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A la izquierda Franco le importa un pimiento.

A la izquierda Franco le importa un pimiento.

En realidad a la izquierda en general y al socialismo en particular los huesos de don Francisco Franco, Caudillo de España, Generalísimo de los Ejércitos -cargo militar y no muestra de peloteo rampante- y Jefe del Estado Español (por cierto España fue Estado en su concepción contemporánea gracias a don Francisco Franco), le importan un pimiento.

Convertida la izquierda, pese a los aspavientos de la promocionada por la crisis Izquierda Unida, aupada realmente sobre los vientos de la desesperación, en una devota sierva de las tesis económicas capitalistas, porque en su vertiente económica el turno socialdemocracia-liberalismo es una misma moneda con dos caras para mantener los entramados más sociológicos que ideológicos de izquierda y derecha; perdiendo terreno en las apuestas de ingeniería social que conformaron su discurso en los últimos cuarenta años pero que hoy, sólo era cuestión de tiempo, también acaba asumiendo de un modo u otro la derecha  (véanse los casos del aborto, multiculturalismo, la diversidad de modelos familiares admisibles, el matrimonio homosexual, el ecologismo…); convencida de que la defensa del llamado Estado del Bienestar tiene corto recorrido, porque también, teóricamente, lo quieren hacer sobrevivir sus contrarios (con un par de subidas de las pensiones, un recorte de impuesto y más presupuestos de ayuda social se recorta el descontento); ayuna de elementos ideológicos propios realmente movilizadores (no lo son la petición de la regeneración política, la lucha contra la corrupción o la protesta ante los efectos de la crisis y el ultraliberalismo), anda en España buscando crear un enemigo que galvanice y origine una nueva izquierda (en realidad toda la izquierda, aunque esté alcanforada, se haya aburguesada y disfrute con los lujos, las marcas, la cocaína y las drogas de diseño, sigue soñando con el mito revolucionario, con las trencas y las greñas del sesenta y ocho). Y por eso tienen que sacar a pasear, una y otra vez, a Francisco Franco.

No es nuevo el comportamiento en la izquierda española. En los años treinta creó el mito de un inexistente fascismo (fascista era todo el que no era de izquierdas y por ahí anda alguna histérica tertuliana con el mismo discurso) como pantalla para justificar la violencia coercitiva que desató sobre España y que se llevó por delante la República, la  democracia formal -¡sólo formal!- y nos condujo directamente a la guerra civil. Hoy, utilizando los nuevos antifascistas como ejército de choque han vuelto a lo mismo: todos los que no somos de izquierdas somos fascistas. Es la izquierda que vendió como legítima protesta la violencia de los grupos antiglobalización, dio alas al movimiento “okupa”, ensalzó a un nuevo anarquismo poblado de hijos de la burguesía vestidos de perro-flauta, y ahora los ha reconvertido en el movimiento antifascista cuya especialidad es reventar actos, abrir cabezas, incendiar contendores, volcar coches; exaltando, de un modo u otro una violencia que siempre les sale gratis pues ¿quién se va a meter con un “heroico antifascista” que combate contra los malos malísimos de las película de ficción que se han inventado?. Y para dar cohesión a esa amalgama entusiasmada con la lucha en el mundo digital no hay nada mejor que resucitar periódicamente a Francisco Franco. El “odioso dictador” que sus papas y abuelos criticaban, eso sí desde la comodidad burguesa, porque los heroicos luchadores cabían en un salón de actos o en la entrada de una Facultad escuchando las insufribles canciones de Luis Llach, o que según los casos -multitudinarios por otra parte- aplaudían con entusiasmo cuando no ocupaban cargos y disfrutaban de prebendas.

A la izquierda le gusta el simbolismo de la venganza. Por eso Gallardón -conviene recordarlo- le regaló a Carrillo en su cumpleaños la retirada de la estatua de Francisco Franco en los Nuevos Ministerios, y ahora, un 29 de octubre, 80 Aniversario de la Fundación de la Falange, recibida a tiros y porras con cuchillas de afeitar -esa fue la dialéctica de los puños y las pistolas real de aquel día- por la izquierda, el PSOE, a través de un infame Odón Elorza -¡quién no recuerda la posición de este sujeto con respecto a los terroristas, el mismo que decía a las víctimas que “no hay que humillar a los presos etarras”!- pide que se trasladen los restos de José Antonio del lugar que ocupa en la Basílica del Valle de los Caídos, escudándose cobardemente -es su estilo- en que están en una jerarquía contraria a la mal llamada Ley de la Memoria Histórica.

No sólo eso, ya que se aproxima el aniversario de la muerte de Francisco Franco y del asesinato paralegal, firmado por un presidente del gobierno del Partido Socialista, de José Antonio, pide también que se exhumen los restos del ex Jefe del Estado y se pongan a disposición de la familia. Y reitero, no es que al PSOE le importen los huesos de Francisco Franco es que ha detectado el valor ideológico del “antifranquismo” sin Franco, por ello quiere disputárselo a Izquierda Unida y demás grupos de su ámbito, evitando que la camada de los “nuevos rojos” incubada por José Luis Rodríguez Zapatero se le pase con armas y votos haciendo al PSOE víctima del fuego amigo. Pero también porque en la fiesta del todo vale aspira a desgastar al PP si por sus complejos accede a ello y provoca una nueva fractura entre parte de su electorado.

El gobierno y el PP, en vez de tener una posición clara y gallarda danto por zanjado el tema, seguirán refugiándose en la denuncia del “oportunismo” socialista destinado a cubrir vergüenzas y problemas internos; en que no es el momento y que los españoles tienen cosas más importantes en que ocuparse -en realidad los que tienen o debieran tener cosas más importantes son los políticos- o que este tema no está en el debate social. Todo ello, simplemente, porque parte del PP ha acabado comprando la mercancía fatua y falsa de la “memoria histórica”, porque parte de la casta dirigente popular está asumiendo las posturas de la izquierda, la “nueva verdad oficial” con respecto a la II República, la Guerra Civil y el régimen de Francisco Franco y por ello ha olvidado una de sus promesas: acabar con una ley tan inicua como la de la “memoria histórica”. No lo ha hecho simplemente porque la mayor parte de los dirigentes populares padecen una enorme cobardía moral y un evidente complejo de inferioridad con respecto a la izquierda. Ese es el problema.

2 comentarios

Paco -

Pobres rojos. Tienen que poner coto a su concavidad ideológica a través de tonterías como la Ley de Amnesia Histórica.

Luis -

Sí, señor. ¡Ya está bien de hacernos comulgar con ruedas de molino!