NOS HABÉIS DADO UN ÁNGEL
Hoy se mezclan esas sensaciones que producen por un lado el dolor indescriptible de decir adiós a lo que más quieren unos padres con el final de una lucha titánica, sostenida hasta los límites de lo humano, posible por una tremenda Fe, por retener hasta el último minuto posible una vida para la que la Providencia había trazado otro destino.
Anoche, Martes Santo, mientras caminaba en silencio tras la Virgen de la Esperanza, musité mi última oración para ella, casi al mismo tiempo nos dejaba corporalmente. Hasta que no volví a casa no conocía la triste noticia.
Han sido muchos los que en estos tres años hemos rezado por ella, los que hemos estado física, emocional y moralmente al lado de unos padres que han sido para nosotros todo un ejemplo, los que hemos sentido a Marta como alguien próximo, que también era, en una porción pequeña, familiar nuestro. Yo estoy seguro que esas oraciones han contribuido a que Marta, pese a los desesperantes dictámenes médicos, que se han sucedido durante varios años, estuviera un poco más con nosotros pero sobre todo con ellos, con sus padres y sus hermanos, con su familia. Y nadie que conozca el caso puede dudar que ello ha tenido algo de milagroso.
Igualmente milagrosa ha sido la forma de convivir con el mal en su cuerpo de una niña que, pese a su enfermedad, pese al sufrimiento que producen los tratamientos, ha conservado su entereza con ternura infantil y también con la Fe que le habían enseñado sus padres. A distancia conocíamos que, pese a la pérdida de clases, continuaba sacando sus estudios, que mantenía su ritmo de actividad, que era capaz, este mismo verano, de hacer largos de piscina como si nada.
Todos hemos sufrido y todos nos hemos admirado de la entereza que, en todo momento, han demostrado unos padres que en ningún momento se dieron por vencidos, que han sabido poner en esa lucha todos los medios médicos a su alcance y todo el apoyo de su Fe. Cuando muchos hubiéramos aceptado con resignación un “ya nada es posible”, Alberto nos decía: “¡Vamos a seguir!”. Y sólo la enorme Fe de ellos explica cómo han podido llevar con templaza y ánimo, asumiendo que la vida es algo que se vive a diario, que es sólo un momento de la existencia eterna, estos años de lucha.
A veces, algunos, pudieran pensar que dada la corta edad de Marta, mejor hubiera sido ahorrarle el sufrimiento; que mejor que Marta no hubiera estado con nosotros. Olvidan que nadie sabe cuánto va a durar la vida cuando viene a este mundo. Ningún dolor es mayor que el que produce la antinatural situación de que unos padres tengan que decir adiós definitivo a una hija. Sin embargo, un solo minuto de esa vida es capaz de perdurar por toda la eternidad. Estos padres, que son amigos y más que amigos, rotos por el dolor, con su entrega, han hecho algo que está al alcance de muy pocos: darnos a todos un ángel. Porque a mí me enseñaron de pequeño, probablemente sin gran fundamente teológico, que cuando un niño se duerme para siempre, ya que por naturaleza es bueno, se transforma sin más en un ángel que vela por todos nosotros. Un ángel al que todos podremos encomendar nuestras oraciones. Ese ángel estará con vosotros todos los días de vuestra vida hasta el día que os reencontréis en el cielo.
Un abrazo y una oración.
4 comentarios
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Miguel T. -
Pequeña Marta, descansa en paz.
Carlos -
Juan V. Oltra -
Una vez más, mi oración por ellos.