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Las tribulaciones del rey

Las tribulaciones del rey

 

Cuando en los estertores del año 1980 se quebró la alianza política tácita existente entre el rey de España y Adolfo Suárez, que acabó distanciando humanamente a ambos personajes, no pocos comentaristas, en aquel momento o más tarde, estimaron que la razón de dicha ruptura residía en el daño que la falta de respuesta del gobierno ante la crisis política y económica estaba causando a la monarquía. Hasta tal punto era así que el desencanto y el pesimismo que se extendía entre gran parte de la población comprometía a la Jefatura del Estado al hacerla corresponsable de la situación.

Para nadie es un secreto que desde entonces, una vez superada, gracias a las consecuencias del intento de golpe de estado del 23 de Febrero de 1981, la crisis político-institucional provocada por el primer desboque del sistema autonómico, y cauterizado el desencanto merced al miedo al fantasma de la guerra civil, la Zarzuela cerró su vinculación con el centroderecha para establecer una nueva y beneficiosa entente con el socialismo que a la larga contribuyó a consolidar la Monarquía librándola de su pecado original: el haber sido la restauración monárquica obra personalísima de Francisco Franco. Nadie ignora la fluida relación que existió entre Felipe González y Juan Carlos de Borbón, que para muchos consolidó la continuidad de la institución, ni la distancia que existió entre José María Aznar y el Jefe del Estado.

La crisis interna que desde hace unos años, por razón de los líos familiares, sacude a la Casa Real española, aireada por la ruptura del pacto de silencio informativo que sobre las actividades privadas de la Familia Real o del Rey se mantuvo hasta la carta blanca propiciada por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, ha hecho a Juan Carlos I esclavo de los gobiernos, perdiendo el distanciamiento político que había conseguido tras dar por concluido su papel como motor del cambio. Por ello, en la última década el rey se ha visto obligado a secundar de forma claramente partidista al gobierno en sus intervenciones públicas, pero tanto José Luis Rodríguez Zapatero como Mariano Rajoy no han movido un dedo para hacer frente a la mitificación del republicanismo que ha contribuido a rebajar los índices de popularidad y apoyo de la institución.

En Zarzuela se mira con harta preocupación lo que está sucediendo. El rey es consciente de que la popularidad de la monarquía y de él mismo está cayendo por los errores propios y las conductas poco edificantes, a lo que se suma la posibilidad, una y otra vez más preclara, de que el pasado, sumido hasta ahora en los márgenes del rumor y el bulo, aflore como un argumento para forzar una nueva “operación príncipe” que conduzca a la abdicación. Maniobra que adquirió una inusitada fuerza hace unos meses y que hoy, de momento, parece postergada debido a la evolución negativa de la situación política y económica española.

Teóricamente las funciones constitucionales del Jefe del Estado quedaron hace poco limitadas a las importantes labores de representación nacional, ya que el papel moderador es en la práctica irreal. Ahora bien, los silencios del rey y los discursos del rey, esclavos de las circunstancias, han colocado a la institución, en estos momentos de crisis política, económica y nacional, en los límites de la complicidad con el desastre. Aunque atado de pies y manos por el oprobio del caso Urdangarín pero también por sus propias andanzas, el rey se ha lanzado, junto con el heredero, a una campaña de virtualización de la corona que la aleje de la cada vez más extendida idea de que la casta política en general y el gobierno en particular es incapaz de encontrar soluciones a la crisis y que el rey no hace nada. Por ello el rey se ha convertido en un ministro plenipotenciario para la búsqueda de inversores mientras que la acción gubernativa se torna casi en inexistente en este campo.

En Zarzuela se teme que el pesimismo y el desencanto de finales de los setenta se reproduzcan, afectando también a la continuidad de la institución. El desencuentro, cada vez más evidente, entre el Jefe del Estado y el Presidente del Gobierno, entre Juan Carlos I y Mariano Rajoy, no ya sólo a cuenta de la incapacidad de éste último para hacer frente a la crisis económica sino también por la gravedad de lo que está aconteciendo en Cataluña, es un hecho. Desencuentro público, porque lo que sugiere alguno de los comentarios del rey es que en Zarzuela se critica al Presidente del Gobierno por su falta de decisión y por el hecho de que sean los ciudadanos de a pie los que están haciendo los grandes sacrificios. Es más, también el hasta ahora contenido heredero ha filtrado en sus últimas intervenciones algunas críticas indirectas a la gestión del gobierno en la crisis provocada por la aventura secesionista exhibida como amenaza por Arturo Mas y CiU.

En Zarzuela preocupa que la indignación de un nuevo impulso a un republicanismo que hasta hace poco, hasta los años de nefasta gestión de Rodríguez Zapatero, era más propio de añejos progres que de una masa social importante. Ahora, sin embargo, el republicanismo comienza a formar parte del discurso estético de la indignación. Y Juan Carlos I teme que el final de su reinado se vea empañado para la historia por el inicio del proceso que condujo a una definitiva caída de la monarquía, por un retroceso económico sin precedentes y por la posible desmembración de España, lo que hundiría el mito del “motor del cambio”.

 

 

Publicado en el Diario YA

 

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