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¡TODOS SOMOS GUILLERMO CUADRADO!

Probablemente muchos ignoren quién es Guillermo Cuadrado pero todos conocemos su caso. Su único delito es haber defendido su vida, la de su hija y su negocio pero hoy está en libertad con cargos, con la vida marcada y teniendo que afrontar una procelosa investigación que bien pudiera sentarle ante un tribunal de justicia por haberse defendido. Sobre él pende la espada de Damocles que la ley española tiene prevista para disuadir a los ciudadanos a la hora de defenderse: “la proporcionalidad en la respuesta defensiva”. Es la gran aportación de un Código Penal, lo he escrito muchas veces, que más parece hecho para proteger al delincuente, animándole a serlo, que al español honrado.

Vaya por delante que el último responsable de cuánto ha sucedido es el actual sistema penal español. Ese que hace posible que David Martín Sáez, conocido como el “Niño Sáez”, registrado como el mayor atracador de joyerías en Madrid, detenido en 39 ocasiones, haya salido a la calle tras intentar robar una joyería y ser sorprendido por lo que sólo se le ha imputado un “robo con fuerza en grado de tentativa” y por tanto no entra en prisión. Y los ciudadanos se preguntan: ¿qué tiene que hacer un delincuente como éste para entrar en prisión de forma definitiva? ¿matar a alguien? Este es el sistema que está atrayendo a la hez de la delincuencia europea que viene del Este. El que anima a los delincuentes a instalarse en la España paradisiaca para quienes aspiran a vivir fuera de la ley. Y ante el que muchos se preguntan: ¿si no es legítima la defensa individual cuando el Estado es incapaz de garantizar la libertad y la seguridad?

Un joyero, Guillermo Cuadrado, ha tenido que defender a tiros su vida, la de su hija y su negocio porque la ley permite que los delincuentes campen por sus respetos. Sin dudarlo yo hubiera hecho lo mismo. Dos individuos, serbios por más señas, de esos que pululan por España con licencia de corso para delinquir, penetraron en su negocio, armados con navajas, le rociaron los ojos con aerosol y golpearon a su hija. Él, instintivamente, sacó una pistola y disparó de forma ciega, porque de lo contrario, a esa distancia, los disparos hubieran sido mortales. Pero ha cometido un error, ha utilizado una pistola frente a dos navajas. Los delincuentes conocen la ley pero él no.

Ahora seguro que algún abogado se lanzará como hiena a defender a los delincuentes de turno alegando que no hubo proporcionalidad; que cómo sólo llevaban un par de navajas -ignorando lo mortal que puede ser un hombre entrenado con una navaja- y respondió con un arma de fuego -“¿para qué quería un honrado joyero una pistola?”, preguntará- cometió un delito y puede que incluso tenga que acabar indemnizando a sus agresores. Kafkiano, pero todo es posible cuando los ecos de la indignación popular se apagan.

Guillermo Cuadrado es una persona normal, uno de esos emprendedores a los que tanto anima el gobierno, que hoy tiene una vida en parte destrozada por trabajar honradamente. Todo ello porque no ha hecho lo que la ley te sugiere implícitamente que hagas: no te defiendas,  deja que violen o golpeen a tu familia, dales todo lo que tengas, pero no te defiendas porque si hieres al delincuente todo el peso de la trampa judicial caerá sobre ti.

Guillermo Cuadrado y su hija podían estar hoy muertos, porque las navajas matan. Con relativa frecuencia joyeros y taxistas son atracados en España. Son las víctimas favoritas de los delincuentes, pero sólo son noticia cuando el taxista o el joyero paga con su vida ejercer su derecho a trabajar o si en un alarde de valor se enfrenta a los delincuentes y los hiere. Pero entonces…

Todos llevan años pidiendo a los sucesivos gobiernos medidas de protección, han reclamado que la multirreincidencia lleve a los delincuentes directamente a prisión… pero esto no casa, ni para el PP ni para el PSOE, con la suicida obstinación de dar más derechos a los delincuentes que a las personas honradas.

 

2 comentarios

Jaime Fernández de Córdoba Soto -

Señor Cuadrado:hizo usted lo que debía. Con más valientes como usted seguro que no habría tantos atracos. Usted es el agredido, que no intenten confundirnos.

Luis -

Tiene toda la razón. Han pasado unos días y ya no sabemos nada de éste hombre