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¿UNIDOS? PERDEMOS

¿UNIDOS? PERDEMOS UNA INTERPRETACIÒN DEL "FRACASO" DE PODEMOS

Es un chiste fácil el que se ha hecho, tras los resultados y para rechifla de sus adversarios, especialmente para todos aquellos que estaban en modo de pánico a las ocho y cuarto de la tarde del 26J, transformando el nombre de la coalición de Pablo Iglesias -subrayemos lo de Pablo Iglesias- en "Unidos Perdemos", aderezado con el título de gafe nacional para un cadáver político, que sobrevivirá como un zombi, apellidado Garzón.

No pocos analistas, incluso en las filas de la propia coalición, habían advertido que en política, donde quedan siempre que ello se produce un número importante de descontentos que si no llegan al odio eterno sí al odio inmediato, uno más uno no siempre suman dos. Algo que, aparentemente, se ha confirmado en estas elecciones. Sin embargo, no era eso lo que las encuestas indicaban, porque en números absolutos, en tanto porcentual, sí parecía que iba a permitir a Unidos Podemos superar en votos y en escaños al PSOE, pero no a alcanzar los más de seis millones de votos que hubieran sido el punto de partida de la suma. Lo que nadie preveía es que la coalición se dejara 1.2 millones de votos en las urnas, fuera seriamente castigada en las ciudades, no consiguiera movilizar a su potencial electorado. Las cifras más adversas, según algunos análisis de última hora, indicaban que se habían dejado en la no-campaña la mitad de esos votos.

Anotan los medios, los bien informados, los que parece que tuvieran conexión directa con los líderes -PODEMOS, debemos volver a decir PODEMOS-, los que se hacen eco de todos los chismes sin dirimir hasta qué punto son interesados (ya se revive el enfrentamiento Iglesias/Errejón en el que yo no creo), que el cuarteto Errejón-Monedero-Iglesias-Echenique -Garzón anda muy lejos de estas cosas- no son capaces de saber lo que ha pasado, que andan en acusaciones mutuas y confidencias similares: es el fracaso de los politólogos. Tienen razón, a diferencia de otros partidos que han vivido experiencias similares, con o sin representación parlamentaria, en una cosa: que lo que han vertido en la reunión de su cúpula -ignoro si tienen realmente una ejecutiva- son solo opiniones, que no tienen elementos de juicio suficientes para explicar algo con lo que no contaban, que se dejaron llevar o fueron engañados por las encuestas, que también ellos fueran víctimas de la desasfección, del desencanto de quienes habían visto en ellos el caballo blanco y a Pablo Iglesias en el papel de Gandalf. Quizás el problema, como ahora trataremos de explicar, haya sido exactamente ese, que en PODEMOS han preferido Juego de Tronos al Señor de los Anillos.

Vaya por delante que, pese a los comentarios de los que en la noche electoral respiraban aliviados, PODEMOS no está muerto ni ha entrado en caída libre, es una realidad política que ha venido para quedarse, aunque siga siendo un partido sin estructurar con un riesgo de implosión más que evidente, especialmente ahora que el resultado no ha sido los suficientemente definitorio como para transformar al líder o líderes en el gran conductor/conductores para los votantes de cada uno de los cuatro núcleos que conforman PODEMOS (PODEMOS, En Común, Compromis y Mareas). Ahora bien, como anotaba Pablo Iglesias, tras reconocer la derrota, en dos años han creado de la nada un partido con cinco millones de votos, un cierto poder territorial a nivel municipal y autonómico que parte con buenas previsiones de cara a las próximas autonómicas de Galicia, País Vasco y Cataluña. Ahora les queda hacer partido y configurarse como la oposición real frente al jefe de la oposición nominal que será, mientras dure, Pedro Sánchez. Que nadie ignore antes de vender la piel del oso que Iglesias y Errejón pueden ser letales jugando a la contra en el día a día parlamentario.

¿Por qué han perdido votos? ¿Cómo explicar que el autosorpasso? Eso es lo que casi todo el mundo se pregunta. Lo fácil, desde la orilla contraria, es responsabilizar de ello a su radicalizándose, a ser los representantes del caduco comunista y heraldos de la ruina venezolana. Dejemos a un lado esto e intentemos entrar en los parámetros con los que calibran las cosas los podemitas, porque ya tenemos populares, naranjitos, socialistas, nacionalistas y podemitas.

Naturalmente no hay una sola causa a la hora de explicar cualquier realidad. Lo habitual es que los partidos acaben echando las culpas a los agentes externos y nunca sean capaces de asumir, públicamente y a veces también internamente, los agentes internos (mucho más importantes porque son sobre los que pueden actuar). Olvidan en demasía que el adversario también juega el partido. El lector conoce de sobra todas las argumentaciones sobre el voto del miedo, los medios, etc. Responsabilizar al tiempo es solo el recurso a la táctica del avestruz.

La primera interpretación cuando fracasa una coalición es pensar que el motivo es la coalición en sí misma. Obvian habitualmente que el problema real es el sentido de la coalición. El problema es que Unidos Podemos se ha visto como lo que era, un mercadeo, un juego de tronos. Iglesias pretendía fagocitar a Izquierda Unida -posiblemente lo haya hecho porque los excomunistas también andan en estado de shock, aunque al final tengan cuatro escaños-, acabar con un rival en la izquierda. Lo que no fueron capaces de hacer era asentar las bases de un proyecto político que parte de grupos distintos para alumbrar algo nuevo, algo que el elector podía percibir como positivo e incluso convencer a la legión de damnificados y lo han acabado pagando -una lección a tener en cuenta-. Si a ello se suma el error táctico de las campañas y propaganda diferenciada, que subrayaban ese juego de tronos donde cada uno representaba opciones distintas y no la expresión de una suma, todo queda dicho.

La segunda lectura, que difícilmente harán en público, es reconocer que en la desafección ha tenido un peso importante, sin duda, ahí están los datos, el comportamiento de la clase política podemita en el poder o en la oposición. Hasta diciembre eran casi una incógnita, pese a que apuntaban maneras tras las municipales. Los políticos de PODEMOS han conseguido cosechar, por término general, unos índices de rechazo, todavía bajos pero en crecimiento constante, que han roto su pretendida transversalidad con un alineamiento muy claro en la izquierda radical, lo que conduce a directamente con la ruptura del monopolio de la indignación que gestionaban a través de su discurso populista. ¿Cómo se van a presentar como transversales sectarias tan claras como Carmena o, sobre todo, Mónica Oltra?

El tercer factor es la diversidad y variabilidad en el discurso que además es contradicho de forma constante por la acción política diaria. No se puede ser de izquierda radical un día, neocomunista otro y populista los más de los días; lucir la enseña nacional los días de mitin y la republicana en cuanto dan cuartelillo al personal; abominar de las políticas socialistas y presentarse como socialdemócratas; ser patriótico en Sevilla y proconsulta en Barcelona; justificar a los asalta capillas y en plan simpático confesar que pone el Belén; defender la libertad y afirmar que se pondrá fin a los conciertos educativos; jugar a ser de izquierdas estilo Allende sin darse cuenta -sí se daban cuenta, pero creían que con el cuento y el marketing conformarían al más pintado- de que una parte significativa de los indignados, de los de abajo, no son de izquierdas -el problema es que esto es incapaz de asumirlo un marxista de libro-..., y así hasta el infinito. Ellos mismos percibieron que se estaban equivocando y trataron de rectificar en el mensaje de campaña, pero...

El cuarto elemento. Han caído en el mismo error que Ciudadanos, pensar que ya estaba todo hecho. La campaña de Unidos Podemos ha sido un ejemplo de cómo no se debe actuar cuando se es una fuerza no sistémica y con estructura insuficiente. No midieron, son de los que creen que todo es televisión e internet, que estaban tocando techo en sus posibilidades de difusión a través de esos medios en los que se mueven con soltura. He sostenido y lo mantengo que hicieron la mejor campaña en televisión y en la red, pero fueron incapaces de valorar cuál era el grado real de penetración de esos medios más allá de los habituales. Unidos Podemos tenía que ganar el voto en la calle y no lo ha hecho. Como todos los partidos, sin excepción, territorialmente los dirigentes locales de Unidos Podemos viven del líder y de la marca, lo que se llama la búsqueda del "efecto faraón". Pese a que Unidos Podemos contaba a priori con varias cabezas con tirón mediático, capaces de desarrollar una campaña de calle, no han sido capaces de patear España para movilizar a los indecisos y mantener la tensión. Por ello el PSOE ha resistido, por ello no han convencido a los votantes de IU y por ello el PP, que si ha hecho campaña de calle, de día a día, de boca a boca, ha movilizado y ganado votantes.

Con cinco millones de votos y 71 diputados es difícil sostener que PODEMOS haya entrado en crisis, pero sí que está ante una encrucijada. Lo anotó Errejón en la noche electoral, su mejor opción es quedarse en la oposición para construir partido. Recuperar la idea de transversalidad me parece harto imposible, lo que incrementará la desafección, cuando ya han dejado claro que ellos son una fuerza de izquierda cuyo objetivo es ser la fuerza hegemónica de la izquierda, pero para ello necesitan una unificación real.

¡QUÉ VIENEN LOS ROJOS! Análisis disidente de los resultados del 26J

¡QUÉ VIENEN LOS ROJOS! Análisis disidente de los resultados del 26J Confieso que, en estas elecciones, me he dejado en parte llevar por el rosario de expertos, sociólogos, analistas políticos, politólogos y demás supuestos expertos que forman parte de la campaña electoral e influyen en ella. Mantuve desde el principio que nos movíamos en el marco de la volatilidad y la desafección, aunque sin prever que la última fuera a hacer mella de tal modo en las previsiones sobre los resultados de PODEMOS, aunque se produjera el abandono de una parte de los votantes de IU cifrado inicialmente en un 50%. El 50% con el que Pedro Sánchez, el hombre del ego descomunal, soñaba para sobrevivir. Eso sí, anotaba cuál era la razón de la estrategia electoral del PP y su táctica dirigida a movilizar su electorado: la polarización, el voto útil y especialmente el voto del miedo.

Cuando en alguna ocasión me han preguntado por mi valoración sobre las encuestas he dejado constancia de una realidad que los lectores y hacedores interesados obviaban: con unas encuestas con menos de cinco puntos de diferencia en los resultados porcentuales de los tres primeros partidos, con entre 2 y 3 puntos de posible variación, hechas sobre muestras para mí insuficientes dado lo ajustado de la distribución, resultaba muy difícil hacer predicciones y, en gran parte, todo dependería de quién quedaba segundo en cada circunscripción y era beneficiario de nuestro sistema de reparto que ya no sería monopolizado por el PP y el PSOE.

A diferencia de lo que afirmaban los analistas, antes y después de las elecciones, atendiendo a lo ocurrido en Diciembre y en las anteriores europeas, he señalado que, debido al alto número de indecisos, sobre el 30% del electorado, la campaña iba a ser trascendente, pues esta, como en otros países, había recuperado un protagonismo perdido. Y, aunque los analistas siguen sin querer asumirlo -ellos sabrán por qué-, la importancia de la campaña es una realidad difícilmente prescindible y mucho más trascendente que la influencia del Brexit, utilizada como argumento para crear una verdad/explicación distorsionada pero que viene de perlas al discurso conveniente. Otra cosa es que, incomprensiblemente, algunos partidos, fundamentalmente Ciudadanos, no perciban esta realidad. Ya vaticinaba que a Ciudadanos le iba a pasar algo similar a lo ocurrido en Diciembre, que su mala campaña iría en detrimento de sus expectativas.

La gran sorpresa ha sido, sin duda, no el triunfo, que todo el mundo daba por descontado, del Partido Popular sino el triunfo personal de Mariano Rajoy. Nadie, ni el PP, ni Mariano Rajoy esperaban esos 137 escaños. El máximo previsible era 130, suficiente para sumar con los 30/40 de Ciudadanos. Las encuestas lo dejaban en unos 125 con un 29/30% de voto con menos participación electoral que el 20D. Digo que nadie lo esperaba, ni el PP ni Rajoy, porque los discursos de la noche electoral no se improvisan y todos pudimos escuchar al presidente haciendo variaciones inconexas sobre un "hemos ganado" equivalente a un "vamos a gobernar", pues con los datos en la mano y la lógica política, con el trasvase de la duda al adversario, poca dudas caben sobre ello, salvo que el PSOE, Ciudadanos e incluso PODEMOS, estén dispuestos a suicidarse, aunque con Pedro Sánchez nunca se puede estar seguro.

El triunfo de Mariano Rajoy se cimienta en la confianza de una estrategia diseñada por su equipo demoscópico, el mismo que ha sido criticado hasta la saciedad por un sector del PP con el diario La Razón como punta de lanza y 13TV o la ya poco influyente Intereconomía como secundarios. Un equipo que conoce muy bien el comportamiento y los impulsos del Jano bifronte que es el electorado fiel del PP que se sitúa entre los 7 y los 8 millones de votantes estables. Esa es la estrategia que, ante la nueva realidad electoral que estaba emergiendo, impulsó la división del voto de la izquierda en tres fuerzas, aunque la resultante prevista no fuera la aparición de un partido de 5/6 millones de votos como PODEMOS, ni la creación de una coalición difícil entre este e IU. La estrategia que provocaría el hundimiento electoral del PSOE, lo que merced a la ley electoral beneficiaría al PP, partido que se convertiría definitivamente en hegemónico en la política española recuperando el diseño inicial planteado en 1977/1978, hundido por el desastre político que fue en la gestión, aunque ahora se pinte de otro color, Adolfo Suárez.

El crecimiento imprevisto de la coalición de Pablo Iglesias unido a lo que ha sido la práctica diaria de sus representantes, que han acabado mostrándoles como lo que son, un lobo con piel de cordero -el cierre de la noche electoral puño en alto y cantando putrefactas canciones del rojerío progre setentero lo dice todo ahorrando explicaciones-, permitió al PP polarizar la campaña, con lo que a la vez consiguió movilizar a su electorado más reticente invocando sin disimulo el voto del miedo. Esa movilización es la responsable del éxito, con un mensaje hacia su derecha y su izquierda similar: "¡qué vienen los rojos¡". Daba cierta sonrojo leer a algunos destacados y destacadas, entre comillas por supuesto dada la importancia real de estas personas, llenar líneas manteniendo sus críticas a Mariano y al PP socialdemócrata para acabar llamando a liberales y derechistas, a los orgullosos de ser de derechas, a parar a los rojos, por ideología o por bolsillo, dejando atrás la tentación de quedarse en casa o de, como recordaban, "tirar el voto". Ya en el supremo argumento daba cierta vergüenza intelectual ver, desde Rajoy al último de sus diputados, en el otro lado, argumentar que dar el voto a Ciudadanos era darlo al comunismo o permitir el triunfo del extremismo. Casi la misma vergüenza intelectual que da leer ahora que se ha impuesto el voto moderado, cuando los teóricos extremistas tienen más de 5 millones de votos y el PP ha movilizado a su particular "macizo de la raza" para que le diera la victoria, aprovechando las ganas de marcha que el grupo de Iglesias les provoca y en el que las que las críticas al PP y a Mariano se disuelven como un azucarillo. Aunque este recurso no sea nuevo, ya fue explotado hasta la saciedad por Manuel Fraga y el propio Adolfo Suárez.

Ahora bien, el triunfo de Mariano Rajoy, que ahoga cualquier crítica, que refuerza su liderazgo entre los suyos -¡cuántos hubieran estado dispuestos a sustituirle si solo hubiera obtenido 115/120 escaños y el pacto con Rivera hubiera dependido de que el líder no fuera el futuro presidente del gobierno!-, también ha sido posible por los errores y deficiencias del adversario.

A fecha de hoy ni PODEMOS ni Ciudadanos pueden competir en una campaña con el PP o el PSOE, porque estos partidos cuentan con una estructura territorial que llega a casi todos los pueblos de España, y esos militantes y simpatizantes son capaces de hacer una impagable e infravalorara campaña boca a boca con la que PODEMOS y especialmente Ciudadanos no pueden contar. Unos han acudido a salvar al PSOE, porque se consideran socialistas; otros, a derrotar a PODEMOS al considerar que el PP era la salvaguarda de sus ideas (ahí queda el llamamiento, por ejemplo, a defender la religión). Ciudadanos y PODEMOS tienen su principal canal de difusión en los medios y en el marketing, mucho más efectivo que los del PP o el PSOE entre los menores de 40 años. Pero son teledependientes. Han olvidado que no todos los españoles ven la televisión, ni se tragan las tertulias nocturnas de 13TV, la Cuatro o la Sexta, ni siguen los editoriales de la prensa. Mariano Rajoy, que no el PP, ha ganado los debates por incomparecencia y porque ha dado mejor, para los espectadores que los han seguido, en esos insufribles programas publicitarios que ha sido los especiales, con niños o sin niños, con los cuatro candidatos. Los debates podían haber sido decisivos, era lo que necesitaba Pablo Iglesias y también Pedro Sánchez, pero Génova se cerró en banda -Mariano esquivó la trampa de la Sexta- y en medio de un mundial de fútbol nadie los echó de menos.
El PP, directa o indirectamente, consiguió en la campaña algo muy difícil, minar a PODEMOS a la vez que desgastar al PSOE, lo que ocurre es que nadie esperaba que Unidos Podemos -hoy Unidos Perdemos- se dejara más de un millón de votos sobre el total posible (haciendo real la máxima de que en política 1+1 no siempre dan dos). Cierto es que para ello contó con el apoyo inestimable de algunas tertulias y medios. PODEMOS, por su parte, cayó víctima de sus propias contradicciones, que son las que le han ocasionado la primera desafección importante entre sus electores, algo que he comentado en alguna ocasión anunciando que se produciría entre los votantes a PODEMOS que no se corresponden ideológicamente con la izquierda que realmente representa. El difícil equilibrio entre la aparente transversalidad y el neocomunismo -más bien neorojismo-, subyacente en la explotación de la indignación, que le catapultó en diciembre ha hecho aguas. La acción de gobierno de sus representantes, el sectarismo, la incapacidad, el paranacionalismo, sus amistades con Venzuela o Irán, su irritante posición en el tema del terrorismo y los presos, la animadversión creciente que despiertan, los ataques a la religión, a la libertad de educación o de expresión han ido erosionando la credibilidad del discurso de Pablo Iglesias, con la carcajada final ante su presentación como socialdemócrata unida a la guinda de sumar a sus huestes a Izquierda Unida, con el consiguiente cabreo de la mitad de los votantes de IU que odian a Iglesias tanto como a Sánchez. Algo que ha estallado en ese momento que los sociólogos denominan como el vértigo electoral, que se produce en las últimas horas antes de ir a las urnas, algo que habían detectado algunos estudios aunque, a mi juicio, se equivoquen cuando lo achacan a la influencia del Brexit y no a las contradicciones entre la imagen, el discurso y la realidad de PODEMOS. El intento del equipo de Iglesias de presentar una posición moderada de izquierda chocó con el peso tanto de comportarse como los "rojos" como de los meses de artículos y tertulias que, en definitiva, les presentaban como populistas, radicales o comunistas, un peligro para unos 12/15 millones de electores. No valorar ese factor fue lo que llevó a las encuestas a equivocarse al adjudicar muchos de los escaños de los restos a Unidos Podemos.

No olvidemos que un 30% de españoles no han votado, que un millón de los votantes de diciembre se quedaron en casa y que la abstención es una opción con un respaldo similar al obtenido por el PP y más que el obtenido por el PSOE o Unidos Podemos. Solo el PP ha conseguido más sufragios que en diciembre, rescatando voto o movilizando a abstencionistas. No ha cambiado pues ni la volatilidad ni la desafección. Sigue existiendo un sector de españoles que no se reconoce en ninguna de las opciones que se han presentado; un sector que se podría cifrar en torno al 10% del electorado y que pese a lo trascendente de estos comicios, tal y como repitió la propaganda, decidió quedarse en su casa, son los indignados sin alternativa electoral. Ahora bien, para los partidos la abstención no cuenta, son votos que dan por amortizados.

¿Y el futuro? La lógica y la realidad, las declaraciones públicas y los deseos, continúan chocando pese a los resultados. La lógica indica que Mariano Rajoy debiera gobernar en minoría y que para los demás sería lo más ventajoso ejercer la oposición, especialmente cuando el PP cuenta con la mayoría absoluta en el Senado. Entre líneas Errejón suscribió esa idea que también apoyan algunos dirigentes socialistas. El problema es que, a día de hoy, Pedro Sánchez sigue sin darse por muerto, y en la pugna por la hegemonía en la izquierda necesita que Pablo Iglesias le niegue el apoyo para gobernar, repitiendo el juego que nos llevó a unas nuevas elecciones, antes de dejar vía libre a un gobierno del PP. ¿Podríamos enfrentarnos a unas nuevas elecciones? La lógica dice que no, que habrá gobierno en minoría, pero la ilógica de Pedro Sánchez nunca se sabe hasta dónde podría conducirnos.

¿A QUIÉN VOTARÁ LA EXTREMADERECHA EL 26-J?

¿A QUIÉN VOTARÁ LA EXTREMADERECHA EL 26-J? No es una novedad apuntar que lo que usualmente se denomina extrema derecha sociológica está en y/o vota al PP, y se siente extremadamente cómoda ahí. De vez en cuando, eso sí, se despierta enfadada y da un respingo que dura dos o tres elecciones: así sucedió con el PADE (10.000 votos en su mejor resultado), la Agrupación Ruíz Mateos (219.000 votos en 1989) o más recientemente VOX (244.929 votos en las últimas europeas que se quedaron en 53.000 poco después). Una vez que a este electorado se le pasa el sarampión los votos vuelven casi aritméticamente al PP, mientras que esos partidos desaparecen o se consumen lentamente.

Existe una "extrema derecha militante", que naturalmente no se considera como tal, aunque en ese espacio la sitúen los medios y la mayoría de los españoles. Empleemos y aceptemos tal calificación solo a efectos descriptivos, porque la mayoría de los partidos de ese espectro ni se reconocen bajo tal calificativo, ni incluso estiman que estén a la derecha del PP; es más, en algunos casos se sitúan en las antípodas de los demás.

Desde el punto de vista sociológico se afirma que entre 500.000 y un millón de votantes podrían apoyar una opción similar a las que con diversa denominación, desde el Frente Nacional francés hasta el FPO pasando por Alternativa por Alemania, están polarizando el cambio electoral en muchos países de Europa (otros se miran en modelos como Amanecer Dorado)... No pocos creen que con copiar el nombre y los gestos se producirá en España una irrupción similar e incluso algunos se plantean el retorno al modelo de los años de la Transición, cuando más pujante fue esta opción en España. La realidad es que esa "extrema derecha militante" se mueve, desde el año 2004, entre los 50.000 y los 78.000 votos, a repartir según las elecciones -dejamos a un lado los resultados en municipales y autonómicas- entre cuatro o seis formaciones (no incluimos PxC porque tras una aparente eclosión quedó prácticamente reducida a la nada).

Ahora bien, no es menos cierto que, tanto por razones internas como externa o de propio posicionamiento político probablemente, otros 50.000 votos se queden en la abstención. Cifras pequeñas pero que en unas elecciones como las del 26-J pudieran valer algunos escaños.

En 1979 la "extrema derecha militante" obtuvo su más alto número de votos, 413.000. Anotemos que de haber concurrido unida esta opción hubiera obtenido hasta tres escaños, en vez del único que consiguió Blas Piñar, fueron sus años de mayor extensión y penetración social, pero sin conseguir desgajar a la extremaderecha sociológica del voto a la entonces Alianza Popular, el antecedente del PP. La división, la fragmentación y el cainismo condujeron a que en 1982 se perdieran 265.000 votos que fueron absorbidos por AP(PP). La caída constante en el número de votos se mantuvo hasta el año 2004, cuando se obtuvieron en total unos 65.000 votos. Síntoma claro de la existencia de una potencialidad y de una renovación. Constituye desde entonces este potencial electorado un nicho emergente de difícil proyección.

Cierto es que no se trata de un voto consolidado, que además se enfrenta: primero, a la ausencia de candidaturas en muchas circunscripciones debido a la Ley Electoral; segundo, al "miedo a la izquierda" que sigue teniendo hoy un peso específico en este electorado (miedo en el sentido de aceptar cualquier sacrificio -votar al PP- antes que gane la izquierda). En 2015, aunque irrelevante dado el número de provincias con candidatura presentada, se obtenían unos 9.000 votos tras los 78.000 de las elecciones europeas de 2014, siendo la opción más habitual en este sector la abstención o el voto nulo sin que se produzca un gran trasvase que favorezca a la papeleta del partido que haya concurrido (algo entendible porque, en parte, aquellos que están vinculados a una opción contemplan a las demás como meros competidores). A pesar de todo, algunos analistas estiman que esta opción política/electoral está creciendo entre sectores de menos de 25 años, que, por otra parte, son poco receptivos ante la petición de voto de partidos tradicionales como el PP.

En estas elecciones, las del 26J, solo en 16 provincias habrá candidaturas objetivas para esos electores, las de los falangistas; en el resto, aunque algunos puedan votar al PP o a VOX, la inmensa mayoría se abstendrá o hará voto nulo. Naturalmente el PP o VOX piensan en este mercado. El PP, porque sabe que un puñado de votos pueden darle algún escaño y cuenta con el efecto anti-Podemos para sacarlos de la abstención; VOX por pura necesidad de frenar su proceso de destrucción tras perder 191.000 votos en pocos meses, ya que ve en esos votos su tabla de salvación para continuar (aunque gran parte de ese sector considera a VOX un grupo de derechona pijo). Pero que la "extrema derecha militante" -la vieja, pero también la nueva que está comenzando a aflorar en sectores juveniles- en gran medida no irá a votar es también una realidad fácilmente perceptible, especialmente entre aquellos que más desligados están del duopolio PP/PSOE y que ya no consideran asumibles las tesis del "voto útil" y no tienen otra opción en su colegio electoral.

¿Qué puede pasar el 26-J?

¿Qué puede pasar el 26-J?
Anoche se iniciaba la campaña electoral que llevará a los españoles a las urnas el 26 de junio; cita electoral que probablemente sea la de mayor incertidumbre de los últimos cuarenta años. Confirmarán, sin duda, lo que ya es una evidencia: que el modelo bipartidista diseñado en 1978, para el que se creó una Ley Electoral que lo permitiera e impulsara (ya se sabe que en realidad no todos los votos valen igual), ha saltado por los aires.

La clase política, los medios de comunicación, los politólogos y no pocos sociólogos se han pasado la vida retratando una sociedad plural que, elección tras elección, dejaba de serlo cuando se conocían los resultados de cada comicio. Existía un consenso para alabar ese bipartidismo -hoy, rendidos a la evidencia, ya no son capaces de sostenerlo- que también ha saltado por los aires. Aún andan, eso sí, los dos grandes partidos -cada vez menos grandes-, especialmente el Partido Popular, enfrascados en buscar cómo imponer el “amaño” a través de la Ley. Lo hace propagando la idea de pequeñas circunscripciones a dos vueltas para que sólo alcance representación el que obtenga la mayoría -algún incauto, por no decir otra cosa, preso del miedo a la izquierda, creyendo que siempre ganará el PP, lo apoya desde posiciones teóricas a la “derecha” del PP-. Democrático modelo que negaría la representación a millones de españoles.

La realidad hoy es bien distinta a la de hace diez años, por no irnos muy lejos. Ya no tenemos dos partidos con posibilidades reales de gobierno sino cuatro. Por más que el Partido Popular y sus teóricos/voceros se empeñen, aunque ganen las elecciones, la representación del que más votos obtenga, si se confirman los sondeos será el PP, distará mucho de ser la traslación de la mayoría de los españoles. Pocas veces se suele indicar -rompería los discursos interpretativos- que la representación real es la resultante del porcentaje obtenido sobre el total del censo y no sobre el total de los que han votado. Ello quiere decir que un partido que obtenga entre un 28% y un 30%, dependiendo de la abstención, tendrá una representación real situada en torno al 20%. Es decir que el partido que más votos obtenga sólo tiene esa representación. De un modo u otro tanto el PP como el PSOE, pasando por PODEMOS o incluso -aunque es menos probable- Ciudadanos, podrían acabar gobernando con un acuerdo o en coalición. Las mayorías absolutas están finiquitadas y a ello debemos acostumbrarnos los españoles. Y una vez que el gobierno sea reo de esos acuerdos para gobernar todo lo que se diga en esta campaña es tan volátil como perfectamente olvidable.

Elecciones de incierto resultado, porque las variables a contemplar son muchas, porque sociológicamente el cuerpo electoral está variando de forma acelerada. Los votos tradicionales, los que votaban de forma sitémica al PSOE o al PP, se van reduciendo. Se trata de electores mayores de 50 años. Los votos libres, no condicionados por los miedos, la historia o la ideología bidireccional derecha/izquierda, van creciendo de forma constante y son los que deciden, porque el bloque anterior está tasado porcentualmente. Son ellos los que deciden, son ellos los que han dado vida a los denominados partidos emergentes y los que no forman parte del voto cautivo. Ahora bien, al mismo tiempo, en determinados segmentos, especialmente entre los menores de 25 años, anda pareja la inclinación hacia el voto que hacia la abstención. Existe en este segmento un amplio rechazo a los dos grandes partidos tradicionales, PP y PSOE, siendo poco permeables a sus discursos tecnocráticos.

Elecciones en las que la campaña electoral y los errores que cometan los partidos -el PP ya lleva unos cuantos debido a la presencia de algunas personas en sus listas que deberían haberse retirado para no perjudicar al partido- pueden tener una incidencia decisiva en el voto final.

Elecciones inciertas, porque la propia Ley Electoral ha acabado transformándose en una auténtica espada de Damocles, pues no estaba pensada para que hubiera tres partidos que obtuvieran sobre un 20% de los votos y un cuarto sobre el 15%. La resultante es que entre 20 y 30 escaños dependen de unos cientos o miles de votos. La Ley favorecía a los dos partidos que más votos tuvieran y especialmente, a la hora de los restos, al primero, dándoles un plus. Pero eso era cuando el primero y el segundo eran PP y PSOE o viceversa y el resto sacaban pocos votos. Ahora, en no pocas circunscripciones es difícil saber quién será el segundo y los restos ya no tienen por qué acabar favoreciendo al más votado. La mecánica/cocina del recuento/reparto puede dar una mayoría con margen sobre los demás al PP, pero también convertir a cualquier otro en un partido con más peso del esperado (sería el caso de la coalición UNIDOS PODEMOS) que merced a un acuerdo pudiera acceder al gobierno. Un marco en el que decir que “gobierne el más votado” (quiere decir el que más votos tenga de los depositados) no pasa de ser un recurso efectista pero infantil que puede asemejarse a la rabieta de un niño incapaz de asumir la frustración ante la realidad.

Cuando el lector tenga este artículo entre sus manos es seguro que andará, salvo aquellos que sólo sigan un medio, perdido entre unas encuestas que presentan unas horquillas de resultados tan amplias que hacen imposible saber qué pasará al final. Habrá sufrido o seguido con interés varios debates y “tragado” las píldoras preparadas que cada partido hace para que salgan por televisión. Es probable que hasta tenga el efecto de saturación provocado por la reiteración en el mensaje. Cierta es aquella frase de que una mentira repetida mil veces puede transformarse en una verdad, pero también puede acabar irritando y convirtiéndose en un arma de doble filo (algo que le puede ocurrir al PP y al PSOE si siguen insistiendo en un mensaje que deja tantos huecos al adversario que puede acabar horadando sus expectativas).

Los partidos están jugando y algunos hasta tomando posiciones para el día después. Es lo que está sucediendo en Cataluña. El centroderecha nacionalista burgués que, por la independencia, ha hecho un pacto antinatura con los anticapitalistas (CUP) ha visto saltar por los aires su acuerdo de gobierno. En ello, además de las tensiones, subyace el “día después”. En función de los resultados unos u otros podrán pactar con los vencedores. Unos pueden inclinarse hacia el PSOE o el PP, es cuestión de precio; otros hacia Unidos Podemos. Por eso se ha producido la ruptura que puede llevar a nuevas elecciones en Cataluña, algo que no sabremos hasta septiembre cuando, en teoría, ya se tenga definido el nuevo gobierno.

¿Qué puede pasar el 26-J? La primera posibilidad es que se confirme lo que las encuestas indican y lo que la tendencia y la variabilidad del voto oculto anuncian: una victoria del PP difícil de traducir en escaños reales pero con posibilidad de gobierno en alianza con Ciudadanos y apoyos de minoritarios (pero Ciudadanos ha puesto un precio, Rajoy). La segunda: que la aritmética confiera posibilidades de gobierno al bloque de izquierda (el PSOE confía en poder mantenerse como segunda fuerza y Unidos Podemos con sobrepasarlo).

Hasta aquí estaríamos dentro de lo previsible pero queda el factor campaña que para mí va a ser decisivo. Las anteriores elecciones revelaron dos variables: primera, que PODEMOS mejora resultados en campaña; segunda, que Ciudadanos pierde fuelle en campaña. En estas juega un nuevo factor: Unidos Podemos se presenta como rival del PP y el PP ha asumido que ello es así; una polarización que por razones distintas favorece a ambos: al PP, porque quiere recuperar voto entre los votantes Ciudadanos y los moderados del PSOE (básicamente anti-Podemos); a Unidos Podemos, porque les convierte de facto en la alternativa para el votante de izquierda. A ambos les interesa porque esa dicotomía es un antídoto contra lo que más temen, la abstención. El PP puede conseguir la movilización del miedo y Unidos Podemos galvanizar a su electorado de menor edad, donde mayores apoyos tiene pero con una clara tendencia hacia la abstención según el día.

Cuando termino estas reflexiones sólo he tenido oportunidad de ver uno de los debates a cuatro con segundas espadas, pero su análisis nos permite estudiar cómo y qué efecto pueden tener sus discursos en una campaña que se va a dirimir, fundamentalmente, en televisión y en las tertulias. Lógicamente se debe prescindir del voto convencido. Mal van algunos si hacen campaña para los convencidos. Lo importante es medir cuál puede ser la reacción de los indecisos, de los que pueden variar su voto por efecto de la campaña.

Si segmentamos el electorado es evidente que el discurso con mayor receptibilidad en el punto de arranque es el de Unidos Podemos y el que menos capacidad de atracción presenta es el de Ciudadanos (algo que ya se hizo palpable en la anterior campaña, Ciudadanos pierde los votos en campaña y es algo que no ha sabido solucionar). Unidos Podemos -Garzón juega de comparsa por más que se empeñe en sacar trapos republicanos- está acentuando su discurso populista y dejando en segundo plano su discurso izquierdista, consciente de que sus puntos débiles podrían ser explotados por otros que no fueran el PSOE o el PP, pero es a ellos a quienes se enfrenta. El PP, si se empeña con discursos tan escasamente motivadores como los de Cifuentes o Levi en el inicio de la campaña; en la utilización de muñecos que repiten de forma continua el discurso patrón hecho (en algunos casos llega a ser una ofensa al oyente pues parece que le toman por tonto); en la defensa a ultranza de la gestión hecha y la mirada al pasado -enfrascarse hoy en lo mal que lo hicieron los socialistas no sirve más que para los convencidos- o en su débil y preparada respuesta al tema de la corrupción, puede acabar llevándose un disgusto inesperado (doctores tienen en Génova).

Ante esta situación, muy volátil, el PP juega con cartas marcadas, pues entiende que está jugando al empate. Asume que es imposible alcanzar la mayoría absoluta poselectoral con Ciudadanos, al que no otorga crecimiento real, y algún apoyo, pero espera que el miedo a PODEMOS y la debacle del PSOE de Pedro Sánchez –de ahí su decisión de polemizar con Unidos Podemos y no con el PSOE para debilitarlo- le permita gobernar con la abstención socialista. Pero queda por ver si al final este no es el cuento de la lechera.


Nota: foto tomada de La Vanguardia

LAS ENCUESTAS PREOCUPAN A LOS EMERGENTES

LAS ENCUESTAS PREOCUPAN A LOS EMERGENTES LA DESAFECCIÓN AL BIPARTIDISMO AMENZA A CIUDADANOS Y PODEMOS



Es evidente que las encuestas se han convertido en algo primordial a la hora de establecer el nexo de unión entre los ciudadanos y los partidos, especialmente cuando, como ahora acontece, existe una notable incertidumbre sobre qué puede acontecer en las próximas citas electorales.

Pese a la canícula, anotando el descanso bisemanal del agosto central, se han prodigado encuestas encargadas por los diversos medios, en las que curiosamente los resultados en gran parte muestran tendencias en consonancia con las líneas editoriales (a resultas de la interpretación de determinadas preguntas) y por fin aparece el barómetro del CIS (el CIS casi siempre interpreta en consonancia con el gobierno aunque si se estudian los resultados la lectura es siempre muy matizable).

El barómetro del CIS solo ha hecho confirmar algo que ya estaba en el tablero de juego: que el PP recupera votos muy lentamente y que ganaría las elecciones. Este es el titular que han resaltado los medios afines al gobierno. Ahora bien, ganaría las elecciones bastante lejos de la mayoría absoluta y tendría que buscar el apoyo de Ciudadanos que puede ser insuficiente. Esta es la otra lectura.

Nadie ha negado el valor de tendencia que tiene el barómetro por más que algunos repitan eso de que la única encuesta válida es la de las urnas. El PP recupera voto y en un análisis sectorial se indica que lo hace a costa del voto que se marchó a Ciudadanos y también, aunque algunos no lo crean, a PODEMOS. Es evidente que si los datos macroeconómicos y la propaganda sigue su camino el PP seguirá recuperando voto, pero no es menos cierto que pocos estiman que porcentualmente el crecimiento supere al final los cinco puntos con respecto a europeas y autonómicas.

Lo que marca la tendencia es la inestabilidad del electorado de eso que se han llamado los emergentes que son la clave de las próximas elecciones. También en esto el barómetro y las encuestas no hacen sino confirmar lo evidente. El triunfo relativo ha sido un arma de doble filo para Ciudadanos, un partido que no se sabe muy bien dónde está y cuál es su sentido para poder crecer. El aluvión y los pactos no le han sentado bien y su futuro pasa por los resultados en Cataluña. Eso qué significa, que su suelo anda sobre el 10% y que puede que quede reducido a eso, lo que hará bajar en mucho el tono desafiante de Rivera ante Mariano Rajoy.

Otro cantar es lo que ocurra con PODEMOS. Sus dirigentes suelen tener muy en cuenta los datos sociológicos. A estas horas saben que lo que se planea teóricamente puede salir mal en la práctica. Si el diseño electoral y de pactos fue teóricamente perfecto en la realidad les ha colocado en el peor de los escenarios. Pablo Iglesias y su equipo quieren asaltar el poder, obtener un resultado que les permita gobernar y hacia ello caminaban en todas las encuestas llevando a su cola al PSOE y a IU. Para eso necesitaban ir más allá de la izquierda, de ahí el giro en el discurso buscando la transversalidad para poder atraer el voto descontento y el voto nuevo que no fuera de izquierdas. ¿Qué es lo que ha salido mal para que se produzca el retroceso en las encuestas y se quede en un importante pero insuficiente porcentaje para sus objetivos?

Lo que ha salido mal son sus representantes en el poder. También en esto son víctimas del aluvión y de creer en presuntos líderes sociales prefabricados durante una década a base de subvenciones oficiales y sin más representación real que la que les daba el poder y los medios. Llevan dos meses en el poder y lo único que pueden ofrecer son boutades, rojadas de todo tipo, banderas gay, escasas soluciones y comportamientos como los de la denostada casta. Tienen el poder en Madrid y Barcelona, el laboratorio propagandístico perfecto y lo han tirado por la ventana con esa nulidad llamada Carmena (doña Rogelia gobernando) y esa extraterrestre apellidada Colau. Y para colmo todos andan colocando a novios, primos y hermanos.

Dicen los PODEMOS que les queda tiempo para rectificar, para recuperar el espacio. Me parece que no, porque para ello tendrían que meter en cintura a los que han probado las mieses del poder y están encantados de haberse conocido. El resultado será que muchos de aquellos que entraron en la desafección al bipartidismo, y les apoyaron, ahora serán también desafectos a ellos.

¿PUEDEN ALGUNOS ACABAR ASALTANDO EL CIELO?

¿PUEDEN ALGUNOS ACABAR ASALTANDO EL CIELO?

Las municipales y autonómicas prefiguran otro marco electoral

A estas alturas de la semana abundan ya los análisis de los resultados electorales del pasado domingo. Quedan los mensajes elaborados por los equipos de publicidad de cada partido amplificados por su red de tertulianos. Ya sabemos que el PP anda empeñado en demostrar que aquí no ha pasado nada, que casi han ganado las elecciones -"somos el partido más votado", afirman- y que, como ha dicho Mariano, solo han tenido algunas dificultades; que el PSOE anda también proclamándose casi vencedor como el armazón del cambio que se anuncia... Todo ello no es suficiente para disfrazar la realidad: que el gran vencedor, en una partida que no se cerrará hasta las próximas generales, ha sido PODEMOS. Mucho más que Ciudadanos.

PODEMOS es un partido o movimiento en construcción, aupado sobre una base social que ha ido conformándose en la dos últimas décadas, con la suficiente inteligencia para manejar la ambigüedad en las definiciones políticas para poder convertirse en lo suficientemente transversal como para asaltar el cielo. Ciudadanos es un partido de aluvión, aupado sobre la coyuntura, con un discurso dirigido a una franja concreta del electorado, con un techo electoral bastante definido y dependiente de cómo gestionen el tesoro con el que se ha encontrado y con un posible crecimiento exponencial si acaban absorbiendo los restos de UPyD, pero está muy lejos, salvo quizás en Cataluña, de ser la alternativa al PP. PODEMOS, una vez desarbolada IU espera superar al PSOE.

Si las elecciones del domingo han resquebrajado el bipartidismo queda por saber si las próximas generales lo derrumbarán. Lo que sociológicamente ponen de manifiesto los resultados es que hoy por hoy la mayoría de los españoles, electoralmente hablando, se sitúan en el centro-izquierda, aunque eso no signifique que sean realmente de izquierdas. Este y no otro es el gran fracaso de la derecha pepera, el fracaso desde que Franco les legara una mayoría sociológica de centro derecha que derrumbaron con los gobiernos de UCD y no han sabido ni reconstruir ni mantener. Queda por saber si las próximas elecciones de noviembre confirmarán, como estimo que sucederá, esta realidad.

Digamos que todos los ejercicios de estrategia, de colocar peones, de intentar tener bastones o anular bastones, realizados desde el poder o desde las venganzas mediáticas, han fracasado y han acabado costando al PP algún sillón que ahora les permitiría respirar (no ha salido muy bien la promoción a VOX de algunos estrategas para canalizar un cierto descontento y reducir las posibilidades de Cs de tal modo que la injusta ley electoral hiciera el resto). Y aún andan algunos soñando con la implosión del PP cual si fuera una UCD-bis, ignorando que el partido que representa a la derecha española es una gigantesca máquina electoral que va a seguir ahí aunque ya no sea capaz de alcanzar mayorías absolutas, pero tampoco las va a conseguir el PSOE.

A nivel municipal y autonómico el bipartidismo está en la UCI. Con los resultados en la mano, un 51% de los votantes, ya pueden ir despidiéndose los que soñaban con las trampas legales para mantenerse en el poder, con reformas electorales para consolidar el bipartidismo, que algunos tontos compraban como sinónimo de regeneración. Es más, es posible que tengan que hacer reformas hacia la proporcionalidad sin correcciones, sin circunscripciones para que solo puedan salir electos los representantes del PP o del PSOE, que variarían notablemente el panorama político.

Desde la noche electoral,  presos de la idea de que solo se puede gobernar con mayorías absolutas o coaliciones, andan no pocos españoles haciendo cuentas de quién va a gobernar en su Ayuntamiento o Autonomía mirando de reojo a lo que lleva aconteciendo desde las elecciones en Andalucía. antes era sencillo porque IU casi siempre ha sido un fiel lacayo del PSOE ahora, con unas elecciones a tres meses vista, todo se complica porque PODEMOS y Cs han puesto precios muy altos y si no son engullidos por el oro del sistema impedirán que continúe el modelo del despilfarro, el enriquecimiento y el clientelismo que han generado el ambiente de corrupción en el que muchos han vivido mirando mayoritariamente para otro lado.

Ahora bien, los posibles pactos postelectorales pueden transformarse en el típico abrazo del oso, como desearían PP y PSOE, porque cuando un partido, PODEMOS y Ciudadanos, se presenta con un lenguaje distinto a la división de derechas e izquierdas o se postula como el cruzado contra la casta difícilmente puede acabar formando coalición con los que critica. Sin embargo, al mismo  tiempo, los partidos emergentes temen que los votantes que les han dado su papeleta pensando que eran de izquierdas o contrarios a la izquierda les retiren esa confianza si permiten un gobierno del color contrario. Las urnas han colocado a Cs y a PODEMOS en una difícil situación. Quizás Pablo Iglesias haya encontrado la solución con su apuesta salomónica: permitir la llegada de la izquierda pero no entrar en esos gobiernos, eso sí siempre que acepten algunas bases estrella de su programa; Cs está intentando algo similar pero ya ha rebajado sus exigencias. No lo dicen, pero ambos confían en que, llegado el caso, si en alguna Autonomía hubiera que convocar nuevas elecciones saldrían beneficiados. Así pues el PP ha quedado rehén de Cs y Cs del PP. Y Albert Rivera se juega mucho más que Pablo Iglesias en este interesante tablero de ajedrez a cuatro bandas.

Más valiera que el PP comenzará a trabajar con una realidad política distinta. No creo que lo que está sucediendo sea un simple sarampión -pudiera serlo si Cs y PODEMOS gestionaran muy mal sus resultados y expectativas-. PP y PSOE van a tener que acostumbrarse a jugar con un margen de apoyo electoral del 25% al 35%, quedando siempre lejos de las mayorías absolutas. Y eso siempre que se mantengan los niveles de abstención, porque en realidad en estas elecciones el PP, siendo el partido más votado, solo ha sido apoyado por el 16% del cuerpo electoral. La gran bolsa que es la abstención puede resultar imprevisible en noviembre. Tan imprevisible que algunos podrían acabar asaltando el cielo mientras que otros solo tienen como argumento el miedo. Argumento que a muchos podría acabar importándoles un pimiento porque no están conformes ni con la realidad en que viven ni con el futuro que se les anuncia.

Incógnitas municipales: ¿Será abril en mayo?

Desde hace tiempo sostengo que, en el rosario de presuntos y a veces oportunos descubrimientos de corrupción que nos sacuden, pesa la lucha feroz y cainita que se libra en el seno de los dos grandes partidos. Son las venganzas personales por los agravios, por los olvidos y los desplazamientos, las que abrieron la veda con las filtraciones interesadas que llevan a Suiza y a la celda. Probablemente no midieron hasta dónde llegaría la rueda una vez puesta a girar. El calendario nacionalista y las próximas municipales y autonómicas me temo que no nos van a dar respiro alguno hasta ese primer test de estrés que para los partidos, y especialmente para el PP, van a ser esos comicios.

No pocos andan vaticinando el fin del sistema, la implosión de los dos grandes partidos, fundamentalmente el PP, porque el PSOE es rehén de la situación kafkiana que le hace cerrar los ojos en Andalucía y depender de la burguesía nacionalista que hace años secuestro al PSOE tradicional en Cataluña, y quieren ver en la próximas elecciones el principio del fin del sistema, como si volviéramos a un abril de 1931.

Cierto es que, como en aquellas elecciones celebradas un 12 de abril de 1931, la batalla por la victoria política se librará por el control de las grandes ciudades y en este caso en los parlamentos autonómicos. En ambos es posible que se produzcan cambios significativos, porque los diputados y concejales salidos de los restos de la aplicación de nuestra antidemocrático modelo de reparto ya no irán, por la diversidad de fuerzas, exclusivamente al PP o al PSOE. Y como la batalla se va a librar en esas ciudades me parece que vamos a seguir desayunándonos con nuevas tramas de corrupción y detención de concejales,  consejeros y hasta algún que otro alcalde. Y con cada operación crecerá el descontento social hacia PP o PSOE y la basculación hacia opciones como PODEMOS, Ciudadanos o UPyD, lo que se producirá de forma más significativa, sin duda, entre el electorado de las grandes ciudades.

A diferencia de 1931 no existe una gran coalición dispuesta a cambiar el sistema, todo lo más a lo que aspiran es a arrebatar el mayor número de alcaldías posibles al PP y en especial hacerle perder el gobierno de la capital de España y de la Comunidad de Madrid. Y no nos sorprenda si en cualquier momento algunas revelaciones dejan al PP sin candidato/a estrella y tienen que recurrir a la desesperada a cualquier bombero.

En esta pelea unos aspiran a salvar los muebles, a ganar por la mínima, otros a demostrar que han entrado en fase de recuperación, algunos a ver si es posible robar la cartera con inventillos como Ganemos o similares imitando la táctica del Frente Popular y algunos aún dudan, pese a que su presencia sería desequilibrante, si deben entrar en una lucha municipal que de momento no figura entre sus objetivos, ni está en su guión estratégico.

  Las próximas elecciones de mayo no van propiciar el cambio del sistema, mayo no será abril. Pero es probable que en la lucha entre los partidos del sistema de 1978 (PP, PSOE, IU y nacionalistas) y las nuevas opciones, para mantenerse, los primeros acaben abriendo la temida reforma constitucional para transformar la estructura territorial de España en no se sabe muy bien qué.  Y eso si que puede llevarnos a un nuevo catorce de abril ante el que Felipe VI debiera  comenzar a plantearse si la institución que representa no sería algo perfectamente prescindible.

¡QUE VIENEN LOS ROJOS!

¡QUE VIENEN LOS ROJOS!

Las elecciones europeas han hecho, no sé si de forma definitiva, un roto al duopolio PP-PSOE, poniendo en evidencia una tendencia electoral que, de confirmarse, podría poner fin al modelo político del bipartisimos imperfecto creado por la Transición. Un modelo que hoy da muestras fehacientes de agotamiento.

La crisis, la corrupción, el descrédito de la clase política y las maniobras intra muros mediático-políticas, ha acabado por abrir la caja de Pandora que tanto temían las cúpulas populares y socialistas. De hecho, propuestas de pretendida regeneración, que han estado encima de la mesa, como los cambios hacia un modelo de distritos uninominales o de reducción del número de representantes en los parlamentos, solo tienen como objetivo reaseguar el bipartidismo ante la fuga evidente de votos hacia otras opciones.

Las elecciones recientes no han hecho más que agravar la crisis de identidad y liderazgo del Partido Socialista y han supuesto un serio aviso para un Partido Popular que apostó por salvar los muebles evitando una campaña dura de incierto resultado, por ello nadie quiso salir al balcón otrora triunfal de Génova 13.

Ahora bien, lo que nadie puede discutir es el triunfo real de la extrema izquierda, rebasando a una formacion en franca huida del acomodo en el sistema del 78 como es Izquierda Unida, que ya no podrá marcar el paso de baile a esa izquierda sino que va a convertirse en la dama pretendida. Lo cierto es que, dependiendo de cómo se calibren los resultados, esa nueva izquierda radical, que recupera propuestas de viejo cuño maquilladas, eso sí, con la retórica simple del descontento social, suma prácticamente dos millones de votos a los que se tendría que añadir el millón y medio de IU. De ahí que, en la noche electoral primero y en la red después, corra como la pólvora la sentencia: "¡Que vienen los rojos!".

Mucho me temo que este va a ser uno de los argumentos utilizados, de aquí hasta las próximas elecciones generales, por los estrategas, mediáticos y demoscópicos, del Partido Popular para movilizar a esa parte de su electorado que, como protesta, se ha quedado en su casa; para recuperar el cuarto de millón que se ha ido por su derecha y de paso, conseguir para su causa el apoyo de algunos miles de los ochenta mil refugiados en lo que comúmente denominan "ultraderecha". Se ha creado así una tormenta perfecta, porque si bien esas opciones de izquierda continuarán debilitando a un PSOE presa de sus contradicciones y su siembra, no es menos cierto que, sin grandes concesiones ideológicas a su electorado más derechista, sin pagar por la pernada, el "temor a los rojos" obrará milagros esterilizantes.

Lo que nadie parece querer admitir, enfrascados en sesudos corrimientos de los guarismos, tal y como he explicado en otras ocasiones, es que estos "rojos" han venido probablemente para quedarse; que son el producto de tres corrientes: el descontento social, que no es en sí mismo "rojo", pero que parece haber encontrado refugio en esa opción en España; el radicalismo de la ultraizquierda, tolerado y mimado durante la última década por la clase político-mediática -exculpación de la violencia incluida- y un voto joven -más de un millón de nuevos votantes desde las últimas europeas- que ha sido entregado en masa a esa opción -ahí está parte del éxito de PODEMOS- mediante el adoctrinamiento al servicio del radicalismo izquierdista -los famosos nuevos rojoz que iba a crear Zapatero- acompañado, en muchos lugares de España, por el veneno separatista. Y ese mal, señores que tanto temen a los "rojos", no hará más que crecer en el futuro inmediato dada la falta para esos sectores de otros referentes que no sean los de la izquiera, el falso progresismo y la asunción por parte del sistema del modelo social creado por la ingeniería social que el PP no quiere desmontar.