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Releyendo la historia del Titanic

Releyendo la historia del Titanic

Con cierto retraso, en la sección de efemérides de un diario, he reparado en la botadura, hace un centenar de años, un 31 de mayo para ser exactos, del flamante navío de la White Star Lines bautizado como Royal Mail Steamship Titanic, en un astillero de Belsfat. No llegó a cumplirse un año cuando, una vez completadas las obras de decoración, se hizo a la mar en un célebre viaje inaugural que, pese a su trágico destino, lo convertiría en un icono del siglo veinte.

Repasar la historia de aquella increíble nave de 52.000 toneladas, además de retrotraernos al tiempo donde las diferencias sociales marcaban las mismas distancias que, siglos atrás, existieron entre privilegiados y no privilegiados, es una invitación permanente a la relectura en clave intemporal del simbolismo de la rápida travesía hacia la eternidad descrita por el Titanic.

El Titanic fue el producto de una época y de un momento concreto. Era la demostración palpable y tangible de hasta dónde podía conducir a la humanidad (un calificativo que se reservaba sólo a los occidentales) la técnica y la fe en el progreso como elemento clave del camino de hacia una vida mejor y un mundo feliz. En dos años y medio, ingenieros, arquitectos, decoradores y obreros -éstos en duras condiciones de trabajo- llevaron a cabo la construcción de aquel desafío tecnológico, de aquel gigante con corazón de fuego. Una nave concebida por el hombre y para el hombre que surcaría los mares haciendo visible que, a través del progreso y la técnica, se podía doblegar definitivamente a la Naturaleza. Aquel era el primer barco insumergible del mundo.

El Titanic era también una expresión material del poder del capitalismo. Una obra de ingeniería que se había realizado merced al dinero de J. Pierpont Morgan. Un símbolo de los ideales del momento: más rápido, mejor y con más ganancia. Un espejo desmesurado del gusto por la ostentación, del poder del dinero. Un muestrario de la estratificación en clases sociales bien diferenciadas y separadas. Todo el lujo y todas las miserias. Un barco insumergible elevado a mito por la propaganda y la publicidad en el que se había sacrificado la seguridad hasta tal punto que ni tan siquiera tenía botes de salvamento para todos. Un barco con un capitán obligado a demostrar que podía desafiar la naturaleza, desoír las advertencias y, por tanto, dejar a un lado las necesarias acciones preventivas. Un barco que se correspondía con la tesis del mayor beneficio al menor coste posible.

El 14 de abril de 1912 un humilde iceberg hundía en un tiempo increíble aquel desafío tecnológico, aquella expresión del poder del capitalismo. Dos años después de aquella crisis el mundo feliz se hundía en el lodo de las trincheras de la I Guerra Mundial.

1 comentario

Vecina -

Todo un símbolo. Sí señor.