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LAS CARTAS DE PEDRO SÁNCHEZ

LAS CARTAS DE PEDRO SÁNCHEZ
“Mientras hay vida, hay esperanza”. A este pensamiento lleva aferrado Pedro Sánchez desde aquel lejano mes de Diciembre en el que casi todos le dieron políticamente por muerto. Entonces, casi todos apostaban por un gobierno PP-Ciudadanos en minoría, porque tácticamente era lo que mejor convenía al PSOE para iniciar un camino de recuperación tras la debacle electoral sufrida y porque todos daban por hecho que Albert Rivera no tenía otra función que ser fiel servidor del PP, dado que se interpretaba que sus votos solo eran resultado de la protesta de los votantes cabreados del PP que deseaban darle un toque de atención al Partido Popular. El guión parecía escrito y sin embargo, en pocos días, acabó saltando en pedazos, tanto por decisión de unos como por omisión de otros. El fin de Pedro Sánchez parecía estar cantado al igual que la ascensión al Olimpo socialista de Susana Díaz, la otra lideresa, pero…

Pedro Sánchez era aparentemente un figurín sin mayor proyección, una cara de cartel para vender perfumes o ropa interior; un mártir necesario en el socialismo, porque nadie quería asumir la cabeza de un cartel que tenía todas las cartas para perder, y un novato en esto de moverse entre los tiburones de la clase política. La debacle implicaba, decían, la crisis final de un PSOE que iba a necesitar varios años para estar en condiciones de volver a tener posibilidades de tocar poder; la estrategia de crear el monstruo de PODEMOS para devorar al PSOE había dado resultado, aunque el nuevo “Frankenstein” anduviera más que descontrolado, aupado por las encuestas y los resultados en las urnas. Es más, dados los resultados, pocos descartaban en Ferraz que, de no mediar cambios importantes, a futuro, la más que previsible incorporación de IU a PODEMOS desbancara al PSOE de su vitola de líder de la oposición y de la izquierda, pues ese y no otro es el objetivo manifiesto de Pablo Iglesias.
Todos daban en aquellos tiempos -algunos lo siguen haciendo- por muerto a un Sánchez acosado por unos y por otros; desde dentro y desde fuera. Y Sánchez es hoy por hoy un líder consolidado que ha sido capaz de controlar -tampoco es que eso le haya costado mucho- a su partido y afianzar su liderazgo; aunque bien pudiera caer, como un castillo de naipes, en caso de convocarse nuevas elecciones dentro de un mese, dado que lo que está aconteciendo en el terreno político no está mostrando grandes beneficios electorales para el PSOE en las encuestas.

Quizás las cosas hubieran sido de otro modo, al menos las estrategias de los demás, si alguien hubiera repasado la biografía política de Pedro Sánchez. Tertulias y tertulias y casi todos han pasado por encima de algo tan esencial como conocer la trayectoria del personaje.
Pedro Sánchez lleva, pese a su juventud, una eternidad moviéndose con habilidad, con una innata condición para ello, en las luchas internas por el poder en el seno del socialismo. Sus sucesivos jefes/protectores han ido cayendo mientras él ha sido capaz de otear el horizonte y colocarse siempre con el viento a favor. Un dato en el que nadie reparó aquella noche electoral del mes de Diciembre en la que solo él no admitió ni su fracaso ni su eliminación. La resultante es que quien era entonces enterrado ha conseguido, contra todo pronóstico, posicionarse entre unos y otros como el candidato más aventajado, de no haber nuevas elecciones, para ser el próximo presidente. Y pese a la fracasada investidura -ya estaba cantado que así sería- sigue siendo el eje del debate sobre el qué hacer y la pieza indispensable para evitar algo que todos desean y temen a la vez: unas nuevas elecciones.

Es fácil despachar lo sucedido, las maniobras de Pedro Sánchez, circunscribiéndolo a una historia de ambición, lo que no quiere decir esta que no exista y no forme parte del personaje, pero no existe político sin ambición. Naturalmente desde la derecha política y mediática es la sed de poder lo que le mueve o cuanto menos su decisión de sobrevivir políticamente al frente del PSOE. Lo que, sin embargo, ha demostrado Pedro Sánchez es una enorme habilidad para leer el tablero político, jugar a la contra y evitar el jaque mate que no pocos pretendían darle. Los símiles y metáforas sobre lo que está aconteciendo en el culebrón “camino a la Moncloa” son harto elocuentes: se ha hablado de partida de ajedrez, de partida de póker (no sabemos si con la célebre combinación del póker de la muerte), de tarde de mus y hasta de fútbol porque nos pasamos las semanas viendo como achica los espacios, traslada a otros la presión y mantiene el balón en su poder el máximo de tiempo posible (en esto último también Pedro Sánchez ha sabido jugar). Cierto es que las cosas le han salido bien por la torpeza manifiesta de aquellos a los que tenía enfrente, especialmente la de Mariano Rajoy y su equipo.
Todos los flamantes líderes políticos se han equivocado en estos meses y por eso es más que probable que finalmente acabemos siendo nuevamente llamados a las urnas. Pero las urnas son muy peligrosas porque son muchos los escaños que estarían en juego por no muchos votos.
Se equivocó de forma evidente Mariano Rajoy cuando cedió la iniciativa política al hombre que le había insultado en su cara y por televisión, lo hizo por las circunstancias, por su falta de apoyos y porque creía que finalmente Sánchez no conseguiría un acuerdo con el líder de Ciudadanos, pero he aquí que Sánchez lo consiguió rompiéndole a Mariano el cántaro de la lechera.

Se equivocó Pablo Iglesias al pensar que Pedro Sánchez era como un bocadito tierno que no haría más que agravar la crisis del socialismo, siendo incapaz de devolverle un revés desde el fondo de la pista. Y Pablo Iglesias ha acabado casi pasando de cazador a cazado.

El único que pareció entrever el cambio de los vientos fue Albert Rivera quien, sin creer en las posibilidades reales de Sánchez de formar gobierno, ha jugado la carta del político moderado, conciliador y pactista para posicionarse de cara a unas nuevas elecciones (lo que si nos atenemos a la evolución de las encuestas parece darle la razón), esperanzado porque sabe que su campaña electoral fue muy pobre y ahora podría subsanar el error.
Pedro Sánchez acudió a una sesión de investidura para perder pero a la vez para fortalecerse, porque la convocatoria electoral no ha sido inmediata. En esta coyuntura, para mantener sus expectativas, Pedro Sánchez solo tiene un problema a día de hoy: conservar el matrimonio de conveniencia aparentemente consumado con Albert Rivera, lo que cada vez se antoja más complicado. La presión, para él, la tienen otros: Mariano Rajoy, porque en su mano está, aunque para ello tendría que cederle el poder, evitar un gobierno donde PODEMOS tenga un papel estelar y que el PSOE se eche en brazo de estos; Pablo Iglesias, porque si no le apoya facilitará la continuidad de Mariano Rajoy y cree que eso no se lo perdonarán sus votantes. Juega, eso sí, al despiste, porque, como Mariano, cree que al final habrá una “gran coalición”, pues es lo que piden los medios todos los días o en su defecto que le dejen gobernar. En su estrategia lo que queda por decidir es quién encabezará esa “gran coalición”. Y ahí es donde más frágil se muestra el horizonte porque llegado el caso el presidente sería uno de los tres o alguien ajeno a los tres. Ni que decir tiene que, al igual que Mariano Rajoy, Pedro Sánchez cree que llegado el momento, si la presión triunfa, a él le correspondería ocupar tal puesto.

Es evidente que Pedro Sánchez está dispuesto a pagar el precio que le pongan para acabar en la Moncloa. Su primera opción es un gobierno en minoría con el programa del pacto PSOE-Ciudadanos; su segunda opción, conseguir la abstención de PODEMOS para lograr ese gobierno; tercera opción, la menos apetecible y cada vez más lejana, la “gran coalición” encabezada por el PSOE; cuarta, un gobierno netamente de izquierdas que por fuerza tendría que ser una coalición en la que entraría PODEMOS. Cualquiera de esas operaciones de “alta política” le vale. Frente a esto de poco vale acusarle de solo mirar por su interés personal, porque eso solo le importa a aquellos que nunca le votarían.


(Artículo publicado en La Nación, marzo 2016)

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