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En la muerte de Salvador Córdoba, divisionario.

En la muerte de Salvador Córdoba, divisionario.

No he querido mirar mis notas ni revisar una vieja grabación en cinta magnetofónica para despedir a un amigo y a un camarada. Esta mañana, Viernes Santo, mientras cerca de mi casa resuenan los tambores que acompañan a la Dolorosa de Salzillo, me ha llamado Pepe Hernansaez. Inocentemente creía que sería para alguna de sus cosas, pasa los días buscando información sobre lejanos tiempos: ¿Sabes que ha muerto Salvador?

¡Salvador Córdoba Carrión! Me ha dejado –no consigo acostumbrarme- sin saber qué decir. A mi mente ha venido la imagen de aquella tarde noche en la que quedamos en la oficina donde estaba para rememorar su paso por la División Azul. Seguía siendo, más que un guripa, un muchacho del Frente de Juventudes, entonces aún Organizaciones Juveniles, con la mirada brillante cuando recordaba su viaje por Italia al terminar la guerra del que guardo una fotografía delante del palacio que flanquea la entrada a la Plaza de San Marcos.

Salvador se nos ha ido en silencio. Falleció hace unas semanas. Casi nos hemos enterado por casualidad. Al preguntarle a su hijo por él en estos días de desfiles procesionales. Me hubiera gustado ir a despedirle, a decirle adiós con cinco rosas. Ahora le despido con estas líneas, algo que hasta hace poco era remiso a hacer porque no me gustan los obituarios, quizás porque así se mantiene la ficción de que realmente no se han ido, que siguen ahí en el sitio en que los recordamos por última vez. Recuerdo que cuando le pedí que me resumiera de algún modo su experiencia divisionaria, cincuenta años después, se paró y me dijo, sin alarde alguno: “yo me siento orgulloso de haber ido a la División Azul”.

Tenía diecisiete años cuando se alistó falsificando su edad. En la estación del Carmen, en Valencia y en Alemania llegó a temer que lo devolvieran, junto con dos o tres más consiguió mantener el engaño. Lisa y llanamente me decía: “fui a luchar contra el comunismo, porque era falangista… Yo tenía una medio novia que se quedó esperándome y mi padre tomó un disgusto enorme, pero yo fui palante”. Debido a su edad fue de los primeros en volver y allí estaba, formando con el Frente de Juventudes, portando la bandera, esperando el gran retorno en agosto de 1942.  Lo que pocos saben, él mismo tenía el recuerdo borroso en una segunda ocasión en que nos vimos, es que intentó alistarse otra vez. Decidido a ello falsificó la autorización paterna que se había hecho obligatoria. Su padre lo descubrió y acudió a denunciarla como falsa. Sufrir dos veces, cuando tantos habían caído, era un dolor insoportable.

Aquel muchacho que se fue a Rusia era una representación de la otra cara de la Falange. La deformación y la manipulación ha creado una falsa imagen de señoritos hijos de la burguesía media y alta, pero en aquel torrente de voluntarios que acudieron a los banderines de enganche en Murcia para luchar contra el comunismo, también abundaban los chicos, como Salvador Córdoba, de extracción humilde. Su padre era carpintero y él había puesto que su oficio era de pintor. Cuando retornó no pidió nada. En realidad nunca se aprovechó de su historial. Se ganó a pulso desde conserje su ascenso en la vida laboral: “nunca hubiera aceptado nada para lo que yo no estuviera capacitado”. Y, sobre todo, siguió siendo falangista. Así se sentía a mediados de los ochenta cuando tantos habían dejado las filas azules. En ese trayecto, de lo que más orgulloso sentía era de su labor como instructor del Frente de Juventudes: “queríamos educar a los jóvenes en la camaradería, en el buen camino, en la búsqueda del bienestar para todos los españoles… nosotros charlábamos con ellos, les preguntábamos por la familia, por sus cosas… dialogábamos… Creo que hicimos una gran labor”. Pero sin dejar de recordar que había conseguido con su trabajo sacar adelante su familia. También fue durante años abanderado de la Hermandad. Recuerdo una foto en la que su mujer llevaba el estandarte de Murcia cuando fueron a Zaragoza para entregar el manto que la Virgen del Pilar tiene con el emblema divisionario bordado. Y cuando se inauguró el monumento en el cementerio de la Almudena tampoco Salvador quiso dejar pasar el tiempo sin acudir a visitarlo.

Es curioso pero en aquella larguísima charla hablamos poco de las cosas de la guerra. Los divisionarios que yo he conocido eran remisos a contar sus heroicidades y siempre hablaban de las glorias conjuntas de la División. Hoy me arrepiento porque en aquellas entrevistas que hice me interesaban más las generalidades y sobre todo cómo eran aquellos hombres. Cuando le preguntaba por su relación con los rusos y por las chicas, porque Córdoba, ahí quedan las fotografías, era un muchacho atractivo con su pelo negro ensortijado, se reía: “Otros tuvieron más suerte. Yo estuve siempre en el frente y allí no quedaban más que tres o cuatro viejas”.

Su padre cuando por fin le estrechó en sus brazos y vio que regresaba sano y salvo sólo pudo dar gracias a Dios. Salvador volvía  a Murcia con algo de dinero. Era el remanente de su paga y de sus ahorros en el frente. Pese a ser tiempos de escasez y de condición modesta su padre quiso que aquel dinero fuera a parar a una talla que fue depositada en la capilla de los carpinteros en la parroquia de Santa Eulalia donde hoy permanece como testimonio de la fe de aquellos hombres.

Pensaba ir con Pepe a visitarle uno de estos días para llevarle una grabación del viaje a los frentes de combate de la División Azul que realicé el pasado verano, no ha podido ser. Espero que allá en lo alto, donde a buen seguro se habrá rencontrado con Pepe, con Federico, con Felipe, con Enrique, con Ángel, con César…. con sus amigos que quedaron en Rusia hace setenta años, haya reclamado la misma bandera que portaba orgulloso en las formaciones. Lejos, mientras escribo, resuena el redoble de los tambores. Ahora simplemente me toca rezar.

 

Nota: Salvador es en la imagen el que aparece en primer término de la formación con la bandera de España. La imagen probablemente es de agosto de 1942.

2 comentarios

Mamen Cordoba Carrion -

Le doy las gracias por contar esta historia con esas palabras de cariño y orgullo sobre mi abuelo. Que pena no haber sabido de esa historia de sus propias palabras. Me gustaría el poder conocer más cosas sobre éL. Mi abuelo nunca alardeo sobre su historia con sus nietos. Hoy después de tres años que se marcho, leer estas palabras sobre él me han llenado de tristeza y tambien de admiración. Muchas gracias.

Manuel -

Gracias por tu información, amigo paisano. Tu blog me interesa mucho por todo lo que cuentas y cómo lo cuentas.
Estoy recopilando información para un trabajo en el que la División Azul está de fondo. Hay cosas que ni se pueden ni se deben dejar en el olvido.
Gente como tu amigo Salvador y su familia merecen ese respeto y ese recuerdo. Mucho más siendo de nuestra tierra.
Un abrazo desde Murcia