa fórmula que no sabemos por qué intrincado conjuro, dentro de un año, más o menos, creará empleo, porque según el gobierno anuncia a lo largo de este año se destruirán seiscientos mil puestos de trabajo y el número de parados, pese al más de medio millón de españoles y extranjeros que han abandonado el país, puede que se aproxime a los seis millones.

Así pues estamos ante una “necesaria” reforma laboral que, según dicen, restará protección a los que tienen trabajo para preocuparse por los que no lo tienen y cuyos efectos positivos no se notarán hasta dentro de nueve o diez meses. Una reforma que, se pinte como se pinte, se disimule como se disimule, contribuirá a la proletarización de las clases medias, la caída de los salarios y la inestabilidad permanente en el empleo. Aderezada además con un recorte de derechos que dependerá en su extensión del grado de bondad y voluntarismo de las personas.

Como contraposición, como nivelador de la balanza, trata de contentarnos el actual titular de Economía con la afirmación de que esta reforma creará un millón de empleos. O sea, más o menos, los que van a desaparecer este año con la reforma en vigor. Lo que no dice el titular de Economía es que por fuerza el próximo año se creará empleo, con reforma o sin ella, porque la economía española habrá tocado fondo y, en buena lógica, cualquier pequeño crecimiento generará empleo, aunque ya veremos como será ese empleo. Por lo que dentro de un año, conformándose con esos pequeños crecimientos, podrá decir que su reforma ha sido “chanchipiruli”, aunque se tope en la calle con un torrente cada vez más amplio de indignados que ya poco tendrán que ver con la manipulación ultraizquierdista, pero del que la izquierda se va a beneficiar.

Dejemos claro que esta reforma laboral es, como la posible subida del IVA o la escalada del precio de los carburantes, una imposición de los mercados y de nuestro entorno. La situación del mercado laboral español, con su alta protección al trabajador, con un exceso de derechos y obligaciones contractuales, es una anomalía con respecto a otros países con la que se quería acabar. Los servidores del mercado, los que no tienen más referente que los vástagos del ultraliberalismo de las últimas décadas, creen a pies juntillas que el sistema de protección del trabajador es una barrera para el crecimiento económico, de ahí el consenso existente sobre la necesidad de la reforma que va desde los sectores más liberales de la socialdemocracia a todo el centro y derecha, incluyendo algunas facciones de lo que habitualmente se denomina extremaderecha.

Por el contrario, resulta curioso, mirando hacia atrás, que España llegara a situaciones de pleno empleo, aunque ciertamente en coyuntura distinta, teniendo un sistema de alta protección del trabajador y escasa flexibilidad del mercado laboral y que ahora se mantenga que esa política es la responsable de la altísima tasa de paro existente en España.

Dejemos claro que la reforma laboral no va a crear empleo en los términos que España necesita. Es la reforma para el reparto de la miseria y no para la creación de la riqueza. Es el parche de los que han aceptado que la economía española tenía que convivir con un paro estructural situado en cifras próximas a los dos millones de trabajadores y no hicieron nada para eliminarlo. Es la opción de los que no fueron capaces de abordar la necesaria reforma estructural de la economía española para que ésta ganara en productividad y competitividad, para que desarrollara un nuevo tejido industrial que hiciera a nuestra economía, como sucede en los países del norte, menos vulnerable a los caprichos interesados de unos mercados dominados por los grupos especulativos. Es la apuesta de los que dieron vida al gran espejismo de una riqueza ficticia basada en la especulación, el dinero fácil, la venta de los ahorros y el maná de los fondos que venían del extranjero. Por ello son tantos los que están dispuestos a aplaudirla, aunque me parece que son muchísimos más los que la vituperan porque ellos son los que van a sufrir sus consecuencias.

TONTO ES EL QUE HACE TONTERÍAS

 

                        Ahora que estamos en plan resaca de los Oscar me viene a la memoria la frase de un personaje, disminuido mentalmente, que a la más mínima ocasión decía: “Mi mamá dice que tonto es el que hace tonterías”. Lo que implica que la tontuna no es de raíz genética sino que es una condición que se adquiere en el ejercicio de la vida.

He recordado la frase al hilo de las últimas acciones del gobierno implementadas por la tríada Rubalcaba-Rodríguez-Blanco: apagar la luz y reducir la velocidad para ahorrar energía. Medidas, rápidas y eficaces, adoptadas ante la “inesperada” subida del precio del barril de petróleo como consecuencia de las revueltas que se están produciendo en el mundo islámico y especialmente en países productores como Libia.

 Es posible que, si nos encontráramos ante una situación sin visos de solución, ante una crisis general sin salida posible, lo que no parece que vaya a suceder, o ante la perspectiva, por ejemplo, de una larga guerra civil en Libia, peligro muy improbable aunque sólo sea por razones geoestratégicas, tuviera Occidente que implementar medidas no reduccionistas sino claramente restrictivas que nada tienen que ver con la tontería de bajar diez kilómetros la velocidad de crucero en autovías y autopistas (tesis de ahorro que ha dejado a muchos expertos absolutamente anonadados). Las medidas adoptadas por el gobierno y la justificación real de las mismas, la aparentemente nueva chapucilla gubernamental, tienen otras razones harto distintas. La realidad es que el gobierno ha adoptado tan ingeniosas respuestas por otros motivos. 

Primero, porque, como de costumbre, los actuales Presupuestos Generales del Estado están hechos de forma tan ajustada, para que cuadraran los números y dieran apariencia de contención, que no se estimó posible que se produjera una variación sensible en el precio del barril, por lo que las partidas destinadas a compensar los imprevistos son insuficientes. No contemplar la posibilidad de una variación importante en el precio del petróleo resulta especialmente grave cuando España tiene que pagar una abultada factura energética porque, en los últimos treinta años, ningún gobierno se ha preocupado de asentar un Plan Energético capaz de reducir dicha factura. 

Segundo, porque con estas medidas, aparentemente enérgicas y eficaces merced a la propaganda, se busca, una vez más, transmitir la sensación de que el gobierno trabaja y de que la culpa de la mala situación económica radica en agentes externos que torpedean la maravillosa gestión socialista. Lo que a un manipulador tan consumado como Rubalcaba le resulta enormemente atrayente haciendo feliz a toda la maquinaría propagandística socialista. 

Tercero, porque soy un mal pensado y pienso que el gobierno busca compensar sus problemas de caja con el rosario de multas que van a sufrir los conductores en las carreteras, porque algunos creemos que más que la seguridad vial lo que preocupa a Rubalcaba es la cuenta de resultados económicos de la recaudación.

 Cuarto, porque seguramente algún “primo” acabará lucrándose merced al inventillo y fabricación de la pegatina imantada que van a colocar sobre miles de señales de tráfico en toda España. Afortunadamente los números no necesitan traducción a las otras lenguas cooficiales.

 Y si alguien se estrella, le atracan o es violado por falta de visibilidad que no se preocupe porque Rubalcaba le colocará una condecoración por los servicios prestados.